viernes, 6 de julio de 2012

ENTENDIENDO LA MENTE


ENTENDIENDO LA MENTE
La mente humana construye modelos (los llamamos hipótesis) para tratar de unir puntos y entender. Así nos acercamos a la intelección de fenómenos. E inventamos tecnologías para poner a prueba nuestras hipótesis y a sus resultados lo llamamos ciencia.
La ciencia se acerca a la comprensión de la realidad en oleadas, limitada por la tecnología. La lógica nos permite hacer hipótesis que deben ser verificables: inducimos y deducimos, suponemos.
La realidad es incognoscible, lo máximo que logramos es aproximarnos ¿por qué? por limitaciones insalvables: 1. percibimos sólo una fracción limitada de la realidad, aquella que está vinculada a nuestros sentidos: ver,  oír, tocar, oler y saborear. Las tecnologías son ampliaciones o extensiones de nuestros sentidos. El microscopio electrónico o el telescopio Hubble no son más que extensiones para poder ver más que lo que nuestra limitada vista nos permite.
Pero, nuestros sentidos limitan nuestra percepción de una realidad que es más rica y completa que ellos. ¿Cómo percibir aquello que es ajeno a nuestros sentidos y que no sabemos que existe?
Otra limitación son los sesgos cognitivos, nuestra subjetividad que totaliza lo que es fraccional. Construimos hipótesis a partir de datos fragmentarios, de nuestras interpretaciones sesgadas.
Y está el fardo cultural, pensamos a partir de una tradición y esa tradición nos conforma (que es lo mismo que nos deforma).
Cuando estudié PNL (programación neurolingüística) entendí asuntos claves como el papel de la subjetividad (interpretación de estímulos, que es lo que denomina percepción) y la construcción de modelos. Y el cómo pensamos.
He aprendido que todos, a lo máximo que podemos llegar (y a lo máximo que he podido llegar) es a construir hipótesis plausibles, todas provisionales, que posteriores elucubraciones, pruebas, desarrollo tecnológico y experiencias deben validar, modificar o refutar. He aprendido a no aferrarme a ningún saber, porque todo saber es una creencia y toda creencia es una hipótesis provisional.
De hecho, pese a lo fatuos que somos (¡y vaya si lo somos!), ni siquiera mentalmente nuestra conciencia vive en el presente, sino en el pasado. Hay una fracción de segundo entre la recepción sensorial del estímulo y su registro cerebral. Y en publicidad aprendí que sólo tras tres estímulos no muy significativos (un anuncio, por ejemplo) es que atravesamos el umbral de conciencia.
Y George Miller, en The Magic Number Seven, ya enseñó en la década de los ´50 que la atención consciente humana tenía apenas capacidad de operar con 7 +- bits de información (el estrés, la cultura  y el interés modifican la cifra). Expuesto a similar estímulo percibimos cosas distintas en función de nuestra formación, cultura, intereses, nivel de enfoque atencional, agudeza sensorial, punto de vista y creencias).
Para que la cosa sea más compleja aún, y lo es (toda la filosofía la trata, al igual que la psicología, y no la abarcan ni la agotan), la comunicación humana es altamente improbable, pues usamos cajones vacíos (palabras) que rellenamos de nuestras experiencias o entendemos a partir de nuestras experiencias particulares.
De ahí que reaccionamos particularmente a palabras que significan una experiencia personal distinta para quien las emite con respecto a quien las recibe.
En PNL se tomó de Noam Chomsky la diferencia entre entructura profunda y estructura superficial y los procesos inconscientes de generalización, eliminación y distorsión en que los humanos incurrimos y que afectan al mensaje. Pero aún la experiencia profunda, percepción, que sirve de referencia al emisor o elocutor, está mediada por sesgos cognitivos poderosos, es siempre parcial, siempre limitada, siempre sesgada.
Eso nos debe llevar a la más profunda humildad, a la más profunda tolerancia, a la más profunda aceptación (que no resignación) de nuestras limitaciones, sin cejar en buscar superarlas, vencerlas, construir una aproximación, un modelo de la realidad, más operativo, útil y completo.
La idea de Dios es totalmente subjetiva. Pero es una idea útil, valiosa.
Nos da un asidero, un recurso potente para sostener la esperanza en medio de tribulaciones, pruebas y dificultades. Frente a la incertidumbre del futuro.
Las religiones, todas sin excepción, y la cristiana en particular, que es la fe que profeso, se articulan en base a mitos.
Sus discursos son míticos, no son discursos para ser verificados y comprobados científicamente. Son mitos poéticos, lenguaje simbólico, que hablan no a nuestra razón sino a nuestras creencias y mentes más profundas: la atávica, ancestral, del cerebro reptiliano y a la emocional del cerebro límbico.
Pero nuestros cerebros reptilianos o paleocerebros, y límbicos dominan más del 95% de nuestras respuestas conductuales cotidianas. Y en situaciones de estrés, el 100%.
Una persona con fe tiene una ventaja a una persona sin fe.
La fe da sentido, coherencia y propósito a una realidad de por sí caótica, impredecible y cargada de amenazas.
Nos sirve para vivir sin tantas aprehensiones y temores.
Y cuando el avión, esa maravilla de la tecnología, cae en picada, yo prefiero tener a quién clamar que vivir la desesperación sin recurso del ateo.
La fe me da parámetros morales y parámetros relacionales que guían mi vida.
Todos los mensajes religiosos, y los bíblicos en particular, son mitos, explicaciones simbólicas, responden al lenguaje poético: son metáforas, parábolas, símbolos, alegorías... Leer esos escritos de manera literal es de un grado de torpeza increíble. Y muchos caen en esa torpeza.
Mientras estamos vivos la fe tiene un papel. No nos niega el escrutar, investigar, analizar, desafiar saberes establecidos y construir aproximaciones mejores. Simplemente nos brinda marcos éticos y un espacio de humildad para entender lo limitado de nuestras capacidades.
Un día, tarde o temprano, nuestra vida acaba.
¿Y si Dios no existía? Bien, fue una hermosa mentira que me permitió soportar la vida y vivirla de una forma más grata: amando a mi hermano, sirviendo a mi prójimo, honrando a mi esposa y buscando la amistad de los sabios a la vez que alejándome de los necios y malvados.
Agradezco esa mentira que tanta felicidad me proveyó.
Tuve a quien clamar, aprendí a humillarme, orar y ponerme de rodilla. Y tuve la confianza de que alguien me protegía, cuidaba, amaba y bendecía. Y eso tiene un valor extraordinario: el efecto placebo está científicamente comprobado.
El ateo renuncia a todo eso. Qué pena.
Ambos, ateos y creyentes, moriremos.
Si Dios no existe, si todo fue una mentira, no importa ahora. Ambos morimos y ninguno de los dos lleva ventaja.
Pero si, tras la muerte, nos hallamos frente a Él, entonces más le vale a los ateos empezar a orar desde ya porque Dios no exista, porque no quisiera estar en el lugar de ellos.

1 comentario:

  1. La actitud fatua y autosuficiente frente a lo que llamamos Dios, el principio creador y rector de la vida y el universo, es vana soberbia. Querer discutir como "verdades o evidencias científicas", es decir, con los recursos de la racionalidad y la lógica, los discursos míticopoéticos que fundan una religión y que van, no a esa laminilla de neuronas grises más delgada que el canto de una hoja de papel, que constituye nuestro neocórtex, sino al paleocerebro (reptiliano) y al límbico responsables de más del 95% de nuestros comportamientos, es no entender el campo de la ciencia y el campo de la religión. Son dos áreas distintas y complementarias, en que ninguna sustituye o anula a la otra. Se ha comprobado el papel de la fe y la oración en los organismos vivos. ¿anula eso a la ciencia? En nada. Cuando tenemos un enfermo en cuidados intensivos la ciencia hace su papel, la oración y la fe hacen el suyo. Ambas son importantes, necesarias y no se excluyen. Religión sin ciencia o ciencia sin religión es como alimentos sin agua o agua sin alimentos. No es uno o lo otro, es lo uno y lo otro, complementos importantes para la existencia humana. La religión sin ciencia produce fanatismo. La ciencia sin religión produce aberraciones. Mi conciencia de creyente no excluye mi conciencia científica.

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