LAS HEROÍNAS DE LOS HÉROES
Por Aquiles Julián
Estamos a días, escasos días, a
horas más bien, de conmemorar una gesta trascendental, épica y extraordinaria:
el 60 Aniversario del Ajusticiamiento del tirano Rafael L. Trujillo, alias
Chapita o El Chivo.
Ese acto que ennoblece y
abrillanta las vidas de quienes lo idearon, organizaron y ejecutaron- Lo arriesgaron todo en aras de retornarles a los
dominicanos la libertad, y pagaron el altísimo precio de sus vidas los
principales de entre ellos, para asegurarnos a todos el derecho a elegir,
hablar, asociarse, decidir y disentir, que en sesenta años, con todos los
azares y turbulencias vividos, se han sostenido.
Y tuvo unas heroínas no menos
dignas de reconocimiento y admiración.
Fueron las compañeras de los
héroes, esas esposas que padecieron los tormentosos días posteriores al
Ajusticiamiento (así, con mayúscula inicial). Ellas vieron sus hogares
asaltados, fueron atropelladas, vivieron
muchas la infructuosa y desesperada lucha por preservarles las vidas a los que
fueron apresados, martirizados y
masacrados. Y han tenido que vivir el resto de sus vidas junto a sus hijos sin
una tumba donde ir a llorar al esposo y padre. Y a partir del 30 de mayo del
1961, asumir la responsabilidad de levantar una familia, sacar adelante sus
hijos y convertirlos en hombres y mujeres de bien.
La gesta heroica y patriótica del
30 de mayo del 1961 fue la única hazaña heroica que logró su cometido en todo
el siglo XX en República Dominicana. En
esos 100 años los dominicanos fuimos una y otra vez aplastados por el poder
extranjero y sus cómplices locales, de los que Trujillo fue, sin dudas, el
peor, apátrida y servil al extremo.
Tanto esfuerzos infructuosos,
tanto sudor y sangre vertidos, tanto martirio y valor sucumbieron a la fuerza y
la sevicia, desde La Barranquita a la acción temeraria del gran Gregorio Urbano
Gilbert, recientemente exaltado al Panteón de la Patria, desde la conspiración
de Santiago para eliminar a Trujillo a las distintas conspiraciones que han
sido sospechosamente silenciadas por los historiógrafos que muestran cierta
proclividad a repetir la infame narrativa protrujillista que impera, en vez de
desmontar los mitos, mentiras y adulteraciones y poner en evidencia a los que
sumaron sus intelectos al embellecimiento y a la mitificación de una tiranía
fundada en el crimen, el latrocinio y el servilismo.
Nadie nunca podrá imaginar los
abismos de tormentos, la violencia de la incertidumbre, los días que se
arrastraban llenos de dolor y de impotencia, al arbitrio de un desequilibrado y
una cohorte de esbirros, serviles y crueles.
Eran mujeres criadas y formadas
para otras circunstancias. Sus vidas estaban diseñadas para ser amas de casa,
criar sus hijos, ser el soporte emocional de la familia y vivir los afanes
domésticos y particulares: intercambiar recetas, engalanar la casa, la moda,
las radionovelas, los cotilleos familiares, viendo crecer los hijos, casarse y engendrar
nietos, sin mayores sobresaltos.
Otra fue la vida a la que las
circunstancias la arrojaron.
El período que va desde el 30 de
mayo del 1961 al sorpresivo 18 de noviembre del 1961, ese lapso que media entre
la acción heroica del 30 de mayo y la salida forzada de los Trujillo del país,
fueron tiempos de una tortura inimaginable para estas mujeres atrapadas en esta
isla cárcel.
Cazados y torturados, una parte
importante de los conjurados, pese a la crueldad y sevicia de los asesinos, no
habló. Soportó la inclemencia de quienes abusaron de mil y una formas de ellos
para sonsacarles el nombre del resto de los comprometidos y callaron. Eso permitió que otros conjurados organizaran
sus fuerzas y en un acto de increíble valor, de tanto valor y audacia que hoy
no imaginamos lo que significó en esa época esa acción, plantaran cara a la
tiranía y dieran a la luz ese movimiento de unidad patriótica que fue Unión
Cívica Nacional.
Había que ser valiente para a un
mes de ajusticiado Trujillo y con Ramfis y el SIM persiguiendo a muerte a los
patriotas del 30 de mayo, deslindar los campos con el régimen de muerte y
terror.
Había que poseer una reciedumbre
espartana para no hablar ni ceder bajo tortura, manteniendo el secreto y
salvando vidas.
Y durante todos esos días
interminables, yendo a cárceles, reuniéndose en las afueras de los presidios, buscando
apoyos para preservar las vidas de sus esposos, hijos, experimentando el miedo
y el terror de amistades y conocidos, que se alejaban empavorecidos, estas
mujeres labraron una historia de fidelidad y dignidad asombrosa.
Sabían la capacidad criminal de
los que mandaban. Su vocación por la tortura y el crimen. Su historial de
terror.
Igualmente sabían que un cambio
de humor, una borrachera, una provocación, una fanfarronada en medio de las orgías
y las drogas en que se pervertía Ramfis con su camarilla, podían borrarlas a
ellas y a sus hijos, no sólo a sus esposos, de la faz de la tierra.
De hecho, eso se planificó,
agendó y programó para que sucediera en una bacanal de sangre y luto que las
circunstancias providenciales del sábado 18 de noviembre frustraron, cuando Ramfis,
asesorado por Emilio Rodríguez Demorizi y José Ángel Saviñón, sus mentores
civiles, y sus canchanchanes militares, idearon y organizaron la Operación “Luz
Verde”.
Esta pantomima pretendía simular un golpe de Estado al
entonces presidente nominal, Joaquín Balaguer, por parte de Negro Trujillo y
Petán, en un show sangriento en que se eliminarían más de 3,000 dominicanos,
incluyendo al mismo Balaguer.
Toda esa bacanal de sangre y
terror tendría como telón de fondo la
supuesta renuncia y salida del país de Ramfis Trujillo, navegando a la espera
de que los norteamericanos, ante la magnitud de la matanza que se realizaba, la
cual se la iba a endilgar a sus propios
tíos, Negro y Petán, los norteamericanos
le pidieran regresar a apaciguar el país y que le levantaran las sanciones.
Esa reunión perversa, que se
realizó en San Isidro en sábado 18 de noviembre del 1961 concentró la camarilla
más leal a Ramfis, en quienes él
confiaba para ejecutar el plan, nombres que escandalizarían al país de hacerse
públicos, y los cabecillas regionales
del SIM, convocados para la matanza, a los que se les distribuyeron los listados de quienes debían ser exterminados.
El Plan “Luz Verde” abortó por
circunstancias fortuitas que sólo la mano de Dios puede explicar.
Ese mismo día, y pese a la acción
desesperada de estas valientes mujeres, que tocaron las puertas del gobierno y
clamaron al entonces presidente títere impedir lo que intuían sucedería, se
produjo el crimen de Hacienda María, del que 60 años después no sólo se ocultan
a todos los participantes y presentes, sino también el destino de los cuerpos
de los héroes inmolados.
Y todos estos últimos 60 años
ellas se crecieron, sacaron fuerza de sus flaquezas, rompieron el cascarón
doméstico y subordinado, se elevaron desde su dolor para sacar adelante sus
hijos y tuvieron que vivir en la proximidad de los cómplices y testaferros
del crimen y la tortura, que siguieron ostentando rangos y posiciones de poder.
Algunos participaron en la vejación
y el martirio de sus esposos, los héroes del 30 de mayo. Otros, facilitaron el
crimen. Y se hicieron cómplices por el silencio, esa omertá criminal que
todavía pervive en nuestras fuerzas armadas.
Otros participaron en la
desaparición de sus cuerpos.
Todos siguieron impertérritos en
posiciones de mando y poder en el Estado, como si nada hubiesen hecho.
Durante 60 años la impunidad ha
marcado la historia dominicana. Y nunca mejor demostración que el fallecimiento
hace unas semanas de uno de los participantes en el asesinato de las hermanas
Mirabal, que vivió y murió en Santiago sin sonrojo, en una burla total a los
dominicanos.
Todavía, a 60 años, no hay una
Comisión de La Verdad que saque a la luz la realidad criminal.
Al revés, envalentonados por la
ignorancia y el envilecimiento de la sociedad y apadrinados desde instancias de
poder, han animado a un delincuente dado a la estafa y el crimen, a considerarse
heredero al trono. y los Trujillo
aspiran a recobrar su feudo y su herencia.
Ellas, las heroínas, fueron
muriendo, extinguiéndose, sin ver un mínimo asomo de justicia ni misericordia
ante su tragedia.
Reciban mi reconocimiento, mi
gratitud, mi solidaria fidelidad ante su dolor y su sacrificio.
Y mi esperanza, que no cesa, de
que tanto dolor y tanta espera inútil por justicia, no haya sido en vano.
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