domingo, 30 de mayo de 2021

 


UN PUÑADO DE HÉROES Y EL PRECIO

 DE LA LIBERTAD

 

Por Aquiles Julián

 

Hoy, 30 de mayo del 2021, es un día de gloria y un día de alegría, gracias al sacrificio y la determinación de un puñado de héroes que supieron poner el futuro, los derechos ciudadanos, la libertad por encima de todo, y arriesgarlo todo, sus vidas, sus familias, para asegurarles a sus hijos y a todos los dominicanos el vivir de pie, y no hincados ante el más vil y corrupto de los tiranos conocidos: el infame Rafael Leónidas Trujillo.

El ajusticiamiento de Trujillo, que hoy conmemoramos, y que condujo a que el 30 de mayo, con justicia y decencia, haya sido reconocido oficialmente por el Estado dominicano como el Día de la Libertad, fue, de todas las gestas patrióticas en que los dominicanos nos desangramos en el siglo 20, la única que logró su propósito.

También es la única que cambió nuestra historia de manera constatable.

Nos devolvió, a una población que ni tenía idea de lo que significaban (y, de hecho, todavía nos falta mucho para entenderlas, profundizarlas y adoptarlas, 60 años después), la democracia y la libertad.

El 30 de mayo fue la culminación de un complot desesperado de hombres y mujeres determinados a ponerle fin a un engendro que nunca debimos permitir que ocurriera: la dictadura de Trujillo, un delincuente común, cuatrero y servil, cuyo prontuario criminal fue borrado durante los 31 años de perversión a los que su ajusticiamiento puso fin.

Descendiente de un estafador, Pepito Trujillo, y parte de lo que en San Cristóbal se conocía como La Banda de Pepito, Trujillo se las ingenió para ingresar a un cuerpo represivo antidominicano, la Guardia “Nacional”, creada por los ocupantes norteamericanos que en 1916 habían abusado de su fuerza e invadido el país. ¿Cuál era el propósito de la Guardia “Nacional”? reprimir y asesinar a los que resistían, sobre todo en los campos del Este, el despojo de sus tierras y la presencia de los invasores.

Los crímenes de la soldadesca invasora y sus serviles locales fueron de tal grado y tanta maldad que hasta los propios norteamericanos se alarmaron. Auténticos psicópatas fungieron de capitanes del U.S. Marines Corp y cometieron horrendidades, como incendiar las viviendas de tablas y canas de infelices campesinos dominicanos con la familia dentro, torturas y violaciones.

El mismo Trujillo fue enjuiciado por sus amos por violación, ya que depredaba y abusaba a sus anchas por tierras del Este. Y se dedicó al cuatrerismo, al secuestro y la extorsión, desde la posición de poder que le brindaba el ser un esbirro de los norteamericanos. Así fue reuniendo una cuantiosa fortuna.

Aunque formalmente el país recuperó su soberanía en 1924, en realidad fue algo más formal que real, ya que esa fuerza militar interventora se mantuvo como ejército nacional, toda vez que no lo era, sino una fuerza al servicio de los norteamericanos y garante de sus intereses.

Y los gobernantes locales, en particular, Horacio Vásquez, cuya responsabilidad en la emersión de esa tiranía no es poca, por dejarse camelar por Trujillo y promoverlo contra el consejo sensato de sus propios colaboradores hasta caer víctima de su protegido, al no desmantelar esa fuerza antidominicana, sino mantenerla y darle poder, condujeron al país a la tragedia.

Trujillo asesinó, torturó, exilió, despojó, encarceló y aplastó a los dominicanos y todos, salvo honrosas excepciones, se prosternaron y buscaron medrar y sobrevivir dentro del asfixiante ambiente de esta tiranía totalitaria.

Igual hicieron muchas de las familias que luego se comprometieron en librarnos del tirano.

¿Eso las desmerita? En nada. Muy por el contrario.

En algún momento el tanto arrodillarse las hartó.

Pensemos, qué estaban haciendo nuestros propios parientes: padres, abuelos, bisabuelos, el 30 de mayo del 1961, para entender aquí todo el mundo medraba y se arrodillaba a Trujillo y su dictadura, pero estos hombres, estas mujeres, estas familias, optaron por levantarse y se jugaron sus vidas y sus suertes para librarnos de la alimaña, como bien la tipificó el héroe Ángel Severo Cabral.

Y complotaron y pusieron todo en riesgo para devolvernos una libertad y una democracia que, increíblemente, todavía no hemos podido valorar, respetar y profundizar.

No podemos acusar a los héroes del 30 de mayo de los traumáticos hechos que hemos vivido en los últimos 60 años.

Ellos, la gran mayoría, fueron masacrados y exterminados.

Unos pocos sobrevivieron, pero el aparato trujillista pervivió y se rearticuló y siguió operando lejos de los valores de democracia y libertad que inspiraron a los héroes del 30 de mayo.

Peor aún, la juventud dominicana, en vez de esforzarse en profundizar la democracia y la libertad, se dedicó en forma delirante y fanática a ¡Promover la dictadura! Es decir, los jóvenes promovieron destruir las escasas libertades logradas y retornar a un régimen tiránico. La dictadura del proletariado o la dictadura con respaldo popular, fueron promovidas, mientras se desacreditaba la democracia y se abominaba de la libertad.

Esa fue, por mucho, el peor de todos los errores cometidos por los que hemos vivido en libertad, precaria, limitada, pero por mucho mayor al ambiente sin esperanza del trujillismo, desde el 1961 a la fecha.

Lo sorprendente es que todavía, los que promovieron la dictadura (del proletariado, con respaldo popular, etc.), son capaces de decir que ¡luchaban por la democracia y la libertad!, cuando en realidad lo hacían contra la democracia y contra la libertad.

Y pese a que la juventud dominicana equivocó el rumbo y se dejó manipular aviesamente, y a que no se desmanteló ni el ejército trujillista ni el aparato gubernamental trujillista, pese a todos los tropiezos y errores, la libertad y la democracia alcanzadas por la gesta del 30 de mayo del 1961, precarias, endebles, con todo, no han perimido. Y de alguna manera ese sacrificio y esa sangre no han sido en vano.

Loor a esos hombres y mujeres. Loor a esas familias. Nunca tantos le debieron tanto a tan pocos.


martes, 25 de mayo de 2021

 


LAS HEROÍNAS DE LOS HÉROES

 

Por Aquiles Julián

 

Estamos a días, escasos días, a horas más bien, de conmemorar una gesta trascendental, épica y extraordinaria: el 60 Aniversario del Ajusticiamiento del tirano Rafael L. Trujillo, alias Chapita o El Chivo.

Ese acto que ennoblece y abrillanta las vidas de quienes lo idearon, organizaron y ejecutaron- Lo  arriesgaron todo en aras de retornarles a los dominicanos la libertad, y pagaron el altísimo precio de sus vidas los principales de entre ellos, para asegurarnos a todos el derecho a elegir, hablar, asociarse, decidir y disentir, que en sesenta años, con todos los azares y turbulencias vividos, se han sostenido.

Y tuvo unas heroínas no menos dignas de reconocimiento y admiración.

Fueron las compañeras de los héroes, esas esposas que padecieron los tormentosos días posteriores al Ajusticiamiento (así, con mayúscula inicial). Ellas vieron sus hogares asaltados, fueron  atropelladas, vivieron muchas la infructuosa y desesperada lucha por preservarles las vidas a los que fueron apresados, martirizados  y masacrados. Y han tenido que vivir el resto de sus vidas junto a sus hijos sin una tumba donde ir a llorar al esposo y padre. Y a partir del 30 de mayo del 1961, asumir la responsabilidad de levantar una familia, sacar adelante sus hijos y convertirlos en hombres y mujeres de bien.

La gesta heroica y patriótica del 30 de mayo del 1961 fue la única hazaña heroica que logró su cometido en todo el siglo XX en República Dominicana.  En esos 100 años los dominicanos fuimos una y otra vez aplastados por el poder extranjero y sus cómplices locales, de los que Trujillo fue, sin dudas, el peor, apátrida y servil al extremo.  

Tanto esfuerzos infructuosos, tanto sudor y sangre vertidos, tanto martirio y valor sucumbieron a la fuerza y la sevicia, desde La Barranquita a la acción temeraria del gran Gregorio Urbano Gilbert, recientemente exaltado al Panteón de la Patria, desde la conspiración de Santiago para eliminar a Trujillo a las distintas conspiraciones que han sido sospechosamente silenciadas por los historiógrafos que muestran cierta proclividad a repetir la infame narrativa protrujillista que impera, en vez de desmontar los mitos, mentiras y adulteraciones y poner en evidencia a los que sumaron sus intelectos al embellecimiento y a la mitificación de una tiranía fundada en el crimen, el latrocinio y el servilismo.

Nadie nunca podrá imaginar los abismos de tormentos, la violencia de la incertidumbre, los días que se arrastraban llenos de dolor y de impotencia, al arbitrio de un desequilibrado y una cohorte de esbirros, serviles y crueles.

Eran mujeres criadas y formadas para otras circunstancias. Sus vidas estaban diseñadas para ser amas de casa, criar sus hijos, ser el soporte emocional de la familia y vivir los afanes domésticos y particulares: intercambiar recetas, engalanar la casa, la moda, las radionovelas, los cotilleos familiares,  viendo crecer los hijos, casarse y engendrar nietos, sin mayores sobresaltos.

Otra fue la vida a la que las circunstancias la arrojaron.

El período que va desde el 30 de mayo del 1961 al sorpresivo 18 de noviembre del 1961, ese lapso que media entre la acción heroica del 30 de mayo y la salida forzada de los Trujillo del país, fueron tiempos de una tortura inimaginable para estas mujeres atrapadas en esta isla cárcel.

Cazados y torturados, una parte importante de los conjurados, pese a la crueldad y sevicia de los asesinos, no habló. Soportó la inclemencia de quienes abusaron de mil y una formas de ellos para sonsacarles el nombre del resto de los comprometidos y callaron.  Eso permitió que otros conjurados organizaran sus fuerzas y en un acto de increíble valor, de tanto valor y audacia que hoy no imaginamos lo que significó en esa época esa acción, plantaran cara a la tiranía y dieran a la luz ese movimiento de unidad patriótica que fue Unión Cívica Nacional.

Había que ser valiente para a un mes de ajusticiado Trujillo y con Ramfis y el SIM persiguiendo a muerte a los patriotas del 30 de mayo, deslindar los campos con el régimen de muerte y terror.

Había que poseer una reciedumbre espartana para no hablar ni ceder bajo tortura, manteniendo el secreto y salvando vidas.

Y durante todos esos días interminables, yendo a cárceles, reuniéndose en las afueras de los presidios, buscando apoyos para preservar las vidas de sus esposos, hijos, experimentando el miedo y el terror de amistades y conocidos, que se alejaban empavorecidos, estas mujeres labraron una historia de fidelidad y dignidad asombrosa.

Sabían la capacidad criminal de los que mandaban. Su vocación por la tortura y el crimen. Su historial de terror.

Igualmente sabían que un cambio de humor, una borrachera, una provocación, una fanfarronada en medio de las orgías y las drogas en que se pervertía Ramfis con su camarilla, podían borrarlas a ellas y a sus hijos, no sólo a sus esposos, de la faz de la tierra.

De hecho, eso se planificó, agendó y programó para que sucediera en una bacanal de sangre y luto que las circunstancias providenciales del sábado 18 de noviembre frustraron, cuando Ramfis, asesorado por Emilio Rodríguez Demorizi y José Ángel Saviñón, sus mentores civiles, y sus canchanchanes militares, idearon y organizaron la Operación “Luz Verde”.

Esta pantomima  pretendía simular un golpe de Estado al entonces presidente nominal, Joaquín Balaguer, por parte de Negro Trujillo y Petán, en un show sangriento en que se eliminarían más de 3,000 dominicanos, incluyendo al mismo Balaguer.

Toda esa bacanal de sangre y terror  tendría como telón de fondo la supuesta renuncia y salida del país de Ramfis Trujillo, navegando a la espera de que los norteamericanos, ante la magnitud de la matanza que se realizaba, la cual se la iba a endilgar  a sus propios tíos, Negro y Petán,  los norteamericanos le pidieran regresar a apaciguar el país y que le levantaran las sanciones.

Esa reunión perversa, que se realizó en San Isidro en sábado 18 de noviembre del 1961 concentró la camarilla más leal a Ramfis,  en quienes él confiaba para ejecutar el plan, nombres que escandalizarían al país de hacerse públicos,  y los cabecillas regionales del SIM, convocados para la matanza, a los que se les distribuyeron  los listados de quienes debían  ser exterminados.

El Plan “Luz Verde” abortó por circunstancias fortuitas que sólo la mano de Dios puede explicar.

Ese mismo día, y pese a la acción desesperada de estas valientes mujeres, que tocaron las puertas del gobierno y clamaron al entonces presidente títere impedir lo que intuían sucedería, se produjo el crimen de Hacienda María, del que 60 años después no sólo se ocultan a todos los participantes y presentes, sino también el destino de los cuerpos de los héroes inmolados.

Y todos estos últimos 60 años ellas se crecieron, sacaron fuerza de sus flaquezas, rompieron el cascarón doméstico y subordinado, se elevaron desde su dolor para sacar adelante sus hijos y  tuvieron que vivir en  la proximidad de los cómplices y testaferros del crimen y la tortura, que siguieron ostentando rangos y posiciones de poder.

Algunos participaron en la vejación y el martirio de sus esposos, los héroes del 30 de mayo. Otros, facilitaron el crimen. Y se hicieron cómplices por el silencio, esa omertá criminal que todavía pervive en nuestras fuerzas armadas.

Otros participaron en la desaparición de sus cuerpos.

Todos siguieron impertérritos en posiciones de mando y poder en el Estado, como si nada hubiesen hecho.

Durante 60 años la impunidad ha marcado la historia dominicana. Y nunca mejor demostración que el fallecimiento hace unas semanas de uno de los participantes en el asesinato de las hermanas Mirabal, que vivió y murió en Santiago sin sonrojo, en una burla total a los dominicanos.

Todavía, a 60 años, no hay una Comisión de La Verdad que saque a la luz la realidad criminal.

Al revés, envalentonados por la ignorancia y el envilecimiento de la sociedad y apadrinados desde instancias de poder, han animado a un delincuente dado a la estafa y el crimen, a considerarse heredero al trono.  y los Trujillo aspiran a recobrar su feudo y su herencia.

Ellas, las heroínas, fueron muriendo, extinguiéndose, sin ver un mínimo asomo de justicia ni misericordia ante su tragedia.

Reciban mi reconocimiento, mi gratitud, mi solidaria fidelidad ante su dolor y su sacrificio.

Y mi esperanza, que no cesa, de que tanto dolor y tanta espera inútil por justicia, no haya sido en vano.