martes, 14 de agosto de 2012

UN CASO DE DESHONESTIDAD INTELECTUAL EN MARIO VARGAS LLOSA



Un caso de deshonestidad intelectual en Mario Vargas Llosa

Por Aquiles Julián
"La tauromaquia es el malhadado y venal arte de torturar y matar animales en público y según unas reglas. Traumatiza a los niños y los adultos sensibles. Agrava el estado de los neurópatas atraídos por estos espectáculos. Desnaturaliza la relación entre el hombre y el animal. En ello, constituye un desafío mayor a la moral, la educación la ciencia y la cultura."
                                                                                                                                UNESCO
 
Ulises Hereaux, Lilis, tirano decimonónico dominicano, solía pedir que no le remenearan los altares para que no se le cayeran los santos.
Sí, es triste ver que personas a las que apreciamos y admiramos incurren en penosas inconductas. Tal es, en mi caso, el del escritor peruano Mario Vargas Llosa.
Un artículo intitulado con intención irónica La “barbarie” taurina, es un ejemplo de deshonestidad intelectual, pobreza de argumentos, manipulación y pensamiento falaz impropios de una persona como él.
Signos de una decadencia intelectual lamentable.
El artículo busca ser una defensa de la lidia de toros, viejo remedo del circo romano en que toro y torero suplantan a los gladiadores, pero que sigue siendo un espectáculo sangriento que en ocasiones cobra la vida de caballos y toreros, no sólo de los toros.
A ese espectáculo Vargas Llosa es afecto. Le gusta ir a mirar a otro arriesgar su pellejo, él bien resguardado desde el palco, haciendo de seguro perspicaces observaciones a sus acompañantes, presumiendo de conocedor, mientras abajo corre la sangre, sea la del toro, sea la del torero.

IR CON LA EXPECTATIVA DE VER MORIR A OTRO

Pero en donde la bota es en sus justificaciones, en su defensa, en su manejo del tema. Incurre en un acto de deshonestidad lamentable, en argucias retóricas y en falacias que desdicen de su nivel. Se me cayó un santo del altar.
Vargas Llosa, excitado por una corrida de toros en que se sacrificaron cinco ejemplares (“El presidente se excedió y concedió diez orejas pero la afición estaba tan contenta que nadie se lo reprochó.”), cuestión que a él le viene a menos, se inspira y empieza a declamar a favor de lo que él llama “el toreo profundo”. ¿Cuál? Aquel que pone en real peligro la vida del torero.
Más claramente, disfruta ver a otro arriesgar su pellejo, como en los viejos tiempos del coliseo romano. Dejémoslo que él mismo lo exprese: “Pero prefiero el toreo profundo, el que nos hace presentir eso que Víctor Hugo llamaba “la boca de la sombra”, el pozo negro que nos espera a todos y a cuyas orillas algunos creadores de excepción –poetas, músicos, cantantes, danzarines, toreros, pintores, escultores, novelistas- se acercan a veces para producir una belleza impregnada de misterio, que nos desvela una verdad recóndita sobre lo que somos, sobre lo hermosa y precaria que es la existencia, sobre lo que hay de exaltante y trágico en la condición humana.”
¿Qué hay bajo tal retórica? El culto a la muerte ajena. Vargas Llosa va a la Plaza de Toros no a divertirse, sino a aguardar el momento dramático en que la suerte se le vire al torero y reciba una cornada fatal. Le excita pensar eso, por lo visto.
Y para confirmarlo, más adelante exalta “la elegancia y una valentía tranquila y natural de enfrentarse al peligro, de encerrarse con el toro en un diálogo secreto del que resultan figuras en las que se mezclan la gracia, la destreza, la inteligencia y por supuesto el coraje”.

EL ATAQUE ARTERO A RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO

Ahí está expuesta su razón: goza ver a otro, por un aplauso falaz y un puñado de euros, exponer su vida. Y espera que, con suerte, pueda asistir a ese encuentro fatal con “la boca de la sombra”, pero de otro, no de él que aplaude cómodamente desde su butaca el espectáculo.
De ahí pasa, con igual entusiasmo, a colocarle banderillas al narrador español Rafael Sánchez Ferlosio y ahí da una exhibición de mala fe y pensamiento falaz que me dejan atónito.
Critica un artículo de Sánchez Ferlosio aparecido en El País, España, contra la lidia de toros. Y califica el escrito como “una de las diatribas más destempladas y feroces que he leído contra los toros, que él quisiera que desaparecieran de una vez”.
Aquí incurre en una primera manipulación indecente. Resulta que Sánchez Ferlosio no escribió “contra los toros” sino a favor de los toros.
Parecería, algo que hace una y otra vez sin recato alguno, que Vargas Llosa está a favor de los toros; no, está a favor de que los sigan torturando, acosando y matando para él gozar el espectáculo.
Aunque el término diatriba originalmente significó  un breve discurso ético, Vargas Llosa lo aprovecha para sugerir que Sánchez Ferlosio arma una apelación violenta e injuriosa, buscando, al emplear el término, aplicar un recurso falaz: el Argumentum ad hominem o argumento dirigido al hombre, que reste simpatías a la posición de Sánchez Ferlosio.
Y ahí empieza su evidente mala fe al argumentar.

UN FESTIVAL DE FALACIAS

Y sigue con un inverosímil argumento que aplica otra falacia: la falacia del hombre de paja o argumentum ad lógicam, la prohibición de la lidia de toro equivaldría, presten atención a esto, a los peores excesos de los regímenes totalitarios: la quema de libros, la censura, la censura de prensa.
¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Nada, pero cualquier recurso es bueno para defender lo indefendible.
Veamos al propio Vargas Llosa escribir este disparate: “Es menos digno de respeto, en cambio, que él y quienes quisieran acabar con los toros, traten de privarnos de la fiesta a los que la amamos: un atropello a la libertad no menor que la censura de prensa, de libros y de ideas.
Y noten la manipulación procaz y taimada de la verdad: resulta que Sánchez Ferlosio, que quiere evitar la muerte viciosa y con fines de placer de toros de lidia, es quien quiere “acabar con los toros”, cuando quien quiere acabar con ellos para disfrutar su martirio y muerte es el propio Vargas Llosa.
Ensaya igualmente otra falacia, el Argumentum ad populum: la lidia de toros tiene que ser algo positivo, ya que “andaluces, vascos, gallegos, peruanos, colombianos, mexicanos, ecuatorianos, bolivianos” y hasta “los franceses”  defienden ese tipo de espectáculo.

LA CRUELDAD CONTRA ANIMALES

El ensañarse sobre un animal o el disfrutar que dos animales se destrocen es crueldad impensable en alguien que presume de racional, defensor de derechos y de la libertad.
En mi país, República Dominicana, no existe, salvo un pintoresco espectáculo en mi provincia natal, El Seibo, que es más caricatura que otra cosa, y se lleva a cabo en mayo, una vez al año, la lidia de toros.
Pero hay otros espectáculos no menos cruentos: la lidia de gallos, por ejemplo. Y en otros están las peleas de perros. Y los hay que, no contentos, pagan por ver a dos personas despanzurrarse en vivo.
Dado a retorcer a conveniencia los argumentos, Vargas Llosa llega al extremo de acusar de “odio” a Sánchez Ferlosio, un odio tal que “obnubila la razón y estraga la sensibilidad”. De nuevo, el recurso es el ya denunciado Argumentum ad hominem: Sánchez Ferlosio no debe ser tomado en cuenta porque es el odio irracional e insensible el que lo mueve. Mayor manipulación de la verdad no puede concebirse.
Y entonces lean esta perla ¿quién cree usted que es quien ama a los toros bravos? ¡Pues Vargas Llosa! No Sánchez Ferlosio que no quiere que los sigan matando, sino él que gusta de verlos agonizar en la arena, la sangre manando en chiguetes por las heridas que le propinó el torero, en quien Vargas Llosa vicariamente se siente expresado.
Los aficionados amamos profundamente a los toros bravos”,  afirma impúdicamente. Hay en su expresión una patente eliminación, faltan las palabras “ver matar”. Así la frase real sería “los aficionados amamos profundamente ver matar a los toros bravos”, pero a él le falta valor para expresar la verdad profunda que enmascaran sus palabras.

RETORCER LA VERDAD

Y en su afán de confundir y engañar al lector, llega a una afirmación peregrina  que no puede menos que provocarnos una carcajada: si se prohíben las lidias de toros, estos se evaporarían “de la faz de la tierra, que es lo que ocurriría fatalmente si las corridas desaparecieran.”
Es un patente uso del Argumentum ad consequentiam o argumento dirigido a las consecuencias, falacia que consiste en derivar una consecuencia funesta irreal para
ablandar la residencia a algo.
Matar toros en las plazas de toros evitaría que fatalmente estos se evaporen de la faz de la tierra. Ese es el razonamiento de Vargas Llosa. Búsquele la lógica y la verdad. No tiene ni la una ni la otra. Es una falacia.
Hay otras falacias igualmente empleadas en su argumentación: el Argumentum ad antiquitatem o recurrir a la tradición para justificar su opinión y también el Argumentum ad verecundiam o apelar a la autoridad, cuando se escuda en Ortega y Gasset y otros para apoyar su enfoque.
Y cierra con una impensable nota de retorcimiento de la verdad, propia de los expertos en las teorías de la conspiración que me hace dudar de la lucidez de su mente: lo que hay debajo de la defensa de los animales a no ser martirizados para goce de las personas, no es más que una “conspiración” contra la libertad. Veámoslo en sus propias palabras: la prohibición de las lidias de toros es “la última ofensiva autoritaria, disfrazada, como es habitual, de progresismo.”
Un manejo tan pedestre y pésimo desdice mucho de él. Definitivamente ha perdido el norte. Recurrir a satanizar como “autoritarios” a los que claman porque los toros no sean acosados, heridos y muertos para que él, Vargas Llosa, y otros como él satisfagan sus ganas de sangre y su sed de adrenalina barata lo deja muy mal parado a él.
No queda más que apenarnos por la pérdida de sus facultades.

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