La mentira de la guerra contra las drogas.
Por Aquiles Julián
Las
drogas en República Dominicana se propagaron a partir del 1965, traídas al país
por las tropas norteamericanas que nos invadieron el 28 de abril de aquel año.
Cientos
de prostitutas, que entretuvieron las tropas, se iniciaron en el vicio.
Al
término de la guerra civil, las drogas fueron empleadas con otros fines. Se usó
como estrategia de contrainsurgencia, desde
el Estado dominicano, bajo la orientación foránea, para atrapar en ellas a buena
parte de la juventud arisca de aquellos años.
Se nos
dio nuestra dosis local de sexo, drogas y rock ´n roll.
Y así
las drogas comenzaron a expandirse junto a la música y la cultura del rock.
De un
recurso de domesticación política aprovechado desde el Estado para controlar y
desviar las energías contestatarias de los jóvenes, la conversión de los
Estados Unidos en un formidable mercado para todo tipo de estupefacientes y la
potente demanda de esa nación despertó la ambición de los jerarcas militares, policiales
y políticos.
No sé
si como dice el poeta Pedro Mir estamos “en
el mismo trayecto del sol”, pero de seguro que sí estamos en el mismo
trayecto de la cocaína.
Los
gobiernos que se han sucedido han sido
permisivos cuando no cómplices. Y se han lucrado del narcotráfico.
La
riada de dinero ha enriquecido a tantos, que hacerse de la vista gorda, darle
una manita a un capo y facilitarle sus operaciones ha devenido en un objetivo
para hacerse de dinero rápido.
Jueces,
fiscales, abogados, simples policías y soldados, oficiales, funcionarios del
Registro Civil, cirujanos plásticos, banqueros, políticos, ingenieros,
importadores de vehículos, manejadores de proyectos inmobiliarios, artistas… es
grandísima la cantidad de áreas salpicadas cuando no empapadas en los dineros
del narco.
En la
década de los ´80 vi a toda una generación inmiscuirse en las drogas, soñando
éxito fácil, dinero a montones y vida de magnate.
La vi
marcharse a los Estados Unidos de mil y una maneras. Igual la vi retornar con
sus vidas destruidas, vueltos guiñapos humanos o maquillados y en sus cajas.
Otros quedaron allá atrapados: unos en la cárcel y los demás en el vicio.
Todos
quisieron ser Tony Montana.
Acá
llegaban sus historias, exageraciones adicionadas al gusto.
Fue la
época en que los dominicanos formamos los primeros cárteles, basados en las
relaciones primarias, de familia.
Y que
algunos aprendieron y emularon las peores prácticas del bajo mundo. ¿O es que
no recordamos ya a nuestro Freddy Kruegel?
Y los
que volvían enseñaban a los de aquí a drogarse.
Así
fueron los años ´80.
Empezaron
las inversiones de los Dominican Yorks. Y el dinero de las drogas fluía a
raudales.
Los
años noventa produjeron sus escándalos.
Miembros del anillo palaciego del entonces presidente Balaguer, ya ciego y disminuido, vendieron protección y sacaron narcos personalmente de la cárcel de La Victoria y los llevaron bajo su protección al aeropuerto, devolviéndoles la libertad.
Miembros del anillo palaciego del entonces presidente Balaguer, ya ciego y disminuido, vendieron protección y sacaron narcos personalmente de la cárcel de La Victoria y los llevaron bajo su protección al aeropuerto, devolviéndoles la libertad.
En
algunos casos quedaron registros en la prensa de los escándalos.
En
otras pudieron hacerlo sin mayor publicidad.
Y la
isla se hizo más que atractiva como ruta de envío.
Ya
saben, estamos “en el mismo trayecto del
sol”.
La “guerra contra las drogas” normalmente
era un expediente oportuno para despojar a extranjeros de sus propiedades,
usado a conveniencia por un jefe militar sin escrúpulos.
Se
fabricaron narcos a conveniencia, con fines de quitarles sus bienes.
En
ocasiones llegó a denunciarse. Nunca sirvió para nada.
Luego
nos enteramos de que eran enganchados y hecho oficiales, ascendidos y
protegidos desde el poder.
En los
Estados Unidos la política fue utilizada como tapadera para el negocio del
narcotráfico.
Las
bodegas dominicanas servían para lavar dólares. Y los partidos para dar una
falsa respetabilidad a los capos.
Por ahí
anda un reportaje: “The Dominican
Connection” (http://archives.citypaper.net/articles/080300/cs.cover1.shtml), que explica el choque entre en agente del FBI
John “Sparky” McLaughlin y el Departamento de Estado durante el gobierno de
Bill Clinton y su origen. Y en Narco News se pueden leer otras noticias no
menos sorprendentes (http://www.narconews.com/dominica1.html ).
Viajar
a captar fondos a New York y otras ciudades norteamericanas se puso de moda.
Luego
empezaron a suceder cosas antes nunca vistas en el país.
Una
noche, en Trío Café, para la época un lugar clase media alta, cosen a balazos a
Martín Abreu Pimentel, quien había obtenido un puesto como ¡Ayudante Civil del
presidente de la República! 20 balazos le dieron.
Luego
un alférez de la Marina de Guerra dominicana, Gustavo Isidro Zayas García,
quien tenía un bunker con cámaras de vigilancia, guardaespaldas armados, rejas
electrificadas y demás artilugios de seguridad, fue acribillado con 17 tiros en
presencia de su esposa e hijos en la exclusiva urbanización Galá.
Enganchan
y ascienden a capitán a Quirino Ernesto Paulino y se emite un decreto, el 749-03,
del 12 de agosto del 2003, de la Presidencia de la República, en que se
expropian terrenos en Elías Piña, para construirle una pista de aviación
privada al capo, pegado a la frontera como Haití.
Y
cuando se detiene a Quirino nada menos que un coronel de la Policía, Nin Melo,
le escoltaba un cargamento de drogas que nunca se supo hacia quién iba.
José
Franklin Jurado Rodríguez, testaferro del Cártel de Cali, número tres en la
organización que dirige José Santacruz Londoño, hace un acuerdo con la
Presidencia de la República para “construir
10,000 viviendas para militares” en un proyecto denominado La Cruz del Sur
(¿Cruz por Santacruz Londoño?, en terrenos aportados por el CEA en el Km. 21 de
la carretera Duarte.
Allí,
junto a los mandos militares y el entonces presidente de la República dando el
primer picazo, estaba, orondo, el representante del Cártel de Cali.
Luego
vimos a oficiales de la Marina de Guerra dominicana operar como sicarios y
ocuparse de la masacre de Paya, Baní.
Y el
escándalo de Figueroa Agosto, el capo que grabó en video a sus amantes
dominicanas teniendo sexo con él y que comprometió a tantos.
Una
serie de asesinatos, como el del parqueo de Carrefour, el del dueño de La Francesa y el del coronel P.N.
González, muerto a a la entrada de su lujoso apartamento en la Av. Anacaona, el
sector más caro y exclusivo de la capital, al que se había mudado desde Cristo
Rey, un sector clase baja y popular, muy pobre, nos fue mostrando el grado de
putrefacción en que el narcotráfico nos ha generado.
Vemos
las sentencias complacientes, los descargos maliciosos, las instrumentaciones
deficientes para justificar y facilitar fallos judiciales convenientes.
Y a
todos los partidos y sus claques lucrándose en lo posible del negocio.
Y todo,
mientras se hacen declaraciones, se dan discursos, se pontifica con aire de
seriedad.
Mientras,
gente muy cercana, familiares, amigos, perdieron sus vidas por el vicio
maldito.
He sido
testigo personal de la degradación a que estas conducen.
Del
terrible dolor que provocan.
Y de la
impotencia que nos generan.
Y por
igual de la hipocresía de quienes se lucran de ellas mientras hacen discursos
de condena a las mismas.
De la “doble moral”.
De la
impunidad. Y del precio que hemos pagado todos para que unos pocos se
enriquezcan ilícitamente.
Y
también finjan honorabilidad.
Prólogo
a mi libro “Drogas, Violencia y
Legalización”, editado por Lectofilia
Digital, septiembre 2012, Rep. Dominicana.
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