LA
MIOPÍA MORAL DE ARTISTAS E INTELECTUALES.
El
totalitarismo, nazi, fascista o estalinista o castrista, absorbe todo, reclama
todo. No sólo las manos para aplaudir, sino también la lengua para afirmar, las
piernas para marchar y los ojos para mirar a conveniencia y no ver, también a
conveniencia.
Los
artistas e intelectuales del siglo XX y los que se inician en el siglo XXI
fuimos y somos fanáticos de los totalitarismos.
Odiamos
la democracia con la virulencia más acre. Nos escandalizamos de sus pústulas,
de sus miserias, de su mediocridad. Y igual pasión enaltecemos al patán, al
criminal feroz, al ensorbecido ególatra.
Escribimos,
como Louis Aragon, odas a la GPU, como Nicolás Guillén, cantos a Stalin
capitán; como Pablo Neruda, versos al Partido, como Paul Eluard nos negamos a
ser solidarios con los perseguidos, como Bertold Brecht damos la espalda a los
obreros esclavizados que se rebelan...
No
cuestionamos, no sometemos a análisis, no discriminamos, simplemente
vociferamos con más fuerza, para mostrar nuestra total adhesión.
Los
escritores fueron a la URSS con ojos de fe a buscar confirmación de sus
fantasías redentoras. César Vallejo fue y su libro: "Viaje a la URSS"
es una demostración fehaciente de que el talento poético nada tiene que ver con
la inteligencia crítica, la sensatez y el discernimiento.
Neruda
fue muchas veces y sabía lo que pasaba y calló, calló y cayó, cayó porque
calló. Fue un oportunista que vendió su alma al diablo por premios y
reconocimientos. Es el ejemplo del poeta postrado al totalitarismo.
Rafael
Alberti endosó los crímenes de las Checas cuando la guerra civil española. Así
también García Márquez pintó de manera servil la Cuba de Castro como el
paraíso, lo que no fue obstáculo para que escogiera al capitalista México como
lugar de residencia. Parece que prefiere el "infierno" mexicano a
vivir bajo las alas de Fidel padre, que no de Dios.
El
artículo de El País sobre las crónicas del viaje a la URSS de Robert Capa y
John Steinbeck destaca precisamente la crónica frívola que evade hablar de los
crímenes, los abusos, los arrestos, las desapariciones y el terror en que vivía
aquella sociedad.
Hicieron
causa común con el asesino, no con la víctima.
Con el
verdugo, no con el pueblo ruso.
Con
Stalin, no con los condenados.
El
totalitarismo y el poder seducen, sin dudas.
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