Los nuevos héroes en América Latina y la cólera de un particular
Por Aquiles Julián
América Latina empieza a poblarse de nuevos héroes. Individuos que asumen el desafío al poder obtuso e inmisericorde con la poderosísima arma de la resistencia civil. Nuevos Gandhi que se someten a sacrificios extremos en aras de ser escuchados y enderezar medidas torcidas de los tronitonantes y ensorbecidos jerarcas apoltronados en las sillas presidenciales a las que se aferran a cualquier costo.
Héroes de la altura de un Orlando Zapata, que se plantó como un valiente exigiendo un trato decente y humano a la dictadura militar de los Castro; o como Guillermo “Coco” Fariñas, cuya perseverancia le llevó a las lindes de la muerte, pero logró contribuir a que el régimen totalitario impuesto por los Castro en Cuba tuviera un gesto de misericordia y excarcelara a más de 50 presos políticos. O como Franklin Brito, inicialmente partidario de Chávez, que fue despojado abusivamente de sus predios, y se lanzó a una huelga de hambre que le hizo colapsar frente a la sordera inmisericorde del gobierno vigente en Venezuela, marcan un nuevo modelo de ciudadano: el que asume en sí todos los valores y principios democráticos de su pueblo y la región, se niega a tolerar más abusos y los expresa en una lucha desigual, trágica, ejemplar, contra una dictadura militar, como la de Cuba, o un gobierno de vocación dictatorial, como es el de Hugo Chávez, en Venezuela.
¿Qué rasgos son comunes a estos nuevos héroes y mártires de la libertad y la democracia en América Latina? Actúan automotivados por valores y principios innegociables. No responden a ningún tipo de dirección o grupo, sino a sus propios criterios y creencias, por lo que son ininfluenciables. Han adoptado la resistencia pacífica y la no violencia como su arma y el ejemplo personal como su estrategia, lo que los hace potentemente inatacables. Las acciones de acoso, maltrato y amenazas implementadas por sus angustiadores y verdugos no mellan su decisión indeclinable de continuar su acción redentora hasta las últimas consecuencias, en caso de no ser atendidos sus reclamos. Su ejemplo ha sorprendido y animado a pueblos que han sido sistemáticamente sometidos a programas de resignación y abandono de toda esperanza de parte de sus gobernantes, de manera que acepten situaciones inaceptables. Van más allá de los discursos clamorosos y la búsqueda de principalía, al hablar a través de sus acciones modélicas, demostrando la última de las libertades, como expresaba el psiquiatra vienés Víktor Frakl: la de escoger cómo reaccionar frente a las agresiones del carcelero.
La canalla a sueldo que en Cuba o en Venezuela o en nuestros pueblos integra La Matraca de Engañar, Desinformar y Detractar, La Matraca Canalla, reaccionan con un lenguaje obsceno, vulgar y calumnioso frente a la acción viril y ejemplar de estos ciudadanos que, como Martí expresó, llevan en sí el decoro de muchos hombres en medio de sociedades donde muchos, por puestos, prebendas y también por simple cobardía, han perdido el decoro.
Los matraqueros del castrismo y el chavismo han llegado a extremos ridículos, como acusar que alguien recibe paga por dejarse morir, que un resistente (“plantado” en el idiolecto político cubano) no es más que “un agente” del gobierno norteamericano o que la familia de un mártir es pasible de ser enjuiciada por “inducir al suicidio” a su pariente. El desenfreno verbal y la intensidad del escarnecimiento traducen el miedo que embarga a los caudillos enquistados en Cuba y Venezuela.
El temor de que los ciudadanos se den cuenta de que ningún gobierno resiste el desafío civil pacífico, la estrategia de no violencia que el maestro hindú Mahama Gandhi promovió y que fue empleada con éxito sobresaliente por el Dr. Martin Luther King, jr en la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, provoca que el aparato de calumniar y engañar que patrocina la Inteligencia cubana en todos nuestros países se cebe indecentemente contra simples ciudadanos que asumen una respuesta personal al ultraje y el abuso de sus gobernantes.
Ese miedo a que nuestros pueblos pierdan sus temores y asuman el control de sus destinos, actuando de manera concertada mediante la acción no violenta y contestataria preocupa a los Castro y a Chávez.
En Cuba, pese al control casi perfecto de la difusión de información, se ha ido creando un sistema que por canales diversos y grietas incontrolables disemina la información que el régimen niega a sus ciudadanos. Y en ocasiones el mismísimo libelo de la dictadura militar, Granma, tiene que dedicar comentarios denostativos a personajes como Orlando Zapata, Coco Fariñas o las dignísimas Damas de Blanco.
Como el pueblo cubano ha aprendido que en el léxico castrista todo es invertido, los elogios son basura y las críticas palabras gratísimas, la intensidad del denuesto es un homenaje de singular valor a ejemplos de resistencia y denuncia de la tiranía militar insoportable que ahoga a Cuba.
Igual sucede en Venezuela. Las opiniones, entre risibles y vergonzosas de los personeros del régimen, sus intentos ridículos por reducir el impacto de la muerte de Franklin Brito, el mensaje que el ejemplo de Brito envía al pueblo venezolano en esta hora aciaga de su destino, aclara cuál es la acción posible el próximo 26 de septiembre. Y aunque se trasnocha para implementar los mil y un artificios de fraude posibles, temeroso de que el revés electoral marque el inicio del declive irreversible de su régimen, Hugo Chávez y sus asesores de la Inteligencia cubana, sienten que el piso cede y el armazón infame montado en todos estos años se resquebraja.
Orlando Zapata, Guillermo Fariñas y Franklin Brito son ejemplos sobresalientes del poder de uno, de la singular fuerza ejemplar que posee cualquier persona cuando sin temor ni apego, asume la defensa de sus derechos conculcados. Una imagen, la de aquel estudiante que en la Plaza Tiann´anmen, en China en 1989, se enfrentó a una columna de tanques y les impidió avanzar (y que moriría masacrado junto a otros miles de jóvenes chinos que demandaban democracia días después), indica que el valor personal y la resolución personal obran milagros.
Sus ejemplos nos convocan y nos reclaman defender el derecho del individuo a la libertad, a la democracia, a ser respetado y cuidado por el gobierno vigente, a que se le respeten sus derechos civiles, políticos y humanos. Y han respaldado esa convocatoria y ese reclamo con una acción modélica, valiente y excepcional.
Es una raza de héroes que toma la antorcha de la libertad y la airea frente a la mirada atónita de sus verdugos. Inmunes a las amenazas, las torturas, las presiones, las infamias. Una estirpe que debe enorgullecernos y llenarnos de esperanza a todos, porque indica que la sociedad no está postrada ni ha renunciado a sus fueros. Que los bárbaros no han vencido, aunque se hallan impuestos por la fuerza.
Y eso me recuerda una fábula china: “La cólera de un particular”, que comparto de inmediato con ustedes:
El Rey de T’sin mandó decir al Príncipe de Ngan-ling:
-A cambio de tu tierra quiero darte otra diez veces más grande. Te ruego que accedas a mi demanda.
El Príncipe contestó:
-El Rey me hace un gran honor y una oferta ventajosa. Pero he recibido mi tierra de mis antepasados príncipes y desearía conservarla hasta el fin. No puedo consentir en ese cambio.
El Rey se enojó mucho, y el Príncipe le mandó a T’ang Tsu de embajador. El Rey le dijo:
-El Príncipe no ha querido cambiar su tierra por otra diez veces más grande. Si tu amo conserva su pequeño feudo, cuando yo he destruido a grandes países, es porque hasta ahora lo he considerado un hombre venerable y no me he ocupado de él. Pero si ahora rechaza su propia conveniencia, realmente se burla de mí.
T'ang Tsu respondió:
-No es eso. El Príncipe quiere conservar la heredad de sus abuelos. Así le ofrecieras un territorio veinte veces, y no diez veces más grande, igualmente se negaría.
El Rey se enfureció y dijo a T’ang Tsu:
-¿Sabes lo que es la cólera de un rey?
-No -dijo T’ang Tsu.
-Son millones de cadáveres y la sangre que corre como un río en mil leguas a la redonda -dijo el Rey.
T’ang Tsu preguntó entonces:
-¿Sabe Vuestra Majestad lo que es la cólera de un simple particular?
Dijo el Rey:
-¿La cólera de un particular? Es perder las insignias de su dignidad y marchar descalzo golpeando el suelo con la cabeza.
-No -dijo T'ang Tsu- esa es la cólera de un hombre mediocre, no la de un hombre de valor. Cuando un hombre de valor se ve obligado a encolerizarse, como cadáveres aquí no hay más que dos, la sangre corre apenas a cinco pasos. Y, sin embargo, China entera se viste de luto. Hoy es ese día.
Y se levantó, desenvainando la espada.
El Rey se demudó, saludó humildemente y dijo:
-Maestro, vuelve a sentarte. ¿Para qué llegar a esto? He comprendido.
Uno esperaría que, a la vista del descomunal fracaso en que han sumido sus países, del malpasar de sus pueblos y del atraso en que han ido sumiéndolos, los dictadores militares de Cuba, Fidel y Raúl Castro, y el aspirante a dictador de Venezuela, Hugo Chávez, recapaciten y, al igual que el rey de T´sin hayan comprendido y enmienden sus caminos. Pero ellos tienen siempre un chivo expiatorio a quien culpar de sus extravíos y disparates.
Cuba ha sido una isla sometida a todo tipo de experimento descabellado por los delirios grandilocuentes y dislocados de Fidel Castro, que inventaba a diestra y siniestra sin oír a nadie ni respetar la capacidad ajena. Sus iniciativas desmesuradas y carentes de estudios de factibilidad y sus reacciones soberbias a las críticas o cuestionamientos, hizo proliferar en la burocracia cubana a los “yes-men”. Los que disentían, terminaron en la cárcel, en el exilio o en el cementerio. Fuera de esas tres opciones, no les dio más.
Y Chávez es un remedo caricaturesco de Fidel, sólo que ataviado con camisa roja.
Frente al enanismo de nuestros gobernantes, que cortejan a Fidel para mostrar su “independencia” frente a los Estados Unidos, y a Chávez para que les deje chupar un poco del petróleo venezolano, estos tres héroes latinoamericanos se agigantan. Ellos nos dicen que la suerte de nuestros pueblos está en manos del ciudadano común. Y que en los ciudadanos comunes están las reservas morales que nos pueden redimir. Nos enseñan a luchar, a resistir y a implicarnos sin miedo alguno. Y a declarar, como reza el himno nacional dominicano, el lema sacrosanto: “Ser libre o morir”.
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