martes, 28 de febrero de 2012

EL ARTE DE PROMOVER, POR AQUILES JULIÁN


El arte de promover

Por Aquiles Julián

“Sólo hay dos palancas que mueven a los hombres: el interés y el miedo”

Napoleón Bonaparte

La actividad más importante en un negocio, en particular en uno de mercadeo en red, es promover.

Estar en constante promoción es una cualidad que hay que aprender a desarrollar. De ahí que vale la pena que la veamos en detalle.

Al promover aplicamos las cuatro formas de comunicación que importan: informar, promover, reconocer y animar.

Informar es compartir datos con otras personas.

Promover es entusiasmar a las personas orientándolas a que actúen. Se concentra en provocar una acción de la otra persona.

Reconocer es destacar y valorar las respuestas positivas y los comportamientos de esas personas.

Animar es reforzar ese curso de acción, importantizando sus beneficios y lo ya alcanzado.

Es inteligente mantenerse informando, promoviendo, reconociendo y animando a las personas con las que interactuamos.

Aquí es oportuno siempre preguntarnos: ¿Qué puedo informar? ¿Qué tengo que promover? ¿Qué conviene reconocer? ¿A quiénes debo animar?

De hecho, al establecer un contacto o “momento de la verdad” (es cuando construimos y fortalecemos la relación interpersonal), nos conviene aplicar los cuatro pasos: informar, promover, reconocer y animar. Eso hasta que se produzca casi de manera refleja. Siempre tenemos algo que informar, algo que promover, algo que reconocer y algo sobre lo que animar.

¿QUÉ SIGNIFICA PROMOVER?

Es mover a las personas de manera productiva. Al promover nos enfocamos en generar una acción productiva, sea de consumo o sea de movimiento de volumen, así como que se integren y participen en una actividad cuyo fin directo o indirecto es productivo.

Es “persuadir a las personas para que actúen”.

Promover implica “dar a conocer” (informar), pero igual “recordar”, “refrescar”. Implica “interesar” al igual que “motivar a actuar”.

Desarrollar la capacidad de influir en las conductas de las personas es clave en los negocios, pues de eso trata todo. La esencia de los negocios es lograr influir positivamente en las conductas, elecciones y preferencias de las personas, pues eso es lo que significa lograr un cliente o hacer un socio, que son las dos vías de crecer en los negocios.

Para influir en la conducta de otra persona tenemos que:

1. Conocer qué le atrae y qué le repele

2. Explorar sus expectativas

3. Indagar sus aspiraciones

4. Conectar nuestros productos o modelo de negocio con esas expectativas y aspiraciones, vinculándolos a lo que le atrae y le repele (que es conectar con su fuente de motivación).

5. Clarificar qué imágenes positivas y negativas concretan sus aspiraciones y sus rechazos

6. Conectar emocionalmente con esa persona

7. Lograr que entiendan que hay un camino que le conduce a lo que quieren y a alejarse de lo que no quieren

Las personas se mueven por sus propias razones, no por las nuestras. Napoleón escribió: “Cada uno de los movimientos de todos los individuos se realizan por tres únicas razones: por honor, por dinero o por amor.” Conocer esas razones, valorarlas, concretarlas en imágenes relevantes, conectarlas con nuestros productos o el modelo de negocio (si estamos desarrollando un cliente o si estamos desarrollando un socio), y alimentar su conciencia con la creencia de que puede alcanzar sus sueños y alejarse de lo que la preocupa o molesta.

¿POR QUÉ ES IMPORTANTE?

Todo negocio se fundamenta en la relación y la influencia. Toda relación es al mismo tiempo un acto de interinfluencia personal. Influimos y somos influidos.

Desarrollar las habilidades interpersonales es tan importante como desarrollar las habilidades intrapersonales, las de uno con uno mismo.

Esas capacidades intrapersonales implican la conciencia personal, el darse cuenta; el enfoque o prioridad en la conducta; la claridad en valores, principios y normas; el autorresponsabilizarse de la propia conducta y desrresponsabilizarnos de las conductas ajenas (en la medida en que sólo controlo la propia y no tengo ningún tipo de control sobre la ajena, por lo cual debo entender, respetar y aceptar las elecciones y decisiones del otro y simplemente dedicarme a encontrar a aquellas personas que tienen elecciones y decisiones similares a las mías y puntos de vista coincidentes con los míos, en vez de tratar de “convencer” y torcer la voluntad de los que discrepan o poseen puntos de vista opuestos).

Y dentro de estas capacidades intrapersonales es destacable la de resiliencia, la que implica mi capacidad de reponerme de las frustraciones y caídas, de reponer mis energías y levantarme de nuevo, conociendo que todo logro implica fallar, equivocarse, cometer errores, pues es parte del proceso de aprendizaje y perfeccionamiento que lleva a la maestría.

Las capacidades interpersonales, a su vez, implican comunicación, liderazgo, carisma, hacer equipo y actuar de forma concertada, tolerancia y valoración del otro.

La comunicación, por ejemplo, implica menos hablar y más escuchar, entender al otro y aprender que nuestros distintos referentes (cultura, crianza, experiencias, saberes, etc.) puede constituirse en una fuente de malentendidos, pues lo que digo (a partir de mi cultura, experiencia, crianza y saberes), será interpretado por mi interlocutor a partir de su propia cultura, experiencia, crianza y saberes, que no son los míos y, por lo tanto, puede inducir a que se creen malas interpretaciones.

De una región a otra, de un país a otro, palabras, gestos y temas que en un lado tienen una significación varían a otra. No existen referentes universales, sino que siempre son locales y, más aún, particulares, pues al final interpretamos a partir de nuestros referentes.

Impactar en otros, lograr su respeto, apoyo y cooperación son factores claves del liderazgo: los demás tienen que sentirse representados, expresados y positivamente dirigidos hacia el logro de sus propósitos e intereses.

Sólo se sigue a aquel que nos muestra un camino para el logro de nuestros propósitos. Todo líder canaliza las aspiraciones de cada uno de sus colaboradores. Sólo en esa medida es que se acepta el liderazgo de alguien.

Desarrollar, pulir y perfeccionar las cualidades y competencias intrapersonales e interpersonales es lo que hoy llamamos desarrollar nuestra inteligencia emocional.

En tanto los seres humanos somos seres emocionales más que racionales, tenemos que conectar desde el corazón más que desde la fría lógica, sin quitarle a esta también su papel y valor.

Pero todo entendimiento es emocional, más que racional. Sólo cuando emocionalmente entendemos algo, en sus implicaciones positivas y negativas, en su impacto en nuestras vidas, alcanzamos la suficiente energía para actuar y sostener la acción. La simple comprensión intelectual no es capaz de hacerlo, porque la energía dimana de la emoción, más que de la lógica.

¿A QUIÉN LE PROMOVEMOS ALGO?

A toda persona con la que interactuemos.

Promover tiene que estar en la base y el corazón de nuestras interacciones.

En tanto no soy responsable de la respuesta ajena, sino de mi propia conducta, me conviene siempre estar promoviendo al margen de cómo reaccione la otra persona a lo que le promuevo.

Si lo hago, siempre obtengo algún tipo de ganancia, aunque sea imperceptible.

El mantenerme promoviendo; es decir, induciendo a las personas a moverse en una dirección que es productiva para ellas y para mí, que es el sentido que hemos dado al concepto promoción, va creando en mí un hábito: el hábito de promover.

Ya de por sí eso es una inmensa ganancia.

Por otro lado me posiciona: obtengo en la mente de mi interlocutor un espacio que me asocia a un tema importante para el logro de mis metas. En la mente de mi interlocutor mi nombre y persona se asocia a lo que promuevo, de manera que obtendré que cada vez que se piense en eso, se piense de inmediato en mí. Esa es la esencia del concepto posicionamiento.

Hay una serie de temas con los que conviene que nos asociemos: salud preventiva, ahorro en el hogar, control de peso, cuidado personal, belleza, protección del medio ambiente, consumo inteligente, negocios en red, economía del siglo 21, ingresos adicionales, etc.

¿Cómo hago para asociar mi nombre y persona a esos temas? Simple, de manera continua informo, promuevo, reconozco y animo sobre estos temas. Busco siempre tener una información valiosa qué compartir, una actividad o evento qué promover, una conducta de mi interlocutor qué reconocer y una acción que le animo a emprender, siempre todo con una sonrisa y un tono desenvuelto, alegre y positivo.

La manera en que promuevo determinará en mucho el tipo de respuesta que cosecharé, más que el contenido en sí. Eso lo veremos más adelante.

Al actuar de manera reiterada, continua, informando, promoviendo, reconociendo y animando en torno a esos temas, las personas asociarán nuestro nombre y persona a esos temas y cada vez que surjan en su mente o en una conversación que sostengan, nuestra imagen y nombre se suscitarán de inmediato en sus mentes. Nos habremos posicionado en ellas gracias a nuestra promoción constante.

Todas las personas son útiles y valiosas.

Unas serán nuestras socias, unirán sus vidas a las nuestras en la construcción de ingresos adicionales y de libertad financiera; otras serán nuestras clientas, al entender los múltiples beneficios que obtienen de los productos y servicios que representamos y distribuimos. Y otras serán personas que nos referirán y nos ayudarán a ampliar nuestra base de socios o de clientes. Por último, están aquellas que nos serán útiles para practicar y pulir nuestras habilidades explicativas y nuestra capacidad de superar objeciones y fortalecerán nuestro carácter frente al rechazo.

De todas, como vemos, sacamos beneficio. Todas son útiles y valiosas para nuestros propósitos.

En tanto sólo somos responsables de nuestra propia conducta y nunca de las conductas ajenas (aunque podamos influir en ellas por el principio de acción y reacción), independientemente del tipo de respuesta que se obtenga, lo que está bajo mi control y responsabilidad es el promover.

Posponer, desistir o rehuir el promover excusándome en las respuestas que suscito (que son responsabilidad del otro y no mía, porque no las controlo, sólo controlo mi propia conducta), es dejar que las conductas ajenas influyan en la mía, cuando lo que nos conviene lograr es exactamente lo opuesto: que la conducta mía influya en la de otros.

Así, entiendo que mi tarea es promover. Y sé que el enfoque en promover va a provocar en su momento el tipo y nivel de respuesta que me interesa.

Sólo tengo que insistir en mi enfoque y ampliar el número de personas sobre las que ejerzo mi acción: promover, promover, promover.

¿QUÉ PROMOVER?

Todo lo que sea promovible en función de nuestros propósitos.

Así como les promovemos a todos, promovemos todo.

Promovemos la salud preventiva, bajar de peso, ahorrar en el hogar, proteger el medio ambiente, educarse, pensar y actuar de manera positiva, la autoestima, el cuidado personal y todos los temas constructivos y útiles para el ser humano.

Promovemos los beneficios, ahorros y aplicaciones de los productos y servicios que distribuimos y representamos.

Promovemos las actividades y los eventos, invitando, edificando a los expositores, el ambiente, el equipo, la asociación.

Promovemos la idea de la independencia y la libertad financieras, el modelo de negocio, su adecuación a la nueva economía, la respuesta que este tipo de negocio ofrece a los riesgos y desafíos de la crisis económica, la oportunidad de prosperar y cambiar el guión de perdedor que se prescribe para la mayoría de las personas (y para nosotros).

Promovemos el que las personas y las parejas tengan metas, actúen con enfoque, tengan un plan y un camino para salir adelante, que cambien y mejoren sus hábitos y actitudes, que aporten y se comporten como mejores individuos y ciudadanos.

Promovemos el cambio personal y actitudinal a través del ejemplo. Promovemos el liderazgo, la asociación, el ambiente constructivo, las relaciones positivas, de mutuo apoyo.

Promovemos la conciencia del cambio de paradigma de la economía, de la industrial a la economía del conocimiento, los nuevos modelos productivos que emergen, la cultura digital y las redes sociales.

Promovemos la cultura emprendedora, el trabajo inteligente, la construcción de redes y todo lo que contribuya a la formación de un individuo capaz de asumir el control financiero de su vida y su economía, a través del modelo de redes de distribución.

No sólo promovemos todo esto con entusiasmo. También nos convertimos en ejemplo viviente de los resultados que esto produce en las vidas de quienes nos comprometemos en este curso de acción.

Ya sabemos que un resultado palpable vale más que mil discursos.

¿CÓMO PROMOVER?

La forma en que promovemos es tan importante como el qué y el cuándo promovemos.

Siempre que promovemos tenemos que partir de una expectativa de respuesta positiva, al saber que siempre ganamos, nunca perdemos.

Al promover tenemos cuatro opciones de ganar: obtener un socio, obtener un cliente, lograr que alguien nos refiera y recomiende o practicar y pulir nuestras habilidades y fortalecer nuestro carácter frente al rechazo.

Todas son ganancias, independientemente del tipo de respuesta que cosechemos.

Si siempre gano (y siempre gano), mi trabajo es intensificar y mejorar continuamente el promover.

Mis expectativas positivas se fundamentan en que siempre obtendré una ganancia del acto de promover. Lo opuesto también es real, siempre me perjudicará el no promover, pues lo menos es que pierdo una oportunidad irrecuperable de hacerlo.

Además de mis expectativas, es importante la manera en que promuevo.

Siempre es bueno hacerlo con una sonrisa, en un tono alegre, desenvuelto, descomplicado. Y dentro de un intercambio que implique además información, reconocimiento y ánimo.

Tenemos que entender la lógica de la publicidad: un mensaje, para entrar inicialmente en la mente, tiene que impactar mínimo tres veces al receptor. Y luego tiene que impactar varias veces más antes de que pueda influir en su ánimo y producir un cambio en el patrón de conducta.

Debido a eso es que las corporaciones invierten sumas multimillonarias en publicidad. Necesitan no sólo mensajes llamativos sino también el que estos se repitan el número de veces suficientes como para producir un efecto en los receptores de la comunicación.

Por igual, nosotros tenemos que sostener nuestro trabajo de promover en el tiempo, pues el hecho de que le promovamos algo a alguien no significa que esa persona esté receptiva a lo que le promovemos.

La atención humana es voluble, limitada y está siempre dividida entre el estímulo externo (en este caso nuestra labor promocional), y los intereses internos particulares del receptor, que pesan más sobre él que lo que posiblemente estemos diciéndole. De ahí que muchas veces, ni nos están prestando atención.

La repetición, confirmar que se nos escuchó y se nos entendió, reforzar la comunicación presentando la información de forma diferente y vinculándola a las expectativas, intereses y aspiraciones del receptor son recursos valiosísimos al promover.

Es ingenuo suponer que porque lo dijimos se nos escuchó, se nos prestó atención, se entendió y mucho menos se importantizó lo que dijimos.

Hay que promover con inteligencia, creatividad (para que el mensaje no se desgaste) y con perseverancia, hasta alcanzar nuestro objetivo.

Si nos ocupamos en que toda interacción esté normada por una actitud positiva y constructiva, por aportar y agregar valor introduciendo información relevante, entusiasmo, ánimo y reconocimiento, con sonrisas y tonos cordiales y de buena voluntad, aseguramos el máximo impacto en el otro de nuestra acción promocional.

Añadamos aplicar las tres leyes del liderazgo y el carisma: reconocer en el otro una capacidad o destreza; elogiar en el otro una conducta; valorar al otro en su importancia y significación social, lo que contribuirá a crear en el otro una predisposición positiva a nuestros mensajes.

El cómo decimos las cosas vale tanto como el qué decimos.

El cómo establece un enlace con la inteligencia emocional de nuestros interlocutores, no sólo con sus inteligencias racionales.

¿CUÁNDO Y DÓNDE PROMOVER?

En todo momento y en todo lugar. La promoción es una tarea de 24 horas. Nuestras interacciones tienen que estar repletas de promoción, pues es la manera de alcanzar diferenciación y posicionarnos.

Claro, toda promoción tiene que combinarse con información, reconocimiento y ánimo al otro. Y tiene que hacerse con una sonrisa, con alegría y de manera descomplicada, natural.

No es sensato desaprovechar la oportunidad de promover.

Debemos entretejer nuestro trabajo promocional con la aplicación de las tres leyes del liderazgo y el carisma: reconocer, elogiar y valorar.

Las personas tienen hambre de ser reconocidas, elogiadas y valoradas. Al nosotros darles lo que en Análisis Transaccional llaman “caricias positivas” (palabras de reconocimiento, elogios y palabras de valoración) creamos en las mismas un ánimo receptivo a nuestras palabras.

Entonces, y sólo entonces, tras haber preparado el terreno, es el momento de promover.

Y lo hacemos partiendo de los intereses, propósitos, motivación y aspiraciones de las personas, que tenemos que explorar y conocer para realizar interacciones que tengan sentido para ellas.

Es lo que muchas veces se denomina “conocer los sueños de la otra persona”.

La tarea de promover es vincular lo que promovemos al interés y la intención de la otra persona de alcanzar sus metas y sueños.

Le mostramos una manera, un vía, un camino para ir de donde está a donde quiere estar. Para moverse en la dirección de sus aspiraciones.

Muchos desisten o renuncian a lograr metas por las dificultades o “imposibilidades” que ven de que puedan lograr sus objetivos.

Y no sólo por los inconvenientes inevitables que siempre aparecen en el camino, sino también por la falta de fe en sí mismos y los no menos punzantes efectos del rechazo de parientes, pareja y amigos a lo que nos proponemos.

La falta de carácter, el arredrarse ante los inconvenientes, el rajarse o desertar hace que muchas personas no sientan ánimo en soñar y aspirar. Eligen perder sin siquiera echar la pelea.

De ahí la importancia de recordarle a las personas que ellas pueden y que creemos en ellas. El papel que juegan las tres leyes del liderazgo y el carisma: le ley del reconocimiento, la ley del elogio y la ley de la valoración, son inestimables. Todos necesitamos retroalimentación en esas áreas.

DESARROLLAR NUESTRO PERFIL DE PROMOTOR

El proceso de promover de forma incensante, continua, irá creando un hábito en uno que le forjará su perfil propio de promotor.

Todo negocio, no sólo uno de distribución o mercadeo en red, sino cualquier actividad de carácter lucrativo o comercial, implica construir relaciones con otras personas y lograr que esas personas colaboren y hagan equipo con nosotros.

En la actividad productiva tradicional, las personas y organizaciones interactúan y cooperan como suplidoras, fabricantes, distribuidoras o consumidoras.

En la distribución en red las personas interactúan como suplidora (la Corporación), asociadas y clientes/consumidoras.

En todos los casos, el éxito depende en mucho de nuestra habilidad y capacidad de congregar y coordinar voluntades para una acción concertada. Y ello es el propósito de nuestra acción de promover.

Sacar a las personas de su actitud pasiva, reactiva, indiferente demanda de construir con ellas relaciones en que se imperen el respeto, el aprecio, la confianza y la credibilidad.

No es algo que se obtenga de hoy para mañana. Toma un tiempo alcanzar los niveles suficientes de respeto, aprecio, confianza y credibilidad que lleven a una persona a salir de su modorra, de su pasividad, de su zona de confort y les animen a tomar una acción.

Muchas veces nos desesperamos porque eso no ocurre cuando queremos. Pero si no ocurre, nos guste o no, es simplemente porque todavía no nos lo hemos ganado. Nos falta trabajo por hacer.

No es cuestión de desesperarse, es cuestión de construir más aprecio, respeto, confianza y credibilidad hasta alcanzar el punto de inflexión en que el comportamiento varía.

A eso contribuye en que apliquemos de manera sistemática las tres leyes del liderazgo y el carisma y la promoción continua.

Sumemos a ellas las diez frases positivas que Rich De Vos recomienda y que son diez potentes recursos para construir relaciones productivas y positivas con otras personas.

Recordemos, igualmente, que en toda interacción humana siempre ganamos. Lo único que tenemos es que aceptar que no somos responsables de la respuesta ajena, sino de la acción propia. Pero que lo mínimo que podemos sacar de una interacción es fortalecer el carácter y aprender a reaccionar al rechazo. Y esa es una gran ganancia, pues los ganadores son los que aprenden a superar ese tipo de respuesta.

EL ARTE DE PROMOVER

La promoción siempre tiene un componente a corto plazo, uno a mediano plazo y uno a largo plazo.

Al promover el principal cliente y beneficiario de nuestra acción es uno mismo.

Nos vamos puliendo, forjando, construyendo y perfilando en la acción cotidiana de promover.

Las personas a nuestro alrededor: pareja, familiares, vecinos, amigos, compañeros de estudio o de trabajo, conocidos o circunstantes ocasionales, incluyendo contactos por la red, son nuestro material de trabajo.

Sobre ellos aplicamos nuestras habilidades y destrezas de promover.

¿Nuestro propósito? Influir en ellos para que emprendan una acción productiva en su propio provecho y en el nuestro.

A corto plazo buscamos que las personas prueben algo, adquieran algo, asistan a algo, participen de algo, entiendan algo y compartan algo.

Y medimos el éxito o no éxito de nuestra tarea en función de si la acción que buscábamos producir se desencadenó o no.

Esto es cuantificable. Y nos conviene cuantificarlo.

Si invitamos a una persona a acompañarnos a una actividad: ¿fue o no fue? ¿Cómo reaccionó? ¿Cuál es el siguiente paso?

Nuestra acción de promover tiene también un componente a mediano plazo: ir cambiando, mejorando, ampliando la percepción positiva de nuestro entorno social hacia nuestras propuestas o productos, a través de construir relaciones positivas basadas en imperen el respeto, el aprecio, la confianza y la credibilidad.

El componente a largo plazo de la promoción tiene que ver con uno mismo y con el equipo que uno va formando. Estriba en el cambio personal y en el ejemplo que uno es capaz de inspirar en otros, induciéndoles por igual a cambiar.

El arte de promover es, también, el arte de aprender y compartir información y experiencias.

Aprender a promover se aprende promoviendo y observando en cómo reaccionan las personas a las que les promovemos a nuestras palabras. Haciendo ajustes y cambios, mejorando, puliendo y repitiendo lo que nos funciona.

Para informar, tenemos que aprender. Y eso nos hace cada vez más preparados, lo que refuerza nuestra credibilidad y fiabilidad frente a nuestro público.

La acción de promover está en el corazón mismo de nuestra actividad de negocio. Es su eje. Es hablar con un propósito, una razón, un sentido y un objetivo a lograr, con otros.

Es saber que siempre ganamos al hacerlo.

Y que nuestra tarea al promover no es sólo influir en las conductas de otros, sino también el encontrar a quienes harán causa común con nosotros y, junto a nosotros, construirán para sí y sus familias un porvenir de éxito.

Cambiarán la historia familiar. Y ya ese es un premio extraordinario a nuestro propósito de volvernos maestros en el arte de promover.

lunes, 20 de febrero de 2012

POR QUÉ NOS DESANIMAMOS Y NOS FRUSTRAMOS

Por qué nos desanimamos y nos frustramos

Los orígenes de la pérdida de entusiasmo y cómo actuar cuando ocurra.

Por Aquiles Julián

“Nada se parece tanto al orgullo como el desánimo”

Henri-Frédéric Amiel

¿Por qué paramos y desistimos? ¿Qué nos hace abandonar y renunciar? ¿Cuál es la causa del desánimo y la frustración?

Muchas personas somos víctimas de nosotros mismos. Algunos, incluso, hemos llegado al extremo de renunciar a soñar y tener aspiraciones, convencidos de que nacimos para perder. Y nos resignamos.

¿Por qué sucede esto? ¿Cómo podemos evitar caer en esa trampa? ¿Cómo mantener el entusiasmo en momentos de aparente estancamiento?

El desánimo ocurre cuando hay una brecha que se nos antoja insuperable entre nuestras expectativas y nuestros resultados.

Esperamos 10 y obtenemos 2, 1 ó 0 y eso nos frustra.

Consideramos que el resultado obtenido es nimio en comparación con nuestro esfuerzo.

¿A qué se debe que eso ocurra? Desconocer los mecanismos que dan origen la frustración y nos provocan abandonar la carrera puede destruir nuestras posibilidades de éxito.

Debido a eso, he querido esclarecer qué sucede en nosotros, qué información nuestros resultados nos envían, cómo tenemos que interpretar lo que nos sucede y cuál es la acción inteligente y sensata a emprender.

Tras evaluar y meditar sobre lo que aquí expongo, cada quien saque sus propias conclusiones y tome sus decisiones. Pero no olvide que toda decisión nos conduce a un resultado. Y son los resultados los que, al final, cuentan.

HAY QUE APRENDER A TENER ÉXITO

Toda la vida es un proceso de aprendizaje. Y si queremos tener éxito, tendremos que aprender a tener éxito. Nadie nos libra de pagar el precio de aprender. Y el precio de aprender es intentar-fallar-reintentar-volver a fallar-mejorar y afinar-volver a intentar hasta ir perfeccionando la acción y alcanzar la maestría y el éxito.

El asunto es que nos gustaría que ese proceso de aprendizaje sea más breve de lo que es. Pero es como si quisiéramos tener un hijo a las dos semanas de embarazar a nuestra pareja. Nuestra impaciencia no va a hacer que las cosas marchen más deprisa. La Ley del Proceso: todo logro toma un tiempo y un esfuerzo sostenido, no podemos obviarla ni soslayarla. De hecho, nuestra impaciencia puede retardar y abortar el proceso, pero nunca acelerarlo.

El asunto es que venimos con nuestras necesidades, urgencias, presiones financieras, sociales, personales, y queremos que las cosas ocurran más rápido de la cuenta. Forzamos para apresurar los resultados. Y muchas veces esa presión aleja a personas que podrían ser claves, pero a las que queremos llevar a una velocidad que se ajusta a nuestras expectativas, pero no a las de ellas.

Tenemos que aprender, pero no nos interesa pagar el precio del éxito. Y sin pagar el precio ¿cómo tener éxito?

Brian Tracy recalca: “El futuro pertenece a los que están capacitados. Pertenece a los que son muy, muy buenos en lo que hacen. No pertenece a los que tienen buenas intenciones.” Si queremos ser dueños de nuestro futuro, tenemos que desarrollar capacidad.

El desarrollo de una habilidad o competencia, sea cual sea, pasa por una serie de etapas.

Comienza en la incompetencia inconsciente: no sabemos algo y tampoco sabemos que no lo sabemos. Eso no existe para nosotros. Tenemos incompetencia inconsciente de todo aquello que ignoramos que ignoramos, que es mucho. Y vivimos sin que ello nos mortifique ni preocupe.

Al enterarnos de la existencia de aquello: un idioma, un equipo, una disciplina, etc., pasamos de incompetentes inconscientes a la incompetencia consciente. Sabemos que no sabemos.

Frente a nuestra incompetencia consciente podemos asumir varias opciones: tener una información mínima o elegir no tener ninguna. O prepararnos y desarrollar una competencia en dicho asunto.

Yo sé que soy incompetente consciente en mandarín, turco o coreano, por ejemplo. Por igual en lectura de una radiografía, en operar una máquina de sonografía, en mecánica de vehículo, en ser piloto de un avión y en mil y una cosas que no son, por el momento, prioritarias para mí y que elijo no aprender, para concentrarme en aquellas que sí lo son.

La vida apenas nos permite 24 horas en un día, demasiado poco para dispersarse en mil y una actividades, por lo que elegir y priorizar es fundamental. No puedo hacer todo, pero siempre puedo hacer lo importante.

El reto comienza cuando decido desarrollar una competencia en algo, porque eso me obliga a entrar en un proceso de aprendizaje.

DESARROLLAR UNA COMPETENCIA CONSCIENTE

El proceso de desarrollar una competencia consciente y luego transformarla en una competencia inconsciente, que se produzca de forma automática, es lo que caracteriza a un proceso de aprendizaje.

No es algo intelectual, es corporal. El aprendizaje implica a todo nuestro organismo y nos exige práctica y repetición continua.

Muchas veces, esas prácticas parecen infructuosas. No sentimos que avanzamos porque nos hacemos unas expectativas mayores que nuestras habilidades y destrezas alcanzadas. Y eso nos frustra.

Esa tensión entre las expectativas y nuestras destrezas alcanzadas es la que genera el desánimo, pues entramos en dudas sobre nuestra capacidad de alcanzar el desempeño deseado.

Y simplemente, nuestro nivel de destreza alcanzado lo que nos informa es en qué punto nos encontramos y que necesitamos practicar más. No menos. No desistir, sino insistir.

Así que entramos en crisis.

Se nos olvida aquella genial frase de Henry Ford: “El fracaso es solo la oportunidad de comenzar de nuevo de forma más inteligente.”

Cuando nosotros iniciamos el proceso de entrenamiento o aprendizaje tenemos expectativas, por lo general poco realistas, del esfuerzo y el tiempo que nos tomará lograr el resultado, lo que nos eleva el nivel de energía. Estamos convencidos de que las cosas nos funcionarán. Eliminamos mentalmente cualquier posibilidad de fallo o error.

Esas expectativas de triunfo rápido elevan nuestro nivel de creencia en que podemos y nuestro entusiasmo.

Ahora bien, ¿podemos? Sí. ¿Todo será tan fácil? No.

Pero tenemos que estar claros en que si persistimos, nada ni nadie impedirá que alcancemos el resultado esperado.

La clave, entonces, es persistir cuando queremos desertar.

Abraham Lincoln lo expresó con meridiana claridad: “No le temas al fracaso, que no te hará más débil, sino más fuerte.”

Normalmente, al iniciar el proceso de aprendizaje, la fase de competencia consciente, obtenemos triunfos fáciles.

Así, muchos celebran una pérdida de peso al iniciar una dieta, y eso las anima y entusiasma.

Otros celebran la adquisición de habilidades rudimentarias. Esos logros, de cero a algo, elevan el nivel de creencia, de que sí se puede.

Y también eleva el nivel de expectativas. Creemos que las cosas ocurrirán más rápido de la cuenta.

Y esa es una causa de que entremos en crisis.

EL MOMENTO DE CRISIS

Al elevar nuestras expectativas se amplía, sin que nos demos cuenta, la brecha entre nuestro nivel de destreza alcanzado y nuestro nivel de destreza deseado, lo que produce que sintamos que no avanzamos a la velocidad que aspiramos. Y eso nos crea dudas sobre nuestra capacidad de alcanzar nuestras metas.

Ahora bien, ¿qué nos enseña esa crisis, esa frustración? Que nuestro nivel de destreza todavía no llega al nivel que aspiramos, que nos falta aprender, practicar, mejorar.

¿Eso es malo o bueno? Indudablemente bueno, aunque no sea lo que nos guste en el momento.

Es una información, una retroalimentación, sobre una realidad: todavía nos falta por avanzar.

Oprah Winfrey lo verbalizó magistralmente: “No hay fracasos, sólo lecciones por aprender.”

Si yo empiezo a estudiar inglés y a los cuatro meses quiero conversar, voy a encontrar que mi nivel de comprensión fonética, mi vocabulario y mis destrezas de conversar están muy limitados.

Ahora bien, ¿qué significa esto? ¿Qué no estoy en capacidad de aprender a hablar y entender el inglés? No, significa que me falta mucho que aprender y practicar para un desempeño eficiente en esa lengua.

Si, frustrado porque no hablo inglés apropiadamente, me digo que soy torpe, abandono el estudio y la práctica, entonces retrocederé y perderé todo el territorio ganado.

¿Es esa una conducta inteligente? ¡En modo alguno!

Más bien soberbia. Un niño angloamericano ¿habla inglés a los cuatro meses? ¿Al año? ¿Por qué si hijos de norteamericanos o ingleses no hablan en un año o dos años fluentemente el inglés, yo pienso que a mí sí se me “debe” permitir tal privilegio?

San Agustín escribió, acerca de la soberbia: “La soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano.”

Un momento de crisis es simplemente una retroalimentación que la vida nos aporta del nivel que hemos alcanzado. Y nunca nos debe llevar a desistir, pues lo que nos informa es que tenemos que persistir y que nos falta camino por recorrer.

El asunto es que muchos, dejándose arrastrar por la soberbia, la frustración y la irritación, desertan y mandan todo a la porra.

Así, se rompen carreras, se abandonan negocios, se paran dietas, se renuncia a aprender un idioma, una habilidad, se destruyen posibilidades y se ingresa en el grupo de los frustrados que tienen mil y una explicaciones para justificar algo que no fue más que su falta de entender la ley del proceso. Y la Ley del Tope.

LA LEY DEL TOPE

La Ley del Tope indica que nunca vamos a llegar más alto que nuestro tope mental. Y que si lo sobrepasamos, retrocederemos al nivel del tope que tengamos. Y ese tope mental está determinado con nuestra visión y nuestras capacidades.

¿Cuál es nuestro tope? ¿Cómo podemos expandirlo?

Desafiar nuestros topes es una tarea clave en el crecimiento.

El coach norteamericano y escritor Pat Riley lo deja entrever con claridad al sentenciar: “¿Qué se entiende por adversidad? Es la escalera que hay que superar para lograr disciplina. Esta disciplina hará que superes tu capacidad con el trabajo diario.”

Una de las cosas más preocupantes es cuando nos convencemos a nosotros mismos de que estamos listos, maduros, para un logro o nivel que la vida no nos concede.

Si la vida no nos lo concede nos está mandando un mensaje: no estamos listos todavía. Necesitamos entrenarnos más.

Pero nosotros quisiéramos recibirlo. Y eso nos hace sentir mal. El asunto es que la vida no nos da lo que queremos, nos da lo que nos merecemos.

Por otro lado tenemos presiones de distintos tipos: financieras, personales, familiares, aspiracionales, sociales, grupales, etc., que influyen en nosotros y nos llevan a sostener nuestras expectativas, esperanzas y aspiraciones.

Pero, ¿nuestro nivel de destrezas respalda esas expectativas, esperanzas y aspiraciones?

Nuestros resultados nos informan una cosa o la otra.

La vida no es justa ni injusta. La vida es. Los resultados de nuestra acción nos hablan de varias cosas:

1. La pertinencia de la misma o su impertinencia

2. La cantidad del esfuerzo

3. La calidad del esfuerzo

4. La continuidad del esfuerzo

5. El nivel que hemos alcanzado por la sinergia de los cuatro factores anteriores.

Podemos patalear, incomodarnos, imprecar, enojarnos con todo el mundo o con nosotros mismos, pero si fallamos en la escogencia del momento oportuno, en la cantidad, calidad o en sostener el tiempo suficiente el esfuerzo, demostramos que todavía no alcanzamos el nivel apropiado para obtener el logro.

Esa es la retroalimentación.

El orgullo, la soberbia, la egolatría nos pueden llevar a asumir una pose altanera, ajena a la humildad, y echar todo a la basura. Desistir. La inteligencia debería llevarnos por un camino más realista y provechoso: aprender de nuestros resultados, ajustar, mejorar y afinar y volver a intentar lograr la meta.

Nuestro tope mental determinará en parte qué conducta asumiremos.

Si nos creemos merecedores y consideramos que la meta se nos debe conceder porque sí, porque somos nosotros dignos de un privilegio, una excepción, una facilidad superior a las que se les otorga a cualquier otra persona, entonces mostraremos nuestra inmadurez y falta de buen juicio.

Sí, por el contrario, los sacudimos el polvo, consideramos que nos falta mejorar y pulir habilidades, ponemos manos a la obra y nos preparamos para desafiarnos de nuevo a alcanzar la meta, mostramos madurez. Y el éxito pertenece a los que están maduros para él.

EL QUE NI LO INTENTA Y EL QUE SE DETIENE

Dentro de esa cultura perdedora tenemos a dos tipos de personas distintas: aquellas que ni siquiera lo intentan, que han aceptado que el éxito no es para ellas, que tienen un discurso justificatorio, que le sirve para racionalizar su resignación a elegir perder como actitud vital.

Se trata de alguien incapaz de soportar la frustración porque sus expectativas quedan cortas. Si las cosas no se le dan con facilidad, se consideran vencidos. No entienden que el proceso de aprendizaje está sostenido sobre una cadena de frustraciones, fallos, errores y equivocaciones.

Es, de hecho, una demostración de increíble infantilidad, típica del niño egocéntrico que no admite que algo no se le dé inmediatamente lo pida.

Mírenlo con la visión de Franklin Delano Roosevelt: “El único límite a nuestros logros de mañana son nuestras dudas de hoy”.

El segundo caso es la persona que dramatiza e importantiza en demasía que las cosas no anden como espera y, sin aparentemente renunciar, deja de esforzarse, como si la meta le llegara por antigüedad en el servicio, al margen de trabajarla.

Es importante que aclaremos lo siguiente: yo soy responsable de mi conducta y mis decisiones, no de las conductas y decisiones ajenas. Así que no puedo cargar con muertos que no son míos. Si alguien falla, si alguien incumple, si alguien se desdice no me tengo que sentir mal, pues fue la conducta de aquel, no la mía, la que falló.

Tampoco tengo, lo admito, acepto y entiendo, el don de convencer a nadie. Puedo aportar un punto de vista, datos, razonamientos, pero no puedo obligar a nadie a asumir un punto de vista, a entender o a aceptar algo.

¿Por qué entonces, deprimirme, preocuparme o molestarme con las conductas ajenas? Es tonto, porque ellas no están bajo mi control ni bajo mi responsabilidad.

Esa actitud responde por igual a una concepción inmadura de la vida: me enojo o me detengo de actuar porque las cosas no se dan a mi gusto.

Lo que sucede es que uno nunca se detiene, uno siempre retrocede.

La vida es un fenómeno dinámico, nunca estático.

O avanzamos o reculamos. Nunca nos quedamos en un punto.

Epícteto, sobre quienes se detienen o desertan, escribió: "Si persistes en la misma resolución y quedas en el mismo estado, serás objeto de admiración; al contrario, si mudas de resolución, lo que has hecho sólo será causa de burlas y escarnio."

Parar de actuar es retroceder, aunque pensemos lo que nos dé la gana pensar.

PRUEBA, OPERACIÓN, PRUEBA, SALIDA

¿Cómo uno construye su maestría: el nivel de la competencia inconsciente? Por pruebas repetitivas que se autocorrigen progresivamente, ajustando, afinando, perfeccionando, mejorando hasta ir puliendo la habilidad o destreza.

No existe ningún otro camino.

El modelo POPS, prueba-operación-prueba-salida, es, de hecho, el modelo de más elegante para describir este proceso.

Iniciamos con una meta, la prueba, que nos fija los indicadores de éxito en cantidad, calidad, tipo, etc. Digamos que mi meta es correr 100 metros en 3 minutos, o cualquier otro objetivo sometido a estándares que nos indiquen el logro. A partir de él realizo una acción, la operación. Al concluir la acción la comparo con el objetivo establecido, la prueba. Al realizar la comparación hay dos opciones: la logré, no la logré. Si no la logré, entonces reviso lo alcanzado versus la meta planeada para evaluar qué tengo que mejorar.

Repito el proceso prueba-operación-prueba tantas veces sean necesarias para ajustar mi acción lo suficientemente bien para que se produzca el resultado deseado.

Para decirlo en una frase de Miguel de Unamuno: “El modo de dar una vez en el clavo es dar cien veces en la herradura.”

Y sólo cuando ese resultado se genera, entonces procedo a Salida.

¿Qué nos enseña este modelo? Que el proceso es uno de autocorrección en el cual la retroalimentación que me dan los resultados, al comparar la operación con la prueba o meta, me permite hacer ajustes, modificar mi acción, afinarla, perfeccionarla, hasta cumplimentar mi objetivo y producir entonces la salida del proceso.

¿En dónde aquí están las exaltaciones de mi ánimo, la frustración, el deseo de abandonar? Sólo son muestras de nuestra pretensión de que el precio a pagar para nosotros sea menor que para otros. Pero el precio es el mismo para todo el mundo. Sólo que unos lo pagan y otros no.

La maestría es el resultado de la repetición incesante, en que vamos mejorando imperceptiblemente (y el término imperceptiblemente es fundamental, no nos damos cuenta durante mucho tiempo de que estuvimos mejorando) nuestro hacer, hasta que esas mejorías diminutas se expresan en un cambio significativo en los resultados.

Ya Aristóteles, el pensador griego, lo expresó con elegancia: "Somos el resultado de lo que hacemos repetidamente. La excelencia entonces, no es un acto, sino un hábito."

LAS DESTREZAS REQUERIDAS PARA CONSTRUIR REDES DE MERCADEO

Las habilidades, competencias y destrezas requeridas para desarrollar organizaciones de mercadotecnia de redes o network marketing son de tres tipos: dominio del producto, dominio del modelo de negocio y dominio de las relaciones interpersonales.

El conocimiento del producto implica su uso, rendimiento, componentes, comparación, costo por uso y otros datos que permitan justificar el beneficio de adquirirlo a un usuario.

La esencia en este aspecto, es entender que la educación es el camino de ganarle usuarios al producto, no la venta. Si alguien lo adquiere sin la debida educación sobre el mismo, ello puede ser contraproducente. Es la educación apropiada la que construye a un cliente satisfecho. Y no se puede educar a nadie sin previamente habernos educados nosotros mismos.

La educación en el conocimiento del producto empieza por usarlo, comprobar su rendimiento, utilidad, aplicaciones, etc., y compartir nuestra experiencia con otros.

El dominio del modelo de negocio es fundamental para poder hacer entender, a personas que han sido domesticadas para ser consumidoras y empleadas, que podrían ser productoras y empresarias.

Pese a los desastrosos resultados que se cosechan como empleados: vejez indefensa, pensiones (cuando las hay) insuficientes, inseguridad y precariedad, la mayoría reproduce el guión de perdedor para el que fueron domesticadas y entrenadas, con la secreta esperanza de cada quien de que a él o ella le irá diferente.

Entender que esa es la realidad nos precave frente a tanta tozudez y a tanta renuencia a aceptar la realidad. Se teme entender que se nos condenó de antemano a perder.

Y, tercero, el dominio de las relaciones interpersonales implica, para empezar, un cambio interno y concomitantemente un cambio externo.

El cambio interno tiene que ver con nuestra actitud, nuestra visión y visión personales, nuestro nivel de convicción y confianza, nuestro entusiasmo y nuestra fe, nuestra determinación y nuestro compromiso.

Todo eso proviene de nuestro real entendimiento del beneficio al otro y a uno mismo de los productos y de la lógica del modelo de negocio, así como de reforzar en uno mismo cualidades, valores y actitudes correctas, constructivas y positivas.

El cambio externo viene de desarrollar las habilidades relacionales: de comunicación, de empoderamiento, de reconocimiento, de liderazgo.

No hay un cambio externo consistente que no se apoye en un cambio interno que lo sustente. De ahí que el éxito se construya de adentro hacia afuera. Desde tu visión, tu misión, tus valores y tus sueños. Desde tu fe y tu entusiasmo. Desde tus creencias y tu compromiso.

Las habilidades sociales, la inteligencia interpersonal, implica entender que la madurez social estriba en privilegiar la interdependencia, como bien lo establece Stephen Covey en Los 7 Hábitos de la Gente Altamente Efectiva.

Mientras la conducta y actitud dependientes reflejan una inmadurez interna, colocamos nuestras expectativas, esperanzas y nuestro futuro en las decisiones de terceros, arriesgándonos (y ya, en Italia, el primer ministro Mario Monti verbalizó una verdad que nuestros gobernantes quieren ocultarnos: “La época de los empleos fijos murió”), la conducta y actitud independientes también expresa inmadurez en la medida en que se corresponden con la de los jóvenes. Es una actitud adolescente a nivel mental.

En realidad, lo inteligente y lo maduro es hacer equipo, construir a partir de la interdependencia.

Las relaciones de dependencia y las de independencia promueven relaciones de subordinación. O somos empleados o somos empleadores. Las relaciones de interdependencia crean relaciones de cooperación: somos personas que se asocian en plano de igualdad para procurar metas comunes, una visión compartida.

CONSTRUIR NUESTRO ÉXITO PULIENDO NUESTRAS COMPETENCIAS

Persistir, mantener la acción, ser consistente, es lo que separa a un ganador de un perdedor. Orison Swett Marden lo expresó tajantemente: “El éxito es el hijo del trabajo duro y la perseverancia. El éxito no puede ser sonsacado ni sobornado, paga el precio y será tuyo”.

Todas las personas que están alrededor nuestro, las conozcamos o no, están ahí para que practiquemos y pulamos nuestras destrezas, habilidades y competencias.

No importan sus respuestas, pues yo no soy responsable por ellas. Ni de sus decisiones. Ni de sus conductas.

Sólo soy responsable de la mía.

Andar, como muchos, “cargando muertos ajenos”, culpándome o responsabilizándome por las decisiones y conductas del otro, no es muy sensato ni inteligente que digamos.

Yo puedo invitar a alguien a que me acompañe, animarlo, promoverle el que lo haga, explicarle con todo el entusiasmo del mundo. La decisión de él o ella no es mi responsabilidad. Yo cumplí cuando invité, animé, promoví o expliqué.

Pero como esa persona no es la única que existe en el mundo, si no acepta mi invitación entenderé que me sirvió para practicar y pulir mis habilidades de invitación, promoción y explicación. Respetaré lo que decida y me enfocaré en otra persona. Para algo Dios puso 7,000 millones de habitantes en el mundo, para que no nos empecinemos con el que no quiere y nos enfoquemos en encontrar al que quiere.

El pueblo ruso suele decir: “Caer está permitido. ¡Levantarse es obligatorio!”. Podemos, momentáneamente, sentirnos un poco tristes o frustrados. Es propio de humanos eso. Pero es patológico cuando dejamos que esa frustración destruya nuestro entusiasmo y nuble nuestro espíritu.

H. W. Arnold sentenció: "La peor derrota de una persona es cuando pierde su entusiasmo."

Deprimirse por las decisiones ajenas es ignorar que no tenemos poder sobre la decisión ni la conducta de más nadie que no sea yo mismo.

Y dejar que las conductas ajenas determinen mi estado de ánimo y comprometan mi determinación de triunfar, es poner mi vida y mi futuro en manos de las decisiones y elecciones que un tercero, no yo, haga.

¿Es eso inteligente? ¿Es sensato? ¿Es lógico? ¡Claro que no!

Si a alguien no le da la gana de triunfar, de sacar a su familia de la precariedad y las limitaciones, de alcanzar sus metas y realizar sus sueños, eso es asunto de esa persona, no mío.

No puedo dejarme contagiar del derrotismo y el abandono de los que aceptan pasivamente ser perdedores.

Mi decisión habla de mí. Y mi futuro depende de mí.

Sé que triunfar implica un precio. Y depende de mí si lo pago o no.

Si otro no quiere, allá él. Eso no me afecta. Cierto es que, como el éxito implica la interdependencia, preciso de hacer equipo con otros, pero esos otros existen, sólo tengo que encontrarlos.

Cada quien se autocalifica en la vida. Y cosecha los frutos de cómo se autocalificó.

Hay dos bandos: los ganadores y los perdedores.

Uno escoge a cuál de ellos decide pertenecer.

Véalo en mi blog: http://elblogdeaquilesjulian.blogspot.com/2012/02/por-que-nos-desanimamos-y-nos.html