martes, 12 de febrero de 2013

GALÍNDEZ O LA CONSPIRACIÓN PERFECTA DE LOS HERMANOS DULLES



GALÍNDEZ O LA CONSPIRACIÓN PERFECTA DE LOS HERMANOS DULLES


Por Aquiles Julián

“El pueblo dominicano que yo he conocido es triste, hasta en sus fiestas. Carece de espontaneidad; y es porque desde la niñez se ha acostumbrado a refrenar todas sus expansiones. El hombre público debe simular un fervor trujillista que no siente, el hombre de la calle debe silenciar sus quejas”.
Jesús de Galíndez
  La Era de Trujillo

Hace unas semanas, el 11 de enero del 2013, el abogado e investigador norteamericano Stuart McKeever, quien lleva más de 25 años dedicados a esclarecer el caso del secuestro y desaparición del escritor y político español, Jesús María Galíndez Suárez,  reclamó nueva vez a la Agencia Central de Inteligencia, CIA, de los Estados Unidos que desclasificara y pusiera a disposición del público sus archivos relativos al plagio y traslado a República Dominicana desde New York, Estados Unidos, del representante ante los Estados Unidos al Gobierno Vasco en el exilio.
La CIA continúa negándose a hacer públicas las informaciones de que dispone sobre el caso Galíndez.
Esto debido a que ese plagio fue resultado de una conspiración que involucró a sectores poderosos del propio gobierno norteamericano.

LA CONSPIRACIÓN PERFECTA DE LOS HERMANOS DULLES

El secuestro del informante del FBI y ex–informante de la CIA, Jesús Galíndez Suárez, fue concebido, facilitado y ocultado en buena medida por los hermanos Allen y John Foster Dulles, enseñoreados en aquellos años uno al frente de la CIA y el otro al frente del  Departamento de Estado, desde donde ocasionaron innúmeros perjuicios a su país.
Esa implicación, que revelamos en toda su crudeza,  es la causa de la negativa de la actual dirección de la CIA a exponer los documentos e informaciones que posee. Y es entendible. Pero éticamente y legalmente inaceptable.
Sin embargo, muchas cosas han ido poco a poco esclareciéndose.
Trujillo fue instrumentalizado por los Dulles para que les resolviera un problema: eliminar a un ex–colaborador al que pensaron como una potencial amenaza al nuevo giro en la política exterior norteamericana frente a España.
Jesús Galíndez Suárez, ex–informante de la CIA, poseía secretos explosivos que,  de hacerse  públicos,  podían torpedear el avenimiento entre la dictadura de Francisco Franco y la administración de Eisenhower.
La decepción y el rechazo de Galíndez al cambio en la política exterior frente a España preocuparon lo suficiente a los Dulles como para que buscaran una solución al caso.
Y la encontraron en el atrabiliario dictador de una pequeña república caribeña: Rafael L. Trujillo.
Él, Trujillo, era perfecto para asumir la responsabilidad de aquella acción. Y disimular la responsabilidad de los Dulles, reales arquitectos de la misma.

LOS TRES MOSQUETEROS DE LA CIA

Allen Dulles empleó para tales fines a tres de sus agentes: John Joseph Frank y Horace William Schmahl, a quienes había logrado vincular a Trujillo, pues fueron contratados por el dictador para ocuparse de su seguridad personal cuando viajó a España y al Vaticano en 1954 (de aquel tiempo los conocía Joaquín Balaguer, quien acompañó como Canciller a Trujillo en el viaje, y que luego sería parte del tinglado montado para desinformar y encubrir el secuestro y la desaparición de Galíndez, tanto como los asesinatos de los pilotos  Gerald Murphy y Octavio de la Maza, en que jugó un papel de primer orden). Y el tercer hombre de la CIA era Richard Aime Maheu.
Frank, Schmahl y Maheu eran hombres curtidos en el espionaje, las operaciones encubiertas y las actividades ilegales. Estaban por igual relacionados con la mafia italoamericana. Y los tres espiaban a Trujillo para la CIA, a la vez que lucraban del egocéntrico dictadorzuelo dominicano.
Ese hecho fue reconocido por la propia CIA al FBI, cuando en un mensaje a Edgar J. Hoover le solicitaron que las investigaciones sobre Frank, a quien se le instrumentó juicio cuando un Gran Jurado decidió que John Joseph Frank había violado las normas de la Ley de Inscripción de Agentes Extranjeros, al no haberse registrado como Agente de la República Dominicana, “se aligeraran, pues ellos deseaban continuar empleado a Frank como su espía en la República Dominicana y el Caribe en general” (El Caso Galíndez: Los Vascos en los Servicios de Inteligencia de EE.UU., por Manuel de Dios Unanue, Pág. 190).

SCHMAHL Y MAHEU, DOS FICHAS DE CUIDADO

Horace William Schmahl, dueño de una agencia de detectives privados de New York, se involucró en el complot a distintos niveles. Fue la persona que puso en contacto a John J. Frank con el piloto Gerald Murphy, a quien se emplearía para trasladar a Galíndez desde New York a Montecristi, República Dominicana. Además, proveyó medios para espiar las conversaciones telefónicas de Jesús de Galíndez.
Schmahl fue el mismo que violó la Sexta Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos del derecho a un juicio justo, en el caso del abogado norteamericano Alger Hiss, que fue acusado en agosto de 1948 de filtrar a los rusos secretos del gobierno norteamericano. Hiss, condenado en dos ocasiones por perjurio, sostuvo su inocencia hasta su muerte en 1996. Schmahl, que había sido contratado por la defensa de Hiss, se reunía en secreto de forma regular con el fiscal del caso, Thomas Murphy y con el FBI, entregándoles información que había averiguado junto con los documentos de trabajo que recibía de la defensa, en violación a la Constitución y las leyes norteamericanas.
Robert Aime Maheu, abogado y espía, por su parte, quien al igual que Frank y Schmahl estuvo vinculado al FBI y luego a la CIA, agencia de la que el propio Maheu llegó a declarar que era su mejor cliente “dándome aquellos trabajos en los que la Agencia no quería involucrarse oficialmente”, (Flawed Patriot: The Rise and Fall of CIA Legend Bill Harvey, por Bayard Stockton, Pág. 171), es el tercer mosquetero. Todos ex–FBI, todos operativos de la CIA para tareas sucias.
Maheu fue años después,  la persona contratada en 1960 por la CIA para que se acercase al capo de la Mafia de Chicago Johnny Roselli, a quien Maheu ofreció US$150,000.00 dólares por la cabeza de Fidel Castro. Roselli presentó a Matheu a dos matones de la Mafia: Sam Giancana y Santo Traficante, jr., capo de la Mafia en la Florida, quienes se comprometieron al “encargo”. Fracasaron en la tarea, como todo el mundo sabe.
Frank, Schmahl y Maheu fueron el trío de agentes que hizo el trabajo sucio para los Dulles al secuestrar y entregar a Trujillo a Jesús Galíndez Suárez, el vasco que fue su colega tanto en el FBI como en la CIA. No hay honor entre espías.

UN CÓMPLICE EN LA POLICÍA DE NEW YORK

El trío  se agenció un cómplice en la policía de New York, NYPD, que sería la institución que investigaría de primera mano la desaparición de Galíndez.
Para ello reclutaron al  teniente de Servicios Especiales (inteligencia) de la Policía de New York, NYPD, Arthur E. Schultheiss.
Schultheiss, fue, por cierto, el consejero técnico de la película El Detective (1968) que protagonizó Frank Sinatra.
El teniente Schultheiss se prestaría para falsificar una orden de conducencia que permitiría engañar a Galíndez convenciéndole de que acompañara a unos supuestos agentes policiales al cuartel, con motivo de la solicitud que tenía el Comité Pro Desfile Hispano en New York del cual Galíndez era director de Relaciones Públicas, para que se les permitiera desfilar por la Quinta Avenida, a lo que la Policía de NY se había negado hasta entonces.
Fue precisamente Schmahl quien aportó indicios comprometedores del papel de Schultheiss. El teniente Schultheiss se relacionó fuertemente con Frank y Maheu cuando estos últimos trabajaban para el FBI y participaron junto a Schultheiss en el grupo especial del Departamento de Policía de Nueva York para registrar las casas de los que se sospechaba tenían simpatías por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. La relación de Schmahl con Schultheiss era tan estrecha que este último tenía llave del apartamento del que Schmahl era dueño  en el 299, al oeste de la calle 12, en Manhattan.
A ese apartamento se  llamó tras la llegada clandestina del general Arturo Espaillat, quien junto a Frank Joseph Frank planificó y dirigió el secuestro de Jesús de Galíndez. Espaillat, alias Navajita,  se hospedó en hotel Biscayne Terrace, y desde su habitación se produjo  una larga llamada de 17 minutos de duración, luego de que Espaillat se reuniera con Frank y con Murphy. Schmahl informó al FBI cuando fue interrogado que en su opinión lo más probable era que quien recibiera aquella llamada fuera Schultheiss. De seguro que quien instruyó a Schultheiss fue Frank.
Galíndez Suárez, quien llegó a asegurarle a los agentes del FBI que ejercían su control que estaba seguro de que Trujillo nunca atentaría contra él en los Estados Unidos por su prestigio como profesor, periodista y activista político alcanzado en aquel país,  pese a las advertencias recibidas incluso provenientes del mismísimo Hoover, que le mandó a  informar que el FBI no podría protegerlo de Trujillo, nunca imaginó que esos policías en los que confió lo entregarían al equipo que Trujillo había dispuesto para drogarlo y trasladarlo a República Dominicana.
En el carro en que lo introdujeron el Dr. Miguel Rivera le inyectó una droga que lo neutralizó. Y lo mantuvo sedado todo el trayecto hasta Montecristi.
Galíndez ignoraba que Trujillo no era problema. Eran los Dulles. Para ellos él se había convertido en más que un estorbo: en una amenaza potencial que había que eliminar. Y eso hicieron.

¿DE DÓNDE SECUESTRARON A GALÍNDEZ?

Si hubo algo que se cuidó en la operación fue sembrar desinformación, plantar falsas pistas, desorientar. A ese fin ocuparon sus talentos y capacidades decenas de individuos en ambos países. ¡Y vaya si lo lograron!
En República Dominicana la omertá mafiosa del crimen ha sido inquebrantable. Los que coparticiparon en el secuestro, tortura, asesinato y desaparición del cuerpo de Jesús María Galíndez Suárez y la cadena de crímenes a que dio origen ese hecho han sido fieles al juramento de silencio.
Algunos, como Emilio Ludovino Fernández, Milito, el responsable de atraer a su perdición al piloto Gerald Murphy, llegaron a ocupar posiciones de relevancia en la política y el gobierno dominicanos. Milito Fernández fue un alto cargo del Partido Revolucionario Dominicano, PRD, y canciller de la República en el gobierno del hacendado Antonio Guzmán Fernández, 1978-1982.
Todos han sido celosos en su pacto trujillista.
Así, la desinformación, el rumor, las pistas falsas, han sido continuos. Incluso a la fecha.
Hay los que afirman que a Galíndez lo secuestraron en el subway. Y algunos dicen que lo raptaron en la mismísima universidad de Columbia, donde impartía docencia. Pero en verdad Galíndez llegó a su apartamento. Y desde allí lo raptaron.
Había regresado desde la universidad de Columbia al lugar en que residía, el 15F, del edificio situado en el número 30 de la Quinta Avenida, sede de la Delegación del Gobierno Vasco ante Estados Unidos.
¿Cómo sabemos que fue raptado desde allí? Porque el abrigo y el maletín con los cuales Galíndez andaba y que fueron descritos por su alumna, Evelyn Lang, última persona que le vio, ya que lo llevó en su vehículo hasta la estación del subway en la esquina de las calles 57 y la Octava Avenida, próximo a la residencia de ella,  y fue luego entrevistada por la policía newyorkina, se encontraron en el apartamento.
Esa noche del 12 de marzo de 1956, Galíndez se despidió de la señorita Lang, bajó las escaleras que llevan al metro y no se le vio más.
Un ejemplar del periódico que evidentemente Galíndez compró en el trayecto a su hogar  estaba en el apartamento. El único que no estaba era él, Galíndez.

SAYÁN DE VIDAURRE, EL AGENTE PROVOCADOR

Un periodista peruano, el Dr. Alberto Sayán de Vidaurre, actuó como agente provocador para enculillar a Trujillo y predisponerlo a sacar a Galíndez de las calles de New York y traerlo a su presencia en su feudo personal, la República Dominicana.
Sayán de Vidaurre dirigió una carta el 15 de febrero de 1955 a un personaje que reunía las condiciones ideales para el caso: la delegada alterna dominicana de la Misión ante las Naciones Unidas desde 1949, Minerva Bernardino.
La carta, escrita en papel timbrado de la pomposa Unión Americana Pro Democracia, que dirigía Sayán de Vidaurre, anticipaba que Jesús de Galíndez venía con un libro en que criticaba la tiranía trujillista y Sayán de Vidaurre se autoproponía para escribir rechazando las afirmaciones que aparecían en aquel libro.
Sayán se trataba con Galíndez, a quien dijo conocer, cuando el FBI lo interrogó, para el tiempo  en que  Galíndez era presidente del Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos (CEPI) en New York.
Minerva Bernardino se apresuró a alertar a Trujillo sobre el libro que Galíndez se proponía publicar, otra manera de demostrar su incondicionalidad al tirano. La Bernardino era, por demás, la hermana del siniestro Félix Wenceslao Bernardino, matón que Trujillo empleaba para sus crímenes en distintos países, y a quien Trujillo impuso como asesor de los que planificaron el secuestro de Galíndez, por su experiencia en el tema.
La rapidez de Minerva Bernardino en poner en alerta al régimen significa para ella ganar puntos frente a un competidor, el sacerdote Oscar Robles Toledano, alias El Cura, quien era cónsul de la tiranía en New York.
De hecho, días después Sayán de Vidaurre se reunía con Robles Toledano para conversar sobre el libro que Galíndez escribía.
La carta del 21 de febrero de 1955 de Minerva Bernardino a su “querido Jefe” señalaba que Galíndez “está actualmente escribiendo un libro negro contra nuestro gobierno.”
¿Qué vínculos tenía Sayán de Vidaurre con la CIA? Lo desconozco. Pero no fue casualidad que escogiera a Minerva Bernardino, siempre presta a demostrar su lealtad a Trujillo y hermana de un poderoso sicario del régimen, para colocar la denuncia.
Era la provocación perfecta.

EL CUENTO QUE NOS HICIERON CREER

Los dominicanos, cándidos y crédulos como somos, hemos repetido incluso con cierto nivel de autocomplacencia y hasta de secreto orgullo, el cuento que nos vendieron de que Trujillo secuestro a Galíndez en New York y lo trajo a República Dominicana, burlando a los norteamericanos, para asesinarlo por su tesis que, por cierto, no había publicado.
A esa fábula se unen otras: que le hizo comer la tesis página por página, que le cayó a bastonazos… Unos narran cómo fue torturado Galíndez y hace poco leí la última especulación acerca de en qué lugar se encontraban sus restos (algo poco probable en mi opinión. Los norteamericanos tienen un axioma legal: “No body, no case” (Si no hay cuerpo, no hay caso). Es seguro que  se dispuso de ese cuerpo de manera que nunca se pudiesen encontrar sus restos, lo mismo que acontenció con Murphy y con otros crímenes del trujillismo (la vieja escuela trujillista ha seguido repitiéndose: los cuerpos de opositores de izquierda como Henry Segarra, Guido Gil, hasta los más recientes de Narciso González en 1994 y de Juan Almonte Herrera en el 2009 nunca se ha encontrado. No se ha perdido la práctica).
Ni aún un periodista tan perspicaz y agudo como Manuel de Dios Unanue pudo penetrar el espeso tejido de desinformación y manipulación  creado por los hermanos Dulles para ocultar el crimen que indujeron. No pudo ver que aquel megalómano dado a los uniformes suntuosos recargados de medallas que se enseñoreó criminalmente sobre esta desventurada tierra, y a quien apodaban “Chapita”,  fue inteligentemente manipulado por Allen y John Foster Dulles para que les quitara de en medio a la CIA y al Departamento de Estado a un ex-informante que  tenía el potencial de empañar o desbaratar el acuerdo con la España de Franco que le permitiría a los Estados Unidos instalar bases militares en territorio español, si revelaba las acciones clandestinas subvencionadas por la CIA para hostigar y sabotear a Franco a través de los vascos afiliados al Partido Nacionalista Vasco, PNV.
En realidad, la verdad dista mucho de esa fábula conveniente que nos cuenta que Trujillo era capaz de secuestrar y trasladar impunemente a República Dominicana a un opositor desde New York sin mayores consecuencias.
 Lo cierto es que Jesús María Galíndez Suárez fue víctima de una conspiración montada desde las más altas instancias del poder norteamericano de entonces: la Agencia Central de Inteligencia, CIA, dirigida por Allen Dulles, y el poderoso State Department que dirigía su hermano John Foster Dulles.
Ambos fueron los responsables reales del secuestro, traslado y asesinato de Jesús de Galíndez. Y ambos encontraron en un dictadorzuelo presumido y de escasas luces intelectuales, a quien supieron provocar: el culpable ideal, dado su pedigrí. Trujillo fue la elección perfecta  sobre quien hacer recaer el crimen que ellos, los Dulles,  necesitaban cometer.
Hace unas semanas le pregunté al editor Miguel Decamps Jiménez en Cuesta Centro del Libro acerca de un libro sobre Galíndez que extravié y quería volver a consultar. Miguel me preguntó que para qué invertía mis energías en un tema que a nadie interesaba, cuando había otros que tenían más actualidad, interés y relevancia.
“¿A quién puede interesarle hoy saber de Galíndez?”, me preguntó.
 “Me interesa a mí”, le respondí.
Y no soy el único. También a Stuart McKeever.
Un cadáver insepulto siempre apesta. Y este lo es.
Y este crimen seguirá apestando, sobre todo cuanto más intenten ocultar la verdad de la trama que lo sacó del mundo de los vivos.

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