UNA
EPIDEMIA FUERA DE CONTROL EN LA SOCIEDAD PERFECTA
Hay en
el ser humano un gusto por la utopía totalitaria que realmente asombra.
Alcanzamos
niveles de credulidad increíbles. Bien decía Goebbels que la calumnia, mientras
más exagerada, más creíble era.
Estamos
prestos a avalar cualquier patraña que endose nuestras fantasías de una
sociedad perfecta, sin conflictos, donde la gente sonríe y fraterniza, mientras
cantan alabanzas al mítico héroe que los liberó de las miserias humanas.
Y la
muchedumbre grita, como en aquellos multitudinarios mítines de la Plaza de la
Revolución (observados de cerca por al aparato de seguridad, para ver quien
desentona, quien calla, quien tuerce la boca y endurece el ceño) FI-DEL,
FI-DEL, FI-DEL
Toda
crítica, toda noticia disonante, que no repita las mentiras que emanan del
apparat es tildada de sospechosa. Peor aún, de “vendida a la mafia de Miami”.
Ya ni
siquiera a la CIA.
Aquella
sociedad inmaculada, de seres súper sanos y súper educados, que salen en “misiones
internacionalistas” a los infiernos del capitalismo atroz y neoliberal, como
nuevos redentores, es cercada por enemigos, bloqueada sin misericordia, atacada
de mil y una manera.
Realmente,
sorprende la propensión al mito.
La vida
real, la única que existe, es conflictiva, disímil, desafiante.
Demanda
nuestra capacidad de aprender, ensayar, equivocarnos, desandar nuestros pasos,
modificar nuestras competencias y añadir valor.
Es
agridulce, colmada de claroscuros.
¿Es eso
lo que nos lleva a soñar la arcadia armónica en donde todos los conflictos han
sido superados y se da a cada quien según su necesidad, mientras cada quien
aporta según su capacidad?
En 1980
fui delegado a un congreso sindical en La Habana.
Nos
pasearon por aldeas Potemkin: poblados con multifamiliares alrededor de un
centro que tenía supermercado, cine, salón multiuso, etc., mientras actores que
hacían el papel de campesinos nos agasajaban de mil y una manera, los alimentos
sobraban a nuestro alrededor y todo era alegría y fiesta para los “hermanos
revolucionarios internacionalistas que nos visitaban”.
Sólo
que noté que los anfitriones gozaban y aprovechaban la fiesta más que nosotros
mismos. Éramos sus excusas para poder comer y disfrutar a sus anchas.
Lo
mismo noté cuando nos hicieron aquella fastuosa fiesta de despedida en el
Habana Riviera (porque El Tropicana estaba en remodelación), con el elenco de
El Tropicana de los años cincuenta, que se repite y repite y repite, como si la
vida se hubiese detenido en aquellos años.
Un país
destartalado. Una sociedad acabada. Eso constaté.
Ahí
comenzó mi desencanto. ¿Era hacia aquello que yo quería conducir a mi país?
Definitivamente no.
Cuando
besé la “bella durmiente” lo que despertó fue la horrible bruja del ´78.
Quien
despertó fui yo de aquella mentira.
Pero
muchos quieren proseguir creyendo aquella mentira. Son los “tontos útiles” de
Lenín, “El Club de los Inocentes” de Willi Münzenberg, la masa amorfa de “compañeros
de ruta” que son de los primeros fusilados cuando sus adorados fideles se
encaraman y asumen el poder.
Miami
está lleno de ellos, los que colaboraron, los que apoyaron, los que
facilitaron, los que se expusieron. ¿O no fue ese el caso de Huber Matos,
Gutiérrez Menoyo y tantos otros?
Los
batistianos fueron cazados y fusilados sumariamente.
Miami
está lleno de los desencantados, los traicionados, los engañados.
Ellos
son “la mafia de Miami”.
Ahora,
en la sociedad perfecta del sistema de salud perfecto y la educación perfecta,
se desata una epidemia de cólera que pone en cuestión el sueño iluso de los
crédulos de siempre.
¿Saben
qué? Esperen un novelón de conspiración informando que drones a control remoto,
que partieron de la base de Guantánamo, esparcieron la bacteria del cólera en
Manzanillo, Cuba.
E
historias edulcorantes de heroísmo sin par de los inigualables médicos
castristas.
A todo
hay que acostumbrarse porque, como Goebbels advirtió, la mentira, mientras más
extravagante, más creíble.
Para
todo hay un ñame apropiado.
De mí se puede disentir y eso no me hace sentir mal, pues no soy dueño de verdad alguna: apenas de un punto de vista limitado, parcial y precario. No necesito que pase una epidemia de cólera para atacar al régimen: en Haití hay una y no ataco su régimen. El régimen es atacable por tiránico, por policíaco, por inhumano, por inepto y por corrupto. Con cólera y sin cólera. Lo que alguien interprete, debido a que toda denuncia sobre las calamitosas circunstancias en que la tiranía castrista tiene sumida a Cuba hace reaccionar a los consabidos alicates y serviles a aquella tiranía infame, es asunto suyo. Yo soy un claro opositor a cualquier tiranía, a cualquier régimen abusivo, a todo totalitarismo. No tengo tiranos favoritos ni dictaduras qué defender. He atacado a Pinochet y a Videla con la misma claridad con la que ataco al tándem siniestro de Raúl y Fidel. He enfrentado al trujillismo redivido con la misma entereza que me enfrento a las FARC. El problema es de quienes tienen tiranos favoritos y tiranías preferidas. Esos son los que practican el doble rasero moral: aprueban en uno caso lo mismo que reprueban en otro. Andan en ese cuerda floja de estar justificando lo injustificable cuando quienes incurren en la inconducta son sus admirados gorilas. ¿Cómo se puede estar contra el militarismo y el gorilismo y al mismo tiempo defender a un gorila como Raúl Castro? ¿O no es una tiranía militar heredable la que existe en Cuba? Lo bueno es que todos los castrófilos impenitentes prefieren gozarse el infierno neoliberal capitalista que ir a gozar de las delicias del paraíso socialista. ¿No será un caso de fariseísmo? ¿O serán masoquistas incurables?
ResponderEliminar