Los 90 años de don Mariano Lebrón Saviñón
Ayer no
tuve tiempo de homenajear como debía a don Mariano Lebrón Saviñón, médico del
cuerpo y, más aún, médico del espíritu.
Fue el
más joven de los poetas que se congregaron bajo aquel espíritu renovador y
universal que se llamó a sí mismo La Poesía Sorprendida.
Y desde
los años Cuarenta fue elaborando una poesía de sonoridades exquisitas, de
belleza singular, de imágenes que conectaban con la gran poesía española de
todos los tiempos, en particular la del Siglo de Oro.
A
diferencia de su hermano, el declamador Carlos Lebrón Saviñón, expresivo y
locuaz, Mariano era más sobrio, más adentrado en sí mismo.
Vivió
en un país altamente peligroso, donde diferenciarse, separarse de la manada,
discrepar podía conducir a la ergástula o al patíbulo.
Aprendió
a ser discreto, a fluir como el agua y a sobrevivir entre los intersticios de
una sociedad dada a la delación, a la traición y a toda clase de bajezas.
Y esa
modestia, esa discresión, ese manejo sobrio de su propia existencia, se combinó
con el ejercicio de la escritura, con la pasión por la poesía.
Ayer
cumplió 90 años.
Es un
patrimonio viviente de nuestra mejor poesía.
Una
gloria nacional.
El
único Sorprendido que nos queda.
El
testigo de un mundo terrible e inimaginable para los jóvenes dominicanos. El
autor de versos de altísima calidad, dignos de la mejor tradición de la poesía
en nuestra lengua.
Dios le
bendiga y le dé más años de vida y salud. Lo merece.
Lo
merecemos.
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