CÓMO GALÍNDEZ PASÓ DE INFORMANTE AMIGO A ENEMIGO
Por Aquiles Julián
“El juez de la Suprema Corte de Justicia
Arthur Goldberg declaró en una ocasión que: “Los hermanos Dulles eran
traidores”. Algunos historiadores creen que Allen Dulles buscó ser cabeza de la
recién formada CIA en gran parte para encubrir su conducta traidora y la de sus
clientes”.
Christian Deward
Making a Killing
El año
de 1954 sería crucial para la suerte de Jesús de Galíndez.
Tras el
triunfo electoral repúblicano que llevó a Ike
Eisenhower a la presidencia de los Estados Unidos en 1953 y la firma del Convenio Hispano-Americano de septiembre
de 1953 o Pacto de Madrid, los
intereses de los vascos y los norteamericanos tomaron definitivamente caminos
distintos.
El
Departamento de Estado, dirigido por un filofranquista, John Foster Dulles, empezó a colocar en agenda en las asambleas de
la ONU la incorporación de la España franquista, que en 1946 había sido
anatematizada como una tiranía que no representaba al pueblo español.
Esa
decisión entraba en contradicción con el interés del Partido Nacionalista
Vasco, PNV, y el gobierno vasco en el exilio al que Galíndez representaba ante
la ONU como delegado con derecho a voz, pero no a voto.
Galíndez
también representaba al PNV y al gobierno vasco en el exilio frente al
Departamento de Estado.
Y allí,
al State Department había llegado un
enemigo.
CUANDO EL ENEMIGO CAMBIÓ
Para
Galíndez y el PNV la exclusión de España de la ONU era innegociable. Y a ese
fin dedicaron sus energías, ejerciendo influencia sobre los delegados de los
distintos gobiernos, con los que habían hecho amistad, para frenar la
pretensión norteamericana.
El
triunfo electoral del general Dwight D. Eisenhower, Ike, a finales del 1952
representó para los vascos un serio revés. Las relaciones mayores eran con el
Partido Demócrata al cual el propio Galíndez se había afiliado.
Para la
época, en los Estados Unidos se había impuesto desde finales de los años
cuarenta, en pleno gobierno de Harry Truman, la doctrina de George F. Kennan del containment: la contención del
expansionismo soviético y la marcha de Stalin hacia el liderazgo y la hegemonía
mundiales.
La lucha contra el nazismo y el fascismo había
sido sustituida por la lucha contra el
comunismo.
La OSS
y luego la CIA, en donde operaba el
filonazi Allen Dulles, reclutaba
impúdicamente a los criminales de guerra nazi. Lo mismo hacia la NKVD de Stalin.
Ambas potencias se enzarzaron en una lucha por reunir la mayor cantidad de
recursos humanos nazis posible.Unos, los científicos y técnicos e industriales para trasladarlos a los Estados Unidos (científicos
nazis fueron, tanto en los Estados Unidos como en la Unión Soviética, los
responsables de los avances aeroespaciales, del Sputnik y de la NASA), otros, los militares, reclutándolos para montar un aparato de espionaje en el
nuevo escenario de la Guerra Fría. Fueron la Operación Clips, negada hasta hace poco oficialmente por el
gobierno norteamericano y la CIA. La otra, la llamada Operación Interés Nacional.
La
causa vasca y antifranquista estorbaba.
DEL “KICK-FRANCO-OUT-NOW” A “BIENVENIDO, MR. MARSHALL”
La
Guerra Fría fue oportuna y beneficiosa para Franco y su dictadura.
Al
decidir que España era un territorio de valor estratégico en un escenario de
enfrentamiento militar con la URSS, los militares estadounidenses presionaron
para descongelar la situación diplomática la nación peninsular.
La política
hacia España definida en 1946 por los países que constituyeron las Naciones
Unidas fue “Kick-Franco-Out-Now”.
Truman consideraba a Franco un enemigo de los Estados Unidos al mismo nivel que
Hitler y Mussolini. Era, en su opinión, un régimen ilegal impuesto a la fuerza
sobre la voluntad de los españoles. Pero esa no era la opinión de todos los
Estados Unidos. Por ejemplo, no era la opinión del subjefe de la OSS, el
aparato de inteligencia militar norteamericano durante la segunda guerra
mundial, el abogado de Wall Street y filonazi, Allen W. Dulles.
Tampoco
de muchos de alto mando militar que empezaron a argumentar acerca de la importancia estratégica de España para un
escenario posible de confrontación militar con la Unión Soviética.
Y esos
sectores se hicieron cada vez más influyentes y poderosos, pese a la animosidad
y mala voluntad de Truman para con
Franco.
El
primer gran logro fue alcanzado en 1948 al establecer EE.UU. con España una
relación para-diplomática.
Ese año
los Estados Unidos enviaron a Paul T. Culbertson, un diplomático al que no le
simpatizaba la dictadura de Franco, y quien antes había laborado en el
Departamento de Estado en la sección responsable para las relaciones con España
y amigo de la causa vasca, como Encargado de Negocios, a Madrid, pues por el
veto diplomático no podía establecer vínculos a nivel de embajada.
El 5 de
julio de 1950 el diario ABC destaca el Acuerdo Aéreo España-EE.UU., que
autorizaba dos rutas españolas y dos norteamericanas para vuelos comerciales,
negociaciones concluidas el 23 de junio en Washington. Por Estados Unidos, firmó el Encargado de
Negocios, Culbertson y por España el ministro de Asuntos Exteriores Alberto
Martín Artajo.
Por
influencia norteamericana, en octubre de 1950 la Organización de las Naciones
Unidas levantó el veto diplomático a la dictadura de Francisco Franco.
Truman
cedía, no sin resistencia personal, que la tuvo, a la presión de su cúpula militar, de la CIA y del “Spanish
Lobby” frente a España.
En
enero de 1951 se reanudaban las relaciones diplomáticas oficialmente y el
embajador designado lo fue Stanton Griffis. Al año siguiente lo sustituyó Lincoln
MacVeagh.
Tras la ascensión de Eisenhower a la
presidencia en EE.UU., en 1953, hubo un nuevo embajador claramente
filofranquista: James Clement Dunn.
El
director español Juan Luis Berlanga registró en una comedia de la época, Bienvenido, Mr. Marshall (1953), su obra
cumbre y a la que se tiene una de las mejores del cine español, las expectativas de muchos españoles con la
nueva actitud norteamericana frente a Franco, el cambio ocurrido.
La
política de “Kick-Franco-Out-Now”
había finiquitado.
EL HOMBRE QUE NO QUERÍA DARSE
CUENTA
Ese
giro progresivo hacia la avenencia con Franco lo advierte a tiempo y lo informa
a su jefe del gobierno vasco en el exilio, el Lehendakari Aguirre, el delegado vasco ante la ONU por entonces
Antón de Irala, ex–secretario del Lehendakari, quien representó hasta 1949 a
los vascos en la ONU y frente al Departamento de Estado y quien se movía en
esos escenarios como pez en el agua.
Las
advertencias de Irala, que percibía el desplazamiento hacia la lucha contra el
comunismo como eje, lo que facilitaba la alianza de los norteamericanos con los
nazis y con Franco, frente a la anterior lucha contra el nazi-fascismo, eran
interpretadas en Paris por Aguirre como pesimistas (lo mismo luego sucedería
con los reportes de Galíndez). Puede ser que esa tendencia realista de Irala
influyera en que Aguirre lo llamara a Francia, junto a él, cediendo la posición
de delegado en New York a Jesús de Galíndez.
Como
bien Irala advertía a Aguirre: “en los
momentos actuales es en los Estados Unidos donde se encuentra la decisión de
los problemas políticos más importantes de Europa y sobre todo el que a
nosotros nos afecta”, pero el enfoque de Lehendakari vasco era siempre
proclive a no entrar con conflicto con el gobierno norteamericano. Todo buscaba
interpretarlo bajo una luz optimista y favorable. Para su pesar, los acontecimientos se movían en una dirección
distinta a sus intereses o preferencias.
Como
Diego Martínez Barrio, el político español que fungía de presidente de la
República española en el exilio anotó en su diario: “Todo el juego de la política norteamericana respecto a España se
basa en la cotización que alternativamente conceden a Franco. ¿Franco sería
útil en el caso de una conflagración? Debe ayudársele. ¿No lo sería? Conviene
sustituirlo. Los demás elementos de juicio (características del régimen
franquista, moralidad internacional, derechos del pueblo español, etc.) son
cantidades desdeñables en la suma definitiva. Cuentan los valores materiales
(ejércitos, aeródromos, primeras materias, puertos de desembarco) superiores
frente a cualesquiera otra estimación. Y sin embargo, las enseñanzas de la
historia prueban lo contrario. A lo largo nada prevalece sobre esa lucecilla,
débil y vacilante, que es el espíritu”.
Los
Estados Unidos, por su parte, veían escandalizados la progresiva expansión de
la Unión Soviética. La satelización de los países de Europa del Este ocupados
por el Ejército Rojo, mediante las llamadas “Democracias Populares” y los presidentes títeres impuestos por
Stalin, las prácticas totalitarias que eliminaban toda discrepancia, toda
oposición, todo derecho y toda libertad, los intentos en Grecia, Italia y
Francia por imponerse por la fuerza o por elecciones a como diera lugar, el Golpe de Praga contra el presidente Benes
en febrero 1948, el bloqueo de Berlin y
la división de Alemania en dos Estados políticamente disímiles, el triunfo de
Mao en China en 1949 y la invasión por Kim Il Sung en 1950 de Corea del Sur
respaldado por la URSS y por China, desatando la guerra de Corea, provocaron una histeria anticomunista que
arropó toda la nación norteamericana.
Ludger Mess,
biógrafo del Lehendakari Aguirre, remarca en su libro “El Profeta Prágmático” el giro
al señalar: “Poco a poco, la postura
de rechazo, crítica y marginación hacia
el antiguo aliado de Hitler y Mussolini fue erosionada por el lento goteo de
gestos, declaraciones y actividades que por separado carecieron de significado
político, pero que en conjunto constituyeron una muestra poderosa de lo que
estaba ocurriendo. Y esto no era otra cosa que una paulatina, pero irresistible
reevaluación de Franco debido a la prevalencia de los intereses militares y
económicos frente a los políticos en la estrategia exterior de las potencias
democráticas” (Pág. 275).
Francia
abre sus fronteras con España en febrero de 1948. En mayo de 1948, Franco cierra
convenios comerciales con París y en junio los cierra con Inglaterra. En mayo
de 1948 los Estados Unidos desbloquean 60 millones de activos españoles
retenidos en EE.UU. y en 1949 barcos de guerra norteamericanos visitan El
Ferrol.
El cambio
de era cada vez más abierto.
En
enero de 1950, Dean Acheson, secretario del Estado, envió una carta a Tom
Connally, quien presidía la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado
norteamericano. En esa carta, Acheson, en quien vascos y antifranquistas
confiaban, expuso al senador que “no
había alternativa a Franco, que el régimen contaba con un fuerte apoyo
interior, que no era conveniente separar permanentemente a España de Europa y
que por eso el envío de embajadores era una posibilidad que contemplar” (El Profeta Pragmático, por L. Mees,
Pág. 279).
“TENGO MUCHÍSIMO MIEDO”, GALÍNDEZ
A
partir de la visita el 16 de julio de 1951 del Almirante Forrest Sherman, jefe
de Operaciones Navales de EE.UU. a España (Truman le había dicho a Sherman,
quien era un firme partidario de la alianza militar con Franco: “A mí Franco no me gusta y nunca me gustará,
pero no permitiré que mis sentimientos personales invaliden las convicciones de
ustedes, los militares”), Galíndez advirtió a Aguirre del cambio de la
política norteamericana, recomendando sacar consecuencias y reevaluar la colaboración con esta política
por parte de los vascos: “Yo sigo
creyendo que todo cambió a partir de la visita del almirante, y la política
anterior es agua pasada”. Aguirre, por su parte, disentía de Galíndez, al
exponer que romper con EE.UU. no era conveniente, pues “nunca, y menos en política internacional, conviene perder ni los
amigos ni destruir los puentes cerrando el camino de un futuro que está
destinado a sufrir grandes cambios”.
Esa opinión
de Galíndez contraria a mantener en favor de la CIA al aparato vasco de
inteligencia fue del conocimiento de La Compañía, que controlaba su
correspondencia.
¿Cómo
interpretarían sus empleadores esta actitud de Galíndez cuando figuraba en
nómina y recibía fondos federales?
Entonces
sucedió lo inesperado. Ike Eisenhower quien fuera asesor de Truman y presidente del
Comité de Jefes del Estado Mayor norteamericano, mismo que presionaba para un acuerdo militar
con Franco se impuso en las elecciones norteamericanas de noviembre de 1952.
La
posición pro Franco se imponía políticamente en los Estados Unidos.
El
informe que hace Galíndez a Aguirre no pudo comenzar con una palabra más
elocuente: “¡Catástrofe!”, escribió. “Jamás pensé que la victoria de Eisenhower
fuese de tal magnitud. Fui a Times Square a esperar los resultados y a las 11
ya me retiré convencido de que nada había que hacer, pero aun así y todo en ese
momento no sospeché la paliza. Todavía es demasiado pronto para hacer
comentarios fundados. Pero tengo muchísimo miedo”.
Y tenía
buenos motivos para tenerlo.
Al
Departamento de Estado arribaba un
filofranquista que en nada tenía simpatía por los vascos o los republicanos
españoles, John Foster Dulles. Y a España iba como embajador otro proclive a
Franco, James Clement Dunn. Los días de amoríos con el Departamento de Estado
habían llegado a su fin.
EL AMARGO SABOR DE LA TRAICIÓN
Cómo
señala el escritor español Manuel Vásquez Montalbán en “El héroe impuro”, su artículo publicado en el periódico El País: “Galíndez trabaja en la ONU para impedir la legalización de la España
de Franco, al lado de un exiliado notable que también ha pasado por Santo
Domingo, el capitán Durán, protagonista de Soldados de Porcelana, de Vázquez
Rial, personaje tan valorado por Alberti y por Jaime Gil de Biedma. La noche en
que Galíndez tiene que admitir la traición de los Estados Unidos de Eisenhower
y los hermanos Dulles, y el ingreso del franquismo en la ONU, escribe una de
sus mejores páginas, lo que tiene su mérito porque no era demasiado buen
escritor. Dejémoslo en correcto o suficiente.” (El País, 22 septiembre
del 2002).
Ese
empecinamiento en contradecir el interés de sus empleadores, como señalamos,
originó que alguien decidiera que Galíndez era un estorbo que convenía quitar
de en medio. ¿Quién? Deduzcámoslo del siguiente párrafo tomado del libro escrito
por Ludger Mees: “Con la nueva
administración Eisenhower, llegaron dos personas de conocidas simpatías
filofranquistas a dos puestos cruciales: John Foster Dulles, el nuevo
Secretario de Estado, que había actuado en la Guerra Civil como abogado del
Banco de España; y el nuevo embajador en Madrid, James Clement Dunn, que había
sido uno de los responsables de la política de no intervención norteamericana
en la Guerra. José Félix Lequerica, el embajador franquista en los Estados
Unidos, no escondió su alegría sobre estos nombramientos y se lanzó a una
costosa campaña de marketing o, mejor dicho, de soborno, para comprar las
voluntades de los hombres influyentes del “Spanish Lobby”, en los que gastó,
según cálculos de Viñas, unos $100,000 dólares durante los primeros siete meses
de 1953” (El Profeta Pragmático,
Pág. 293).
La
relación alcanzada por el PNV con Roosevelt y con Truman se deterioró con la
nueva administración norteamericana. El Departamento de Estado que encabezaba
John Foster Dulles consideraba a los miembros del PNV como “nacionalistas fanáticos”. Y para los que crean que sólo yo
sostengo la tesis del secuestro por la CIA, lean lo que escribe Iñaki Egaña en
su artículo “Galíndez 50 años de una
desaparición”: “no es de extrañar que la desaparición de Galíndez tuviera en una
empresa de ex agentes que trabajaban para la CIA la gestación del crimen
(Robert Maheu). La misma empresa que luego fue contratada para asesinar a Fidel
Castro o que se vio involucrada más tarde en el Watergate. Poco se ha hablado
de ello.” (http://www.nabarralde.com/es/egunekoa/290-galindez-50-anos-de-una-desaparicion)
Galíndez
se sentía traicionado por Eisenhower y el Departamento de Estado. Pero ¿no se
sentirían traicionados a su vez ellos por un informante a sueldo de sus cuerpos
de inteligencia que ahora boicoteaba deliberadamente una relación que los
mandantes entonces en EE.UU. consideraban vital para su estrategia militar y
sugería a su jefe político, el Lehendakari Aguirre reevaluar la colaboración
del aparato de espionaje vasco con los organismos de inteligencia
norteamericanos que los habían financiado en buena medida?
EL CONTROL DE LA CIA SOBRE
GALÍNDEZ
Es muy
probable (sólo cuando desclasifiquen el expediente de Galíndez muchas cosas se
esclarecerán), que la CIA haya exigido a Galíndez que fuera remitiéndole copia
de su tesis en la medida en que la iba escribiendo.
Eso
mismo hizo el FBI, de lo cual sí hay datos disponibles.
Al
escribir una tesis controversial sobre un gobierno amigo y al ser Galíndez un
espía del FBI y del espionaje militar norteamericano en tiempos de la Segunda
Guerra Mundial y luego de la CIA, La Compañía querría saber qué información
hacia pública y si no filtraba datos comprometedores que revelaran de alguna
manera el vínculo de Galíndez como informante con el aparato de inteligencia
norteamericano.
En todo
caso, la CIA se había habituado, dentro de sus prácticas ilegales y violatorias
a la Constitución y las leyes norteamericanas, las que no se sentían en
obligación de acatar o sujetarse a ellas (desde el principio, dada la
arrogancia de Dulles, sus prácticas fueron ilegales e inconstitucionales con
respecto a la legislación norteamericana. No se detenían ante nada), a
intervenir la correspondencia.
Como
expone Tim Wiener en “Legado de Ceniza”,
su historia de la CIA que le valió el premio Pulitzer, Allan W. Dulles y
Richard Bissell en los Estados Unidos violaban las leyes norteamericanas en las
mismas narices de las autoridades de aquel país. “Desde 1952, trabajando en la principal instalación postal
estadounidense situada en el aeropuerto internacional de Nueva York, un grupo
de agentes de seguridad de la CIA se dedicaba a abrir las cartas, mientras que
el personal de contraespionaje de Jim Angleton tamizaba la información.” (Legado de Cenizas, por Tim Weiner, Pág.
186).
Y el
prólogo al libro “El Diario de Aguirre”
escrito por Iñaki Egaña es más que explícito. Al citar una carta de Galíndez
que habla del diario del primer lehendakari vasco, el prologuista reseña: “La CIA controlaba la correspondencia de
Galíndez minuciosamente. Esta carta citada, por ejemplo, fue desclasificada de
los archivos de la agencia de espionaje norteamericana el 31 de marzo de 1978”.
(Diario de Aguirre, prólogo por
Iñaki Egaña, Pág. 17)
La
carta, por cierto, es del 26 de junio de 1949, enviada por Galíndez a Miren
Laskibar.
DOS HECHOS CONTIGUOS
En 1954
se presentó para la CIA una oportunidad inesperada: logró colocar dos de sus
hombres, John Joseph Frank y Horace William Schmahl, como espalderos del orondo tirano dominicano,
dado a los uniformes y las medallas, para que le cuiden (y espíen, de paso) en
su viaje a España y al Vaticano.
Y es un
año en que los intentos del Departamento de Estado por lograr el voto favorable
al ingreso de España a la ONU se encuentra con la labor obstaculizadora de
Galíndez y otros opositores al franquismo.
El
laborantismo de Galíndez enervaba al Departamento de Estado. El delegado del
Gobierno Vasco en el Exilio (gobierno al cual Eisenhower menospreciaba por
carecer de territorio, ejército, etc.) frustraba el esfuerzo norteamericano por
normalizar el status de España en la ONU. Y ese paso era un compromiso
contraído por los EE.UU. con Franco a cambio de permitirle construir las bases
en territorio español.
En ese
sentido, el lobbismo de Galíndez entorpecía y dificultaba la política exterior
de Eisenhower.
Y
desafiaba al todopoderoso John Foster Dulles en los años de su hegemonía.
Ese
incordio era del conocimiento de su hermano, el director de la CIA, Allen W.
Dulles, el empleador de Galíndez como informante, quien también conocía, al
intervenir la correspondencia de Galíndez, la opinión del delegado vasco
contraria a mantener la relación con los aparatos de espionaje norteamericanos
por parte del aparato vasco de espionaje.
¿A cuál
de los dos se le ocurrió la idea de resolver el problema utilizando a Trujillo
para sus fines?
Es muy
probable que fuera en 1954 cuando esa elección se hiciera, porque desde ese año
comenzó John J. Frank a enviar reportes a Trujillo, condicionándolo.
Esos
reportes, sabemos, fueron quemados junto a todos los demás documentos
archivados relativos a Galíndez, por orden del entonces presidente de la
República, Joaquín Balaguer en 1961, quien con esa acción buscó ocultar su
propia complicidad en aquel infausto suceso.
Frank
no sólo enviaba sus reportes, mitad verdad, mitad inventos, a Ciudad Trujillo desde las oficinas de la
Agencia de Detectives “Horace W. Schmahl,
Inc.”, en New York. También tenía contacto en sus viajes a la capital
dominicana con una persona de la que se sospechó siempre su subordinación a la
CIA: el general Arturo Espaillat, Navajita,
fundador y jefe del Servicio de
Inteligencia Militar, SIM (ya veremos cómo el State Department lo protegió en su momento).
CÓMO PREPARARON A GALÍNDEZ
A
Galíndez también lo prepararon. Le hicieron saber las oscuras amenazas a su
vida de parte de Trujillo.
De
hecho, en dos ocasiones, en 1951 y luego en 1952, Galíndez , pese a sentirse relativamente
a salvo por su condición de informante de la CIA y el FBI, delegado del
gobierno vasco en el exilio ante la ONU y el Departamento de Estado
norteamericano, escritor, intelectual, activista social y profesor
universitario, tuvo dos serias crisis nerviosas.
Esas
crisis podrían deberse más al progresivo desmoronamiento de la relación
política con los norteamericanos, que cambiaban de aliado, pero no es descartable
que influyeran amenazas conocidas por él provenientes de la tiranía
trujillista.
El 5 de
octubre de 1952 Galíndez escribió una carta holográfica en inglés “To the Police”. En esa carta, el
delegado del gobierno vasco establecía responsabilidades en caso de agresión en
su contra. Decía que en caso de que algo le sucediera, los responsables no
serían otros que “agentes del consulado
dominicano”.
Esa
carta incriminante fue de gran valor en el plan.
Si el
propio desaparecido, con 4 años de anticipación, dirigía hacia el gobierno
dominicano la responsabilidad de cualquier atentado en su contra ¿no estaba ya
dada la tapadera ideal para cometer el plagio y desviar hacia Ciudad Trujillo y
su pintoresco dictador toda la atención, todos los reflectores?
Allen
Dulles era un experto en el manejo mediático. Su gusto por plantar
informaciones, difundir semiverdades o abiertas falsedades, manipular la
opinión pública, “crear noticias” y provocar histeria empleando los medios de
comunicación sobresalía.
Lo
había empleado con éxito para provocar una paranoia anticomunista que
facilitara sus planes y propósitos.
Y no
tenía nada de simpatía hacia Galíndez. Más bien, el sentimiento contrario.
Aquel
informante vasco de amigo había devenido enemigo.
Alguien
del cual se debía prescindir.
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