ENTENDIENDO
LA MENTE
La
mente humana construye modelos (los llamamos hipótesis) para tratar de unir
puntos y entender. Así nos acercamos a la intelección de fenómenos. E
inventamos tecnologías para poner a prueba nuestras hipótesis y a sus
resultados lo llamamos ciencia.
La ciencia
se acerca a la comprensión de la realidad en oleadas, limitada por la
tecnología. La lógica nos permite hacer hipótesis que deben ser verificables:
inducimos y deducimos, suponemos.
La
realidad es incognoscible, lo máximo que logramos es aproximarnos ¿por qué? por
limitaciones insalvables: 1. percibimos sólo una fracción limitada de la
realidad, aquella que está vinculada a nuestros sentidos: ver, oír, tocar, oler y saborear. Las tecnologías
son ampliaciones o extensiones de nuestros sentidos. El microscopio electrónico
o el telescopio Hubble no son más que extensiones para poder ver más que lo que
nuestra limitada vista nos permite.
Pero,
nuestros sentidos limitan nuestra percepción de una realidad que es más rica y
completa que ellos. ¿Cómo percibir aquello que es ajeno a nuestros sentidos y
que no sabemos que existe?
Otra
limitación son los sesgos cognitivos, nuestra subjetividad que totaliza lo que
es fraccional. Construimos hipótesis a partir de datos fragmentarios, de
nuestras interpretaciones sesgadas.
Y está
el fardo cultural, pensamos a partir de una tradición y esa tradición nos
conforma (que es lo mismo que nos deforma).
Cuando
estudié PNL (programación neurolingüística) entendí asuntos claves como el
papel de la subjetividad (interpretación de estímulos, que es lo que denomina
percepción) y la construcción de modelos. Y el cómo pensamos.
He
aprendido que todos, a lo máximo que podemos llegar (y a lo máximo que he
podido llegar) es a construir hipótesis plausibles, todas provisionales, que
posteriores elucubraciones, pruebas, desarrollo tecnológico y experiencias
deben validar, modificar o refutar. He aprendido a no aferrarme a ningún saber,
porque todo saber es una creencia y toda creencia es una hipótesis provisional.
De
hecho, pese a lo fatuos que somos (¡y vaya si lo somos!), ni siquiera
mentalmente nuestra conciencia vive en el presente, sino en el pasado. Hay una
fracción de segundo entre la recepción sensorial del estímulo y su registro
cerebral. Y en publicidad aprendí que sólo tras tres estímulos no muy
significativos (un anuncio, por ejemplo) es que atravesamos el umbral de
conciencia.
Y
George Miller, en The Magic Number Seven, ya enseñó en la década de los ´50 que
la atención consciente humana tenía apenas capacidad de operar con 7 +- bits de
información (el estrés, la cultura y el
interés modifican la cifra). Expuesto a similar estímulo percibimos cosas
distintas en función de nuestra formación, cultura, intereses, nivel de enfoque
atencional, agudeza sensorial, punto de vista y creencias).
Para
que la cosa sea más compleja aún, y lo es (toda la filosofía la trata, al igual
que la psicología, y no la abarcan ni la agotan), la comunicación humana es
altamente improbable, pues usamos cajones vacíos (palabras) que rellenamos de
nuestras experiencias o entendemos a partir de nuestras experiencias
particulares.
De ahí
que reaccionamos particularmente a palabras que significan una experiencia
personal distinta para quien las emite con respecto a quien las recibe.
En PNL
se tomó de Noam Chomsky la diferencia entre entructura profunda y estructura
superficial y los procesos inconscientes de generalización, eliminación y
distorsión en que los humanos incurrimos y que afectan al mensaje. Pero aún la
experiencia profunda, percepción, que sirve de referencia al emisor o elocutor,
está mediada por sesgos cognitivos poderosos, es siempre parcial, siempre
limitada, siempre sesgada.
Eso nos
debe llevar a la más profunda humildad, a la más profunda tolerancia, a la más
profunda aceptación (que no resignación) de nuestras limitaciones, sin cejar en
buscar superarlas, vencerlas, construir una aproximación, un modelo de la
realidad, más operativo, útil y completo.
La idea
de Dios es totalmente subjetiva. Pero es una idea útil, valiosa.
Nos da
un asidero, un recurso potente para sostener la esperanza en medio de
tribulaciones, pruebas y dificultades. Frente a la incertidumbre del futuro.
Las
religiones, todas sin excepción, y la cristiana en particular, que es la fe que
profeso, se articulan en base a mitos.
Sus
discursos son míticos, no son discursos para ser verificados y comprobados
científicamente. Son mitos poéticos, lenguaje simbólico, que hablan no a
nuestra razón sino a nuestras creencias y mentes más profundas: la atávica,
ancestral, del cerebro reptiliano y a la emocional del cerebro límbico.
Pero
nuestros cerebros reptilianos o paleocerebros, y límbicos dominan más del 95%
de nuestras respuestas conductuales cotidianas. Y en situaciones de estrés, el
100%.
Una
persona con fe tiene una ventaja a una persona sin fe.
La fe
da sentido, coherencia y propósito a una realidad de por sí caótica,
impredecible y cargada de amenazas.
Nos
sirve para vivir sin tantas aprehensiones y temores.
Y
cuando el avión, esa maravilla de la tecnología, cae en picada, yo prefiero
tener a quién clamar que vivir la desesperación sin recurso del ateo.
La fe
me da parámetros morales y parámetros relacionales que guían mi vida.
Todos
los mensajes religiosos, y los bíblicos en particular, son mitos, explicaciones
simbólicas, responden al lenguaje poético: son metáforas, parábolas, símbolos,
alegorías... Leer esos escritos de manera literal es de un grado de torpeza
increíble. Y muchos caen en esa torpeza.
Mientras
estamos vivos la fe tiene un papel. No nos niega el escrutar, investigar,
analizar, desafiar saberes establecidos y construir aproximaciones mejores.
Simplemente nos brinda marcos éticos y un espacio de humildad para entender lo
limitado de nuestras capacidades.
Un día,
tarde o temprano, nuestra vida acaba.
¿Y si
Dios no existía? Bien, fue una hermosa mentira que me permitió soportar la vida
y vivirla de una forma más grata: amando a mi hermano, sirviendo a mi prójimo,
honrando a mi esposa y buscando la amistad de los sabios a la vez que
alejándome de los necios y malvados.
Agradezco
esa mentira que tanta felicidad me proveyó.
Tuve a
quien clamar, aprendí a humillarme, orar y ponerme de rodilla. Y tuve la
confianza de que alguien me protegía, cuidaba, amaba y bendecía. Y eso tiene un
valor extraordinario: el efecto placebo está científicamente comprobado.
El ateo
renuncia a todo eso. Qué pena.
Ambos,
ateos y creyentes, moriremos.
Si Dios
no existe, si todo fue una mentira, no importa ahora. Ambos morimos y ninguno
de los dos lleva ventaja.
Pero
si, tras la muerte, nos hallamos frente a Él, entonces más le vale a los ateos
empezar a orar desde ya porque Dios no exista, porque no quisiera estar en el
lugar de ellos.
La actitud fatua y autosuficiente frente a lo que llamamos Dios, el principio creador y rector de la vida y el universo, es vana soberbia. Querer discutir como "verdades o evidencias científicas", es decir, con los recursos de la racionalidad y la lógica, los discursos míticopoéticos que fundan una religión y que van, no a esa laminilla de neuronas grises más delgada que el canto de una hoja de papel, que constituye nuestro neocórtex, sino al paleocerebro (reptiliano) y al límbico responsables de más del 95% de nuestros comportamientos, es no entender el campo de la ciencia y el campo de la religión. Son dos áreas distintas y complementarias, en que ninguna sustituye o anula a la otra. Se ha comprobado el papel de la fe y la oración en los organismos vivos. ¿anula eso a la ciencia? En nada. Cuando tenemos un enfermo en cuidados intensivos la ciencia hace su papel, la oración y la fe hacen el suyo. Ambas son importantes, necesarias y no se excluyen. Religión sin ciencia o ciencia sin religión es como alimentos sin agua o agua sin alimentos. No es uno o lo otro, es lo uno y lo otro, complementos importantes para la existencia humana. La religión sin ciencia produce fanatismo. La ciencia sin religión produce aberraciones. Mi conciencia de creyente no excluye mi conciencia científica.
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