Por qué nos desanimamos y nos frustramos
Los orígenes de la pérdida de entusiasmo y cómo actuar cuando ocurra.
Por Aquiles Julián
“Nada se parece tanto al orgullo como el desánimo”
Henri-Frédéric Amiel
¿Por qué paramos y desistimos? ¿Qué nos hace abandonar y renunciar? ¿Cuál es la causa del desánimo y la frustración?
Muchas personas somos víctimas de nosotros mismos. Algunos, incluso, hemos llegado al extremo de renunciar a soñar y tener aspiraciones, convencidos de que nacimos para perder. Y nos resignamos.
¿Por qué sucede esto? ¿Cómo podemos evitar caer en esa trampa? ¿Cómo mantener el entusiasmo en momentos de aparente estancamiento?
El desánimo ocurre cuando hay una brecha que se nos antoja insuperable entre nuestras expectativas y nuestros resultados.
Esperamos 10 y obtenemos 2, 1 ó 0 y eso nos frustra.
Consideramos que el resultado obtenido es nimio en comparación con nuestro esfuerzo.
¿A qué se debe que eso ocurra? Desconocer los mecanismos que dan origen la frustración y nos provocan abandonar la carrera puede destruir nuestras posibilidades de éxito.
Debido a eso, he querido esclarecer qué sucede en nosotros, qué información nuestros resultados nos envían, cómo tenemos que interpretar lo que nos sucede y cuál es la acción inteligente y sensata a emprender.
Tras evaluar y meditar sobre lo que aquí expongo, cada quien saque sus propias conclusiones y tome sus decisiones. Pero no olvide que toda decisión nos conduce a un resultado. Y son los resultados los que, al final, cuentan.
HAY QUE APRENDER A TENER ÉXITO
Toda la vida es un proceso de aprendizaje. Y si queremos tener éxito, tendremos que aprender a tener éxito. Nadie nos libra de pagar el precio de aprender. Y el precio de aprender es intentar-fallar-reintentar-volver a fallar-mejorar y afinar-volver a intentar hasta ir perfeccionando la acción y alcanzar la maestría y el éxito.
El asunto es que nos gustaría que ese proceso de aprendizaje sea más breve de lo que es. Pero es como si quisiéramos tener un hijo a las dos semanas de embarazar a nuestra pareja. Nuestra impaciencia no va a hacer que las cosas marchen más deprisa. La Ley del Proceso: todo logro toma un tiempo y un esfuerzo sostenido, no podemos obviarla ni soslayarla. De hecho, nuestra impaciencia puede retardar y abortar el proceso, pero nunca acelerarlo.
El asunto es que venimos con nuestras necesidades, urgencias, presiones financieras, sociales, personales, y queremos que las cosas ocurran más rápido de la cuenta. Forzamos para apresurar los resultados. Y muchas veces esa presión aleja a personas que podrían ser claves, pero a las que queremos llevar a una velocidad que se ajusta a nuestras expectativas, pero no a las de ellas.
Tenemos que aprender, pero no nos interesa pagar el precio del éxito. Y sin pagar el precio ¿cómo tener éxito?
Brian Tracy recalca: “El futuro pertenece a los que están capacitados. Pertenece a los que son muy, muy buenos en lo que hacen. No pertenece a los que tienen buenas intenciones.” Si queremos ser dueños de nuestro futuro, tenemos que desarrollar capacidad.
El desarrollo de una habilidad o competencia, sea cual sea, pasa por una serie de etapas.
Comienza en la incompetencia inconsciente: no sabemos algo y tampoco sabemos que no lo sabemos. Eso no existe para nosotros. Tenemos incompetencia inconsciente de todo aquello que ignoramos que ignoramos, que es mucho. Y vivimos sin que ello nos mortifique ni preocupe.
Al enterarnos de la existencia de aquello: un idioma, un equipo, una disciplina, etc., pasamos de incompetentes inconscientes a la incompetencia consciente. Sabemos que no sabemos.
Frente a nuestra incompetencia consciente podemos asumir varias opciones: tener una información mínima o elegir no tener ninguna. O prepararnos y desarrollar una competencia en dicho asunto.
Yo sé que soy incompetente consciente en mandarín, turco o coreano, por ejemplo. Por igual en lectura de una radiografía, en operar una máquina de sonografía, en mecánica de vehículo, en ser piloto de un avión y en mil y una cosas que no son, por el momento, prioritarias para mí y que elijo no aprender, para concentrarme en aquellas que sí lo son.
La vida apenas nos permite 24 horas en un día, demasiado poco para dispersarse en mil y una actividades, por lo que elegir y priorizar es fundamental. No puedo hacer todo, pero siempre puedo hacer lo importante.
El reto comienza cuando decido desarrollar una competencia en algo, porque eso me obliga a entrar en un proceso de aprendizaje.
DESARROLLAR UNA COMPETENCIA CONSCIENTE
El proceso de desarrollar una competencia consciente y luego transformarla en una competencia inconsciente, que se produzca de forma automática, es lo que caracteriza a un proceso de aprendizaje.
No es algo intelectual, es corporal. El aprendizaje implica a todo nuestro organismo y nos exige práctica y repetición continua.
Muchas veces, esas prácticas parecen infructuosas. No sentimos que avanzamos porque nos hacemos unas expectativas mayores que nuestras habilidades y destrezas alcanzadas. Y eso nos frustra.
Esa tensión entre las expectativas y nuestras destrezas alcanzadas es la que genera el desánimo, pues entramos en dudas sobre nuestra capacidad de alcanzar el desempeño deseado.
Y simplemente, nuestro nivel de destreza alcanzado lo que nos informa es en qué punto nos encontramos y que necesitamos practicar más. No menos. No desistir, sino insistir.
Así que entramos en crisis.
Se nos olvida aquella genial frase de Henry Ford: “El fracaso es solo la oportunidad de comenzar de nuevo de forma más inteligente.”
Cuando nosotros iniciamos el proceso de entrenamiento o aprendizaje tenemos expectativas, por lo general poco realistas, del esfuerzo y el tiempo que nos tomará lograr el resultado, lo que nos eleva el nivel de energía. Estamos convencidos de que las cosas nos funcionarán. Eliminamos mentalmente cualquier posibilidad de fallo o error.
Esas expectativas de triunfo rápido elevan nuestro nivel de creencia en que podemos y nuestro entusiasmo.
Ahora bien, ¿podemos? Sí. ¿Todo será tan fácil? No.
Pero tenemos que estar claros en que si persistimos, nada ni nadie impedirá que alcancemos el resultado esperado.
La clave, entonces, es persistir cuando queremos desertar.
Abraham Lincoln lo expresó con meridiana claridad: “No le temas al fracaso, que no te hará más débil, sino más fuerte.”
Normalmente, al iniciar el proceso de aprendizaje, la fase de competencia consciente, obtenemos triunfos fáciles.
Así, muchos celebran una pérdida de peso al iniciar una dieta, y eso las anima y entusiasma.
Otros celebran la adquisición de habilidades rudimentarias. Esos logros, de cero a algo, elevan el nivel de creencia, de que sí se puede.
Y también eleva el nivel de expectativas. Creemos que las cosas ocurrirán más rápido de la cuenta.
Y esa es una causa de que entremos en crisis.
EL MOMENTO DE CRISIS
Al elevar nuestras expectativas se amplía, sin que nos demos cuenta, la brecha entre nuestro nivel de destreza alcanzado y nuestro nivel de destreza deseado, lo que produce que sintamos que no avanzamos a la velocidad que aspiramos. Y eso nos crea dudas sobre nuestra capacidad de alcanzar nuestras metas.
Ahora bien, ¿qué nos enseña esa crisis, esa frustración? Que nuestro nivel de destreza todavía no llega al nivel que aspiramos, que nos falta aprender, practicar, mejorar.
¿Eso es malo o bueno? Indudablemente bueno, aunque no sea lo que nos guste en el momento.
Es una información, una retroalimentación, sobre una realidad: todavía nos falta por avanzar.
Oprah Winfrey lo verbalizó magistralmente: “No hay fracasos, sólo lecciones por aprender.”
Si yo empiezo a estudiar inglés y a los cuatro meses quiero conversar, voy a encontrar que mi nivel de comprensión fonética, mi vocabulario y mis destrezas de conversar están muy limitados.
Ahora bien, ¿qué significa esto? ¿Qué no estoy en capacidad de aprender a hablar y entender el inglés? No, significa que me falta mucho que aprender y practicar para un desempeño eficiente en esa lengua.
Si, frustrado porque no hablo inglés apropiadamente, me digo que soy torpe, abandono el estudio y la práctica, entonces retrocederé y perderé todo el territorio ganado.
¿Es esa una conducta inteligente? ¡En modo alguno!
Más bien soberbia. Un niño angloamericano ¿habla inglés a los cuatro meses? ¿Al año? ¿Por qué si hijos de norteamericanos o ingleses no hablan en un año o dos años fluentemente el inglés, yo pienso que a mí sí se me “debe” permitir tal privilegio?
San Agustín escribió, acerca de la soberbia: “La soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano.”
Un momento de crisis es simplemente una retroalimentación que la vida nos aporta del nivel que hemos alcanzado. Y nunca nos debe llevar a desistir, pues lo que nos informa es que tenemos que persistir y que nos falta camino por recorrer.
El asunto es que muchos, dejándose arrastrar por la soberbia, la frustración y la irritación, desertan y mandan todo a la porra.
Así, se rompen carreras, se abandonan negocios, se paran dietas, se renuncia a aprender un idioma, una habilidad, se destruyen posibilidades y se ingresa en el grupo de los frustrados que tienen mil y una explicaciones para justificar algo que no fue más que su falta de entender la ley del proceso. Y la Ley del Tope.
LA LEY DEL TOPE
La Ley del Tope indica que nunca vamos a llegar más alto que nuestro tope mental. Y que si lo sobrepasamos, retrocederemos al nivel del tope que tengamos. Y ese tope mental está determinado con nuestra visión y nuestras capacidades.
¿Cuál es nuestro tope? ¿Cómo podemos expandirlo?
Desafiar nuestros topes es una tarea clave en el crecimiento.
El coach norteamericano y escritor Pat Riley lo deja entrever con claridad al sentenciar: “¿Qué se entiende por adversidad? Es la escalera que hay que superar para lograr disciplina. Esta disciplina hará que superes tu capacidad con el trabajo diario.”
Una de las cosas más preocupantes es cuando nos convencemos a nosotros mismos de que estamos listos, maduros, para un logro o nivel que la vida no nos concede.
Si la vida no nos lo concede nos está mandando un mensaje: no estamos listos todavía. Necesitamos entrenarnos más.
Pero nosotros quisiéramos recibirlo. Y eso nos hace sentir mal. El asunto es que la vida no nos da lo que queremos, nos da lo que nos merecemos.
Por otro lado tenemos presiones de distintos tipos: financieras, personales, familiares, aspiracionales, sociales, grupales, etc., que influyen en nosotros y nos llevan a sostener nuestras expectativas, esperanzas y aspiraciones.
Pero, ¿nuestro nivel de destrezas respalda esas expectativas, esperanzas y aspiraciones?
Nuestros resultados nos informan una cosa o la otra.
La vida no es justa ni injusta. La vida es. Los resultados de nuestra acción nos hablan de varias cosas:
1. La pertinencia de la misma o su impertinencia
2. La cantidad del esfuerzo
3. La calidad del esfuerzo
4. La continuidad del esfuerzo
5. El nivel que hemos alcanzado por la sinergia de los cuatro factores anteriores.
Podemos patalear, incomodarnos, imprecar, enojarnos con todo el mundo o con nosotros mismos, pero si fallamos en la escogencia del momento oportuno, en la cantidad, calidad o en sostener el tiempo suficiente el esfuerzo, demostramos que todavía no alcanzamos el nivel apropiado para obtener el logro.
Esa es la retroalimentación.
El orgullo, la soberbia, la egolatría nos pueden llevar a asumir una pose altanera, ajena a la humildad, y echar todo a la basura. Desistir. La inteligencia debería llevarnos por un camino más realista y provechoso: aprender de nuestros resultados, ajustar, mejorar y afinar y volver a intentar lograr la meta.
Nuestro tope mental determinará en parte qué conducta asumiremos.
Si nos creemos merecedores y consideramos que la meta se nos debe conceder porque sí, porque somos nosotros dignos de un privilegio, una excepción, una facilidad superior a las que se les otorga a cualquier otra persona, entonces mostraremos nuestra inmadurez y falta de buen juicio.
Sí, por el contrario, los sacudimos el polvo, consideramos que nos falta mejorar y pulir habilidades, ponemos manos a la obra y nos preparamos para desafiarnos de nuevo a alcanzar la meta, mostramos madurez. Y el éxito pertenece a los que están maduros para él.
EL QUE NI LO INTENTA Y EL QUE SE DETIENE
Dentro de esa cultura perdedora tenemos a dos tipos de personas distintas: aquellas que ni siquiera lo intentan, que han aceptado que el éxito no es para ellas, que tienen un discurso justificatorio, que le sirve para racionalizar su resignación a elegir perder como actitud vital.
Se trata de alguien incapaz de soportar la frustración porque sus expectativas quedan cortas. Si las cosas no se le dan con facilidad, se consideran vencidos. No entienden que el proceso de aprendizaje está sostenido sobre una cadena de frustraciones, fallos, errores y equivocaciones.
Es, de hecho, una demostración de increíble infantilidad, típica del niño egocéntrico que no admite que algo no se le dé inmediatamente lo pida.
Mírenlo con la visión de Franklin Delano Roosevelt: “El único límite a nuestros logros de mañana son nuestras dudas de hoy”.
El segundo caso es la persona que dramatiza e importantiza en demasía que las cosas no anden como espera y, sin aparentemente renunciar, deja de esforzarse, como si la meta le llegara por antigüedad en el servicio, al margen de trabajarla.
Es importante que aclaremos lo siguiente: yo soy responsable de mi conducta y mis decisiones, no de las conductas y decisiones ajenas. Así que no puedo cargar con muertos que no son míos. Si alguien falla, si alguien incumple, si alguien se desdice no me tengo que sentir mal, pues fue la conducta de aquel, no la mía, la que falló.
Tampoco tengo, lo admito, acepto y entiendo, el don de convencer a nadie. Puedo aportar un punto de vista, datos, razonamientos, pero no puedo obligar a nadie a asumir un punto de vista, a entender o a aceptar algo.
¿Por qué entonces, deprimirme, preocuparme o molestarme con las conductas ajenas? Es tonto, porque ellas no están bajo mi control ni bajo mi responsabilidad.
Esa actitud responde por igual a una concepción inmadura de la vida: me enojo o me detengo de actuar porque las cosas no se dan a mi gusto.
Lo que sucede es que uno nunca se detiene, uno siempre retrocede.
La vida es un fenómeno dinámico, nunca estático.
O avanzamos o reculamos. Nunca nos quedamos en un punto.
Epícteto, sobre quienes se detienen o desertan, escribió: "Si persistes en la misma resolución y quedas en el mismo estado, serás objeto de admiración; al contrario, si mudas de resolución, lo que has hecho sólo será causa de burlas y escarnio."
Parar de actuar es retroceder, aunque pensemos lo que nos dé la gana pensar.
PRUEBA, OPERACIÓN, PRUEBA, SALIDA
¿Cómo uno construye su maestría: el nivel de la competencia inconsciente? Por pruebas repetitivas que se autocorrigen progresivamente, ajustando, afinando, perfeccionando, mejorando hasta ir puliendo la habilidad o destreza.
No existe ningún otro camino.
El modelo POPS, prueba-operación-prueba-salida, es, de hecho, el modelo de más elegante para describir este proceso.
Iniciamos con una meta, la prueba, que nos fija los indicadores de éxito en cantidad, calidad, tipo, etc. Digamos que mi meta es correr 100 metros en 3 minutos, o cualquier otro objetivo sometido a estándares que nos indiquen el logro. A partir de él realizo una acción, la operación. Al concluir la acción la comparo con el objetivo establecido, la prueba. Al realizar la comparación hay dos opciones: la logré, no la logré. Si no la logré, entonces reviso lo alcanzado versus la meta planeada para evaluar qué tengo que mejorar.
Repito el proceso prueba-operación-prueba tantas veces sean necesarias para ajustar mi acción lo suficientemente bien para que se produzca el resultado deseado.
Para decirlo en una frase de Miguel de Unamuno: “El modo de dar una vez en el clavo es dar cien veces en la herradura.”
Y sólo cuando ese resultado se genera, entonces procedo a Salida.
¿Qué nos enseña este modelo? Que el proceso es uno de autocorrección en el cual la retroalimentación que me dan los resultados, al comparar la operación con la prueba o meta, me permite hacer ajustes, modificar mi acción, afinarla, perfeccionarla, hasta cumplimentar mi objetivo y producir entonces la salida del proceso.
¿En dónde aquí están las exaltaciones de mi ánimo, la frustración, el deseo de abandonar? Sólo son muestras de nuestra pretensión de que el precio a pagar para nosotros sea menor que para otros. Pero el precio es el mismo para todo el mundo. Sólo que unos lo pagan y otros no.
La maestría es el resultado de la repetición incesante, en que vamos mejorando imperceptiblemente (y el término imperceptiblemente es fundamental, no nos damos cuenta durante mucho tiempo de que estuvimos mejorando) nuestro hacer, hasta que esas mejorías diminutas se expresan en un cambio significativo en los resultados.
Ya Aristóteles, el pensador griego, lo expresó con elegancia: "Somos el resultado de lo que hacemos repetidamente. La excelencia entonces, no es un acto, sino un hábito."
LAS DESTREZAS REQUERIDAS PARA CONSTRUIR REDES DE MERCADEO
Las habilidades, competencias y destrezas requeridas para desarrollar organizaciones de mercadotecnia de redes o network marketing son de tres tipos: dominio del producto, dominio del modelo de negocio y dominio de las relaciones interpersonales.
El conocimiento del producto implica su uso, rendimiento, componentes, comparación, costo por uso y otros datos que permitan justificar el beneficio de adquirirlo a un usuario.
La esencia en este aspecto, es entender que la educación es el camino de ganarle usuarios al producto, no la venta. Si alguien lo adquiere sin la debida educación sobre el mismo, ello puede ser contraproducente. Es la educación apropiada la que construye a un cliente satisfecho. Y no se puede educar a nadie sin previamente habernos educados nosotros mismos.
La educación en el conocimiento del producto empieza por usarlo, comprobar su rendimiento, utilidad, aplicaciones, etc., y compartir nuestra experiencia con otros.
El dominio del modelo de negocio es fundamental para poder hacer entender, a personas que han sido domesticadas para ser consumidoras y empleadas, que podrían ser productoras y empresarias.
Pese a los desastrosos resultados que se cosechan como empleados: vejez indefensa, pensiones (cuando las hay) insuficientes, inseguridad y precariedad, la mayoría reproduce el guión de perdedor para el que fueron domesticadas y entrenadas, con la secreta esperanza de cada quien de que a él o ella le irá diferente.
Entender que esa es la realidad nos precave frente a tanta tozudez y a tanta renuencia a aceptar la realidad. Se teme entender que se nos condenó de antemano a perder.
Y, tercero, el dominio de las relaciones interpersonales implica, para empezar, un cambio interno y concomitantemente un cambio externo.
El cambio interno tiene que ver con nuestra actitud, nuestra visión y visión personales, nuestro nivel de convicción y confianza, nuestro entusiasmo y nuestra fe, nuestra determinación y nuestro compromiso.
Todo eso proviene de nuestro real entendimiento del beneficio al otro y a uno mismo de los productos y de la lógica del modelo de negocio, así como de reforzar en uno mismo cualidades, valores y actitudes correctas, constructivas y positivas.
El cambio externo viene de desarrollar las habilidades relacionales: de comunicación, de empoderamiento, de reconocimiento, de liderazgo.
No hay un cambio externo consistente que no se apoye en un cambio interno que lo sustente. De ahí que el éxito se construya de adentro hacia afuera. Desde tu visión, tu misión, tus valores y tus sueños. Desde tu fe y tu entusiasmo. Desde tus creencias y tu compromiso.
Las habilidades sociales, la inteligencia interpersonal, implica entender que la madurez social estriba en privilegiar la interdependencia, como bien lo establece Stephen Covey en Los 7 Hábitos de la Gente Altamente Efectiva.
Mientras la conducta y actitud dependientes reflejan una inmadurez interna, colocamos nuestras expectativas, esperanzas y nuestro futuro en las decisiones de terceros, arriesgándonos (y ya, en Italia, el primer ministro Mario Monti verbalizó una verdad que nuestros gobernantes quieren ocultarnos: “La época de los empleos fijos murió”), la conducta y actitud independientes también expresa inmadurez en la medida en que se corresponden con la de los jóvenes. Es una actitud adolescente a nivel mental.
En realidad, lo inteligente y lo maduro es hacer equipo, construir a partir de la interdependencia.
Las relaciones de dependencia y las de independencia promueven relaciones de subordinación. O somos empleados o somos empleadores. Las relaciones de interdependencia crean relaciones de cooperación: somos personas que se asocian en plano de igualdad para procurar metas comunes, una visión compartida.
CONSTRUIR NUESTRO ÉXITO PULIENDO NUESTRAS COMPETENCIAS
Persistir, mantener la acción, ser consistente, es lo que separa a un ganador de un perdedor. Orison Swett Marden lo expresó tajantemente: “El éxito es el hijo del trabajo duro y la perseverancia. El éxito no puede ser sonsacado ni sobornado, paga el precio y será tuyo”.
Todas las personas que están alrededor nuestro, las conozcamos o no, están ahí para que practiquemos y pulamos nuestras destrezas, habilidades y competencias.
No importan sus respuestas, pues yo no soy responsable por ellas. Ni de sus decisiones. Ni de sus conductas.
Sólo soy responsable de la mía.
Andar, como muchos, “cargando muertos ajenos”, culpándome o responsabilizándome por las decisiones y conductas del otro, no es muy sensato ni inteligente que digamos.
Yo puedo invitar a alguien a que me acompañe, animarlo, promoverle el que lo haga, explicarle con todo el entusiasmo del mundo. La decisión de él o ella no es mi responsabilidad. Yo cumplí cuando invité, animé, promoví o expliqué.
Pero como esa persona no es la única que existe en el mundo, si no acepta mi invitación entenderé que me sirvió para practicar y pulir mis habilidades de invitación, promoción y explicación. Respetaré lo que decida y me enfocaré en otra persona. Para algo Dios puso 7,000 millones de habitantes en el mundo, para que no nos empecinemos con el que no quiere y nos enfoquemos en encontrar al que quiere.
El pueblo ruso suele decir: “Caer está permitido. ¡Levantarse es obligatorio!”. Podemos, momentáneamente, sentirnos un poco tristes o frustrados. Es propio de humanos eso. Pero es patológico cuando dejamos que esa frustración destruya nuestro entusiasmo y nuble nuestro espíritu.
H. W. Arnold sentenció: "La peor derrota de una persona es cuando pierde su entusiasmo."
Deprimirse por las decisiones ajenas es ignorar que no tenemos poder sobre la decisión ni la conducta de más nadie que no sea yo mismo.
Y dejar que las conductas ajenas determinen mi estado de ánimo y comprometan mi determinación de triunfar, es poner mi vida y mi futuro en manos de las decisiones y elecciones que un tercero, no yo, haga.
¿Es eso inteligente? ¿Es sensato? ¿Es lógico? ¡Claro que no!
Si a alguien no le da la gana de triunfar, de sacar a su familia de la precariedad y las limitaciones, de alcanzar sus metas y realizar sus sueños, eso es asunto de esa persona, no mío.
No puedo dejarme contagiar del derrotismo y el abandono de los que aceptan pasivamente ser perdedores.
Mi decisión habla de mí. Y mi futuro depende de mí.
Sé que triunfar implica un precio. Y depende de mí si lo pago o no.
Si otro no quiere, allá él. Eso no me afecta. Cierto es que, como el éxito implica la interdependencia, preciso de hacer equipo con otros, pero esos otros existen, sólo tengo que encontrarlos.
Cada quien se autocalifica en la vida. Y cosecha los frutos de cómo se autocalificó.
Hay dos bandos: los ganadores y los perdedores.
Uno escoge a cuál de ellos decide pertenecer.
Véalo en mi blog: http://elblogdeaquilesjulian.blogspot.com/2012/02/por-que-nos-desanimamos-y-nos.html
Gracias por compartir esa oportuna información.. Saluditos.-
ResponderEliminarMuchas gracias x tu aporte la verdad me ayudo y me hizo entender muchas cosas de las que me pasaban, reitero mil gracias que Dios te bendiga
ResponderEliminarLo mismo digo gracias por este aporte, me iso entender muchas cosas de que no entendía y ahora entiendo.
ResponderEliminarDe verdad gracias saludos amigo.