Miguel D. Mena, Balaguer el Dr. Satán, y los Santos Varones de la izquierda totalitaria.
(Una respuesta a Miguel D. Mena)
Por Aquiles Julián
Si algo produce la ideología es, entre otras cosas, una percepción sesgada que obnubila el juicio. Así, como el cautivo de estas estructuras explicativas de la realidad prefiere un enfoque simplista y maniqueo, algo así como los malos contra los buenos, en oposiciones binarias al estilo de: reacción vs. revolución; atraso vs. progreso; luz vs. tinieblas; positivo vs. negativo; avance vs. retroceso, en vez de asumir la complejidad de las conductas humanas y los acontecimientos históricos, es difícil para los imbuidos de una perspectiva ideológica tal aceptar que la realidad posee más de una lectura, las personas no se mueven mecánicamente, en función del guión simplista de la ideología, y de ahí que cualquier análisis que le genere disonancia cognitiva, que irrite su entendimiento, los lleva a etiquetar y descalificar al otro.
Así, conozco una serie de personas que se niegan a leerme, ya que les inquieta oír un enfoque discrepante del acaramelado interpretación de los hechos históricos que manejan, todo cubierto en una opereta cuyo posible título podría ser De cómo Balaguer, el Dr. Satán, impidió a los Santos Varones de la izquierda hacer su revolución y llevar a los dominicanos (que quedarán vivo del baño de sangre que advendría), al paraíso.
Otros la emprenden a insultos y calumnias, llegando a la amenaza, como si pudieran meterme “cuco”. Y los hay que juran y perjuran que (supongo a que lo constataron con sus propios ojos), yo estoy siendo subsidiado generosamente por “la mafia cubana de Miami” o por la CIA, cuando no por el Mossad israelí y cuantas agencias secretas existan, para agriarles la siesta y provocarles un molesto ruido en su casi perfecta interpretación del mundo.
He ido colocando algunos emails insultantes, aquellos menos delirantes, así como mis respuestas en mi blog: http//elblogdeaquilesjulian.blogspot.com, para mostrar la simplicidad mental de individuos que se niegan a evaluar los hechos de manera no parcializada o mendaz. Y el último caso interesante es el del sociólogo y editor literario dominicano Miguel D. Mena, quien desde Berlín, Alemania, arremete.
¿CUÁLES ERAN LAS INTENCIONES REALES DE LOS SANTOS VARONES DE LA IZQUIERDA ROBOLUCIONARIA?
Miguel D. Mena es conspicuo miembro del segmento social que clasifico como la clase media radical urbana dominicana. Y en tanto expresión de ella, es alérgico al apellido Balaguer. Menciónelo y de inmediato estornuda.
Esa balaguerifobia aguda le impide la ecuanimidad al evaluar la actuación del ex –presidente dominicano. Y dado que me acusa de que “limpio a Balaguer de culpa” (¡!), me veo compelido a responderle de forma que aclaremos qué digo, por qué lo digo y en qué discrepamos.
Evaluar la realidad en términos de buenos y malos es un esquema maniqueo y hollywoodense que no funciona. No los hubo. ¡Y mucho menos el de santificar a una serie de individuos que querían imponer a la fuerza, atento a guapos, no importa que hubiese que matar a medio país, una dictadura feroz y estúpida que nos hubiese conducido al callejón sin salida en que hoy lamentablemente se encuentra Cuba! Y eso lo hace callando la rehatila de inconductas, crímenes, atracos y terrorismo en que estos individuos se implicaron, y que los incrimina como delincuentes, no como pensadores políticos, sino como secuestradores, terroristas, atracadores, bandoleros, asesinos y malhechores.
Para Miguel D. Mena esas conductas eran “peccata minuta”, lo que importa eran, a su entender, las “intenciones”, porque esa gente “en el fondo, si bien equivocados, luchaban por un sentido de comunidad nuevo, por algo que entonces era un sueño: el socialismo” (si quiere leer el email completo de Miguel D. Mena ir a mi blog http://elblogdeaquilesjulian.blogspot.com ). Pero, ¿cuáles eran esas reales intenciones? Imponernos una dictadura totalitaria, matar, exiliar o encarcelar a todos los que discreparan de sus planes; robarles a todos los empresarios y hacendados dominicanos sus propiedades; asesinar a la mayor parte de la oficialidad militar y policial dominicana, incluyendo a buena parte de los dirigentes políticos de los partidos existentes (añadan, claro está, y principalmente, a todos los dirigentes de los partidos de la misma izquierda distintos a aquel sector que se apropiara del poder ¿o no, Miguel?), y destruir la economía dominicana, aterrorizar a la población (pues el Terror Rojo está en el guión de toda revolución comunista), someternos al dominio de una potencia extranjera (aquella a la que servían y de la que recibían fondos, fuera Cuba, Rusia, China … ¡y hasta Albania, dígame usted!) y retrotraer al país a una experiencia tan criminal y atrasada, que haría del trujillismo un juego de niños.
Esa eran las expresas intenciones. Para eso se encaramó Caamaño y su grupo en Ocoa. No por la democracia, Miguel, sino para hacernos la segunda Cuba del Caribe. Ese era, no dizque la vuelta al gobierno constitucional de Bosch, el propósito de Manolo Tavárez y las guerrillas del ´63. Y todos los Santos Varones de Izquierda que Miguel D. Mena pueda mencionar tenía esas intenciones, no otras. No sólo las tenían, las decían, vociferaban, escribían, argumentaban, justificaban y repetían. No se trata de que estemos poniendo en boca de ellos palabras que no profirieron; por el contrario, simplemente repetimos lo que una y otra vez expresaron. Pero parece que para Miguel D. Mena esas intenciones eran sanas. O positivas. O beneficiosas. O lógicas. O buenas. Bien, para mí no. Y eso es lo que digo.
Así que, durante décadas, y todavía quedan remanentes de estos descarriados “muchachos” , estos “Cerebros” les decían a los “Pinkis” imberbes y cándidos que les hacíamos coro que su propósito era “Conquistar el mundo”; pero, para su desgracia, y para fortuna del país (de paso), el plan se les aguó. Y el mayor responsable de ese fenómeno es quien para la clase media radical es la bestia negra, una especie de Dr. Satán, el ex –presidente Joaquín Balaguer. De ahí el odio desenfrenado, la obsesión antibalaguerista, que les caracteriza.
¿Santo o demonio? Balaguer no es ni lo uno ni lo otro. Tiene conductas altamente reprobables y vergonzosas. Y también otras altamente elogiables y honrosas. Ni sus conductas reprochables empañan sus conductas meritorias, ni las meritorias excusan las dañinas.
Al evaluar a Balaguer, a Bosch, a Peña Gómez, a Amín Abel, a Orlando Mazara, a Elías Wessin y Wessin, a Francis Caamaño, al general Pou Castro, a Enrique Pérez y Pérez, a Nivar Seijas y a cualquier otro dominicano, hay que despojarse de sectarismo, de un enfoque parcial e interesado, para irnos a los hechos, las circunstancias, las motivaciones y las consecuencias que se derivan de las decisiones que tomaron y sus repercusiones, y establecer un juicio, lo más apegado a la verdad histórica, posible. Pero proseguir engañando al país y sosteniendo una falsa historia, mendaz e interesada, es ridículo a estas alturas del juego.
LUCES Y SOMBRAS DE JOAQUÍN BALAGUER
Joaquín Balaguer fue un actor de cuarta categoría, pero actor al fin y al cabo, de la conspiración que en 1930 dio al traste con el gobierno de Horacio Vásquez y entronizó en el poder al feroz delincuente Rafael L. Trujillo, quien había instrumentalizado la Guardia Nacional dejada por los ocupantes norteamericanos para sus fines siniestros. Balaguer sumó sus energías y talentos a la promoción de la candidatura de Trujillo, en busca de una mejor posición en el tren gubernamental, como tantos otros. Y pretendió brillar prematuramente con aquel opúsculo: “Trujillo y su obra” (1934), que despertó celos y que provocó su cancelación por algunas semanas en el consulado de Madrid, España.
A su retorno al país, Balaguer es igualmente cómplice intelectual de la masacre de humildes inmigrantes haitianos en 1937. Como canciller en funciones contribuyó a engañar a la opinión pública internacional, encubrió el hecho y maniobró para encontrarle al régimen una salida manejable frente al escándalo continental por la monstruosidad criminal de El Corte.
Igualmente, junto a tantos otros, se le puede endilgar complicidad en la funesta tiranía de Trujillo, a la que sirvió. No fue, como la ignorancia supina o la malignidad quieren hacer suponer, “la eminencia gris” tras el régimen. Fue un funcionario de tercera categoría que fue ascendiendo paulatinamente en el voluble aprecio de El Jefe, como gustaba a Trujillo que le llamaran. De hecho, es a mediados de la década de los años ´50 cuando Balaguer alcanza niveles de principalía.
Su discreción apocada, su perfil bajo y su eficiencia como funcionario, le catapultaron a las inesperadas posiciones de candidato vicepresidencial, vicepresidente y luego, sorpresivamente, presidente títere en los últimos años de la dictadura de Trujillo. Y se puede decir que los crímenes de la época le salpican, en tanto era parte del aparato político del tirano.
Hay pocas dudas de que vivía atormentado por el riesgo de que, inesperadamente, Trujillo lo echara de la posición, con las terribles consecuencias que se derivaban del hecho. Ya había vivido el caso del Foro Público que le dedicaron cuando ejercía la función de secretario de Estado de Educación. Tenía frescos los casos de Anselmo Paulino y Ramón Marrero Aristy. Y sabía que una parte de los cortesanos no le querían y chismeaban en su contra. Peor aún, tenía en contra al poderoso coronel del SIM, Johnny Abbes García. Y eso, de alguna manera, le vinculó a la conspiración de los trujillistas, encabezada por el presidente del Partido Dominicano Modesto Díaz y su hermano, el general Juan Tomás Díaz.
Hay más de un indicio de ese vínculo. Pero la prueba mayor es que es Balaguer quien, a riesgo de su vida, y prácticamente solo, dirige el proceso de destrullijización y crea las condiciones que llevaron a la salida de los Trujillo del país. Y eso casi le cuesta la vida en más de una ocasión. Esa acción valerosa, temeraria y unipersonal hay que reconocérsela, sin que signifique que le limpia de los errores en que incurrió al servirle al tirano.
BALAGUER FUE EL CREADOR REAL DEL PRD COMO FUERZA POLÍTICA
Expulsado del país por los cívicos en 1962, Balaguer, que había facilitado la entrada al país de una entelequia: el puñado de individuos que decían representar el Partido Revolucionario Dominicano, PRD, en el exilio, se propuso heredar la maquinaria política del trujillismo. En las elecciones de 1962 mandó a votar a los trujillistas por Juan Bosch y el PRD para cerrarle el paso a la Unión Cívica Nacional, UCN, y a las fuerzas de trujillistas desafectos, oligarcas y oportunistas que emergían entonces como la potencial fuerza mayoritaria a nivel político.
La astuta dirección enviada por Balaguer a los directorios y subdirectorios de cada provincia del formalmente desaparecido Partido Dominicano, el miedo que supo inducir en los antiguos funcionarios trujillistas ante la amenaza de retaliación de ganar los cívicos las elecciones del 1962, hicieron el milagro de que una entelequia política, el Partido Revolucionario Dominicano, formado de dominicanos exiliados que tenían más de 20 años ausentes del país, sin amigos y relaciones en la sociedad dominicana de entonces, le ganara a la potente y muy segura de sí misma Unión Cívica Nacional. En 1962, Bosch fue el candidato de Joaquín Balaguer y los trujillistas. Y por eso, y sólo por eso, ganó. Decir lo contrario y mentir es lo mismo.
La frustración de los cívicos fue enorme. Ellos, que habían arriesgado sus vidas para salir de Trujillo y se creían los designados por el destino a mandar en el país, fueron derrotados por un partido montado en pocos meses, integrado por trujillistas mayoritariamente, y dirigido por personas a las que ya nadie conocía, pues se habían exiliados a comienzos de la tiranía de Trujillo y carecían de relaciones con la población dominicana. Y ese escozor los llevó a denostar de Bosch y su gobierno… Y a conspirar.
A la caída de Bosch, sabemos (y el libro del coronel USA Brian J. Bosch “Balaguer y los militares dominicanos” así lo confirma), que una parte de los militares trujillistas, el llamado Grupo de San Cristóbal, dirigido por Neit Nivar Seijas, se dedicó a conspirar contra el Triunvirato y, si lo hacía, contaba con la anuencia de Balaguer. Este grupo hizo contacto con los que conspiraban junto al PRD para deponer al gobierno de facto.
Tras la revuelta del 1965, la guerra civil y la llamada Acta Institucional que dio fin al conflicto, Balaguer, de nuevo en el país, reactivó a las fuerzas trujillistas de cada localidad y las agrupó en una organización política: el Partido Reformista. Asumiendo la representación del trujillismo, Balaguer drenó buena parte del apoyo electoral que obtuvo en 1962 el PRD, radicalizado por su apoyo e implicación en la Guerra de Abril del 1965. Y las fuerzas tradicionales, que habían sostenido políticamente la dictadura, que llevaron a Bosch a la presidencia en 1963 para impedir el triunfo de la UCN y que en la Guerra de Abril no tuvieron bando, pues ni eran partidarios de los cívicos del Gobierno de Reconstrucción Nacional ni tampoco de los constitucionalistas que pedían el regreso de Bosch a la primera magistratura, compactadas alrededor de la figura del último presidente títere de la tiranía, horrorizadas por la tragedia del enfrentamiento militar y la segunda intervención norteamericana, compraron la consigna de la Revolución sin Sangre y del Nuevo Amanecer con Balaguer y lo llevaron a la presidencia en 1966.
Disparatear hablando del “fraude del ´66” a estas alturas da pena. Jimmy Sierra, en un artículo publicado hace varios meses en el Listín Diario, admitió que las únicas elecciones ganadas por Balaguer fueron las de 1966. No hubo tal fraude. Balaguer ganó las elecciones porque era el único partido que tenía una base social sólida en cada comunidad del país, que era por entonces mayormente rural, no urbano.
EL PERÍODO DE LOS DOCE AÑOS
De nuevo, fortuitamente, de manera inesperada, los cívicos, que resistieron a Caamaño y a los constitucionalistas (muchos de los cuales se asilaron sintiéndose derrotado. Sólo la estupidez, carencia de habilidades diplomáticas y de negociación, así como la prepotencia insultante del entonces embajador norteamericano William Tapley Bennet provocó el estallido en cólera de Francis Caamaño (no patriotismo, sino cuerda, encojonamiento puro y simple) y fue el verdadero detonante y el real responsable de la guerra de abril, aunque ahora quieran pintarlo con colores patrióticos y frases de postalita); de nuevo, repito, a los cívicos les arrebataban el poder mediante unas elecciones. En 1962, Bosch. En 1966, Balaguer.
Ellos, los cívicos, pusieron los muertos, se ensuciaron las manos de sangre, arriesgaron sus vidas, trajeron a los norteamericanos: sentían que merecían el poder, y, nueva vez, eran burlados en unas elecciones. Eso a Wessin, Imbert Barrera y otros muchos les supo bien mal. Y volvieron a conspirar.
A comienzos de su período de gobierno, en 1966, Balaguer era un presidente a quien una buena parte de los militares del Grupo de San Isidro rechazaba. Sectores radicalizados de ese sector de las fuerzas armadas se implicaron en acciones de guerra sucia contra la izquierda, decididos a dar continuidad al conflicto bélico y a desfogar las pasiones, así como para echarle una canana al incipiente gobierno. Por otro lado, la CIA aplicó una política de descabezamiento selectivo de líderes de la izquierda. Y, por igual, los distintos grupos y grupúsculos en que se atomizó la izquierda dominicana, donde habían más caciques que indios y todos se consideraban los iluminados timoneles llamados a “liberar” al país, decidieron proseguir una guerra que habían perdido.
Animada por los cubanos, que llamaban a crear “uno, dos, tres, muchos Viet.Nam”, la izquierda dominicana se implicó en una serie de acciones delictivas y criminales. Asaltos, secuestros de aviones y de personas, extorsiones, atracos, atentados con bombas, asesinatos de humildes policías de tráfico, soldados, cambiacheques, billeteros y modestos empresarios, acciones terroristas e irresponsables, desafiaron a los organismos de seguridad y provocaron respuestas terribles de las fuerzas armadas y la policía nacional.
No se puede exculpar al Dr. Balaguer de corresponsabilidad en los crímenes de Estado, en el terrorismo de Estado, que se verificó en su gobierno. Él lo permitió. Y en ocasiones, lo premió. En todo caso, les concedió impunidad a los criminales. Y hay quienes, como el coronel USA Brian J. Bosch lo acusan de haberlo favorecido, en particular en el caso de La Banda dirigida por Ramón Pérez Martínez, Macorís, a quien luego hizo multimillonario, premiándolo por sus desafueros.
Tampoco se le puede perdonar a Balaguer el hecho de que no se ocupó de institucionalizar al país, sino de mantener un modelo altamente centralizado, inepto y permisivo de gobierno. No fue un estadista, ni ningún genio de la política: fue un maniobrero, un politiquero, un apasionado por el poder y si en ocasiones hizo mucho bien al país, en otras hizo mucho, muchísimo daño.
Lo que no es permisible es tomar eso como excusa para justificar al puñado de exaltados miembros de la clase media radical que se autoconsideraban los fideles dominicanos, los mao criollos, los Lenin vernáculos, y que incurrieron en crímenes iguales o peores de horripilantes en aras de imponernos una dictadura totalitaria subordinada a China, o a Rusia o a Cuba.
Este bando de truhanes desquiciados no eran mejores. De hecho, eran peores. Mucho peores. ¿Qué hubiesen hecho ellos de haber accesado al poder? ¡Oigan la bulla, amigos! ¿O la metralla? ¿O los paredones? ¿O los asesinatos alegres? ¿O el exterminio puro y simple de una buena parte de la sociedad dominicana? ¿O la muerte incluso, porque ya sabemos que para la izquierda una bala en la cabeza es el argumento definitivo a una discrepancia ideológica, de la parte de la izquierda que no accedió al poder, satanizada como ultraizquierdista, o agentes encubiertos de la CIA, o provocadores, o revisionistas, o quintacolumnas del imperialismo o cualquier otro epíteto que le funcione como justificación?
Ese culto a la sangre, a la violencia, al exterminio feroz, al terror rojo viene desde Marx, que alarmó a Bakunin al decirle que estaba formando un partido cuya disciplina era tal, que si él, Marx, le pedía a un miembro que matara a Bakunin, lo ejecutaría sin rechistar y sin preguntar por qué razón (léelo en alemán, en “Conversaciones con Marx y Engels”, del poeta y ensayista Hans Magnus Enzerberger). Sueños totalitarios de aquel padre desnaturalizado, que negó al hijo que tuvo con su sirvienta y le hacía entrar a la casa por la puerta de atrás.
Así que la mayoría de los izquierdistas sobrevivieron gracias a Balaguer, no pese a él. De hecho, una parte de la izquierda, el MPD, intentó desatar el infierno en la isla, al promover y apoyar un “golpe de Estado revolucionario” que se insubordinaría al gobierno constitucional que encabezaba Balaguer e instalaría en el control del Estado a… ¡Elías Wessin y Wessin! ¿Y pensaban Maximiliano Gómez, El Moreno, Amín Abel Hasbún, Otto Morales, Fafa Taveras, Moisés Blanco Genao y demás santos varones del terrorismo de izquierda, apóstoles del atraco y cantores del asesinato aleve de infelices policías de tránsito, billeteros y cambiadores de cheques, que sobrevivirían o serían premiados luego de un golpe de los wessinistas? ¿O creían, más delirante esta opción aún, que ellos podían resistir y ganarles en un enfrentamiento armado a las tropas del CEFA?
SI VAMOS A CONTAR MUERTOS… ¡VAMOS A CONTARLOS TODOS, MIGUEL!
De seguro que Miguel D. Mena es capaz de recitar con los ojos cerrados el listado de izquierdistas asesinados durante los controversiales 12 años de post-guerra. El asunto, Miguel, es que esa lista es parcial. Y por parcial, indecente. Cierto es que muchos cayeron en acciones violentas. Otros, fueron ilegalmente exterminados luego de ser apresados, práctica inconstitucional y delictiva en que incurrieron las fuerzas armadas y la policía nacional, con la complicidad del entonces presidente Balaguer, lo que ni puede aplaudirse ni mucho menos justificarse.
Amín Abel y Otto Morales debieron purgar en la cárcel sus delitos. Eran pandilleros. Secuestradores. Dirigían un grupo de tígueres dedicados al atraco, el asalto de bancos, los golpes de mano a infelices billeteros y cambiacheques, a colocar bombas y hacer atentados, desarmar y matar a infelices policías de tránsito y soldados, así como a asesinar a supuestos calieses, todo eso en nombre de una supuesta “revolución popular”. ¿Les daba su ideología derecho, facultad y legitimidad, para secuestrar, asesinar, robar y cometer acciones terroristas, Miguel? ¿Eran o no eran secuestradores? ¿Dirigían o no pandillas de atracadores? ¿Asesinaron o no a infelices guardias y policías, así como a billeteros, canjeadores de cheques y otros negociantes?
Eso es lo que hay que decirle y clarificarle a este país. Estos falsos santones del terrorismo totalitario y la dictadura criminal hoy son presentados como “mártires de la democracia”. ¿Pero nos estamos volviendo locos? ¡Si eran enemigos jurados de la democracia! Ni Balaguer, ni los mandos militares y policiales de los 12 años (ni de los años posteriores: ¡Hay que ver la cantidad de muertos de izquierda que se produjeron en los cuatro años de gobierno de Antonio Guzmán, entre ellos mi primo Clodomiro Gautreaux!), deben ser exculpados de sus responsabilidad por conducir una guerra sucia, violar la constitución y aplicar ejecuciones extrajudiciales (como la llaman ahora). La respuesta debió ser sólo una: fortalecer el aparato constitucional y legal de la sociedad para reprimir y castigar con mayor severidad a los terroristas totalitarios que querían imponernos el Terror Rojo y la tiranía pro cubana o pro china o pro rusa o pro albanesa, porque de todos los sabores hubo. Pero ni la PN, ni las FFAA ni el gobierno tienen derecho de matar a ningún dominicano a mansalva. Esas eran los remanentes de las prácticas trujillistas. Una cultura que todavía prevalece en nuestros aparatos de seguridad y que hay que superar. Esos hechos desmeritan a Balaguer, a Guzmán, a Jorge Blanco, a Leonel Fernández, a Hipólito Mejía y a todos los que han ocupado la presidencia del país, más interesados en las trapisondas políticas, enriquecer a sus grupos, la prevaricación, el tráfico de influencias, los contratos leoninos en perjuicio del Estado (como el de la Cogentrix), endeudar al país y comisionar por debajo y otras truchimanerías por el estilo, que de institucionalizar, democratizar y servir al país.
Para subsanarle a Miguel cierta amnesia, los sesgos de la memoria histórica, voy a contribuir a su edificación mencionándole un puñado de los policías, militares, comerciantes, empleados públicos y privados, hacendados y simples ciudadanos asesinados alevemente por los santones de izquierda en su búsqueda de “un sentido de comunidad nuevo” (jejejeje) , y conste que aquí no están ni los que mataron Hamlet Hermann, Caamaño y compartes, ni tampoco los que asesinaron Amaury Germán Aristy y su banda. Es simplemente un listado parcial de dominicanos víctimas del terrorismo totalitario. ¿Eran o no dominicanos? ¿Eran menos importantes o tenían menos derecho a vivir que los Amín Abel, los Otto Morales, los Amaury Germán, los Francis Caamaño y demás caídos? ¿Su sangre es de menor valor? ¿Sus vidas eran menos necesarias? ¿Merecían morir asesinados? Y conste que estos no eran delincuentes, ni encabezaban bandas terroristas, ni atracaban, ni ponían bombas… Eso es lo que la parcialidad y el radicalismo progre de Miguel no le deja entender. ¿Me podría decir Miguel a cuál de estos dominicanos conoce? ¿A cuál admira? ¿De cuál siente dolor por su muerte prematura y aleve?
Aquí le coloco sólo una parte, sacada de la prensa dominicana de la época: agente P.N. Rafael Collado, cabo P.N. Ramón Antonio de la Cruz, agente P.N. Carlos Mendoza Santos, raso E.N. Miguel Díaz, raso P.N. Juan de Jesús Torres, raso P.N. Rafael Lugo Alcántara, Ciriaco Isabel Corporán Tribey, Abraham Polanco del Rosario, el barbero y raso P.N. Polibio Polanco Fernández, raso P.N. Bernardo Familia y Familia, el celador del BR José Almonte Inoa, el celador de Aduanas Luciano de la Cruz Santos, el empleado de OP Raúl Contreras, el comerciante Manuel de Jesús More Ramos y el teniente P.N. Lázaro Valoy Abad.
También le recuerdo a Miguel D. Mena a José Antonio Benedicto Cabrera, al capitán Antonio López Polanco, al chofer Bonifacio Gibbs Vásquez, al raso P.N. José Miguel Valdez, al capitán E.N. Alfredo Peralta Peña, al raso P.N. Diego Arcadio Martínez Tatis, a los empleados de La Cementera Santiago Brito Hernández y Virgilio José Guerrero, muertos en un atraco de la “izquierda” robolucionaria; al raso P.N. Mario de la Cruz Paula, al raso P.N. Francisco de Jesús Fernández, al raso P.N. Federico Viloria, al sargento E.N. Manuel Isidro Solimán Pérez, al agente P.N. José Miguel Figueroa, al raso E.N. Miguel Peña Díaz, al hacendado Manuel Espinosa Ledesma, atracado en Tamayo; al billetero Elpidio Vásquez, al cabo P.N. José Altagracia González, a Danilo Gómez, a Félix Ledesma, empleado de Finanzas, al raso P.N. Concepción Rodríguez de la Cruz, al primer teniente P.N. Juan José Suriñach Pérez, a Eufracio Lorenzo, empleado de comercio, al dirigente reformista Luis Ernesto Rodríguez, al coronel pensionado E.N. Jorge Leonidas Cheng Contreraqs, al sargento mayor P.N. Rafael Temístocles Fernández Estévez, al comerciante Gonzalo de la Cruz Martínez, a la camarera Maribel Hernández y al cabo Práxides Fernández Núñez, entre muchísimos otros asesinados por la izquierda soñadora de Miguel D. Mena.
Y conste que ahí no figuran los que sobrevivieron aa bombas, a atracos, los baleados y heridos. Tampoco los atentados a comercios, como las bombas al Chase, o los incendios a La Ópera y a Sederías California. Ni los secuestros. Ni los múltiples atracos, porque entonces el listado sí sería inacabable.
LAS “MEMORIAS” FALACES DE LOS SANTONES TOTALITARIOS
He leído los libros de Fidelio Despradel, de Fafa Taveras, de Cocuyo Báez, de Rafael Chaljub, Hamlet Hermann y demás “héroes” de la Robolución terrorista y en ninguno he visto descrita sus andanzas delictivas, los crímenes en que se implicaron y el nombre de humildes ciudadanos dominicanos, como los antes descritos, a los que victimizaron ellos o sus cómplices. Y es que la edad los envejece, pero no los ennoblece. Siguen siendo partidarios acérrimos del terror rojo, de la robolución totalitaria. Se sienten justificados por su falaz ideología. Algunos hoy, en vez de atracar billeteros, atracan el presupuesto nacional con nominillas y otras vagabunderías por el estilo.
Defender las inconductas de atracadores, terroristas, asesinos y secuestradores, investidos de santones totalitarios, como si la ideología los justificara y el comunismo diera patente de corso para todo tipo de delito, es inmoral. Balaguer, Pérez y Pérez, Wessin y Wessin, Chinino Lluberes, Pou Castro, Nivar Seijas y demás capitostes militares cometieron inconductas graves, ilegales y delictuosas. Muchos hogares se vieron salpicados de sangre por ellos violar la constitución y las leyes dominicanas. Y la lucha contra el terrorismo totalitario no los excusa.
Pero tampoco la ideología comunista y las “supuestas intenciones revolucionarias” de los que dirigieron bandas terroristas, criminales, atracos y secuestros incluidos, los exculpa de los crímenes y las exacciones cometidas. Ni son héroes. Ni santos. Ni personas a imitar. Ni dignos de respeto. Ni de elogio. Ni de nada que no sea pena y misericordia. Fueron criminales, terroristas y atracadores. No más, Miguel.
Ese es un recuento somero de un período luctuoso del país, en que dominicanos se enfrentaron a otros dominicanos por el poder. Un período que nos debe llenar de vergüenza y nos debe conducir a su evaluación. Al final, para tu consternación, por lo menos Joaquín Balaguer impidió que el país cayera en una tiranía totalitaria y se produjera un baño de sangre de proporciones gigantescas, como lo soñaba la izquierda totalitaria. Y también impidió que cayéramos en una dictadura militar derechista, como ocurrió en Sudamérica y era el objetivo de los Castro y del MPD.
Los dominicanos le debemos esa. Al igual que habernos conducido, a riesgo de su vida, a la democracia en los días aciagos del 1961. Y una serie de obras sociales, de infraestructura. El no endeudamiento del país, vuelto a endeudar por perredeístas y peledeístas de forma alegre e irresponsable. El mantenimiento precario de cierto nivel de democracia. Hay mucho también que no hizo y que le inculpa de nuestros atrasos institucionales. Tuvo sus luces y sus sombras. No todo luz, como quisieran los reformistas. No todo sombras, como quisieran quienes le odian. Es hora de pasar balance y continuar. Pero este país merece conocer la verdad, y bajar del panteón heroico a tantos delicuentes que no lo merecen. Ahora es tu turno de decir tu verdad, Miguel.
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