viernes, 10 de septiembre de 2010


La vergonzosa tradición de corrupción pública en el país.

Lamentablemente, partidos y gobiernos que se han sucedido al frente de la Cosa Pública, exceptuando el honroso período en que gobernó el profesor Juan Bosch en 1963, han insistido en tratar los bienes del Estado y el presupuesto nacional como botín. Son garrapatas que parasitan de nuestros magros recursos nacionales.

Esas prácticas venales y corruptas están enraizadas desde los orígenes de la nacionalidad.

Un gobernante corrupto lo fue Buenaventura Báez, el depredador del Sur, a quien debemos el erial que es hoy lo que antes fue una zona boscosa.

Báez vivía de los aserraderos, de talar caoba y otras maderas. Y fue un caudillo que se lucraba del Estado y que repartía los bienes públicos como si fuesen personales.

Tras Báez, el otro presidente que tuvimos de largo tiempo fue Lilís, mal administrador, amigo de manejar el presupuesto como botín a repartir entre sus paniaguados, de hacer empréstitos (a cada guerra civil, que las había por docenas, pues todo analfabeto con influencia era general, y si no le sacaban lo suyo se iba al monte y declaraba una "revolución", el gobierno de turno le respondía con un empréstito para comprar armas, sobornar a opositores y sostenerse en el poder.

Así llegamos a la deuda externa que provocó que buques de guerra de Alemania, Francia y otros países se allegaran a nuestras costas para el cobro compulsivo de deudas leoninas, lo que terminó por conducirnos a la Primera Intervención Norteamericana y a la pérdida del control de nuestras aduanas), y de tener la hacienda pública como pasto de los buitres políticos que han medrado y parasitado en el país.

A la muerte de Lilis volvimos al mismo rollo, la misma inestabilidad. Cada caudillito regional se sentía en derecho de participar del reparto del pastel público. Y los hubo tan temerarios y ambiciosos como Desiderio Arias y tan ineptos y dispendiosos como Horacio Vásquez, a quien también se le reputa como poco agradecido o leal con los suyos.

El interés de Arias de controlar para sí y sus partidarios una parte de los recursos públicos fue el detonante de la Primera Intervención Norteamericana de 1916 a 1924.

Arias, a quien el merengue reputa como "hombre de valor" se plumeó y no tuvo ni siguiera la hidalguía y el valor de los bravos que resistieron en La Barranquita o se enfrentaron en el Este a la soldadesca invasora.

Allí nació Trujillo. Se puso al servicio de los norteamericanos para torturar, asesinar y reprimir a los dominicanos, y de paso extorsionó, robó, secuestró e hizo mil y un desmanes que lo hicieron rico, muy rico.

Luego, bajo Horacio Vásquez, que se dejó dormir por la labia trujillista (llamaba "mamá" a doña Trina de Moya y se decía hijo de Vásquez, leal hasta la muerte, y terminó derrocándolo), su riqueza mal habita se expandió.

Y no digamos en aquellos 31 años en que el país fue pasto de una verdadera asociación de malhechores encabezada por Trujillo.

Aquella pandilla siniestra que se robó las elecciones de 1930 y se impuso a la fuerza en el país, fue recompensada por su cabecilla, que llevó su fortuna personal a niveles principescos, a costillas del erario público.

A la caída de Trujillo, los jerarcas militares depredaron las propiedades de Trujillo y su familia y luego mandaron a las turbas a cubrir el despojo. Así surgieron fincas, ganado, riquezas.

El breve gobierno del profesor Bosch intentó reorganizar al país, pero demasiadas ambiciones querían lo contrario.

El triunvirato fue el reino del contrabando militar, los contratos complacientes, la cojioca de los "cívicos", que se sentían con derecho a beneficiarse por haber participado o propiciado la muerte de Trujillo y la caída del gobierno de Bosch.

Los Doce años de Balaguer fueron mucho menos corruptos de lo que se les quiere endilgar. Es lógico que en un gobierno en donde hubo un crecimiento económico fenomenal, desarrollista, con obras públicas y sociales de gran impacto: multifamiliares, presas, avenidas, edificios públicos, etc., se crearan 300 ó más millonarios.

Y eso en nada significa que no hubiesen actos de corrupción. Balaguer no gobernó con santos, sino con individuos que se sentían con derecho a lucrarse de las posiciones que ocupaban. Y Balaguer lo permitía... hasta cierto punto.

En 1978, a la salida de Balaguer, muchos perredeístas creyeron ingenuamente que iban a realizar un gobierno transparente y ejemplar, pero al segundo año ya aquellas fantasías redentoras dieron paso a los chalecos y los Volvos, dos símbolos de la repentina prosperidad de la corrupción blanca que sustituyó a la colorada.

Y eso se agravó en el segundo período del PRD encabezado por el Dr. Salvador Jorge Blanco. El descaro fue enorme en el saqueo del Estado. Tuve la oportunidad de ser inesperado testigo de algunas fechorías, como inventar empresas falsas para comprar a un precio y venderle al Estado a otro, los falsos sindicatos para el negocio de las exoneraciones y otras vagabunderías por el estilo, que llegaron a su máxima expresión en lo que el Dr. Marino Vinicio Castillo denominó "el gasto militar" y que, salido del gobierno en 1986, provocó un período de sometimientos, cárcel y persecusiones para generales, funcionarios y empresarios como Cuervo Gómez, Leonel Almonte y el propio Dr. Jorge Blanco.

Los gobiernos del PLD han prolongado malas prácticas como el endeudamiento externo y la permisividad y la impunidad en el tema de la corrupción.

Cada administración señala y amenaza a la anterior, pero nunca pasa nada ni nadie hace nada.

El gobierno de Hipólito Mejía apresó funcionarios del PLD pero todo quedó del mismo tamaño. Y es que parece operar un pacto secreto de tú me tapas a mí y yo te tapo a ti, aunque vociferemos lo que vociferemos.

La percepción de corrupción es alta, si tomamos en cuenta aspectos como los siguientes: sueldos muchas veces modestos frente a fortunas declaradas multimillonarias; campañas multimillonarias para ocupar posiciones en que todos los salarios sumados no alcanzan ni al 15% de la cantidad de dinero invertida para el cargo; contratos leoninos en perjuicio del Estado dominicano, como el de la Cogentrix, que uno si sabe quiénes lo impusieron ni hay castigados por ello, pese al daño que representa para el país; robos de equipos desaparecidos de hospitales, como uno que se desapareció del Cabral y Báez y vaya usted a ver si lo encontraron o si apresaron a alguien.

Y la práctica de repartir posiciones, sacarle una tajada y poner en una posición de robar y lucrarse, a verdaderos malandrines políticos, tahúres de mala muerte, delincuentes de tomo y lomo, que parasitan en los partidos para ir al Estado a depredar como buitres.

Que los partidos principales dominicanos, PRD, PRSC y PLD, semejen asociaciones de malhechores, conciábulos de grupos que se pelean por controlar aquellas franquicias políticas con el fin de ir a acabar con el patrimonio público, no sólo es deprimente, también peligroso. Hay quienes critican y señalan, pero tienen el objetivo de imponernos un estado totalitario, peor en todos los sentidos.

De ahí que se requiera criticar a estos partidos clientelistas, venales y corruptos, demandar mayor probidad, mayor control, menor concentración de poder, más equilibrio y fiscalización, leyes que permitan controlar y castigar el dolo y la prevaricación y un modelo de vida menos ostentoso y glamoroso, menos descarado, más ajustado a la realidad de un país pobre y de limitados recursos.

Tanto al autor del artículo, como al señor Rafael Bonilla Bailón y a otras personas que lo han comentado les asisten sobradas razones.

Triste es que una generación que se la pasó criticando las prácticas trujillistas y balagueristas, incluso las prácticas perredeístas, se revele incapaz de superarlas y, por el contrario, las empeore. Esto requiere que los ciudadanos independientes asumamos nuestra responsabilidad de denunciar, exigir y señalar lo mal hecho, tal como hizo el autor del artículo, como lo hizo del señor Bonilla y tantos otros dominicanos interesados en un mejor destino para nuestro infausto país

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