Brian J. Bosch y los orígenes de las fuerzas armadas dominicanas.
A propósito de “Balaguer y los militares dominicanos” de Brian J. Bosch, 1
Por Aquiles Julián
Joaquín Balaguer es, por mucho, la bestia negra de la clase media radical urbana dominicana. Ningún otro individuo les ha merecido tal grado de animosidad. ¡Ni Trujillo, a quien ellos o sus padres sirvieron! De ahí, que a Balaguer se le detracta, se le insulta, se le maldice, pero ni se le estudia ni se le reconocen méritos o logros. ¿Cuál es el origen de tanto odio?
Dos libros, uno del ex –agregado militar norteamericano para los años 1970-1974, Brian J. Bosch: “Balaguer y los militares dominicanos” (Fundación Cultural Dominicana, 2010), y otro del ex–agente de la Inteligencia cubana y ex–miembro del proyecto Caamaño, Melvin Mañón: “Travesía” (edición del autor), recientemente leídos ambos, colocan la evaluación de los gobiernos de Joaquín Balaguer, en particular el período conocido como Los 12 Años, 1966 a 1978, como importante tarea a acometer. Vale la pena desbrozar el caldo espeso de mentiras, medias verdades y sofismas acumulados sobre ese período y que pasa por “verdad oficial”.
EL DOMINIO DE LA CLASE MEDIA RADICAL SOBRE LOS APARATOS IDEOLÓGICOS DEL ESTADO
La clase media radical urbana, que en 1960-61 la constituían, sobre todo, los hijos de los funcionarios trujillistas y jóvenes universitarios, y en particular aquellos hijos de trujillistas en desgracia, evolucionó masivamente, escandilada por el triunfo de Fidel Castro en Cuba, y por lo menos de manera verbal, hacia su muy particular interpretación del marxismo-leninismo, y buena parte de ella derivo, una hacia el maoísmo y otra hacia el castrismo. Como consecuencia natural, aplicando la política de penetrar los llamados “aparatos ideológicos del Estado”, este sector social se infiltró en la prensa, la iglesia, las escuelas, colegios y universidades, los grupos de opinión, las asociaciones y los sindicatos, los grupos deportivos, artísticos y dondequiera que pudo. Y desde allí ha impuesto una interpretación de la realidad casi obligada, como si fuese la única válida y posible, cuando en realidad es mayormente una estafa.
Eso hace que casi sin discrepancias mayores, escuchemos de manera consistente por muy diversas vías versiones acarameladas, trucadas, falsas o acomodadas de los acontecimientos que la sociedad dominicana ha vivido en los últimos 60 años. Han montado un panteón heroico, ocultando las inconductas de sus prohombres, han definido principalías, han dimensionado y exaltado hechos, exagerado acciones, maquillado sucesos, decorado acontecimientos, así también han establecido sus villanos favoritos, contrapeso de sus héroes, como toda una mala película de Hollywood.
Y el mayor de todos sus demonios, el blanco de los peores anatemas, es Joaquín Balaguer. ¿Y cuál fue el principal pecado del ex–presidente Balaguer? Pues que no dejó que un grupo de mozalbetes envalentonados y desquiciados lo echaran del gobierno, les quitó el sueño acariciado de tomar por la fuerza el poder e implantar una dictadura terrorista, su versión tropical de la dictadura del “proletariado”, y realizar un baño de sangre en el país. De ahí proviene la razón mayor del odio que le profesan. Es la expresión de la frustración, el resentimiento y la rabia del perdedor.
Penosamente, al dominar los sistemas de información, educación e generación de conciencia social (dominan escuelas, universidades, medios informativos, asociaciones, grupos deportivos, religiosos, artísticos, partidos y organizaciones políticas y también no gubernamentales, y buena parte de los gobiernos que hemos tenido en los últimos 14 años), toda esa melcocha incoherente que pasa por ser la interpretación histórica oficial al uso se mantiene como la verdad aceptada por todos. Y como los dominicanos no hemos sido enseñados a pensar, a discernir, a cuestionar, a dudar, a sopesar, a verificar, a examinar pruebas y soportes, sino que creemos acríticamente lo que una figura de autoridad, un jefe, un líder, nos cuenta (incluyendo una figura de la televisión), sobre todo por pereza, pero también por conveniencia, pues se rechaza aquello que crea disonancia cognitiva y genera conflicto con las creencias dominantes, entonces se repiten disparates y se airean mentiras que se toman por oro del bueno. Y no lo son.
De ahí que tal vez posea algún tipo de utilidad que, apoyándonos en ambos libros, y en otras fuentes, propongamos una versión distinta de la historia dominicana de los últimos años, simplemente para tener contra qué contrastar la historia oficial que nos han impuesto.
Y la historia dominicana de las últimas décadas está vinculada muy especialmente a las ejecutorias del ex –presidente Joaquín Balaguer y sus actuaciones, ya que gobernó 22 años, y gravitó en más de 40, y fue actor principal en la transición de la dictadura a la democracia, en 1961, y de la guerra civil a la estabilidad y la democracia, a partir del 1966. Así que, empecemos por el libro que le dedica el ex –asesor militar de los Estados Unidos en el país, Brian J. Bosch.
¿QUIÉN ES BRIAN J. BOSCH?
El autor, que reside en Arlington, Virginia, es coronel retirado del ejército norteamericano, al que sirvió por 30 años. La mayor parte de su tiempo de servicio lo pasó en la inteligencia militar, de ahí la profusión de datos que proporciona en cuanto a las fuerzas armadas dominicanas. Y mayor los que se calla, también es justo advertirlo. Agregado militar en la embajada de los Estados Unidos en República Dominicana, entre los años de 1970 y 1974, años álgidos y sangrientos, ocupó posteriormente posiciones de agregado militar en El Salvador, oficial de Inteligencia para América Latina en el Pentágono y jefe de operación de los agregados militares, en el Pentágono. Y tiene un libro dedicado a la crisis política y militar en El Salvador: “El cuerpo de oficiales y la ofensiva final en El Salvador en 1981” (1999). Y ya el título indica un tema recurrente en el libro sobre la oficialidad dominicana: para el autor lo importante es “el cuerpo de oficiales”, la jerarquía militar, y su comportamiento.
Es importante resaltar que el coronel Bosch era enviado como agregado militar a países que encaraban un desafío militar extremista de izquierda, al Estado, como fue el caso de República Dominicana, en el período en que estuvo destacado en el país, y luego de El Salvador. La tarea principal del coronel Bosch era la Inteligencia, como él mismo la describe: “mi responsabilidad principal era proporcionar al gobierno de los Estados Unidos una descripción de la capacidad militar del país al que estaba asignado. Este requisito rutinario estaba centrado en la organización, equipamiento y eficacia operativa de las fuerzas terrestres dominicanas. (Los dos usuarios principales de esta información lo eran la Agencia de Inteligencia de Defensa en Washington, DC y el Comando Sur de los Estados Unidos, con sus oficinas principales en la anterior Zona del Canal de Panamá)” (Pág. 12)
Cae simpático el hecho de que el coronel Bosch tenga el mismo apellido que el principal líder entonces de la oposición al gobierno constitucional vigente en el país. Este apellido, Bosch, de origen holandés, se extendió primero a Alemania y luego, desde Alemania, a Cataluña, España. En alemán Bosch significa “arbusto”. Que el coronel Bosch y don Juan Bosch no eran ni arientes ni parientes es obvio: otra cosa era qué pensaba y sentía, dada la coincidencia, la oficialidad dominicana de entonces. ¿Habría que preguntarles a algunos de los jerarcas militares de la época para que rememoren su impresión, en un país dominado por el síndrome del gancho?
¿POR QUÉ ESTÁ AUSENTE LA DOCTRINA DE SEGURIDAD NACIONAL?
El libro del ex –agregado militar norteamericano peca de algunos errores, imprecisiones y equivocaciones. Es rico, por otro lado, en datos e información y, sobre todo, nos permite conocer y entender la manera de pensar de un oficial norteamericano frente a nuestra realidad. Es abiertamente favorable a algunos militares y declaradamente no favorable a otros, a los que califica con términos muy duros. Y sostiene una visión que en parte pasa por alto las condiciones reales, trágicas en ocasiones, en que se tenían que tomar decisiones políticas y maniobrar para sostenerse, aún sea de manera precaria. Pero, sobre todo, es deliberadamente ignorante, a conveniencia, de la criminal influencia que asesores estadounidenses tuvieron sobre los organismos represivos del Estado dominicano, y que condujo al exterminio físico, la tortura y la casi aniquilación de las organizaciones de izquierda dominicanas, las cuales, por otro lado, se comprometieron irracionalmente, inducidas sobre todo por la consejería de Fidel Castro y la estrategia cubana de entonces, en acciones terroristas y delincuenciales: atentados con bombas, atracos, secuestros, asesinatos de humildes policías y soldados, o de supuestos informantes (muchos reales calumnias, como el caso de “María Coca-Cola” en Los Mina, como me dijo mi amigo Raúl Bartolomé, quien la conoció, asesinada por miembros del Movimiento Popular Dominicano, MPD: el despecho amoroso llevado al plano del crimen político y el “ajusticiamiento popular”), lo que dio justificación a la persecución policial en su contra, todo en el marco de la doctrina de Seguridad Nacional que patrocinaba el gobierno norteamericano de Richard M. Nixon y su canciller, Henry Kissinger.
Y precisamente, esa doctrina de Seguridad Nacional brilla por su ausencia, cuando era la estrategia que primaba en el gobierno norteamericano, la que indudablemente el mismísimo autor debía promover en el país, y la que enseñaban, estimulaban y casi imponían a la mala en nuestros países. Y ahí empieza algo en que el autor incurre: ya no ocultamiento, sino deshonestidad. Ahora, la responsabilidad total por la guerra sucia contra el terrorismo de la izquierda en nuestro país fue de los oficiales militares y policiales y del gobierno dominicano de entonces. Ni él ni los asesores norteamericanos de la época, entre ellos aquel Dan Anthony Mitrione de infausta recordación, instructor en torturas, sugirieron, entrenaron, animaron, promovieron, recomendaron, indujeron a ninguna de las acciones de terrorismo de Estado (o “contraterrorismo”, como prefiere, en un esfuerzo de crear un eufemismo, llamarlo). Todo fue, según Brian J. Bosch, creatividad local. Lo único es que la misma receta se aplicó país por país. Y en la Escuela de las Américas, la combinación de la Doctrina de Seguridad Hemisférica, norteamericana, y la Doctrina de Contrainsurgencia, de origen francés, se impartió a los que serían los ejecutores de la guerra sucia de los años ´70. Como hoy no existe la Escuela de las Américas, en la zona del Canal, se pasa por alto a qué se indujo a nuestros militares. Pero si se va a hablar, que se diga todo. Que no se les quiera endilgar la total responsabilidad a quienes sólo hicieron lo que se les indicó y enseñó a hacer.
JUSTIFICAR LO INJUSTIFICABLE
El coronel Bosch inicia su libro aportando al lector los antecedentes, desde su punto de vista, del cuerpo militar que analiza en específico. Y ahí comienzan los errores. Y por allí principia nuestra crítica del mismo. Así, empieza por intentar maquillar la cruenta intervención militar norteamericana de 1916-1924, abusiva y criminal en toda la extensión de la palabra, con actos de sicopatía inexcusables que fueron incluso motivo de escándalo en el congreso norteamericano, y originaron el repudio continental.
Se podría argüir que el tema de su libro no era esa primera intervención, pero al tratarla y deslizar información incorrecta, contribuye a la desinformación y al error. Así que decir que al ocupar el país la infantería de Marina de los EE.UU. “no encontró prácticamente ninguna estructura militar”, y afirmar que “el ejército dominicano en realidad consistía en bandas armadas lideradas por varios caudillos” (Pág. 17), es una verdad parcial que, por parcial, falsea la historia. Sí existía una Guardia Republicana, pobre, débil, precaria, como el país, pero existía. Cierto es había caudillos regionales, autonombrados generales, realidad común a casi todos los países latinoamericanos en ese tiempo (y que en alguna manera hasta en los mismos Estados Unidos podía tener su expresión: el líder local; caciques hay en todas las culturas y salen hasta en las películas de Hollywood), pero también lo es que existía un gobierno central, igualmente precario, débil, debido a la debilidad institucional y a la precariedad de nuestra economía.
¿Ese hecho, nuestra precariedad institucional, le daba a los Estados Unidos algún derecho para invadir el país? ¡Ninguno! Aquella intervención fue un acto grosero y, desde su inicio, recibió el repudio de la sociedad dominicana y en el caso del Este, en que los marines se dedicaron a despojar a humildes campesinos de sus tierras para favorecer explotaciones cañeras de inversionistas norteamericanos, originó un movimiento de resistencia armada que fue catalogado por los interventores de “gavilleros” y “bandidos” (vieja técnica de propaganda de satanizar al oponente), y al que no pudieron controlar, pese a que cometieron innúmeros desmanes, crímenes horrendos, torturas espeluznantes. ¿Estudió el coronel Brian J. Bosch esos “prácticas civilizadoras” del U.S. Marine Corps? Sobre todo, cuando el U.S. Marine Corps posee una ignominiosa medalla al mérito para esa primera intervención, la infamante Dominican Campaign Medal creada el 29 de diciembre del 1921, cuando no es cierto que hubo mérito ni honor alguno, a menos que se consideren a gente de la calaña de los capitanes Charles Merkel y Charles R. Buckalew y otros sicópatas semejantes personas de honor y mérito.
De ahí que es una soberana mentira eso que dice el coronel Bosch de que “fueron los norteamericanos quienes dirigieron la transición desde un gobierno provincial de un cacique a una organización nacional de seguridad” (ibid.), es una nada sutil forma de justificar un desafuero: la intervención militar, tan grosera y abusiva en 1916 como lo fue en 1965. De hecho, el gobierno del presidente Ramón Cáceres fue un gobierno que unificó al país y nos dio varios años de prosperidad, aunque el mismo no pueda ser medido según criterios norteamericanos. La imagen que el autor quiere crear es falsa. ¿Su propósito? Transmitir que la primera intervención militar norteamericana fue una acción civilizadora y progresista. No fue tal, sin quitarle algunos méritos, que los tuvo.
LA VERDADERA INTENCIÓN DE LA INTERVENCIÓN DEL 1916
La intención principal de la intervención era anexionarse al país, hecho que no pudo darse por varios factores: la viril resistencia nacional ante dicho despropósito, el rechazo del mismo por las potencias europeas y las naciones hispanoamericanas y la opinión discordante de sectores de opinión norteamericanos que denunciaron el infame fin.
Decir, como el autor lo hace, que “Uno de los objetivos de la ocupación norteamericana era intentar la modernización de las instituciones públicas dominicanas” es un sofisma. Y es claro que ningún gobierno extranjero tiene que invadirnos a la fuerza para “modernizar nuestras instituciones”. No importa como quiera pintarlo el señor Bosch, aquella aparatosa y sangrienta aventura dentro de la política del “Gran Garrote” promovida por Theodore Roosevelt y seguida por Woodrow Wilson, que la autorizó, fue más que abusiva. Y la recurrente excusa de que “protegían a personal diplomático norteamericano y haitiano (desde 1915 ya Haití estaba intervenido, siguiendo la misma política), de la lucha entre facciones políticas violentas”, es casi la misma historia montada en 1965; lo cierto es que fue una acción inmoral y abusiva contra una nación que no había agredido ni declarado la guerra a los Estados Unidos.
Claro que el autor no va a vomitar sobre la institución a la cual perteneció ni contra el país del cual es ciudadano. De hecho, era un oficial de inteligencia, una tarea que requiere cualidades y capacidades especiales en quienes son designados para ella. Por lo mismo, la información que proporciona, los juicios que emite, las ideas que ventila, han sido previamente tamizadas por el oficial de inteligencia militar que él mismo es. No va a escribir algo que le eche a su país y al Pentágono una canana, como decimos por acá.
EL ORIGEN ESPURIO DE LA GUARDIA NACIONAL
El rechazo de la sociedad dominicana a la ocupación grosera y abusiva de nuestro territorio por tropas norteamericanas en 1916-1924, hecho que repitieron en 1965, lo deja evidenciado el coronel Bosch cuando declara: “Cuando los Infantes de la Marina iniciaron el proceso de reclutamiento para su programa de oficiales pronto descubrieron que los hijos de las familias prominentes del país no se asociarían con proyectos auspiciados por la ocupación” (Pág. 18).
La sociedad dominicana se negó a avalar y endosar la intervención grosera y no colaboró en las tareas de gobernar bajo el mando colonial del Contralmirante H.S. Knapp y demás capitostes coloniales, que despreciaban a los spicks (locución despectiva para calificar a los dominicanos, popular entre la soldadesca invasora en 1916), locales.
La incapacidad norteamericana para contener la resistencia campesina, sobre todo en el Este, y el riesgo de que ese ejemplo bravío de resistencia se extendiera, unido a las correrías criminales de los norteamericanos contra la población local, de la que abusaron, torturaron, fusilaron, maltrataron, despojaron y expoliaron de distintos episodios, generó una reacción popular que elevó el número de víctimas norteamericanas, lo que llevó al gobernador colonial a proponer un cuerpo local de apoyo: la Guardia Nacional, para que fueran dominicanos los que apalearan, torturaran y mataran a sus propios compatriotas. Y esta nació como ejército local de ocupación contra la sociedad dominicana, no como parte de de la defensa de la misma y al servicio de la misma. Y ese origen bastardo está en la base de muchísimas inconductas y del divorcio tradicional entre el ejército dominicano y la sociedad.
¿A qué recurrieron los invasores? A reclutar a la hez de la población. Así, quienes acceden a sumarse al ejército local de ocupación bautizado como Guardia Nacional son “dominicanos de escasa educación”, y la caracterización que hace el autor de uno de ellos, el que terminaría por heredar e instrumentalizar a su conveniencia ese ejército de ocupación, es lapidaria: “Uno de esos hombres lo fue el anterior ladronzuelo y capataz de campos de caña, Rafael Leónidas Trujillo Molina. El futuro Generalísimo tenía aproximadamente seis años de educación formal cuando fue enrolado como cadete en Haina; sus colegas eran de la misma calaña” (Pág. 18).
CÓMO EL LADRONZUELO TRUJILLO INSTRUMENTALIZÓ ESA GUARDIA
La gravedad de ese origen, un ejército de ocupación contra su propia población, explica su instrumentalización posterior por el “ladronzuelo” devenido señor de horca y cuchillo, que, por cierto, inició su fortuna durante los mismísimos días de la ocupación, dedicado a la extorsión, el pillaje, el robo y otras trapacerías, incluyendo el estupro, amparado en la autoridad delegada por los invasores, a los que servía.
Y el que dentro de dicha institución operen desde esos mismos orígenes, grupos dedicados al exterminio, en sus inicios para someter por la fuerza a la población local y hacerla aceptar el despojo de sus tierras y derechos, como sucedió en el Este; luego para imponer fraudulentamente un gobierno, como sucedió en 1930 con la fúnebre “42” y La Lechuza; posteriormente, para mantener sometido al país y erradicar la oposición, como aconteció en los 30 años de la tiranía, y, posterior a 1961, y sobre todo en los años correspondientes a los tres primeros períodos constitucionales del gobierno del Dr. Balaguer, como una política de Estado según el mismo autor señala, para combatir el terrorismo de izquierda con el terrorismo de Estado, explica el que aún en nuestros días veamos casos tan vergonzosos como la implicación de oficiales de la Marina de Guerra en una masacre en Paya, Baní, o el no menos indecoroso caso de los oficiales de la policía y otras instituciones que se deshonraron al servir a narcotraficantes y tahúres.
La existencia de tales individuos y prácticas explica en mucho la prudencia y el tacto con que el editor, el conocido economista y escritor Bernardo Vega, explica la publicación: “Como analiza a los militares dominicanos y sus incursiones en la política nacional desde el punto de vista de un oficial militar extranjero, no hay dudas de que algunas de las cosas que dicen chocarán y molestarán a más de un lector…” (Pág. 15). El editor aspira a que esa molestia no conlleve el mandar a darle una pela, pegarle un tiro o desaparecerlo, prácticas que han sido consuetudinarias en las formas de tratar a la población civil. Y es que las pelas, las golpizas y otros castigos mayores, incluyendo la desaparición y el asesinato, forman parte de la historia oscura de nuestro país.
LA HIPOCRECÍA DE SÓLO LAMENTAR UNA PARTE DE LOS CAÍDOS
El ominoso período de post-guerra, con su violencia política, el terrorismo extremista de los grupos totalitarios, empeñados en imponerle a la sociedad por la fuerza una dictadura comunista, y creyéndose autorizados y autolegitimados por su “ideología” a realizar atracos, asaltos, asesinatos de humildes policías y soldados, canjeadores de cheques y billeteros, o de personas a las que graciosamente se les sindicaba de calieses, en un ejercicio prematuro del Terror Rojo que soñaban desatar en contra de los dominicanos, y el no menos injustificado y, en todo caso, ilegal y abusivo, terrorismo de Estado, con sus desapariciones, sus crímenes y otras tropelías inexcusables, y la retahíla de muertos de un lado y del otro, es parte de una historia que a los dominicanos todos debe llenarnos de vergüenza y dolor.
La izquierda, irresponsable e inmoral, sólo reivindica a la gente que le mataron, no a los que ella criminalmente asesinó. Pero todos eran dominicanos. Todos eran hermanos nuestros. Ninguno debió morir. Ni Amín Abel, pero tampoco el humilde billetero al que atracaron o el no menos humilde policía de tránsito al que ultimaron para despojarlo de su arma de reglamento. Nadie tiene derecho a arrancarle la vida a otro ser humano. La pena de muerte está legalmente prohibida en nuestro país. Y si aceptamos las ejecuciones ilegales, la Ley del Talión o el que la excusa de una ideología, o un propósito supuestamente liberalizador o cualquier otra justificación, sea paliativo, de inmediato desatamos los demonios del crimen sobre el país. Y eso fue lo que nos sucedió.
No hay crímenes buenos. Los hubo inevitables, como el del tirano Trujillo, pues estaba dispuesto a ensañarse contra el pueblo y destruir más vidas con tal de mantenerse en el mando de la nación. No hay santos ni héroes, sólo dominicanos que se enfrentaron violentamente. Unos, por imponerle al país una dictadura totalitaria y criminal. Y otros por someter y controlar a los enardecidos revolucionarios que devinieron terroristas y robolucionarios. El panteón es ridículo. Y también lo es el querer ahora discretamente descargar sobre las fuerzas armadas dominicanas y el ex –presidente Balaguer toda la responsabilidad de la aplicación de la doctrina de Seguridad Nacional que se prohijó en la década del ´70. Ellos tendrán parte de la responsabilidad y la culpa, señor Bosch. Pero asuma la suya, la que le toca, y la de su país y su gobierno, en la bacanal sangrienta en que nos vimos inmerso. Ya seguiremos analizando su libro.
Gracias, REBT.
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