¿QUÉ LLEVÓ A LA CIA A ENTREGAR A SU INFORMANTE?
Por Aquiles Julián
“Según la calumnia propalada por los
enemigos del gobierno, la muerte de Octavio de la Maza se relaciona con la
desaparición en los Estados Unidos de Jesús de Galíndez, un refugiado español
que hasta el día en que salió voluntariamente del país gozó sin reservas de la
hospitalidad dominicana ¿Pero qué tiene que ver este gobierno con un crimen
realizado en un país extranjero, y en un país donde todos los días desaparecen
centenares de personas sin que a nadie se le ocurra convertir el caso de
ninguna de ellas en un problema internacional?”
Rafael L. Trujillo
Trujillo
no tenía intención ni interés de secuestrar a Galíndez. De hecho, parece que
intentó comprarlo. Pero a Trujillo se le montó una provocación artera, de
informes falsos y desafíos, que casi le obligaron a ordenar el secuestro. ¿Por
qué, quiénes, cómo y para qué se montó esa provocación?
Jesús
de Galíndez no representaba para la República Dominicana amenaza o problema
alguno. De hecho, en muchos sentidos era un impensable aliado, en la medida en
que Galíndez espiaba al exilio dominicano para el FBI y para la CIA. Y los
Estados Unidos tenían una relación estupenda con el dictador.
Cierto,
Galíndez escribía contra el régimen de Trujillo y otras dictaduras. Y puso como
tema de su tesis esta atrabiliaria tiranía. Pero una lectura de la tesis de
Galíndez la muestra ponderada, sobria e incluso desmontaba algunas
exageraciones y escándalos que el exilio difundió para perjudicar la dictadura.
Además,
los artículos de Galíndez, su asistencia a piquetes y actos, reuniones y
conferencias antitrujillistas, antifranquistas, antifascistas y
filoizquierdistas servían para la tapadera de hombre liberal y afín a la
izquierda que le facilitaba la infiltración y la delación. Jesús de Galíndez
era un calié.
Calié en
razón de su nacionalismo vasco, cierto. Pero eso no justifica sus acciones como
informante del FBI y la CIA.
A
Trujillo la CIA lo trabajó. Le hizo sentir que tenía que hacer algo. Lo llevó a
un punto en que se sintió forzado a reaccionar. De nuevo ¿por qué, quiénes, cómo
y para qué?
¿Qué
condujo a los Dulles a provocar a Trujillo para que le resolviera el caso de un
informante que se había convertido en un estorbo para su política exterior?
¿QUÉ LLEVÓ A LA CIA A ENTREGAR SU INFORMANTE A TRUJILLO?
La
causa fue la rebeldía de Galíndez a aceptar el cambio de política exterior de
los Estados Unidos con respecto a Franco y a España, y su intención de
entorpecer los planes norteamericanos de aceptación de la España franquista en
la ONU, que destruía las expectativas a mediano plazo de independencia vasca. Para
él ese cambio de rumbo de la política exterior norteamericana constituía un
acto de traición de los norteamericanos a los vascos, que les habían servido
como agentes e informantes y habían espiado para ellos.
Esa
actitud de Galíndez no agradó a sus empleadores de la CIA.
Mientras
el Departamento de Estado buscaba a cualquier precio un acuerdo con Franco, al
considerar a España como clave en una estrategia de contención del
expansionismo soviético (Stalin fue subordinando los países ocupados por el
ejército ruso y en otros con partidos comunistas fuertes, buscó por igual
imponerse), Galíndez buscaba maneras de dificultarlo, siendo a la vez, como lo era,
un asalariado de la inteligencia norteamericana.
Y los
norteamericanos interpretaron la actitud de Galíndez igualmente como traición.
El cese
de la cuarentena diplomática a España, la reanudación de relaciones, el nuevo
papel asignado al gobierno franquista dentro de la estrategia de contención
antisoviética para Europa, los convenios militares y la incorporación de España
a la ONU y a la OTÁN (esto último sólo se logra tras la transición del
franquismo a la democracia) hacían no sólo innecesario, sino también peligroso
por la información de que disponía, a Jesús Galíndez Suárez.
No sólo
era alguien prescindible. Era alguien que representaba una amenaza potencial a
una relación estratégica. Un incómodo ex-aliado del que convenía deshacerse.
LA COLABORACIÓN DEL PNV CON LA
CIA.
Si
bien, a raíz del término de la segunda guerra mundial, los Estados Unidos
contribuyeron a aislar a España mediante un cordón sanitario diplomático, dada
la proclividad de Franco hacia Hitler y Mussolini (pese a que, por los estragos
de la guerra civil 1936-1939, Franco mantuvo a España neutral en la contienda,
a contrapelo del deseo de Hitler), el giro hacia la confrontación con la URSS
produjo cambios en las prioridades norteamericanas, aceleradas, sobre todo, por
la crisis desatada por Kim Il Sung cuando mandó a su ejército a cruzar el
Paralelo 38 e invadir Corea del Sur.
El
Partido Nacionalista Vasco, PNV, al que Galíndez pertenecía, había hecho alianza
con los británicos y luego con los norteamericanos, buscando apoyo a sus
aspiraciones independentistas (antes, se sabe, buscaron el respaldo nazi, que
no obtuvieron).
Eso
condujo a que los militantes del PNV fueran reclutados como informantes de las agencias
de inteligencia norteamericanas y a que los militantes del PNV dentro de España
fueran empleados en tareas de sabotaje al franquismo. Como señala un bloguero
en la web al respecto: “En 1946, los
agentes vascos recibían toneladas de explosivos de sus contactos norteamericanos
para cometer actos de terrorismo dentro de España.”
Para
Truman, Franco era un miembro del Eje a derrotar. Un dictador afín a Hitler y
Mussolini. Un enemigo.
A
través de Galíndez, quien fuera trasladado desde República Dominicana en
febrero de 1946 hacia Cuba y luego a New York vía Miami por el Lehendakari José
Antonio Aguirre, máxima figura del llamado gobierno vasco en el exilio, la CIA proporcionó fondos a los militantes del
PNV que hacían sabotaje en España, suma que llegó a ascender sobre el millón de
dólares, cantidad respetable para esos años.
El 9 de
febrero de 1946 la reunión de la ONU en San Francisco prohibía que España fuera
parte de la organización, alegando que el régimen de Franco había “sido fundado con el apoyo de las Potencias
del Eje”. Y el 12 de diciembre del mismo año declara que la dictadura de
Franco se había “impuesto por la fuerza
al pueblo español”, por lo que no lo representaba, y aconsejaba a todos los
países miembros a que retiraran sus representantes y embajadores de España
hasta que no se produjeran cambios significativos en la península, y se daba un
año de plazo para ello.
En New York, Galíndez se ocuparía de
representar al gobierno vasco en el exilio ante la ONU y vivía en la mismísima
sede de dicha representación en los Estados Unidos. Era por entonces la única
representación de España en las Naciones Unidas.
Pero
hubo sectores de poder en los Estados Unidos que comenzaron a imponer un giro
con respecto a España. El giro había comenzado tímidamente ya a fines de 1947.
Los Estados Unidos habían visto a Franco sólidamente instalado en el poder. Por
otro lado, el inicio de la guerra fría dio un giro a las prioridades y a las
alianzas. A fines de 1949 surgió el Plan DropShot que requería de la
colaboración de los países de Europa occidental. Y que originó en buena medida
el Plan Marshall, en que Estados Unidos concedía US$12,000 millones de dólares
para la reconstrucción europea y para detener el comunismo.
Para
Allen Welch Dulles, quien fuera subjefe de la OSS, la antecesora de la CIA que
estaba al mando del general Bill Donovan (el mismo que luego recomendaría la
incorporación a la CIA de Horace W. Schmahl, otro de los implicados en el
complot para secuestrar a Galíndez) y fue puesto al mando del recién creado
aparato de espionaje, el fascismo y el nazismo no eran repugnantes. El bufete
de Dulles en Wall Street, Sullivan and Cromwell, había realizado pingües
negocios con empresas y bancos alemanes que apoyaron al Tercer Reich. Y, de
hecho, Dulles y Donovan reclutaron para la OSS al criminal de guerra nazi,
general Reinhard Gehlen, jefe del aparato espionaje nazi para la Unión
Soviética, quien traspasó a la OSS el aparato de
espionaje nazi que él había desarrollado, así como sus archivos. Gehlen fue
colocado al frente del servicio secreto de la República Federal Alemana. Dulles
carecía de los escrúpulos políticos de Roosevelt y Truman con respecto a Franco
y a España.
GALÍNDEZ Y EL DEPARTAMENTO DE
ESTADO: INTERESES EN PUGNA
El
inicio de la guerra de Corea en junio de 1950, cuando Corea del Norte invadió
inesperadamente a Corea del Sur y sus tropas cruzaron en masa el paralelo 38
que le sirve de frontera, disparó el cambio de posiciones del Departamento de
Estado. Temeroso de que la URSS desatara una blitzkrieg fulminante sobre Europa
occidental, hubo sectores del alto mando militar norteamericano y del
Departamento de Estado que presionaron para incorporar a España en la OTÁN.
A Harry
Truman no le simpatizaba Franco. Heredaba esa animadversión a Franco de
Roosevelt, al que sucedió al frente del Ejecutivo norteamericano. Sin embargo,
en Washington operaba un lobby español que propiciaba mejorar las relaciones
entre España y EE.UU.
El 12 y
el 13 de febrero de 1951 el Departamento de Estado hizo saber a los gobiernos
de Inglaterra y Francia su intención de llevar a cabo conversaciones de sondeo
con Franco. Los británicos y los franceses se opusieron de plano. Y eso, en vez
de desalentarlos, llevó a los norteamericanos a decidir actuar por su cuenta.
El 15
de febrero de 1951, el presidente Truman aprobó unilateralmente, bajo presión
de los militares que consideraban a España un aliado estratégico a desarrollar,
una política de acercamiento a la España franquista, buscando que se instalaran
en territorio español bases militares “que
permitirían operar en una amplia zona de Europa occidental, el norte de
África y el Mediterráneo occidental, así
como toda la amplia línea del océano Atlántico central y norte”. Así lo
expuso en secreto el Estado Mayor Conjunto de la Organización del Tratado del
Atlántico Norte, OTÁN.
El
Consejo Nacional de Seguridad, NCS, emitió su directiva NCS 72/6 en que
establecía la necesidad de establecer bases militares en España.
En ese
mismo año, 1951, Estados Unidos le aprobó al régimen de Franco US$100 millones
de dólares de ayuda vía la Agencia de Seguridad Mutua, pero el préstamo no es
entregado ni ese año ni el siguiente. Igualmente, autorizó un préstamo de
US$62,5 millones de dólares vía el Bando de Exportación e Importación. Y se
pensaba conceder a España otros US$150 millones de dólares provenientes de los
fondos de la Agencia de Seguridad Mutua.
La
situación condujo a un enfrentamiento entre el representante del gobierno vasco
en el exilio, que activaba entre los delegados a la ONU para que se sostuviera
la exclusión de la España franquista de la ONU y el interés norteamericano de
mejorar sus relaciones con Franco y su gobierno. Y Galíndez, recordemos, era por
entonces un asalariado de la CIA y del FBI.
Para la
época, España sólo sostenía relaciones con la Argentina de Perón, la República
Dominicana de Trujillo, un Portugal donde Salazar impera y el Vaticano.
El 11
de julio de 1951 Truman dio orden al almirante Sherman, de la Armada
norteamericana, para que sondeara a Franco. Sherman lo hizo el 16 de julio de
1951, en Madrid.
El
encuentro, consignado como máximo secreto, tuvo sólo cuatro participantes:
Franco, el marqués de Prats, quien sería el traductor, el embajador Griffis y
el almirante Sherman, que redactó para Truman la memoria de la conversación.
Franco,
tras quejarse y mostrarse preocupado por los franceses, se adhirió a la postura
norteamericana en principio, y la condicionó a que le suministraran ayuda
económica y militar.
El 22
de agosto de 1951, Truman envió, informándolo previamente a ingleses y
franceses, al general de división Spry y un equipo de técnicos militares
norteamericanos a estudiar las instalaciones militares españolas.
Sin
embargo, no todo marcharía sin dificultad.
El 7 de
febrero de 1952 el presidente Truman declaró públicamente desde la Casa Blanca
que “él no había sentido nunca mucha
simpatía hacia España”.
EL PACTO DE MADRID
Tras el
percance, por las declaraciones de Truman, en abril de 1952 las conversaciones cobran
nueva fuerza. George Train y el general August Kissner negociaban por los
Estados Unidos. Train en lo económico y Kissner en lo militar. Las contrapartes
españolas eran el canciller Alberto Martin Artajo, quien se ocupó del estudio y
la negociación de los aspectos diplomáticos, el Jefe del Alto Estado Mayor,
teniente general Juan Vigón, y de los asuntos propiamente económicos, el
Ministro de Comercio, Manuel Arburúa de la Miyar.
Los
españoles, al percibir el afán norteamericano porque les aprobaran las bases
militares, se hicieron de rogar y elevaron sus requerimientos.
Un
telegrama secreto del embajador norteamericano Lincoln McVeagh de julio de 1952
así lo hacía ver: "España no está ni
remotamente tan ansiosa de recibir nuestra ayuda como estamos nosotros de darla
a cambio de la obtención de otra cosa (...) El problema presente es encontrar
alguna fórmula para el acuerdo de bases militares que sea capaz de satisfacer
los requisitos españoles (...) sin ir más allá de lo que esas bases valen para
nosotros. (...) Una medida de atención a su orgullo vale muchos dólares".
En
enero de 1953 Eisenhower asumía el gobierno en EE.UU. Los escrúpulos de Truman
hacia Franco cambiaron a la determinación del nuevo mandante de la Casa Blanca
de ponerse de acuerdo con el dictador español. A pocos meses, convocó una reunión
del Consejo Nacional de Seguridad en mayo de 1953 y logró que el Departamento
de Estado y el de Defensa se impusieran sobre el Departamento del Tesoro,
obteniendo US$465 millones en ayuda para España y un gasto total de US$800
millones, que incluía el costo de construcción de las bases militares.
El 26
de septiembre de 1953, en el Palacio de Santa Cruz, sede del Ministerio de
Asuntos Exteriores de España, el embajador norteamericano James Clement Dunn, y
el ministro español de Relaciones Exteriores, Alberto Martín Artajo, suscribían
el Convenio hispano-norteamericano o Pacto de Madrid.
El
Convenio incluía tres acuerdos: el Convenio Defensivo que permitía la creación
de bases militares norteamericanas en la península (“bajo mando y soberanía españolas”), el Convenio de Ayuda Económica,
que se amplió a diez años, y el Convenio Relativo a la Ayuda para la Mutua
Defensa, que obligaba a ambas naciones.
Fruto
del Convenio, los Estados Unidos construyeron en España tres bases aéreas: la
de Torrejón de Ardoz en Madrid, la de Morón de la Frontera en Sevilla, y la de
Sanjurjo-Valenzuela en Zaragoza, más la base aeronaval de Rota, en Cádiz.
UN EMPLEADO INDESEABLE
Jesús
de Galíndez, delegado del Gobierno Vasco en el Exilio en la ONU se convirtió en
una incómoda piedra en el zapato para el Departamento de Estado.
El
profesor y escritor promovía continuar la exclusión de España, en abierta
contraposición a la nueva línea de la diplomacia estadounidense.
Su
actitud independiente y ajena a la política e intereses norteamericanos, llevó
a la CIA a romper su relación con
Galíndez como informante en 1954.
Sin
embargo, el indócil representante de Aguirre tenía en su poder información que
podría usarse para enturbiar las relaciones con Franco y su gobierno.
Y
Galíndez era hombre de criterio propio, no manejable.
De
hecho, cuando su otro empleador, el FBI, le insistió en descontinuar su tema de
tesis sobre la dictadura de Trujillo, advirtiéndole de los riesgos de un
atentado de Trujillo en su contra, Galíndez insistió en sostener el tema y
continuar su investigación.
Para el
Departamento de Estado, que se había comprometido a terminar con la cuarentena
diplomática a España y a que Franco y su régimen fueran aceptados en las
Naciones Unidas, la labor de entorpecimiento de Galíndez era incómoda.
De
hecho, pese a que el Pacto de Madrid se da en septiembre de 1953, y de que el
tema de España es colocado en agenda en distintas asambleas, su ingreso al
organismo mundial fue impedido en cada ocasión por la
oposición de países como Rusia, Bélgica, México, Polonia e incluso Israel, lo
que indica la activa labor de Galíndez y otros opositores a Franco en dificultar
e impedir que el compromiso
norteamericano con Franco tuviera éxito.
Es sólo
el 14 de diciembre de 1955 que Estados Unidos logra en la ONU el ingreso de la España franquista como representante legítima
del pueblo español ante ese organismo. España se incorpora a la ONU, a la OIT,
a la UNESCO y a la OMS.
Sería
ese mismo año, 1955, cuando se iniciaría la provocación a Trujillo para que el
ególatra dictadorzuelo dominicano le resolviera a la CIA y al Departamento de
Estado el incordio que le representaba el representante del Gobierno Vasco en
el Exilio ante la ONU.
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