lunes, 30 de enero de 2012

LA IMPORTANCIA DE FALLAR


La importancia de fallar

Por Aquiles Julián

A Titi

“Debemos enseñar que no es una deshonra fallar y que se debe aprender a fallar inteligentemente, ya que fallar es el arte más grande del mundo.”

Charles Kettering

Lo más absurdo y estúpido es que nos prohíban fallar. Que fallar y equivocarse provoquen burlas, subestimación, choteo y malestar para el que cometió el yerro. Porque ¿habrá algo más inteligente e importante?

Fallar es un signo de que hubo una acción. Y sólo la acción cambia el mundo.

Sin embargo, vivimos en una sociedad que lapida el fallo, en vez de estimularlo. De ahí tantos paralíticos mentales, presos en su miedo a intentar lo que sea, “por temor a fallar”. Y quien teme fallar, teme aprender.

Nadie mejor para ser citado en este aspecto que Charles Kettering, el inventor estadounidense al que debemos, entre tantos inventos (acumuló 140 patentes en su haber), el motor de arranque.

Y eso, para no recurrir a la famosísima frase de otro héroe mío, Thomas Alva Edison, célebre por su persistencia en intentar, fallar, corregir y volver a intentar, cuando sentenció: “No he fallado 5,000 veces sino que he encontrado 5,000 maneras diferentes de no hacer una bombilla incandescente, y cada una de ellas fue un pequeño paso hacia delante”.

Cuando Erasmo escribió su Elogio de la Necedad de seguro que tuvo en cuenta esta renuencia a fallar que es típica del fracasado. Perseguir el éxito en lo que sea es exponerse una y otra vez al fallo, al error, al fracaso, pues la escalera del éxito está formada por peldaños de fracasos que nos llevan a él. Y no hay otro camino.

Cometer errores es inteligente. Fallar es de genios. Equivocarse sólo lo hacen los más listos. Los demás andan paralizados por sus miedos, repitiendo rutinas inútiles por no exponerse a intentar algo nuevo y distinto. Han sido adiestrados para fallar en sus vidas por su miedo a fallar.

Ya el especialista en finanzas personales Robert Kiyosaki, a quien suelo citar por lo tanto que he aprendido de él, explicó: “Todos sabemos que aprendemos al cometer errores, sin embargo en nuestro sistema escolarizado castigamos a la gente que comete demasiados errores.”

O en palabras de la narradora brasileña Clarice Lispector: “Únicamente cuando me equivoco salgo de lo que conozco y entiendo. Si la "verdad" fuese aquello que puedo entender, terminaría siendo tan sólo una verdad pequeña, de mi tamaño.”

LAS ETAPAS DEL APRENDIZAJE

Aprender, como sabemos, es un proceso, e implica a todo nuestro cuerpo, a todo nuestro ser.

No es un entendimiento puramente intelectual, no es simple comprensión. Es sobre todo comportamental, es acción.

El simple entendimiento, la simple comprensión, sirven de poco si no lo llevamos a la acción. Sólo al actuar transformamos la información en conocimiento, apropiándonosla, adueñándonos de ella, integrándola a nuestro patrimonio de habilidades y destrezas adquiridas.

En tanto proceso, aprender es la construcción de una competencia, una capacidad de hacer.

Abarca, por ende, el intentar, probar, corregir, replantear, modificar, mejorar, afinar, apuntalar, reorientar, afianzar. Es un proceso de autocorrección que se ve fortalecido si contamos con un buen coach que nos asista, con un mentor que nos dé retroalimentación oportuna, pero que puede operar con altísimo nivel de éxito si no contamos con ellos porque tenemos el mejor coach de todos que es el resultado.

Toda acción genera un resultado. Si comparamos ese resultado contra nuestras expectativas, entonces podremos ir ajustando, cambiando, haciendo las modificaciones oportunas, hasta ir logrando que el resultado satisfaga o sobrepase nuestras expectativas. También puede que las desborde y nos dé algo nuevo, no buscado, y de mayor importancia y utilidad, como sucede con la serendipia, el hallazgo fortuito e inesperado que premia a quien actúa e intenta.

Sabemos que el ciclo de aprendizaje empieza por la incompetencia inconsciente: no sabemos que no sabemos, y por ende no buscamos saber, vivimos confortablemente en nuestra crasa ignorancia de ese tema.

Esta situación cambia cuando introducimos una información (que puede ser un pensamiento generado internamente, claro), que produce una disonancia cognitiva y nos genera desasosiego: entramos a la incompetencia consciente: sabemos que no sabemos.

Llegado a este punto se nos abren dos posibilidades: conformarnos con no saber, sea por considerarlo un esfuerzo mayor al beneficio o por no verle utilidad significativa al aprendizaje que nos obligaría el capacitarnos, o exponernos al proceso de aprendizaje con sus prácticas, sus estudios, sus inevitables errores y fallos. Si escogemos el segundo camino, iniciar el proceso de aprendizaje, entonces comenzamos lo que en el ciclo de aprendizaje se denomina competencia consciente.

Este proceso de prueba y error, de ir construyendo en nosotros el nivel de destreza, experiencia e información apropiadas para merecedor los calificativos que la sociedad otorga a quien sabe una disciplina o un tema. O la categoría en que lo ubica, desde técnico a especialista o a maestro en el género. Como enseñó Aristóteles: “La inteligencia consiste no sólo en el conocimiento, sino también en la destreza de aplicar los conocimientos en la práctica.”

Por último, mediante la corrección, la repetición, la automatización ejecucional, iremos alcanzando la maestría, esa aplicación que parece leve, que no requiere mayor esfuerzo, que nace y fluye con gracia, originalidad y espontaneidad, que se nos hace venir de nacimiento, y que es el signo del que se esforzó más, del que se autocorrigió más, del que falló más. El más exitoso, y que se califica como competencia inconsciente. Tan internalizada que el mismo que la posee no sabe cómo explicarla y a veces, ni enseñarla a otros.

FALLAR Y EQUIVOCARSE COMO PARTE DEL APRENDIZAJE

El error no existe, ni el fallo. Existe el aprendizaje.

El error, el fallo y la equivocación existen sólo en relación a nuestras expectativas y deseos. Como aprendí en Programación Neuro-Lingüística, PNL, no existe el fracaso, lo que existe en un resultado no deseado o previsto. Y es una de las maneras en que la vida me retroalimenta.

Una idea semejante la enunció el norteamericano Richard Bach, autor del inolvidable Juan Salvador Gaviota: “No hay errores. Los acontecimientos que atraemos hacia nosotros, por desagradables que sean, son necesarios para aprender lo que necesitamos aprender; todos los pasos que damos son necesarios para llegar adonde hemos escogido.”

Probar, intentar, afinar, perfeccionar, explorar, experimentar son todas verbos activos que asociamos al aprendizaje. El resultado no deseado o insuficiente, que es a lo que llamamos error, fallo y equivocación, cuando no fracaso a secas, simplemente nos indica algo con respecto a la cantidad, calidad y pertinencia de nuestro esfuerzo, de forma que los corrijamos, reintentemos y mejoremos.

Incluso los demás operan de la misma manera. El político británico Edmund Burke escribió a ese respecto: “El que lucha contra nosotros nos refuerza los nervios y perfecciona nuestra habilidad.”

Ese mismo concepto lo aprendí de John Whitmore, con quien me introduje en el coaching allá por 1997. El contrincante es mi aliado, no mi adversario.

El coaching, precisamente, existe el concepto, tomado de Tim Galway, del contricante interior: contra él competimos. Él es el que intenta desalentarnos, complicarnos, hacernos conformistas. Y nuestra tarea es vencerlo llevándonos a un nivel superior de desempeño. Y el contrincante exterior, al exigirnos estar alerta, entrenar más, enfocarnos y esforzarnos, en realidad es nuestro aliado.

Como el experto en artes marciales y actor de cine y televisión Bruce Lee expresó en una ocasión: “No temas fallar. No es fallar, sino apuntar muy bajo el error. Con grandes aspiraciones, es glorioso incluso fallar.”

FALLAR ES PROPIO DEL PROCESO DE ENTRENAR NUESTRAS CÉLULAS

El conocimiento, que siempre es un saber hacer, algo relativo a la calidad del desempeño, es corporal. Y en tanto corporal, celular.

Hoy sabemos que la memoria no se almacena únicamente en el cerebro. Está contenida en todas y cada una de nuestras células. La memoria humana es celular.

Incorporar una información nos lleva a aprender a desempeñar conductas que reflejan esa información y que, por igual, la validan.

Ya el filósofo y político romano Lucio Anneo Séneca, en los primeros años de nuestra Era, sentenciaba: “Necesaria es la experiencia para saber cualquier cosa.” Conocer algo no es un asunto intelectual, de simple entendimiento. Implica aplicación, constatación, validación, y la construcción interna de referencias. Y nada de eso se consigue sin práctica.

Al ensayar e ir afinando una acción capaz de producir un resultado previsto, incorporamos las experiencias, destrezas y elementos críticos de ejecución que diferencian al aprendiz del experto.

El conocimiento es celular.

Y no está limitado a las neuronas cerebrales, ni siquiera al aparato nervioso. Es una cualidad de la célula, de todas las células (y está científicamente avalado). Cómo los doctores Ales Loyd y Ben Johnson destacan en su libro El Código Curativo: “Hoy muchos científicos están convencidos de que los recuerdos se almacenan en las células en todo el cuerpo, y no que estén localizados en un sitio en particular.”

El mismo Séneca insistió en lo siguiente: “No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas.”

Nuestro contrincante interior, el haragán o comodón que todos llevamos dentro, suele mal aconsejarnos para que no emprendamos o para que desistamos.

Desde ese punto de vista, como ya muchos han observado, no existan realmente fracasados sino personas que desistieron, que abandonaron, que se rajaron.

Napoleon Hill, el autor de valiosísimos libros sobre el éxito que recopilan una sabiduría práctica y respaldada por verdaderos logradores, lo dijo en forma bien clara: “Una de las causas más comunes del fracaso es el hábito de abandonar cuando uno se ve presa de una frustración temporal.”

Así fue. Así sigue siendo.

¿POR QUÉ NOS AVERGÜENZA FALLAR?

Fallar en prepararse es prepararse para fallar, reza un dicho sobre el tema.

El perfeccionismo, que es una plaga, busca pegarla al primer tiro, niega la progresión, el proceso. Y es una fuente continua de frustración y dolor.

Errar no es de humanos, es más aún, es propio de personas que aprenden. A quien le molesta fallar, le avergüenza aprender.

John C. Maxwell, la mayor autoridad mundial en el tema de liderazgo, tiene un libro fundamental sobre el tema: El Lado Positivo del Fracaso. Allí escribe: “La diferencia entre la gente mediocre y la gente de éxito es su percepción de y su reacción al fracaso.”

El aceptar el fracaso, fallar, equivocarse, el error como parte consustancial e importante, valiosa e indispensable, del proceso de aprendizaje reduce a niveles aceptables, manejables y correctos el estrés que siempre genera no alcanzar el resultado propuesto.

Entendemos que nos quedamos cortos, aprendemos de nuestra práctica, hacemos correcciones y volvemos de nuevo a intentarlo.

Cada error nos mejora. Nos pule. Nos hace más sabios.

Como Henry Ford, aquel extraordinario inventor y empresario norteamericano, sentenció con mucho tino: “El fracaso es una gran oportunidad para empezar otra vez con más inteligencia.”

El creer vanamente que las cosas tienen que salirnos bien desde el comienzo, que no podemos fallar, que acertar es una medida de nuestra inteligencia (cuando la verdadera medida de nuestra inteligencia es intentarlo, aprender del fallo y reintentarlo una y otra vez), es lo que nos lleva a avergonzarnos de fallar.

De hecho, en el mundo hay menos fracasados que personas que desistieron de volver a intentarlo, aprovechando la experiencia y el saber adquiridos al fallar.

Fue el mismísimo Henry Ford que lo constató al señalar: “Los que renuncian son más numerosos que los que fracasan.”

Y esa renuncia es una demostración de egolatría, de vanidad, de soberbia. Si otros fallan, yerran, se equivocan y fracasan, eso también nos tocará a nosotros, pues es parte de la construcción de la experiencia y el saber humanos. No hay otro camino.

El escritor inglés Charles Dickens lo comprobó al escribir: “Cada fracaso le enseña al hombre algo que necesitaba aprender.”

De ahí que un signo de real inteligencia sea la persistencia, el perseverar en nuestra meta.

Ya el presidente norteamericano Calvin Coolidge escribió unas palabras sobre la persistencia que merecen ser enseñadas una y otra vez a las personas, porque reflejan la construcción de un carácter destinado al éxito: “Nada en el mundo puede tomar el lugar de la persistencia. El talento no puede, nada es más común que hombres fracasados con talento. El genio tampoco, el genio sin premio es casi un proverbio. La educación menos, el mundo está lleno de negligentes educados. La persistencia y la determinación son omnipotentes.”

¿QUÉ TIPOS DE FALLOS NOS CONVIENE EXPERIMENTAR?

Al exponernos a fallar, es bueno que busquemos que el fallo no sea catastrófico, ni destructivo.

La creencia en que no se puede fallar nos lleva a descuidar detalles, a embarcarnos en intentos a gran escala sin haber ensayado un piloto previo y puesto a prueba nuestros supuestos. No desarrollamos un Plan B si las cosas no van como previmos.

No tomamos en cuenta el azar, la casualidad, los imprevistos.

Si carecemos de experiencia tenemos que ir construyendo un saber de manera paciente, progresiva y bajo cierto nivel de control.

No podemos dejar que nuestras ilusorias expectativas nos cieguen al nivel de considerar que todo nos saldrá a pedir de boca. Ese es el camino más rápido al desastre.

El conocimiento proviene de la experiencia. El escritor español Benito Jerónimo Feijoo lo resaltó al escribir: “Creo que generalmente se puede decir, que no hay conocimiento alguno en el hombre, el cual no sea mediata o inmediatamente deducido de la experiencia.”

Tenemos que tratarnos con mayor bondad. Aceptar nuestra falta de conocimiento y experiencia y disponernos a construirlo. Y eso significa disponernos a fallar todo lo que sea necesario, pero evitando que sean fallos catastróficos.

Una persona que no sabe conducir no toma un vehículo, lo enciende y sale a correr a una autopista.

Por el contrario, busca a un instructor y se va con él a un lugar apartado a practicar para ir incorporando las habilidades básicas de conducción.

El fracaso es una escuela. John D. Rockefeller dijo: “En todo fracaso hay una oportunidad nueva.”

Y un autor anónimo escribió: “Todo fracaso es una experiencia y toda experiencia es un exito.”

Si todo fracaso, todo fallo, todo error, toda equivocación es una experiencia y toda experiencia es un éxito, pues logramos un saber, nos aporta un conocimiento, nos pule, mejora, afina y perfecciona, entonces, como mi admirado Mario Orsini siempre enseña: “Si el fracaso no existe, el éxito es inevitable.”

EL VERDADERO FALLO ES NO EXPONERSE A FALLAR

La ventaja de fallar es que siempre tenemos otro turno al bate, para usar una analogía con el béisbol, o de anotar el gol decisivo. O el canasto ganador.

Siempre tendremos otra oportunidad.

El único error con fallar es retrasar y dilatar el proceso.

Es inteligente, por el contrario, apurarlo para que pase lo más rápido posible.

Si no podemos librarnos de fallar, pues fallemos a mayor velocidad, de manera que el mal trago del fallo ocurra rápido y podamos llegar con mayor premura a las mieles del logro.

Tenemos que asumir el error de manera proactiva. Stephen Covey apunta: “El enfoque proactivo de un error consiste en reconocerlo instantáneamente, corregirlo y aprender de él.”

Aceptar que fallar es una precondición de aprender nos hace ver que algo útil, incluso deseable. Lo importante es que suceda rápido.

Samuel Beckett, el premio Nobel irlandés, expresó: “Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor.”

Fracasar mejor es hacerlo más rápido y poniendo en juego el aprendizaje adquirido.

De hecho, tenemos que no dramatizar el fallo sino aceptarlo como un resultado no deseado y disponernos, a la mayor velocidad posible, a reintentarlo de nuevo.

El proceso de aprendizaje, que conlleva la precisión, las referencias de éxito, la medida exacta, la flexibilidad oportuna, la certeza en el punto, etc., se va dando imperceptiblemente en ocasiones, pero uno nota, y otros notan más que uno a veces, que vamos afinando el tiro, haciéndonos más diestros.

Práctica continua es la clave.

Como el exsecretario de Defensa y secretario de Estado norteamericano, Colin Powell (del que, por cierto, recibí un entrenamiento en el 2010 en San Diego, California), aclaró: “No hay secretos para el éxito. Este se alcanza preparándose, trabajando arduamente y aprendiendo del fracaso.”

LA IMPORTANCIA DE UN MENTOR

¿Cuál puede ser una diferencia capital en producir un cambio significativo en poco tiempo en nuestro proceso de construcción de un saber operativo válido? El poseer un mentor.

Tener una opinión calificada próxima que nos supervise, corrija, informe, retroalimente, guíe y comparta sus conocimientos y experiencias, tiene un valor de primer orden. Nos evita muchas desgarraduras innecesarias, tropezones que se podían obviar y nos ayuda a mantener la fe en momentos de desaliento.

Nada, claro, sustituye nuestra voluntad. Franklin D. Roosevelt ya dijo en su momento: “En la vida hay algo peor que el fracaso: el no haber intentado nada.”

Ese tipo de personas abundan. Están “esperando su oportunidad” y, mientras, todas las reales oportunidades las dejan pasar. Son los que esperan que todos los semáforos se pongan en verde antes de salir a la calle.

Tienen expectativas fantasiosas.

Y otro tipo, por igual abundante, es el que al primer contratiempo se desalienta, normalmente personas de un ego tan hipertrofiado que consideran que ellos son especiales, privilegiados, merecedores de que las leyes naturales y sociales tengan con ellos una excepción y les libren de todo lo que los demás tienen que pasar.

Son los que aspiran a graduarse sin estudiar ni pasar los exámenes.

El autor y conferencista norteamericano Bob Proctor señaló: “Muchas personas han ido más allá de lo que pensaban que podían, porque alguien pensó que podían.” Ese es el invaluable papel del mentor.

Y otro conferencista, Randy Gage, también confirma ese papel: “Busque mentores que hayan logrado lo que usted desea lograr y que se hayan convertido en lo que usted desea ser.”

En resumen, todos tenemos derecho al éxito si aceptamos el derecho que tenemos a equivocarnos, fallar, fracasar y errar, o como quiera que lo llamemos.

El fracaso es importante. Fallar es parte de nuestro aprendizaje. No es un baldón. No nos humilla ni nos disminuye. Es parte del proceso de aprender. Y de ello nadie está a salvo.

Siempre que veamos a alguien lucirse en cualquier disciplina, técnica o arte, sepamos que es simplemente alguien que falló más que sus contrincantes y, por ello, desarrolló a mayor nivel sus habilidades, destrezas y conocimientos.

Imitémoslo. Dupliquemos su ejemplo.

La cantidad de celebridades, científicos, inventores y demás personalidades que he ido citando y que nos recomiendan fallar para aprender, muestran que, cuando fallas, te igualas a ellos. Y al hacer lo que ellos hicieron, te preparas para lo que ellos lograron.

Los bobos que se burlan del que falla, son los cretinos que se ríen del que aprende. Se solazan en su ignorancia. Tú escoges entonces a qué ligas quieres pertenecer.

viernes, 27 de enero de 2012

LEER EN TIEMPOS DE REVOLUCIÓN


Leer en tiempos de revolución

Por Aquiles Julián

Leer es una de las actividades más regocijantes, enriquecedoras, amenas y constructivas que conozco.

Desgraciadamente, malos maestros y un sistema educativo que, con diplomacia, merece calificarse de estúpido y con honestidad, lapidarlo como perverso, en vez de hacernos enamorar del aprendizaje y la educación, nos vacuna contra ellos y terminamos rehuyendo a la actividad más empoderante que podríamos desarrollar, alimentar nuestro cerebro con nueva información vía la lectura.

Nos alfabetizan, pero no nos enseñan a leer.

Nos imponen lecturas agobiantes, aburridoras hasta el cansancio, que no sentimos útiles ni valiosas para nuestras vidas, que no nos enseñan ni siquiera a entender.

Los mismos que nos la prescriben, los profesores, ni leen.

Viven inmersos en sus rutinas docentes, en sus activismos políticos, en su mediocridad existencial, atosigados por sus deudas y presiones financieras, por los conflictos familiares que de ello se derivan, por la incapacidad de tener un excedente qué dedicar a revalidar y ampliar su bagaje cultural e intelectual, desalentados porque la competencia profesional es sustituida por el apandillamiento político, la prosternación oportunista y el chaqueterismo obsceno.

Esa, y no otra, es la realidad de los maestros dominicanos.

¿Podrían ellos, entonces, enseñar a leer y a amar el aprendizaje a nuestros niños y adolescentes? ¿De qué forma?

Los mejores desertan, agobiados por la miseria, escandalizados por el tráfico de influencias, la politiquería nauseabunda, la carencia de valores y principios, el comercio de exámenes y el aprovechamiento de muchos de su posición de poder para derivar beneficios no sólo económicos, sino también sexuales.

Lo que se queda lo hace, no por vocación, sino por condena: no tienen otras opciones disponibles. Y en las aulas descargan su frustración, su incomodidad, su desilusión, su ira. Y quienes pagan las consecuencias son nuestros hijos.

Estamos levantando una sociedad de ineptos.

Y eso lo hacemos en un mundo en que, nunca como hoy, hay tantos medios de actualización, de crecimiento, de aprendizaje.

La Internet está protagonizando una revolución mundial, no sólo del conocimiento, sino también una conmovedora y extraordinaria revolución social. E incluso política.

Pueblos enteros están accediendo a la información. Y eso está remodelando su percepción del mundo.

Cada vez más somos ciudadanos globales.

Podemos expandir nuestra amistad y nuestras relaciones allende nuestras fronteras.

Podemos estar en cualquier lugar y al mismo tiempo asequibles al mundo entero vía la Internet.

La autopista de la información, como se le llamaba a la Internet en los años ´90 (recuerdo que, por entonces, y como consultor de marketing de Herrera Pérez & Cía, animaba a mi amigo querido Ernesto Herrera a que fuese él quien introdujera al país la Internet), es hoy por hoy el invento humano más importante y civilizador después de la escritura.

Y está llamado, como ya lo hace, a protagonizar una de las revoluciones sociales, económicas, culturales, artísticas y mentales más formidables, la mayor en extensión, profundidad y repercusión, más impresionante de todas las que han impulsado hacia adelante a la humanidad.

Ha borrado los límites y la hermanado a las personas.

Hoy vemos la resistencia del ancien régime ante las nuevas realidades. Pero como decía aquella canción: “No lo van a impedir los generales”. Ni el FBI tampoco, agrego yo.

Y para decirlo con los hermosos versos de Carl Sandburg: “No se puede impedir que el viento sople”.

La sociedad industrial, a cuya desaparición asistimos, en un cambio de modelo social a escala global, creo instituciones que se resisten a desaparecer.

Lo mismo sucedió cuando otra revolución social sacudió al mundo: la revolución burguesa del siglo XVIII.

Los intereses establecidos buscan preservar sus privilegios y espacios, frente al embate de las nuevas tecnologías y los nuevos grupos sociales que emergen como actores del cambio y la transformación. Y no van a ceder sus canonjías y sus irritantes privilegios así por así. Pelearán por ellos.

Nunca ha sido de otra forma.

Pero resistir la tendencia es una lucha condenada a fracasar de antemano.

La Internet es una revolución de profundo impacto.

No es una tecnología cualquiera, es la democratización a niveles extraordinarios de la información, la cultura y el intercambio.

Brillantes cerebros han puesto su creatividad, sapiencia, trabajo y amor para regalar a otros lo que les llevó años adquirir. Así han surgido sitios gratuitos de altísimo impacto cultural, como Wikipedia. O los websites de documentos como www.scribd.com y www.issuu.com . O servicios como www.quedelibros.com

Las redes sociales como www.facebook.com o www.twister.com o www.youtube.com son realidades fabulosas para conocer y darnos a conocer. Y su acogida y popularización, fenómenos masivos que asombran por la rapidez y profundidad en que son adoptados, aceptados y aprovechados.

Ni la economía ni la sociedad aceptan o toleran una marcha hacia atrás, hacia las existencias bovinas, desconectadas y aisladas.

Y desde esa perspectiva, nunca se había escrito y leído tanto como ahora.

Desde desktops y laptops, desde ipads y blackberries, millones de seres humanos diariamente se hacen conocer, oír y leer.

La baja de precio de los artefactos tecnológicos, los agresivos planes de mercadeo de las empresas y todos los planes de financiamiento que se articulan para capturar el interés de los consumidores, hace que cada día más personas accedan a estas tecnologías y amplían inmensamente sus posibilidades de expresión y comunicación.

Allí explenden también nuestras insuficiencias culturales, mentales y formales. Pero eso es un mal menor que irá corrigiéndose en el camino.

Por primera vez muchos tienen la posibilidad real de expresarse, ser escuchado, comunicarse y difundir sus ideas.

Eso es un hecho sin parangón posible en la historia.

De privilegio de minorías que se sentían superiores y exclusivas, la expresión, la comunicación y la divulgación pasan a derechos de mayorías.

Ello asusta inexplicablemente a personas que debieran tener mayor recato y juicio antes de hablar, como Mario Vargas Llosa.

A mí, por el contrario, me entusiasma hasta el desborde. Hace que no quepa en mí.

Destruye el chantaje social que limita y anula, que concede poder a unos en desmedro de otros.

Crea un espacio en que sólo el talento, la originalidad, el tener algo que decir, la autenticidad, imponen su valor.

Lo sé.

Que yo, un escritor de una isla semianalfabeta, pequeña y pobre, pueda tener lectores en más de 65 países, amigos en muchos de ellos, y que mis artículos sean amplificados en espacios y periódicos virtuales de España, como El Libre Pensador, Argentina, como Escribirte.com, Perú, Uruguay, Venezuela, Estados Unidos, etc., sólo es posible por la revolución digital que la Internet facilitó.

Vivimos tiempos revolucionarios.

Y en estos tiempos, la capacidad de leer de manera eficiente será la llave que abrirá el poder de nuestros recursos internos, que nos empoderará y nos impulsará al pleno desarrollo de nuestras potencialidades intelectuales, emocionales y humanas.

De ahí que nunca como hoy es tan importante el saber leer.

El ejercer nuestra competencia.

El sacar el provecho que ella puede brindarnos para permitirnos ser la persona que nacimos para ser, y no la que una sociedad de limitaciones y prejuicios nos condena a ser.

Y este libro es un llamado y un aporte para contribuir a que esa persona emerja y coja el control en mi vida, en la tuya, en la de todos.

lunes, 23 de enero de 2012

CÓMO EXTRAER LA INFORMACIÓN RELEVANTE AL LEER

Cómo extraer la información relevante al leer

Por Aquiles Julián

“Leer les dará una mirada más abierta sobre los hombres y sobre el mundo, y los ayudará a rechazar la realidad como un hecho irrevocable. Esa negación, esa sagrada rebeldía, es la grieta que abrimos sobre la opacidad del mundo. A través de ella puede filtrarse una novedad que aliente nuestro compromiso.”

Ernesto Sábato

Leer es comprender. La comprensión consiste en la recreación mental de una idea a partir de información proporcionada por una fuente, que es consistente y está en correspondencia con la propuesta por la fuente original.

La comprensión es el resultado de una transferencia de información: del libro al cerebro del lector. ¿Cómo nos aseguramos de extraer la mayor cantidad de información posible del texto leído, en particular la relevante? Ese es el tema que vamos a abordar.

De entrada, digamos que comprensión y repetición de lo leído son dos cosas bien distintas. Comprensión implica entendimiento, asimilación, aprehensión por la mente de los distintos tipos de información que el autor expone, incluyendo aquellas que están implícitas o que podemos inferir. Y añado, aquella que no aparece y cuya ausencia también podamos establecer, sea por lógica o en contraste con la información que ya es parte de nuestro bagaje cultural.

Repetición simplemente es retención en la memoria de lo leído y no obligatoriamente implica que fue discernido, discriminado, clasificado y organizado en nuestras mentes.

De lo anterior se deduce fácil que la comprensión es un proceso activo, no pasivo. Demanda que cuestionemos el texto de forma que le extraigamos la mayor cantidad de información posible, incluyendo aquella no explícita o aquella que por su ausencia también destaca, relevante a nuestros propósitos. Y conviene que tengamos una idea de los recursos que podemos emplear para extraer información de un libro o un texto.

¿CUÁL ES LA INFORMACIÓN RELEVANTE?

La información relevante es aquella pertinente a nuestros propósitos. Puede incluso que esa información sea, en otros contextos, totalmente secundaria e irrelevante. Por ejemplo, si mi propósito es establecer las familias tipográficas más utilizadas en la composición de libros, algo de carácter formal y con muy poco, si es que hay alguno, vínculo con el contenido del texto, la información relevante tiene que ver con la tipografía del libro y no con las ideas expresadas en él.

Pero este suele ser un caso excepcional, no la regla. Por lo general, la información relevante tiene que ver con el contenido. De nuevo, en ocasiones tiene que ver con la manera de la expresión, el estilo, por ejemplo, en los estudios de estilística sobre un autor, pero esta, de nuevo, suele ser la excepción y no la regla.

Al leer, lo primero entonces es definir un propósito: ¿Con qué objetivo leemos?

Ya sabemos que, según nuestro propósito, existen tres tipos distintos de lectura: la lectura transformativa, aquella orientada a impactar y cambiar nuestro ser, que opera sobre nuestra identidad, valores, principios y visión del mundo; la lectura recreativa, centrada en la expresión y en la construcción formal del texto: poemas, novelas, cuentos, dramas, comedias, tragedias, etc., cuyo principal fin es deleitarnos, producirnos una sensación de placer estético; asombrarnos y conmovernos; y por último tenemos la lectura formativa, que suele dividirse en dos tipos: la procedimental, orientada a enseñarnos a hacer algo, y la informativa, que nos explica algo y nos amplía el fondo cultural sobre ese tema. Así un libro sobre cómo se redacta una noticia, corresponde a la procedimental, mientras que otro sobre la historia del periodismo corresponde a la informativa.

Por igual, es importante que diferenciemos la estrategia de lectura apropiada a cada tipo de lectura. Así, la lectura transformativa se medita, lo importante es el tiempo que dediquemos a pensar los distintos fragmentos que leamos.

Los hindúes desarrollaron una técnica: el mantra, la repetición de una frase que opera como leit motiv hasta producir lo que ellos llaman “la iluminación” o “efecto Eureka”. De ahí la expresión del salmista: “En tu palabra medito noche y día”.

La recreativa se lee con un sentido de fruición, de disfrute, de goce. Nos dejamos atrapar con la destreza compositiva, por la elegancia o novedad expresivas, por el enfoque creativo del autor. No es tanto el tema o el contenido sino la manera peculiar en que el autor nos lo presenta, lo que nos impacta. En la forma en que lo hace es que está la creatividad, la originalidad y el aporte artístico.

Y la formativa, en ambas modalidades: procedimental o informativa, se trabaja, pues la tarea es extraer y transferir del libro a la cabeza del lector la información.

Centrándonos en la lectura formativa en sus dos modalidades principales: la procedimental y la informativa, la explicitación en nuestra mente de cuál es nuestro propósito al leerlo, qué buscamos, qué queremos saber, de qué queremos enterarnos, cuál asunto nos mueve a leerlo, es la primera y más importante tarea que tenemos que cumplir.

Es la respuesta a esa pregunta la que determinará cuál es la información relevante, si es que existe alguna en el libro. La relevancia o importancia depende del lector, no del autor. Este, el autor, produjo una información que podría ser relevante para unos e irrelevante para otros, dependiendo de los intereses o propósitos de aquellos, lo cual es totalmente ajeno al autor.

LOS SIETE PRINCIPALES TIPOS DE INFORMACIÓN EN UN LIBRO

Refresquemos cuáles son los siete principales tipos de información disponibles en un libro:

1. Definiciones y conceptos

2. Teorías o explicaciones generales

3. Procedimientos o pasos a implementar para producir X resultado

4. Datos, hechos concretos que fundamentan las teorías

5. Ejemplos e historias de apoyo, que ilustran y permiten al lector hacerse una idea más clara de lo que el autor quiere transmitir

6. Creencias y opiniones, que transmiten el punto de vista, la visión y los valores del autor con respecto al tema y a su idea de la vida.

7. Cuadros y esquemas, que sintetizan, de manera gráfica y vinculante, las ideas principales para facilitar la comprensión de lo que el autor considera importante resaltar.

Además de estos siete principales rubros de información, un libro puede contener otros: fotografías y dibujos, mapas, referencias y fuentes documentales, elementos de diseño, etc., todos válidos y en ocasiones relevantes para el lector, incluso por encima de los siete principales ya descritos.

La relevancia es atinente al lector, no al autor. De ahí que el mismo libro sea valorado en forma radicalmente distinta según el lector y sus propósitos.

La primera tarea para extractar de un libro la información contenida en él es clasificar y distinguir la información contenida. Eso nos obliga a una lectura activa del mismo.

Esto lo podríamos hacer asignando una letra-código a cada una de los siete principales tipos de información, de manera que podamos ir leyendo y, a la vez, definiendo en qué tipo encaja:

C para definición o concepto

T para teoría o explicación

P para procedimiento

D para datos

H para ejemplos e historias

O para creencias y opiniones

E para cuadros y esquemas

Al leer y simultáneamente clasificar la información, vamos descomponiendo en los distintos tipos la información que leemos.

Eso nos conduce a una lectura inteligente.

EMPLEAR UN NEUROFORMATO

El paso siguiente sería emplear un neuroformato, una forma de esquematizar la información estructurándola visualmente.

Tal vez el tipo de neuroformato más conocido es el mind mapping o mapa mental, creado por el británico Tony Buzan.

Al estructurar la información de manera visual, podemos emplear los distintos tipos de neuroformatos: el transversal, el radial, el de espina de pescado o el secuencial, que son los cuatro principales, según el tipo de información que tengamos para trabajar y la versatilidad que el neuroformato nos proporcione para nuestros objetivos.

En general, si tomamos un capítulo de un libro, tendremos el tema del mismo como eje central del que se desprenderán las distintas ramas que corresponderán a los subtemas o subtítulos.

Alrededor de estos subtemas, vinculándose gráficamente a ellos por líneas o rayas, colocaremos la información relevante en forma de conceptos o frases resumidas.

Este tipo de artilugio nos permite, de un vistazo, tener una idea bastante buena del contenido del capítulo. Apela, además, no sólo a nuestro hemisferio izquierdo lógico y verbal, sino al hemisferio derecho visual y de síntesis.

Estructurar la información apoyándonos es un neuroformato es un poderoso medio de clasificar, organizar y visualizar la información disponible en un capítulo de cara a su aprehensión y asimilación.

Una gran ventaja de la Internet es que hay softwares de neuroformatos disponibles de manera gratuita, además de que el acceso a fuentes alternativas de datos, Wikipedia, por ejemplo, nos permite contrastar, profundizar, fortalecer la información que buscamos incorporar a nuestro haber.

El uso de neuroformatos para tratar la información, en particular aquella que corresponde a lectura formativa, nos facilita aplicar de manera creativa y eficiente la lectura al propósito de adueñarnos de la información, transfiriéndola de la página a nuestro cerebro.

ELABORAR UN RESUMEN DEL CAPÍTULO

Otro recurso útil es el elaborar un resumen del capítulo, localizando y coordinando las ideas centrales expuestas en él y la tesis principal del autor.

El resumen permite concentrar la información más importante, aislándola de otra accesoria o complementaria, de forma que se nos haga más fácil diferenciarla y apropiárnosla.

Al elaborar un resumen nos obligamos a discernir en cada párrafo cuál es la idea central, que como sabemos puede estar al comienzo, en el medio, al final o implícita, sin que esté declarada en ninguna de las oraciones del párrafo.

Y al vincular dichas oraciones podemos articular el pensamiento del autor, su tesis sobre el tema, y el razonamiento que lo lleva a ella o por el que la justifica.

Al resumir, en ocasiones tenemos que condensar y simplificar lo que el autor expone, así que no se trata de simplemente seleccionar y transcribir frases. Por el contrario, se trata de un proceso activo de identificación y reelaboración de las ideas expuestas, que nos forza a encontrar, aislar, refrasear y conectar ideas, buscando que reproduzcan con fidelidad aquello que el autor expone.

No se trata, en el resumen, de exponer nuestras discrepancias o destacar las limitaciones o insuficiencias en que el autor incurre. Buscamos simplemente condensar al máximo el pensamiento de este, liberándolos del follaje accesorio de las ideas secundarias y la fraseología innecesaria.

Tampoco el resumen es tan breve como lo sería una sipnosis. Mientras esta busca dar una idea general de un texto de la forma más breve posible, el resumen, en nuestro caso de un capítulo, busca exponer las ideas principales expuestas en este, así como el tema del mismo y la tesis del autor, separándolos de las ideas secundarias, complementarias o de apoyo aportadas por el autor, de forma que sea más clara la comprensión del mismo.

PREPARAR ESQUEMAS Y CUADROS SINÓPTICOS

El esquema y el cuadro sinóptico son recursos que combinan las ideas centrales, presentadas sus vinculaciones, jerarquía y secuencia, de forma gráfica para una captación del conjunto en sus relaciones, orden y sucesión.

Al combinar las palabras, elementos propios del hemisferio izquierdo del cerebro que se especializa sobre todo en las funciones lógicas, analíticas y verbales, con la presentación gráfica que corresponde más al hemisferio cerebro del cerebro que es visual, sintético y analógico, los esquemas y cuadros sinópticos son, al igual que los neuroformatos y mapas mentales, maneras bien efectivas de involucrar en el aprendizaje a todo el cerebro, pues aprovechamos las especializaciones diferenciadas de ambos hemisferios cerebrales.

Tanto a los esquemas y cuadros sinópticos como a los neuroformatos, podemos agregarles estímulos que apelen al hemisferio derecho del cerebro, al que tradicionalmente se le asocia a la memoria de largo plazo, como imágenes, dibujos, colores, formas, etc., que lo personalicen, hagan más atractivos y favorezcan la retención y la recuperación aportándonos claves mnemotécnicas útiles.

Al igual que el esquema, del cual en cierto sentido es una variable, el cuadro sinóptico es una estrategia imagoverbal de presentar un contenido de manera organizada, sencilla y condensada.

Por lo general, suelen emplear llaves y presentarse en forma de diagramas.

La preparación de esquemas y cuadros sinópticos permiten organizar, jerarquizar, secuenciar y vincular las ideas y conceptos, de manera que, mediante un simple vistazo, podamos recrear en nuestra mente el contenido leído.

Ayudan también para destacar lo principal de lo accesorio y para tareas relacionadas con la aprehensión, internalización, localización interna (mediante asociaciones significativas) y recuperación de la información importante.

CLARIFICAR LOS PROCEDIMIENTOS

Otro paso importante es poner en claro los procedimientos.

En ocasiones estos son explicitados de forma expresa por el autor, que nos los presenta como serie de pasos secuenciales que nos llevan a producir un resultado deseado.

Cuando no es así, tenemos que destilarlos y, en no pocas ocasiones, organizarlos y completarlos si lógicamente hay pasos intermedios no explicitados o sugeridos, pero que en nuestra opinión faltan y se necesitan.

Aunque los procedimientos se consideran la aplicación lógica en la práctica de una determinada teoría, estos no obligatoriamente justifican y validan las teorías generales que los proponen como derivación aplicacional de las mismas.

Un procedimiento puede ser 100% útil y provechoso aunque la teoría general que lo propone sea falaz. Y, por el contrario, una teoría puede tener lógica y viso de veracidad aunque el procedimiento que proponga sea incorrecto o falle en sus propósitos.

Los procedimientos tienen, en su exposición, que responder al sentido común y a la lógica. Pero en su aplicación tienen que mostrar su utilidad y generar el resultado para el cual ellos se proponen como camino.

A veces, desestimamos un procedimiento por estar en desacuerdo con la teoría que le sirve de sustento. Y otras, cuestionamos una teoría simplemente porque el procedimiento falla. Ambas posiciones son erróneas, pues se trata de dos elementos totalmente distintos, aunque se propongan vinculados.

La teoría es una explicación general de un fenómeno. El procedimiento es una secuencia de acciones llamadas a generar un resultado predeterminado.

En la vida práctica dependemos de los procedimientos más que de las teorías, pues ellos guían nuestros comportamientos de cara a generar un resultado previsto. Y mucho de lo que se llama instrucción, enseñanza o capacitación tiene que ver con adiestrar a las personas en el conocimiento, práctica y dominio de un procedimiento, más que en el manejo (sin restarle valor e importancia) de los conceptos y teorías que les sirven de sustento.

La maestría es asunto de destreza en el procedimiento y experiencia e su aplicación, que nos produce confianza en el ejecutor. Y esa maestría proviene de la repetición mejorada que va generando un fondo experiencial en el ejecutante que le da confianza y referencias frente a cada situación afrontada del mismo tipo. Mismas que son la fuente de la inseguridad y torpeza del principiante.

CÓMO TRANSFORMAR LA INFORMACIÓN EN CONOCIMIENTO

Aunque se suele incurrir en el error de considerar que en los libros hay conocimientos, ignorando que el conocimiento sólo puede ser experiencial y de base celular-motriz, es decir, corporal, y no simplemente intelectual (incluso, de hecho, el real conocimiento es emocional, no simplemente racional, pues la emoción opera más sobre nuestra conducta que la simple razón), lo cierto es que en los libros nos ponemos en contacto con la información que nos proporcionan otros, fruto ella, eso sí, por lo general, del conocimiento que adquirieron y que nos comparten.

Nuestra tarea, entonces, es apropiarnos de esa información, incorporarla y transformarla en conocimiento.

Es un proceso que nos cambia. En ocasiones puede incluso cambiar nuestro ser, nuestra identidad misma, nuestros valores y creencias mismos.

Pero sobre todo se orienta a transformar nuestro hacer, nuestros comportamientos.

Transformar la información en conocimiento no es un evento, es un proceso.

Pasa por primeramente apropiarnos de ella, adueñárnosla, asimilarla. Y para ello empleamos estos distintos herramentales de aprendizaje: 1. La clasificación en tipos; 2. Los neuroformatos; 3. El resumen; 4. Los esquemas y cuadros sinópticos; y 5. La elucidación de los procedimientos.

Ahora podemos vincular esta información con nuestro fondo o bagaje cultural: nuestra experiencia del tema; otras lecturas y fuentes; referencias de terceros, etc., que nos ayuden a contrastar, ampliar, perfilar, completar o modificar lo leído.

Y entonces, validarlo o verificarlo mediante nuestra experiencia práctica.

Eso significa también que aceptamos que empezaremos a experimentar y que cometeremos torpezas, incurriremos en errores, tendremos intentos fallidos, aprenderemos de nuestras equivocaciones y volveremos una y otra vez a intentarlo hasta ir creando confianza en nuestra acción, el fondo experiencial interno que nos permita autocorregirnos y perfeccionarnos, mediante la práctica reiterada y autocorrectiva típicas del proceso de la fase de ir de la competencia consciente hasta ir la competencia inconsciente propia de la maestría.

Equivocarse es aprender. Fallar es aprender. No es nada vergonzoso ni denigratorio. Por el contrario, es una etapa valiosa e importante en el aprendizaje en tanto es en ella que se construye el bagaje experiencial de fondo que sirve para la formación de la maestría ejecucional.

Al exponernos una y otra vez a la frustración de no hacerlo de manera ideal e ir corrigiendo mediante prueba y error nuestro hacer, iremos ajustando la acción hasta hacerla cada vez más precisa, efectiva y productiva.

Lamentablemente muchas personas, al desconocer que esa es una etapa necesaria, importante y valiosa del proceso de aprendizaje, se desalientan y abandonan, pues pretenden hacerlo bien al primer o segundo intento, cuando lo correcto es hacerlo, pues, salga como salga, siempre ganamos. Y al no hacerlo, siempre perdemos.

LA FUNCION DEL LIBRO ES CAMBIARNOS

El libro es un instrumento de cambio social poderoso. Su función, su tarea, es impactar en nuestras vidas: sea en nuestra esencia e identidad, lectura transformativa; en nuestro gusto y percepción, lectura recreacional; o en nuestro hacer, lectura formativa en sus dos modalidades: procedimental o informativa.

En tanto su papel o función es cambiarnos, ese cambio es lo único que en realidad nos muestra si el libro cumplió su cometido: no su simple lectura.

Por desgracia, se ha propalado una visión del libro simplemente declarativa que nos lleva a hablar de ellos, a leerlos y a repetir lo que dicen, sin permitir que ellos cumplan su tarea y nos cambien.

Un libro que nos deja igual fue una pérdida de tiempo.

Y, de hecho, muchas personas pueden señalar libros y autores que marcaron sus vidas de manera profunda, abriendo puertas, expandiendo la mente, desvelando una comprensión mayor de un tema, elevando el espíritu y empoderando y potenciando a la persona.

Leer nos reta a pensar. Alimenta nuestra inteligencia y enriquece físicamente nuestro cerebro y nuestras vidas, lo cual está suficientemente probado.

El leer cambia físicamente el cerebro al impulsar nuevas conexiones sinápticas entre las neuronas, al provocarnos en el cerebro nuevas vías neurales y al fortalecer otras.

La lectura, lo que incluye no sólo la descodificación de lo leído y su comprensión, sino también, y principalmente, la aplicación en nuestras vidas y modos de conducirnos de lo que leemos, mejorando y perfeccionando nuestro hacer y, como consecuencia, la calidad y cantidad de nuestros resultados, es un poderoso medio de cambio personal.

Cambia nuestra percepción. Nuestro entendimiento. Nuestro comportamiento. Y nuestros resultados.

Y como consecuencia del cambio personal y su influencia en nuestro entorno, es una fuente de cambio social, pues otros copiarán las conductas y nuestro ejemplo será su escuela.

Y en una sociedad que evoluciona hacia el conocimiento como su principal fuente de crear valor, leer de manera eficiente constituye el único medio de mantenernos competitivo, de ampliar nuestra empleabilidad, nuestra competencia y nuestras posibilidades de éxito.