GALÍNDEZ O LA CONSPIRACIÓN PERFECTA DE LOS HERMANOS DULLES
Por Aquiles Julián
“El pueblo dominicano que yo he
conocido es triste, hasta en sus fiestas. Carece de espontaneidad; y es porque
desde la niñez se ha acostumbrado a refrenar todas sus expansiones. El hombre
público debe simular un fervor trujillista que no siente, el hombre de la calle
debe silenciar sus quejas”.
Jesús
de Galíndez
La
Era de Trujillo
Hace
unas semanas, el 11 de enero del 2013, el abogado e investigador norteamericano
Stuart McKeever, quien lleva más de 25 años dedicados a esclarecer el caso del
secuestro y desaparición del escritor y político español, Jesús María Galíndez
Suárez, reclamó nueva vez a la Agencia
Central de Inteligencia, CIA, de los Estados Unidos que desclasificara y
pusiera a disposición del público sus archivos relativos al plagio y traslado a
República Dominicana desde New York, Estados Unidos, del representante ante los
Estados Unidos al Gobierno Vasco en el exilio.
La CIA
continúa negándose a hacer públicas las informaciones de que dispone sobre el
caso Galíndez.
Esto
debido a que ese plagio fue resultado de una conspiración que involucró a
sectores poderosos del propio gobierno norteamericano.
LA CONSPIRACIÓN PERFECTA DE LOS
HERMANOS DULLES
El
secuestro del informante del FBI y ex–informante de la CIA, Jesús Galíndez
Suárez, fue concebido, facilitado y ocultado en buena medida por los hermanos
Allen y John Foster Dulles, enseñoreados en aquellos años uno al frente de la
CIA y el otro al frente del Departamento
de Estado, desde donde ocasionaron innúmeros perjuicios a su país.
Esa
implicación, que revelamos en toda su crudeza,
es la causa de la negativa de la actual dirección de la CIA a exponer
los documentos e informaciones que posee. Y es entendible. Pero éticamente y
legalmente inaceptable.
Sin
embargo, muchas cosas han ido poco a poco esclareciéndose.
Trujillo
fue instrumentalizado por los Dulles para que les resolviera un problema:
eliminar a un ex–colaborador al que pensaron como una potencial amenaza al
nuevo giro en la política exterior norteamericana frente a España.
Jesús
Galíndez Suárez, ex–informante de la CIA, poseía secretos explosivos que, de hacerse públicos, podían torpedear el avenimiento entre la
dictadura de Francisco Franco y la administración de Eisenhower.
La
decepción y el rechazo de Galíndez al cambio en la política exterior frente a
España preocuparon lo suficiente a los Dulles como para que buscaran una
solución al caso.
Y la
encontraron en el atrabiliario dictador de una pequeña república caribeña:
Rafael L. Trujillo.
Él,
Trujillo, era perfecto para asumir la responsabilidad de aquella acción. Y
disimular la responsabilidad de los Dulles, reales arquitectos de la misma.
LOS TRES MOSQUETEROS DE LA CIA
Allen
Dulles empleó para tales fines a tres de sus agentes: John Joseph Frank y
Horace William Schmahl, a quienes había logrado vincular a Trujillo, pues
fueron contratados por el dictador para ocuparse de su seguridad personal
cuando viajó a España y al Vaticano en 1954 (de aquel tiempo los conocía
Joaquín Balaguer, quien acompañó como Canciller a Trujillo en el viaje, y que luego
sería parte del tinglado montado para desinformar y encubrir el secuestro y la
desaparición de Galíndez, tanto como los asesinatos de los pilotos Gerald Murphy y Octavio de la Maza, en que
jugó un papel de primer orden). Y el tercer hombre de la CIA era Richard Aime
Maheu.
Frank,
Schmahl y Maheu eran hombres curtidos en el espionaje, las operaciones
encubiertas y las actividades ilegales. Estaban por igual relacionados con la
mafia italoamericana. Y los tres espiaban a Trujillo para la CIA, a la vez que
lucraban del egocéntrico dictadorzuelo dominicano.
Ese
hecho fue reconocido por la propia CIA al FBI, cuando en un mensaje a Edgar J.
Hoover le solicitaron que las investigaciones sobre Frank, a quien se le
instrumentó juicio cuando un Gran Jurado decidió que John Joseph Frank había
violado las normas de la Ley de Inscripción de Agentes Extranjeros, al no
haberse registrado como Agente de la República Dominicana, “se aligeraran, pues ellos deseaban continuar empleado a Frank como su
espía en la República Dominicana y el Caribe en general” (El Caso Galíndez: Los Vascos en los Servicios de Inteligencia de EE.UU., por Manuel
de Dios Unanue, Pág. 190).
SCHMAHL Y MAHEU, DOS FICHAS DE
CUIDADO
Horace
William Schmahl, dueño de una agencia de detectives privados de New York, se
involucró en el complot a distintos niveles. Fue la persona que puso en
contacto a John J. Frank con el piloto Gerald Murphy, a quien se emplearía para
trasladar a Galíndez desde New York a Montecristi, República Dominicana.
Además, proveyó medios para espiar las conversaciones telefónicas de Jesús de
Galíndez.
Schmahl
fue el mismo que violó la Sexta Enmienda de la Constitución de los Estados
Unidos del derecho a un juicio justo, en el caso del abogado norteamericano
Alger Hiss, que fue acusado en agosto de 1948 de filtrar a los rusos secretos
del gobierno norteamericano. Hiss, condenado en dos ocasiones por perjurio,
sostuvo su inocencia hasta su muerte en 1996. Schmahl, que había sido contratado
por la defensa de Hiss, se reunía en secreto de forma regular con el fiscal del
caso, Thomas Murphy y con el FBI, entregándoles información que había
averiguado junto con los documentos de trabajo que recibía de la defensa, en
violación a la Constitución y las leyes norteamericanas.
Robert
Aime Maheu, abogado y espía, por su parte, quien al igual que Frank y Schmahl
estuvo vinculado al FBI y luego a la CIA, agencia de la que el propio Maheu
llegó a declarar que era su mejor cliente “dándome
aquellos trabajos en los que la Agencia no quería involucrarse oficialmente”,
(Flawed Patriot: The Rise and Fall of CIA Legend Bill Harvey,
por Bayard Stockton, Pág. 171), es el tercer mosquetero. Todos ex–FBI,
todos operativos de la CIA para tareas sucias.
Maheu fue
años después, la persona contratada en
1960 por la CIA para que se acercase al capo de la Mafia de Chicago Johnny
Roselli, a quien Maheu ofreció US$150,000.00 dólares por la cabeza de Fidel Castro.
Roselli presentó a Matheu a dos matones de la Mafia: Sam Giancana y Santo
Traficante, jr., capo de la Mafia en la Florida, quienes se comprometieron al “encargo”. Fracasaron en la tarea, como
todo el mundo sabe.
Frank,
Schmahl y Maheu fueron el trío de agentes que hizo el trabajo sucio para los
Dulles al secuestrar y entregar a Trujillo a Jesús Galíndez Suárez, el vasco
que fue su colega tanto en el FBI como en la CIA. No hay honor entre espías.
UN CÓMPLICE EN LA POLICÍA DE NEW
YORK
El
trío se agenció un cómplice en la
policía de New York, NYPD, que sería la institución que investigaría de primera
mano la desaparición de Galíndez.
Para
ello reclutaron al teniente de Servicios
Especiales (inteligencia) de la Policía de New York, NYPD, Arthur E.
Schultheiss.
Schultheiss,
fue, por cierto, el consejero técnico de la película El Detective (1968) que protagonizó Frank Sinatra.
El
teniente Schultheiss se prestaría para falsificar una orden de conducencia que
permitiría engañar a Galíndez convenciéndole de que acompañara a unos supuestos
agentes policiales al cuartel, con motivo de la solicitud que tenía el Comité Pro Desfile Hispano en New York
del cual Galíndez era director de Relaciones Públicas, para que se les
permitiera desfilar por la Quinta Avenida, a lo que la Policía de NY se había
negado hasta entonces.
Fue
precisamente Schmahl quien aportó indicios comprometedores del papel de
Schultheiss. El teniente Schultheiss se relacionó fuertemente con Frank y Maheu
cuando estos últimos trabajaban para el FBI y participaron junto a Schultheiss
en el grupo especial del Departamento de Policía de Nueva York para registrar
las casas de los que se sospechaba tenían simpatías por Alemania durante la
Segunda Guerra Mundial. La relación de Schmahl con Schultheiss era tan estrecha
que este último tenía llave del apartamento del que Schmahl era dueño en el 299, al oeste de la calle 12, en
Manhattan.
A ese
apartamento se llamó tras la llegada
clandestina del general Arturo Espaillat, quien junto a Frank Joseph Frank
planificó y dirigió el secuestro de Jesús de Galíndez. Espaillat, alias Navajita, se hospedó en hotel Biscayne Terrace, y desde
su habitación se produjo una larga
llamada de 17 minutos de duración, luego de que Espaillat se reuniera con Frank
y con Murphy. Schmahl informó al FBI cuando fue interrogado que en su opinión
lo más probable era que quien recibiera aquella llamada fuera Schultheiss. De
seguro que quien instruyó a Schultheiss fue Frank.
Galíndez
Suárez, quien llegó a asegurarle a los agentes del FBI que ejercían su control
que estaba seguro de que Trujillo nunca atentaría contra él en los Estados
Unidos por su prestigio como profesor, periodista y activista político
alcanzado en aquel país, pese a las
advertencias recibidas incluso provenientes del mismísimo Hoover, que le mandó
a informar que el FBI no podría
protegerlo de Trujillo, nunca imaginó que esos policías en los que confió lo
entregarían al equipo que Trujillo había dispuesto para drogarlo y trasladarlo
a República Dominicana.
En el
carro en que lo introdujeron el Dr. Miguel Rivera le inyectó una droga que lo
neutralizó. Y lo mantuvo sedado todo el trayecto hasta Montecristi.
Galíndez
ignoraba que Trujillo no era problema. Eran los Dulles. Para ellos él se había
convertido en más que un estorbo: en una amenaza potencial que había que
eliminar. Y eso hicieron.
¿DE DÓNDE SECUESTRARON A
GALÍNDEZ?
Si hubo
algo que se cuidó en la operación fue sembrar desinformación, plantar falsas
pistas, desorientar. A ese fin ocuparon sus talentos y capacidades decenas de
individuos en ambos países. ¡Y vaya si lo lograron!
En
República Dominicana la omertá mafiosa del crimen ha sido inquebrantable. Los
que coparticiparon en el secuestro, tortura, asesinato y desaparición del
cuerpo de Jesús María Galíndez Suárez y la cadena de crímenes a que dio origen
ese hecho han sido fieles al juramento de silencio.
Algunos,
como Emilio Ludovino Fernández, Milito,
el responsable de atraer a su perdición al piloto Gerald Murphy, llegaron a
ocupar posiciones de relevancia en la política y el gobierno dominicanos.
Milito Fernández fue un alto cargo del Partido Revolucionario Dominicano, PRD,
y canciller de la República en el gobierno del hacendado Antonio Guzmán
Fernández, 1978-1982.
Todos
han sido celosos en su pacto trujillista.
Así, la
desinformación, el rumor, las pistas falsas, han sido continuos. Incluso a la
fecha.
Hay los
que afirman que a Galíndez lo secuestraron en el subway. Y algunos dicen que lo
raptaron en la mismísima universidad de Columbia, donde impartía docencia. Pero
en verdad Galíndez llegó a su apartamento. Y desde allí lo raptaron.
Había regresado
desde la universidad de Columbia al lugar en que residía, el 15F, del edificio
situado en el número 30 de la Quinta Avenida, sede de la Delegación del
Gobierno Vasco ante Estados Unidos.
¿Cómo
sabemos que fue raptado desde allí? Porque el abrigo y el maletín con los
cuales Galíndez andaba y que fueron descritos por su alumna, Evelyn Lang,
última persona que le vio, ya que lo llevó en su vehículo hasta la estación del
subway en la esquina de las calles 57 y la Octava Avenida, próximo a la
residencia de ella, y fue luego
entrevistada por la policía newyorkina, se encontraron en el apartamento.
Esa
noche del 12 de marzo de 1956, Galíndez se despidió de la señorita Lang, bajó
las escaleras que llevan al metro y no se le vio más.
Un
ejemplar del periódico que evidentemente Galíndez compró en el trayecto a su
hogar estaba en el apartamento. El único
que no estaba era él, Galíndez.
SAYÁN DE VIDAURRE, EL AGENTE
PROVOCADOR
Un
periodista peruano, el Dr. Alberto Sayán de Vidaurre, actuó como agente provocador
para enculillar a Trujillo y predisponerlo a sacar a Galíndez de las calles de
New York y traerlo a su presencia en su feudo personal, la República
Dominicana.
Sayán
de Vidaurre dirigió una carta el 15 de febrero de 1955 a un personaje que
reunía las condiciones ideales para el caso: la delegada alterna dominicana de la
Misión ante las Naciones Unidas desde 1949, Minerva Bernardino.
La
carta, escrita en papel timbrado de la pomposa Unión Americana Pro Democracia, que dirigía Sayán de Vidaurre,
anticipaba que Jesús de Galíndez venía con un libro en que criticaba la tiranía
trujillista y Sayán de Vidaurre se autoproponía para escribir rechazando las
afirmaciones que aparecían en aquel libro.
Sayán
se trataba con Galíndez, a quien dijo conocer, cuando el FBI lo interrogó, para
el tiempo en que Galíndez era presidente del Círculo de Escritores y Poetas
Iberoamericanos (CEPI) en New York.
Minerva
Bernardino se apresuró a alertar a Trujillo sobre el libro que Galíndez se
proponía publicar, otra manera de demostrar su incondicionalidad al tirano. La
Bernardino era, por demás, la hermana del siniestro Félix Wenceslao Bernardino,
matón que Trujillo empleaba para sus crímenes en distintos países, y a quien Trujillo
impuso como asesor de los que planificaron el secuestro de Galíndez, por su
experiencia en el tema.
La
rapidez de Minerva Bernardino en poner en alerta al régimen significa para ella
ganar puntos frente a un competidor, el sacerdote Oscar Robles Toledano, alias El Cura, quien era cónsul de la tiranía
en New York.
De
hecho, días después Sayán de Vidaurre se reunía con Robles Toledano para
conversar sobre el libro que Galíndez escribía.
La
carta del 21 de febrero de 1955 de Minerva Bernardino a su “querido Jefe” señalaba que Galíndez “está actualmente escribiendo un libro negro
contra nuestro gobierno.”
¿Qué
vínculos tenía Sayán de Vidaurre con la CIA? Lo desconozco. Pero no fue
casualidad que escogiera a Minerva Bernardino, siempre presta a demostrar su
lealtad a Trujillo y hermana de un poderoso sicario del régimen, para colocar
la denuncia.
Era la
provocación perfecta.
EL CUENTO QUE NOS HICIERON CREER
Los
dominicanos, cándidos y crédulos como somos, hemos repetido incluso con cierto
nivel de autocomplacencia y hasta de secreto orgullo, el cuento que nos
vendieron de que Trujillo secuestro a Galíndez en New York y lo trajo a
República Dominicana, burlando a los norteamericanos, para asesinarlo por su
tesis que, por cierto, no había publicado.
A esa
fábula se unen otras: que le hizo comer la tesis página por página, que le cayó
a bastonazos… Unos narran cómo fue torturado Galíndez y hace poco leí la última
especulación acerca de en qué lugar se encontraban sus restos (algo poco
probable en mi opinión. Los norteamericanos tienen un axioma legal: “No body, no case” (Si no hay cuerpo, no
hay caso). Es seguro que se dispuso de
ese cuerpo de manera que nunca se pudiesen encontrar sus restos, lo mismo que
acontenció con Murphy y con otros crímenes del trujillismo (la vieja escuela
trujillista ha seguido repitiéndose: los cuerpos de opositores de izquierda
como Henry Segarra, Guido Gil, hasta los más recientes de Narciso González en
1994 y de Juan Almonte Herrera en el 2009 nunca se ha encontrado. No se ha
perdido la práctica).
Ni aún
un periodista tan perspicaz y agudo como Manuel de Dios Unanue pudo penetrar el
espeso tejido de desinformación y manipulación
creado por los hermanos Dulles para ocultar el crimen que indujeron. No
pudo ver que aquel megalómano dado a los uniformes suntuosos recargados de
medallas que se enseñoreó criminalmente sobre esta desventurada tierra, y a
quien apodaban “Chapita”, fue inteligentemente manipulado por Allen y
John Foster Dulles para que les quitara de en medio a la CIA y al Departamento
de Estado a un ex-informante que tenía
el potencial de empañar o desbaratar el acuerdo con la España de Franco que le
permitiría a los Estados Unidos instalar bases militares en territorio español,
si revelaba las acciones clandestinas subvencionadas por la CIA para hostigar y
sabotear a Franco a través de los vascos afiliados al Partido Nacionalista
Vasco, PNV.
En
realidad, la verdad dista mucho de esa fábula conveniente que nos cuenta que
Trujillo era capaz de secuestrar y trasladar impunemente a República Dominicana
a un opositor desde New York sin mayores consecuencias.
Lo cierto es que Jesús María Galíndez Suárez
fue víctima de una conspiración montada desde las más altas instancias del
poder norteamericano de entonces: la Agencia Central de Inteligencia, CIA,
dirigida por Allen Dulles, y el poderoso State Department que dirigía su
hermano John Foster Dulles.
Ambos
fueron los responsables reales del secuestro, traslado y asesinato de Jesús de
Galíndez. Y ambos encontraron en un dictadorzuelo presumido y de escasas luces
intelectuales, a quien supieron provocar: el culpable ideal, dado su pedigrí.
Trujillo fue la elección perfecta sobre quien
hacer recaer el crimen que ellos, los Dulles, necesitaban cometer.
Hace
unas semanas le pregunté al editor Miguel Decamps Jiménez en Cuesta Centro del Libro acerca de un
libro sobre Galíndez que extravié y quería volver a consultar. Miguel me preguntó
que para qué invertía mis energías en un tema que a nadie interesaba, cuando
había otros que tenían más actualidad, interés y relevancia.
“¿A quién puede interesarle hoy saber de
Galíndez?”, me preguntó.
“Me
interesa a mí”, le respondí.
Y no
soy el único. También a Stuart McKeever.
Un
cadáver insepulto siempre apesta. Y este lo es.
Y este
crimen seguirá apestando, sobre todo cuanto más intenten ocultar la verdad de
la trama que lo sacó del mundo de los vivos.
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