domingo, 27 de junio de 2010

LICENCIA PARA MATAR O VIVIR THE FAST AND THE FURIOUS CADA DÍA


Licencia para matar

Por Aquiles Julián

El autor es escritor

Santo Domingo es cada vez más una peligrosa selva ajena a toda norma, a toda ley. Despojados de cualquier rastro de urbanidad y respeto por el otro, nos precipitamos, agresivos, en vehículos acelerados a todo dar, amparados en una permisividad, en una incuria imperdonable, en un colapso total de los organismos de regular y ordenar el tránsito.

La agresividad manifiesta, la indecencia ostensible y ostentosa, el irrespeto como trofeo de éxito social permea a todos los estratos sociales. Ventilamos en las calles citadinas nuestras frustraciones, nuestra falta de ética, nuestro ascenso vía el cohecho y la prevaricación, toda forma de dolo que aquí se aplaude como muestra de que no se es o se fue “un pendejo”. El asunto es atropellar el derecho de los demás. Vivimos a contravía.

Como a nivel educacional, en lo que la educación realmente implica: permitirnos la sana convivencia, retrocedemos miserablemente, en realidad en nuestro país no tenemos más que patanes con mucho dinero, patanes con algo de dinero y patanes que conducen patanas, voladoras y cualquier otro tipo de vehículo, incluyendo los patanes moticicletados y los de a pie. Y todos exhibimos en las calles nuestro enojo, nuestra opinión de que no hay norma alguna que respetar ni derecho del otro que reconocer. Nuestra ley consuetudinaria es que la norma existe para violarla y la ley es para quien carece de cuñas y no está pegado.

Somos el reino de la impunidad y el tráfico de influencias, el país donde todo lo resuelve un buen enllave y un buen fajo de billetes de mil y dos mil pesos. Alardear de estar por encima de normas y leyes, de vivir como chivo sin ley, es una gracia, que llegó a ser gracia presidencial incluso. Y eso empieza, como todo lo peor de este país, por arriba, pero sus efectos alcanzan hasta a los pordioseros, capaces de adueñarse de una esquina y, con una piedra en la mano, solicitar una limosna.

Así que la licencia de conducción de vehículo de motor la interpretamos como una licencia para aterrorizar, una licencia para matar. Y muchos no sólo la interpretan así, sino que ejecutan ese permiso. Diariamente, el manejo irresponsable, temerario; la violación a las normas de tránsito, lleva muerte y dolor a familias. La sociedad se traumatiza y desangra y no pasa nada, ocupados como estamos en boronear y prosperar al vapor.

Como dije, todos nuestros males arrancan desde arriba: funcionarios engolados que se sienten dueños y señores del país, y consideran que su posición les concede fueros de los que carece el ciudadano común. Ellos, dada su jerarquía, su jeepeta de lujo, sus guardaespaldas, sus franqueadores, no tienen que respetar las normas de tránsito. Por el contrario, todo tiene que apartarse y abrirle paso.

Eso significa que tenemos como cincuenta presidentes de la República circulando por las calles de la ciudad, trujillitos ensorbecidos. Cada funcionario “pegado”, cada general “pegado”, se siente uno. Y ya tuvimos el inconcebible incidente en que un general se enzarzó a tiros con las escoltas del vicepresidente de la República para entender de qué hablamos, por simplemente considerar que no tenía que respetar las reglas de conducción vial, hecho al que convenientemente están echándole tierra y sacándolo de la atención pública.

La cultura de saltarse normas, leyes y reglas amparados en los enllaves, el dinero y el poder real o supuesto del que se dispone es vieja, ancestral. Lo penoso es que nadie quiere enfrentarla y dar un giro de institucionalidad al país.

Aquí a todos los presidentes se les llama pomposamente estadistas, cuando ninguno lo fue ni lo es. Son simplemente cabecillas de grupos que se imponen a otros grupos, en muchas ocasiones en base a malas artes, y actúan, más que ellos mismos aquellos que se amparan bajo su jefatura, sin control ni ley. ¿No tuvimos un presidente de esa jaez que mandó militares en un helicóptero de las Fuerzas Armadas a traer presos a un par de locutores, violando todo procedimiento y toda ley y la constitución misma, sin que nadie eruptara siquiera, en un abuso de poder imperdonable?

Y la involución social, en cuanto a normas de convivencia y respeto por el otro, es acelerada. Y abiertamente criminal. He visto personalmente patanas a alta velocidad violar la luz roja en esquinas como la Kennedy con Lope de Vega en horas tan tempranas como las ocho de la noche, porque no hay nada que las detenga: ellas son las que tienen derecho y quien se puso en medio, que se muera.

Vehículos en vía contraria, vehículos aparcados en las aceras, motoristas en motores sin placa, sin casco, sin licencia, seguro ni chaleco reflectivo, corriendo temerariamente y sin respetar señales ni norma alguna; militares violando las normas por montones; autobuses de la OMSA manejados con total desparpajo, agresivamente; autobuses y minubuses de CONATRA y FENATRANO que se saltan toda regla y toda señal de manera olímpica, prevalidos del chantaje de que si nos regulan armamos una huelga y un lío de todo el tamaño; “voladoras” (microbuses) destartaladas y carranchos abollados por todos lados que irrumpen fieros por cualquier parte y desplazan a la fuerza a quien venga en su carril.

Recientes declaraciones del ex –director de la Autoridad Metropolitana de Transporte, AMET, institución que vino a suplantar a la increíblemente corrupta Policía de Tránsito, el ingeniero Onéximo González, muestran cifras desgarrantes. Nueve dominicanos pierden la vida diariamente en accidentes de tránsito, la mayoría jóvenes de 24 años de edad en promedio. Es una sangría imparable. Eso significa 3,285 muertos en promedio al año. Y cada vez que salimos a la calle, y en ocasiones incluso estando en nuestros propios hogares, podemos ir a engrosar esas luctuosas estadísticas.

Igualmente señaló el exfuncionario de la AMET que el Estado dominicano gasta unos US$1,300 millones de dólares; es decir, unos RD$47,710 millones de pesos, en servicios de salud derivados de los traumas y daños ocasionados por accidentes de tránsito.

Y denunció la falsificación interesada de datos, señalando que en un estudio realizado por el doctor Pedro Gris (¿se trata del poeta Pedro José Gris?) se evidenció que en el año 2008, mientras la AMET asentaba como víctimas mortales de accidentes de tránsito la cifra de 1,854 personas, la cifra real ascendió a 3,675 personas.

El abuso a cualquier derecho ajeno campea. Ya vimos como los motoristas han resistido incluso a balazo limpio, y en una vía como la Av. Winston Churchill, el intento de regulación y normatización que desde la AMET ha intentado el general Sanz Jiminián. Y, más escandaloso aún, aunque no tan sorprendente, cómo estos rufianes son respaldados y apoyados por personas que simplemente consideran que hay que oponerse a toda iniciativa que provenga del gobierno y sus instituciones: el oposicionismo absurdo que muestra obtusidad mental, obnubilamiento cerril y suicida del entendimiento y la cordura.

El concepto tradicional que impera en nuestro país es que la ley sólo existe para el infeliz, para el opositor y para el que no está “pegado”. El resto puede saltársela sin mayores inconvenientes.

Tenemos un aparataje formal, códigos copiados que nos vienen de fuera, un barniz de civilización y buen vivir que se descubre falso, fementido, inmediatamente salimos a la calle y nos entregamos a este ejercicio de The fast and the furious ¿Será por eso que el actor de estas películas, Vin Diesel, gusta de nuestro país?

Desde las que debían ser amables abuelitas, que conducen sus Mercedes Benz como camioneros en pleno polígono central de la ciudad, en adelante, todos vivimos este deporte extremo que es desplazarse en un vehículo en Santo Domingo.

Yo mismo, que escogí pertenecer a ese raro y excéntrico segmento club que constituimos los “Pendejos Decididos a Respetar las Normas de Tránsito”, no estoy a salvo de la violencia imperante: me han chocado más de una vez mientras espero el cambio del semáforo. Apenas me queda encomendarme a Dios y extremar las precauciones, aunque admito que sirven de poco. Tal es la irracionalidad con la que se desenvuelve todo a nivel del tránsito vehicular en la capital y, en general, en las vías del país.

Tal vez convendría transformar este fenómeno que parece irreversible en un atractivo turístico. Dado el gusto por la adrenalina, los deportes extremos, el riesgo gratuito, la velocidad y la agresividad ¿No podrían el Ministerio de Turismo y el Ayuntamiento del Distrito Nacional promover la capital como el lugar mejor del mundo para exhibir tu instinto criminal y conducir como loco? Algo así como “Descubre el secreto mayor: maneja como te dé la gana y si alguien se te pone en el medio ¡Atropéllalo! Ven a Santo Domingo, donde no hay ley y con dinero cualquier caso se arregla. Una experiencia que hace que The fast and the furious sea un juego de niños”.

La ley, las normas, los reglamentos, todo eso a lo que nos acogemos para organizar y normar la convivencia humana, es lo que nos salva del salvajismo, lo que impide que caigamos en la ley del más fuerte y en la violencia como norma de las relaciones sociales. Al permitir y en alguna forma estimular que normas y leyes sean letra muerta, se fomenta que lo peor, lo más antisocial, del ser humano emerja y asuma el control de la conducta. ¿No lo muestran los cada vez más frecuente linchamientos? Y la mayor responsabilidad, qué duda cabe, cae sobre nuestras autoridades y, en particular, las cabezas, más empeñadas en lucrar que en cumplir la responsabilidad otorgada; en traficar y prevaricar que en ejecutar el mandato otorgado; en ostentar y humillar a los demás con la riqueza malhabida que en dar un ejemplo de probidad y recato.

Triste suerte la de nuestro país, en que los ciudadanos nos sentimos atrapados entre pandillas siniestras, en que los partidos semejan asociaciones de malhechores ansiosas de ir a depredar el Estado y en que las leyes y normas sólo existen para permitir que el aparato policial y judicial piquen lo suyo. Pobre de nosotros, los ciudadanos.

viernes, 25 de junio de 2010

PONER AL LOBO A CUIDAR EL GALLINERO O LA ELECCIÓN DE LOS CASTRO EN EL CONSEJO DE DERECHOS HUMANOS DE LA ONU


Poner al lobo a cuidar el gallinero o la elección de los Castro en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU

Por Aquiles Julián

Razón tenía Celia Cruz cuando cantaba que la vida era un carnaval, porque no menos que una comiquería propia de La Tremenda Corte es la elección de la tiranía militar de los Castro en la Vicepresidencia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, propulsada por los regímenes pro autoritarios capitaneados por Chávez e inmoralmente respaldada por varias democracias latinoamericanas. Fue poner a Trespatines en el papel de El Tremendo Juez, el absurdo total.

Y es que vivimos tiempos orwellianos, en que impera el “doble pensar” y se estila la “neohabla”, así que todo significa su contrario, y en un tiempo así ¿no es emblemático que la única dictadura militar que sobrevive en América Latina, con un historial aberrante de violaciones a los derechos de las personas y en donde existe esa figura seudolegal del predelito que permite cualquier abuso, cualquier atropello (aunque tampoco necesitan excusas formales para ensañarse con alguien), precisamente esa tiranía proterva sea la que se lleve a la vicepresidencia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU?

Es obvio, además, que es un disparate hablar de que Cuba, la víctima, fue la electa: fueron electos sus victimarios, sus verdugos. Pero esto es también “neohabla” orwelliana de la mejor: el verdugo asume la representación de la víctima.

Los gobernantes latinoamericanos incurren en dos conductas a cual más vergonzosas: el oportunismo y la inmoralidad, al respaldar a la dictadura militar de los Castro, denunciada una y otra vez por sus violaciones sistemáticas a la Carta de los Derechos Humanos.

El oportunismo proviene del interés de estos mandatarios de medrar al amparo del chorro de dólares y petróleo fiado con que Chávez premia a quienes se suman a sus delirantes posiciones y les secundan. La inmoralidad es hacer algo así como nombrar al ladrón jefe de la policía, al asesino juez y al violador director del colegio de niñas.

Suelen los gobernantes latinoamericanos jugar a incordiar al gobierno norteamericano, en una acción que les sustrae a la responsabilidad propia por el atraso de sus naciones. El culpar al “imperialismo” norteamericano (sin exculparle sus disparates, abusos y malas acciones, que las tienen) de nuestros desvaríos, despilfarros, desenfoques y entreguismo, fue y sigue siendo un acto inmaduro, desquiciado e irresponsable.

Así, el gobierno norteamericano de turno es un chivo expiatorio conveniente para cargar con cualquier culpa.

Y los inmejorables líderes en este tipo de conducta son los Castro. Han vivido tildando de “bloqueo” un embargo, que es, por otro lado, un derecho que tiene un Estado de no realizar intercambios comerciales con otro. ¿No lo hizo Chávez con Colombia? Todos los erráticos resultados de la incompetencia de los Castro, pese a los fabulosos subsidios soviéticos y al haber heredado una de las economías más prósperas en Latino América en 1959, misma que han hundido y pulverizado con inclemencia, tienen un chivo expiatorio a quien cargar con la responsabilidad: el “imperialismo” norteamericano.

De inmediato, en un ejercicio modélico de neohabla, los servidores de la dictadura dentro de la isla se regocijaron declarando que esa designación era "una clara confirmación de respeto al comprometido y activo desempeño de nuestro país en defensa de la verdad y la justicia". ¡Cosa más grande, caballero!

Porque resulta que, hasta una remodelación de dicho organismo ocurrida en el 2006, la dictadura militar de los Castro era frecuentemente señalada y condenada en dicho Comité por sus reiteradas violaciones a los derechos humanos. Y un par de semanas previas a su elección, los Castro negaron el ingreso de un relator de esa misma comisión con el encargo de investigar la situación de los derechos humanos en la isla.

El personero de los Castro en el organismo, Rodolfo Reyes Rodríguez, asumió la vicepresidencia del Consejo, con la defensa elogiosa del personero de Chávez, Germán Mundaraín Hernández, quien señaló que, entre los méritos de Reyes Rodríguez, estaba su solidaridad con la causa de los más necesitados, que dada la situación de calamidad de la economía cubana y la ineficiencia de los Castro, deberemos entender como “solidaridad con la causa de los Castro”, no más de ahí.

Lamentable es que países como México, Perú y Costa Rica se sumaran a una iniciativa inmoral. Esa carencia de respeto a principios, valores y conceptos morales, ese imperio del relativismo y del “na´e´na´”, del todo vale, es una derrota de la democracia y los derechos humanos para el continente y el mundo.

No importa cuánto se ufanen los Castro de este sinsentido. Y menos que proclamen, orondos, que esta decisión endosa su política inhumana y antidemocrática. Su dictadura sigue siendo la única lacra que pervive de las tiranías militares que asolaron la región. Su inepto desempeño, la demostración de que el modelo económico y político que proclaman es un fracaso. Sus resultados, un calvario insoportable en que languidece y malvive el pueblo cubano.

Este tipo de sinsentido, de disparate, con los Castro no es nuevo. Fidel es el secreto héroe o modelo de muchos políticos latinoamericanos que querrían imitarlo en ese afán mezquino de centralizar y aferrarse al poder, sin importarle la opinión de nadie. Que haya descalabrado a Cuba poco les importa. Total, él no lo siente: puede tomar un yate e ir a pescar langosta con García Márquez, pues maneja Cuba como su finca personal, y a los cubanos como esclavos solícitos para sus aventuras y dislates.

Un ejemplo anterior fue el de 1979, cuando fue electo nada menos que presidente de la Conferencia de Naciones No Alineadas. Él, precisamente él, alineado hasta los tuétanos con el feroz imperialismo soviético, iba a representar a las naciones que no estaban vinculadas a los dos grandes bloques políticos: el occidental, encabezado por Estados Unidos y las naciones de la OTAN, y el soviético, encabezado por la URSS. Así, aquel intento de unir las sardinas para conversar con los tiburones políticos terminó por quedar engullido por el peor de los dos tiburones con la anuencia de los forjadores originales del movimiento.

Como tanto gusta en las tiranías, la elección fue… ¡por aclamación! Eso permite observar quién se salta el guión y desentona. Y es que hay frases que las tiranías aman: decisión unánime, aclamación popular, son algunas de ellas.

Esta insensata decisión revela la inoperancia de organismos minados por representantes de regímenes autoritarios, totalitarios y corruptos, que desvirtúan el sentido y objetivo de dichas instituciones. Sólo risa puede dar el encargar a un personero de la única dictadura militar sobreviviente en América Latina para que “promueva el respeto a los derechos humanos”, cuando esa misma dictadura fue merecidamente denunciada una y otra vez por sus repetidas violaciones de esos mismos derechos.

A un troglodita general dominicano, Belisario Peguero, a quien se le asignó la jefatura de la Policía Nacional, se le ocurrió enganchar a conocidos ladrones a la misma, con la idea de que no hay cuña peor que la del mismo palo. Así que Belisario dio autoridad, arma y poder a gente que ya había probado la vía fácil de despojar a otros de lo suyo, en vez de producirlo. Desde ese tiempo hasta ahora tienen que estar constantemente echando gente de la PN y no hay banda en que no estén uno o dos policías o militares envueltos.

Sin dudas, una “lógica” igual es la que originó esta desquiciada elección. Sólo Cuba y Venezuela tienen presos políticos ahora mismo en América. Son las dos feas manchas del continente. Afortunadamente, el tiempo a ambos regímenes se les acaba. En Venezuela el escándalo de más de 100 toneladas de alimentos podridos muestra la peor de las incompetencias. Más de 2,000 millones de dólares perdidos y todo igual (salvo que en un acto de inmoralidad e inhumanidad, intentaron donar alimentos dañados al pueblo haitiano, una forma de disimular la ineptitud y agravar el padecimiento de nuestro vecino país). En Cuba, el tiempo está en cuenta regresiva para la oprobiosa y mediocre tiranía de los Castro, cuya caída es inevitable, para fortuna del pueblo cubano.

Mientras, cantemos con Celia: “No, no hay que llorar, que la vida es un carnaval”. Y el Consejo de Derechos Humanos de la ONU también.