Un caso de deshonestidad intelectual en Mario Vargas Llosa
Por Aquiles Julián
"La
tauromaquia es el malhadado y venal arte de torturar y matar animales en
público y según unas reglas. Traumatiza a los niños y los adultos sensibles.
Agrava el estado de los neurópatas atraídos por estos espectáculos.
Desnaturaliza la relación entre el hombre y el animal. En ello, constituye un
desafío mayor a la moral, la educación la ciencia y la cultura."
UNESCO
Ulises
Hereaux, Lilis, tirano decimonónico dominicano, solía pedir que no le remenearan
los altares para que no se le cayeran los santos.
Sí, es
triste ver que personas a las que apreciamos y admiramos incurren en penosas
inconductas. Tal es, en mi caso, el del escritor peruano Mario Vargas Llosa.
Un
artículo intitulado con intención irónica La
“barbarie” taurina, es un ejemplo de deshonestidad intelectual, pobreza de
argumentos, manipulación y pensamiento falaz impropios de una persona como él.
Signos
de una decadencia intelectual lamentable.
El
artículo busca ser una defensa de la lidia de toros, viejo remedo del circo
romano en que toro y torero suplantan a los gladiadores, pero que sigue siendo
un espectáculo sangriento que en ocasiones cobra la vida de caballos y toreros,
no sólo de los toros.
A ese
espectáculo Vargas Llosa es afecto. Le gusta ir a mirar a otro arriesgar su
pellejo, él bien resguardado desde el palco, haciendo de seguro perspicaces
observaciones a sus acompañantes, presumiendo de conocedor, mientras abajo
corre la sangre, sea la del toro, sea la del torero.
IR CON LA EXPECTATIVA DE VER
MORIR A OTRO
Pero en
donde la bota es en sus justificaciones, en su defensa, en su manejo del tema.
Incurre en un acto de deshonestidad lamentable, en argucias retóricas y en
falacias que desdicen de su nivel. Se me cayó un santo del altar.
Vargas
Llosa, excitado por una corrida de toros en que se sacrificaron cinco
ejemplares (“El presidente se excedió y
concedió diez orejas pero la afición estaba tan contenta que nadie se lo
reprochó.”), cuestión que a él le viene a menos, se inspira y empieza a
declamar a favor de lo que él llama “el
toreo profundo”. ¿Cuál? Aquel que pone en real peligro la vida del torero.
Más claramente,
disfruta ver a otro arriesgar su pellejo, como en los viejos tiempos del
coliseo romano. Dejémoslo que él mismo lo exprese: “Pero prefiero el toreo profundo, el que nos hace presentir eso que
Víctor Hugo llamaba “la boca de la sombra”, el pozo negro que nos espera a
todos y a cuyas orillas algunos creadores de excepción –poetas, músicos,
cantantes, danzarines, toreros, pintores, escultores, novelistas- se acercan a
veces para producir una belleza impregnada de misterio, que nos desvela una
verdad recóndita sobre lo que somos, sobre lo hermosa y precaria que es la
existencia, sobre lo que hay de exaltante y trágico en la condición humana.”
¿Qué
hay bajo tal retórica? El culto a la muerte ajena. Vargas Llosa va a la Plaza
de Toros no a divertirse, sino a aguardar el momento dramático en que la suerte
se le vire al torero y reciba una cornada fatal. Le excita pensar eso, por lo
visto.
Y para
confirmarlo, más adelante exalta “la
elegancia y una valentía tranquila y natural de enfrentarse al peligro, de
encerrarse con el toro en un diálogo secreto del que resultan figuras en las
que se mezclan la gracia, la destreza, la inteligencia y por supuesto el coraje”.
EL ATAQUE ARTERO A RAFAEL SÁNCHEZ
FERLOSIO
Ahí
está expuesta su razón: goza ver a otro, por un aplauso falaz y un puñado de
euros, exponer su vida. Y espera que, con suerte, pueda asistir a ese encuentro
fatal con “la boca de la sombra”,
pero de otro, no de él que aplaude cómodamente desde su butaca el espectáculo.
De ahí
pasa, con igual entusiasmo, a colocarle banderillas al narrador español Rafael
Sánchez Ferlosio y ahí da una exhibición de mala fe y pensamiento falaz que me
dejan atónito.
Critica
un artículo de Sánchez Ferlosio aparecido en El País, España, contra la lidia de toros. Y califica el escrito
como “una de las diatribas más
destempladas y feroces que he leído contra los toros, que él quisiera que
desaparecieran de una vez”.
Aquí
incurre en una primera manipulación indecente. Resulta que Sánchez Ferlosio no
escribió “contra los toros” sino a
favor de los toros.
Parecería,
algo que hace una y otra vez sin recato alguno, que Vargas Llosa está a favor
de los toros; no, está a favor de que los sigan torturando, acosando y matando
para él gozar el espectáculo.
Aunque
el término diatriba originalmente significó
un breve discurso ético, Vargas Llosa lo aprovecha para sugerir que
Sánchez Ferlosio arma una apelación violenta e injuriosa, buscando, al emplear
el término, aplicar un recurso falaz: el Argumentum
ad hominem o argumento dirigido al hombre, que reste simpatías a la
posición de Sánchez Ferlosio.
Y ahí
empieza su evidente mala fe al argumentar.
UN FESTIVAL DE FALACIAS
Y sigue
con un inverosímil argumento que aplica otra falacia: la falacia del hombre de
paja o argumentum ad lógicam, la
prohibición de la lidia de toro equivaldría, presten atención a esto, a los
peores excesos de los regímenes totalitarios: la quema de libros, la censura, la
censura de prensa.
¿Qué
tiene que ver una cosa con la otra? Nada, pero cualquier recurso es bueno para
defender lo indefendible.
Veamos
al propio Vargas Llosa escribir este disparate: “Es menos digno de respeto, en cambio, que él y quienes quisieran acabar
con los toros, traten de privarnos de la fiesta a los que la amamos: un
atropello a la libertad no menor que la censura de prensa, de libros y de
ideas.”
Y noten
la manipulación procaz y taimada de la verdad: resulta que Sánchez Ferlosio, que
quiere evitar la muerte viciosa y con fines de placer de toros de lidia, es
quien quiere “acabar con los toros”,
cuando quien quiere acabar con ellos para disfrutar su martirio y muerte es el
propio Vargas Llosa.
Ensaya
igualmente otra falacia, el Argumentum ad
populum: la lidia de toros tiene que ser algo positivo, ya que “andaluces, vascos, gallegos, peruanos,
colombianos, mexicanos, ecuatorianos, bolivianos” y hasta “los franceses” defienden ese tipo de espectáculo.
LA CRUELDAD CONTRA ANIMALES
El
ensañarse sobre un animal o el disfrutar que dos animales se destrocen es
crueldad impensable en alguien que presume de racional, defensor de derechos y
de la libertad.
En mi
país, República Dominicana, no existe, salvo un pintoresco espectáculo en mi
provincia natal, El Seibo, que es más caricatura que otra cosa, y se lleva a
cabo en mayo, una vez al año, la lidia de toros.
Pero
hay otros espectáculos no menos cruentos: la lidia de gallos, por ejemplo. Y en
otros están las peleas de perros. Y los hay que, no contentos, pagan por ver a
dos personas despanzurrarse en vivo.
Dado a
retorcer a conveniencia los argumentos, Vargas Llosa llega al extremo de acusar
de “odio” a Sánchez Ferlosio, un odio
tal que “obnubila la razón y estraga la
sensibilidad”. De nuevo, el recurso es el ya denunciado Argumentum ad hominem: Sánchez Ferlosio no debe ser tomado en
cuenta porque es el odio irracional e insensible el que lo mueve. Mayor
manipulación de la verdad no puede concebirse.
Y
entonces lean esta perla ¿quién cree usted que es quien ama a los toros bravos?
¡Pues Vargas Llosa! No Sánchez Ferlosio que no quiere que los sigan matando,
sino él que gusta de verlos agonizar en la arena, la sangre manando en
chiguetes por las heridas que le propinó el torero, en quien Vargas Llosa
vicariamente se siente expresado.
“Los aficionados amamos profundamente a los
toros bravos”, afirma impúdicamente.
Hay en su expresión una patente eliminación, faltan las palabras “ver matar”. Así la frase real sería “los aficionados amamos profundamente ver
matar a los toros bravos”, pero a él le falta valor para expresar la verdad
profunda que enmascaran sus palabras.
RETORCER LA VERDAD
Y en su
afán de confundir y engañar al lector, llega a una afirmación peregrina que no puede menos que provocarnos una
carcajada: si se prohíben las lidias de toros, estos se evaporarían “de la faz de la tierra, que es lo que
ocurriría fatalmente si las corridas desaparecieran.”
Es un patente
uso del Argumentum ad consequentiam o
argumento dirigido a las consecuencias, falacia que consiste en derivar una
consecuencia funesta irreal para
ablandar
la residencia a algo.
Matar
toros en las plazas de toros evitaría que fatalmente estos se evaporen de la
faz de la tierra. Ese es el razonamiento de Vargas Llosa. Búsquele la lógica y
la verdad. No tiene ni la una ni la otra. Es una falacia.
Hay otras
falacias igualmente empleadas en su argumentación: el Argumentum ad antiquitatem o recurrir a la tradición para
justificar su opinión y también el Argumentum
ad verecundiam o apelar a la autoridad, cuando se escuda en Ortega y Gasset
y otros para apoyar su enfoque.
Y
cierra con una impensable nota de retorcimiento de la verdad, propia de los
expertos en las teorías de la conspiración que me hace dudar de la lucidez de
su mente: lo que hay debajo de la defensa de los animales a no ser martirizados
para goce de las personas, no es más que una “conspiración” contra la libertad. Veámoslo en sus propias palabras:
la prohibición de las lidias de toros es “la
última ofensiva autoritaria, disfrazada, como es habitual, de progresismo.”
Un
manejo tan pedestre y pésimo desdice mucho de él. Definitivamente ha perdido el
norte. Recurrir a satanizar como “autoritarios”
a los que claman porque los toros no sean acosados, heridos y muertos para que
él, Vargas Llosa, y otros como él satisfagan sus ganas de sangre y su sed de
adrenalina barata lo deja muy mal parado a él.
No
queda más que apenarnos por la pérdida de sus facultades.
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