martes, 7 de febrero de 2012


¿Cuántas historias hay en una historia?

Por Aquiles Julián

Este ejercicio de imaginación es un reto personal. ¿Cuántas historias se contienen en una historia? En este caso elegí la historia de la gallina de los huevos de oro, y a partir de la fábula he ido articulando distintas versiones.

Sé, claro, que no las agotaré. Por el contrario, imaginaciones más fértiles me desafiarán con historias más prodigiosas y creativas, mostrándome que mi ingenio podía más, que habían más versiones posibles, que nada, absolutamente nada, salvo el cansancio personal, agota a la imaginación.

Bienvenidas.

Será más que un placer disfrutarlas.

Todo producto de la imaginación humana no sólo es algo para disfrutar y compartir, también es un hito que nos reta a producir a partir de él otra cosa, igual o superior.

Funciona como un punto de referencia.

Marca un lugar en la creación. Nos dice, hasta aquí alguien llegó. Para él fue su máximo logro. Para ti, un punto de partida. Extiéndete a partir de él.

Somos continuadores de una tradición de imaginación y belleza, destinados a honrar con obras que lo merezcan y les honren, la labor de los que nos antecedieron.

Y también somos las referencias inmediatas de aquellos que están llamados a superarnos.

Y esperamos que así sea.

La historia del arte requiere ese movimiento de continuidad y ruptura que es su signo mayor.

Ninguna obra existe como pieza definitiva sino como punto de arranque, como reto, como desafío.

Nuestra tarea es construir a partir de ella. Podemos negarla, cuestionarla, parodiarla, dinamitarla de mil y una maneras. Para eso, no para otra cosa, fue creada.

De ahí que toda historia no es más que punto de origen de mil y una historias, que, a su vez, serán punto de origen de otras tantas miles y una historias que, a su vez, también darán origen a otras miles de historias.

La imaginación humana es inagotable, independientemente de que los humanos si nos agotemos.

Siempre hay otra forma de decir, otro tema que decir y otro que quiere decir.

Por mi experiencia personal, uno empieza a escribir cuando de alguna manera se convierte en parricida: cree sinceramente que puede no sólo igualar, sino superar al maestro.

Se empieza como lector ávido, deslumbrado para luego pasar a imitador sólo para concluir en esa primera etapa como un autoconvencido de que es capaz de decirlo mejor que su modelo.

Tal vez somos víctimas de nuestro ego.

Pero reclamo que el engaño se mantenga. Sería triste que consideráramos que nadie podría hacerlo mejor y se apagaran las letras en un culto bovino a unos maestros que dejaron de serlo el día en que no tuvieron discípulos que los imitaran y luego los dinamitaran para imponer su propia voz.

Necesitamos que haya quienes vean la desnudez del rey y la denuncien.

Y los que inventen trajes mágicos mejores que los de aquel par de pícaros que engañaron al rey y a toda una población.

Somos lo que somos porque podemos imaginar.

Y de hecho, esa sería una buena definición de la especie: el animal que imagina.

Y el animal que se imagina a sí mismo.

Primero soñamos. Luego nuestra imaginación desafía a nuestra mente y sus capacidades prácticas para llevar a la realidad lo soñado.

Estamos, un día de estos, a punto de vivir lo que Adolfo Bioy Casares soñó en Plan de Evasión: las imágenes holográficas.

Ya casi es un hecho que todos tendremos la posibilidad de tener un reloj pulsera como el de Dick Tracy.

Cada sueño del hombre, cada imagen nacida de la cabeza de alguien verbaliza una aspiración que los hombres de ciencia y los tecnólogos se encargan de aterrizar en inventos sorprendentes.

Lo que no existe, no existe “por ahora”.

Sólo indica nuestras limitaciones tecnológicas y científicas. No una imposibilidad, sino una posposición.

Nos hemos habituado al asombro.

Pero en realidad, aunque no nos demos cuenta, vivimos la magia.

Recursos asombrosos, como la Internet o las redes sociales, han expandido nuestro universo a niveles verdaderamente impresionantes.

La autoedición permite a autores, a los que los circuitos editoriales formales, pasan por alto, crearse un espacio propio y dejar oír su voz.

Y expandir su audiencia allende los mares e incluso los continentes.

Soy un ejemplo de ello.

Recientemente leí en El País digital, España, sobre un novelista que empezó a escribir sus novelas a la edad de 58 años y hoy ha vendido más de un millón y medio de e-books por la Internet.

No edita sus libros convencionalmente. Ni lo necesita.

Sus lectores en Amazon promueven sus libros, los comentan, los recomiendan, les ganan nuevos amigos. Y todo con prácticamente cero inversión.

Es un fenómeno de lo que estos nuevos medios pueden hacer por los escritores.

Basta tener algo que decir. Y atreverse a decirlo.

Decir su propia historia o apoyarse en historias de otros para construir la propia, como parodia o como pastiche.

La literatura todo lo permite.

Como una vez me dijo mi querido Efraím Castillo, animándome a escribir novelas: “Aquiles, la novela lo aguanta todo”.

No sólo la novela, queridísimo y admirado comander, la literatura lo aguanta todo.

Es más, no es que lo aguante, es que lo reclama, lo pide a gritos, nos lo exige.

Simplemente digamos lo nuestro. Y seamos generosos, abiertos y receptivos con los que otros digan, hagan, escriban.

Animemos a todos a que se expresen.

Que digan su verdad y se abran a la verdad de otros.

Que hilvanen su versión y aprecien la versión que hilvanan otros.

Que celebren la diversidad, la variedad, la diferencia.

Porque ese es el signo de una literatura viva y en efervescencia.

No la repetición ni la imitación falaz.

La obra que amplía, complementa, cuestiona, explora, discrepa, arde, esculpe, muerde, vocifera, escupe, clama, susurra, explota.

La que ve en cada historia algo que reventar, desafiar, extender, deformar.

La que honra a un autor extremándolo a los límites y llevándolo más allá de los límites.

La que se propone escribirlo mejor. Decirlo mejor. Soñarlo mejor.

Todo escritor quiere ser tomado no como modelo sino como punto de partida.

Originar él, su obra, una escuela. Fundar un decir. Dar comienzo a una revolución literaria.

Es el sueño secreto que todos soñamos alcanzar. Y sólo unos pocos logran.

Bendiciones para ellos.

Y bendiciones para todos los que quizás no alcanzaremos esa meta.

Lo importante es soñarla.

E inocular ese sueño en nuestros lectores.

Buscando a los que quedarán contaminados por el mismo y le darán continuidad.

A ellos mi fervoroso abrazo.

De ellos me siento hermano.

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