domingo, 16 de septiembre de 2012

LA MENTIRA DE LA GUERRA CONTRA LAS DROGAS



La mentira de la guerra contra las drogas.

Por Aquiles Julián

Las drogas en República Dominicana se propagaron a partir del 1965, traídas al país por las tropas norteamericanas que nos invadieron el 28 de abril de aquel año.
Cientos de prostitutas, que entretuvieron las tropas, se iniciaron en el vicio.
Al término de la guerra civil, las drogas fueron empleadas con otros fines. Se usó como  estrategia de contrainsurgencia, desde el Estado dominicano, bajo la orientación foránea, para atrapar en ellas a buena parte de la juventud arisca de aquellos años.
Se nos dio nuestra dosis local de sexo, drogas y rock ´n roll.
Y así las drogas comenzaron a expandirse junto a la música y la cultura del rock.
De un recurso de domesticación política aprovechado desde el Estado para controlar y desviar las energías contestatarias de los jóvenes, la conversión de los Estados Unidos en un formidable mercado para todo tipo de estupefacientes y la potente demanda de esa nación despertó la ambición de los jerarcas militares, policiales y políticos.
No sé si como dice el poeta Pedro Mir estamos “en el mismo trayecto del sol”, pero de seguro que sí estamos en el mismo trayecto de la cocaína.
Los gobiernos que se han sucedido  han sido permisivos cuando no cómplices. Y se han lucrado del narcotráfico.
La riada de dinero ha enriquecido a tantos, que hacerse de la vista gorda, darle una manita a un capo y facilitarle sus operaciones ha devenido en un objetivo para hacerse de dinero rápido.
Jueces, fiscales, abogados, simples policías y soldados, oficiales, funcionarios del Registro Civil, cirujanos plásticos, banqueros, políticos, ingenieros, importadores de vehículos, manejadores de proyectos inmobiliarios, artistas… es grandísima la cantidad de áreas salpicadas cuando no empapadas en los dineros del narco.
En la década de los ´80 vi a toda una generación inmiscuirse en las drogas, soñando éxito fácil, dinero a montones y vida de magnate.
La vi marcharse a los Estados Unidos de mil y una maneras. Igual la vi retornar con sus vidas destruidas, vueltos guiñapos humanos o maquillados y en sus cajas. Otros quedaron allá atrapados: unos en la cárcel y los demás en el vicio.
Todos quisieron ser Tony Montana.
Acá llegaban sus historias, exageraciones adicionadas al gusto.
Fue la época en que los dominicanos formamos los primeros cárteles, basados en las relaciones primarias, de familia.
Y que algunos aprendieron y emularon las peores prácticas del bajo mundo. ¿O es que no recordamos ya a nuestro Freddy Kruegel?
Y los que volvían enseñaban a los de aquí a drogarse.
Así fueron los años ´80.
Empezaron las inversiones de los Dominican Yorks. Y el dinero de las drogas fluía a raudales.
Los años noventa produjeron sus escándalos.
Miembros del anillo palaciego del entonces presidente Balaguer, ya ciego y disminuido, vendieron protección y sacaron narcos personalmente de la cárcel de La Victoria y los llevaron bajo su protección al aeropuerto, devolviéndoles la libertad.
En algunos casos quedaron registros en la prensa de los escándalos.
En otras pudieron hacerlo sin mayor publicidad.
Y la isla se hizo más que atractiva como ruta de envío.
Ya saben, estamos “en el mismo trayecto del sol”.
La “guerra contra las drogas” normalmente era un expediente oportuno para despojar a extranjeros de sus propiedades, usado a conveniencia por un jefe militar sin escrúpulos.
Se fabricaron narcos a conveniencia, con fines de quitarles sus bienes.
En ocasiones llegó a denunciarse. Nunca sirvió para nada.
Luego nos enteramos de que eran enganchados y hecho oficiales, ascendidos y protegidos desde el poder.
En los Estados Unidos la política fue utilizada como tapadera para el negocio del narcotráfico.
Las bodegas dominicanas servían para lavar dólares. Y los partidos para dar una falsa respetabilidad a los capos.
Por ahí anda un reportaje: “The Dominican Connection” (http://archives.citypaper.net/articles/080300/cs.cover1.shtml),  que explica el choque entre en agente del FBI John “Sparky” McLaughlin y el Departamento de Estado durante el gobierno de Bill Clinton y su origen. Y en Narco News se pueden leer otras noticias no menos sorprendentes (http://www.narconews.com/dominica1.html ).
Viajar a captar fondos a New York y otras ciudades norteamericanas se puso de moda.
Luego empezaron a suceder cosas antes nunca vistas en el país.
Una noche, en Trío Café, para la época un lugar clase media alta, cosen a balazos a Martín Abreu Pimentel, quien había obtenido un puesto como ¡Ayudante Civil del presidente de la República! 20 balazos le dieron.
Luego un alférez de la Marina de Guerra dominicana, Gustavo Isidro Zayas García, quien tenía un bunker con cámaras de vigilancia, guardaespaldas armados, rejas electrificadas y demás artilugios de seguridad, fue acribillado con 17 tiros en presencia de su esposa e hijos en la exclusiva urbanización Galá.
Enganchan y ascienden a capitán a Quirino Ernesto Paulino y se emite un decreto, el 749-03, del 12 de agosto del 2003, de la Presidencia de la República, en que se expropian terrenos en Elías Piña, para construirle una pista de aviación privada al capo, pegado a la frontera como Haití.
Y cuando se detiene a Quirino nada menos que un coronel de la Policía, Nin Melo, le escoltaba un cargamento de drogas que nunca se supo hacia quién iba.
José Franklin Jurado Rodríguez, testaferro del Cártel de Cali, número tres en la organización que dirige José Santacruz Londoño, hace un acuerdo con la Presidencia de la República para “construir 10,000 viviendas para militares” en un proyecto denominado La Cruz del Sur (¿Cruz por Santacruz Londoño?, en terrenos aportados por el CEA en el Km. 21 de la carretera Duarte.
Allí, junto a los mandos militares y el entonces presidente de la República dando el primer picazo, estaba, orondo, el representante del Cártel de Cali.
Luego vimos a oficiales de la Marina de Guerra dominicana operar como sicarios y ocuparse de la masacre de Paya, Baní.
Y el escándalo de Figueroa Agosto, el capo que grabó en video a sus amantes dominicanas teniendo sexo con él y que comprometió a tantos.
Una serie de asesinatos, como el del parqueo de Carrefour, el del dueño de La Francesa y el del coronel P.N. González, muerto a a la entrada de su lujoso apartamento en la Av. Anacaona, el sector más caro y exclusivo de la capital, al que se había mudado desde Cristo Rey, un sector clase baja y popular, muy pobre, nos fue mostrando el grado de putrefacción en que el narcotráfico nos ha generado.
Vemos las sentencias complacientes, los descargos maliciosos, las instrumentaciones deficientes para justificar y facilitar fallos judiciales convenientes.
Y a todos los partidos y sus claques lucrándose en lo posible del negocio.
Y todo, mientras se hacen declaraciones, se dan discursos, se pontifica con aire de seriedad.
Mientras, gente muy cercana, familiares, amigos, perdieron sus vidas por el vicio maldito.
He sido testigo personal de la degradación a que estas conducen.
Del terrible dolor que provocan.
Y de la impotencia que nos generan.
Y por igual de la hipocresía de quienes se lucran de ellas mientras hacen discursos de condena a las mismas.
De la “doble moral”.
De la impunidad. Y del precio que hemos pagado todos para que unos pocos se enriquezcan ilícitamente.
Y también finjan honorabilidad.

Prólogo a mi libro “Drogas, Violencia y Legalización”, editado por Lectofilia Digital, septiembre 2012, Rep. Dominicana.

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