La actitud correcta al abordar los hechos históricos
Toda explicación histórica es una hipótesis provisional, en tanto se hilvana a partir de hechos, datos, documentos, testimonios, etc. Si nuevos datos, documentos, testimonios, contradicen, amplían, modifican o reestructuran el conocimiento que se tiene de la situación, la explicación varía. Ahora bien, las pasiones personales, los gustos y preferencias, el simple prejuicio o la adscripción ideológica tienen poco que ver al explicar un hecho o tratar de entender a un personaje.
El problema es que no hemos sido enseñado a escarbar tras los hechos, contrastar distintas fuentes y explorar una explicación plausible de un evento. Por el contrario, los dominicanos hemos sido condicionados a entender la historia desde una perspectiva que nos estafa el conocimiento de la realidad. Y la necesidad infantil que tienen algunos de héroes les lleva a idealizar y endiosar a seres humanos falibles, con altas y bajas. Y los casos patológicos son de aquellos que ni siquiera son capaces de articular un discurso mínimamente sensato y se desbocan en insultos, epítetos, calificaciones soeces y otras demostraciones de irracionalidad. A ellos, inesperadamente, le hemos removido los altares.
La visión maniquea, buenos y malos, que predomina en una serie de personas les tiene condicionadas sus mentes al grado de que temen evaluar o sopesar una perspectiva distinta de entender hechos y personajes.
De esa ignorancia supina, de ese apasionamiento irracional, de esas actitudes desbocadas, viven los partidos. A ese tipo de persona se le puede manipular y empujar en una dirección o en otra, a conveniencia de los mandarines políticos. Es el gritón que amenaza, el matón que agrede, el bocón que insulta. Esgrime un lenguaje de cloaca donde debe primar el interés en evaluar la veracidad de un dato. Si algo no le cuadra, lo inteligente es preguntar: ¿en qué datos verificables se fundamente ese juicio? ¿Qué documentos lo avalan? Sin embargo, la reacción es desparramarse en ridículas invectivas, pues en nada afectan a quien la dedican y si desdicen mucho de quien las profiere.
Es con datos, con documentos, con hechos verificables, con testimonios contrastables, con lo que se debaten los temas. No con afirmaciones rotundas, categóricas y sin ningún aval que las sustente.
No se le puede creer a nadie porque sí. Yo mismo soy el primer interesado en prestar atención a otros puntos de vista y evaluar el soporte documental que lo sostiene. No soy, ni nadie lo es, dueño de la única verdad posible.
La verdad es una dama elusiva, a la que progresivamente nos vamos acercando, en oleadas sucesivas, apoyándonos en nuevos aportes, en explicaciones más consistentes y probables.
Hay casos en que tenemos que aceptar que nunca podremos saber a ciencia cierta qué paso: sólo podremos especular, buscando una hipótesis plausible, que funcione mientras no aparezcan más datos a disposición.
Si en vez de vomitar dicterios y de refocilarse en un lenguaje de albañal, algunos participantes se dieran la oportunidad de salir de su estrechez de mira y tratar de indagar qué de verdad hay en la posición del interlocutor, esto fuera mucho más gratificante para todos.
Al leer ciertas participaciones sólo me queda una inmensa pena por el daño mental que evidencian varios participantes (me refiero a quienes comentan mis artículos en www.atanay.com y en www.almomento.net y otros medios digitales): su incapacidad de escapar a los estrechos límites mentales de sus esquemas sectarios. Y simultáneamente me inducen a una gran misericordia.
No se les puede culpar ni despreciar por la miseria espiritual en que nataguean, son el producto del predominio en los mecanismos de formación de opinión pública de República Dominicana, de los extremistas totalitarios que han secuestrado estos y los han puesto a su servicio.
Hoy pocos saben algo incluso de la historia más reciente. Eso es lo que permite que seamos tan manipulables, tan obtusos y tan fácil de engañar.
Hagamos como Salomón que sólo pidió a Jehová sabiduría. Aprendamos a discernir, a evaluar los datos, a sopesar pro y contra, a desesmocionalizar un debate y a comportarnos de forma inteligente.
Quien estalla en insultos se descalifica a sí mismo. Es hora de debatir con cordura, mesura y apertura mental nuestra historia reciente. Y no hay que salvar o condenar a nadie, sino evaluar conductas y sus repercusiones para la sociedad. Y eso de cara a las nuevas generaciones, que podrían beneficiarse de escapar a las mentiras que han castrado y frustrado a sus padres y abuelos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario