La edad
y las ganas de figurear y de caer en gracia, que hay de todo, afectan
negativamente a Mario Vargas Llosa.
Defender
y promover la tortura de los toros que se efectúa en las llamadas corridas de
toro, rchazando que "quienes quisieran acabar con los toros, traten de
privarnos de la fiesta a los que la amamos: un atropello a la libertad no menor
que la censura de prensa, de libros y de ideas."
Impedir
que los toros sean heridos, maltratados y muertos es, según Vargas Llosa, un
atropello a la libertad no menor que la censura de prensa, de libros y de
ideas, simplemente porque él ama de ese tipo de espectáculo degradante.
Ahí se
evidencia que habla y escribe sin pensar.
El
deprimente espectáculo de las corridas de toros, en que estos animales son
atacados, heridos y luego muertos para excitar el deseo de sangre de la
audiencia, entre ellos evidentemente el propio Vargas Llosa, es un acto infame.
Como
buen sofista, que lo es, recurre a una falacia saca a colación la suerte de
algunos caballos, despanzurrados por toros, y luego acusa a los que se oponen a
la lidia de toros de estar atrapados por "el odio" que "obnubila
la razón y estraga la sensibilidad."
No sólo
el odio, señor Vargas, no sólo el odio.
¿Hay
algo de sensibilidad en ver sufrir a una infeliz bestia para regocijo del señor
Vargas Llosa? ¿En aguardar de manera morbosa que el toro encorne al torero? ¿En
aquel acto ridículo de valentía inútil que es enfrentarse a una bestia? ¿En
gozarse en el agonizar de un animal?
¿No es
capaz Mario Vargas Llosa de someter a la crítica de la razón sus pasiones
vulgares, las viejas tradiciones derivadas de nuestro atraso e ignorancia?
Y sigue
en sus sofismas. Si se anulan las fiestas taurinas se provocaría una
catástrofe. "Los aficionados amamos profundamente a los toros bravos y no
queremos que se evaporen de la faz de la tierra, que es lo que ocurriría
fatalmente si las corridas desaparecieran."
Ahora
resulta que Mario Vargas Llosa está luchando porque no se extinga y desaparezca
una especie: los toros bravos, que sólo existen porque existen las corridas.
Mas
retorcimiento no puede haber.
Yo, que
he admirado algunas posturas suyas, no tengo menos que sentirme avergonzado por
el lastimoso espectáculo que nos brinda.
En
particular, por su cobardía.
Le
gusta ir a mirar a otros arriesgar el pellejo y exponerse por unos aplausos y
un puñado de euros a que un toro los cornee.
Le
gusta regocijarse en el acoso, tortura y muerte de una bestia.
¿Por
qué no nos brinda un espectáculo mayor y entra él mismo al ruedo y se prueba
frente al toro?
Tal vez
eso le cure el ser baboso.
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