¿Qué es más inteligente, basar un negocio en
productos o basar un negocio en programas exclusivos?
Por Aquiles Julián
Todo
negocio se basa, en todos los casos, en el intercambio de productos y servicios
de un oferente o suplidor por un pago previamente convenido hecho por el
recipiente de dichos productos o servicios, al que normalmente llamamos
demandante, comprador o cliente.
Muchas
personas confunden un negocio con una plataforma de servicio (es decir, local,
surtido, equipos, materia prima, maquinarias, almacén, etc.), pero una
plataforma de servicio se monta para desarrollar un negocio, pero no es un
negocio en sí: negocio significa transacción comercial, no la infraestructura.
Así,
sucede que muchas personas, cuando piensan en “tener un negocio propio” o “empezar
un negocio”, piensan de inmediato en términos de incurrir en gastos:
alquilar un local, equiparlo y amueblarlo, contratar servicios: agua, luz,
electricidad, surtirlo, contratar empleados, etc.
Todo
eso no sólo obliga a fuertes egresos que comprometen financieramente al
emprendedor, también lo encadenan a gastos fijos: local, luz, teléfono,
empleados, etc.
La esencia de un negocio
Sin
embargo, lo que constituye un negocio no está en todo eso que se ha hecho:
hasta ahí no hay transacciones.
Se han
creado las posibilidades de brindar un servicio y vender un producto (que no
es, en modo alguno, restrictiva, se pueden vender productos y servicios sin
necesidad de ser dueño de una plataforma de servicio. Eso es más inteligente),
pero eso, poseer la plataforma de servicio, en nada aseguro que se tengan
clientes con los cuales hacer transacciones.
Y esa
es la causa mayor del por qué quiebran la mayoría de “negocios” que se abren: cuentan con el capital para montar la
plataforma de servicio, pero no cuentan con los clientes en cantidad suficiente
para cubrir costos y generar beneficio.
En qué consiste un negocio
Un
negocio consiste en captar, desarrollar y retener clientes con los que se hacen
transacciones. No significa invertir. Tampoco significa tener una plataforma de
servicio. Ni endeudarse. Mucho menos cargarse de costos fijos.
De
hecho, la buena gerencia consiste en reducir y controlar los costos a la vez
que se incrementan los ingresos y utilidades, así que eliminar los costos fijos
tiene que estar en la mente de cualquier emprendedor inteligente.
Hay dos
maneras de hacer negocios, entonces. Una, montar uno mismo una plataforma de
servicio y crear, mantener y desarrollar una clientela, a partir de ella. Dos,
capitalizar y aprovechar una plataforma de servicio ajena, con la que nos
asociamos o la que rentamos a conveniencia.
Como un
negocio no se monta, a diferencia de una plataforma de servicio, sino que se
desarrolla, porque consiste en captar, retener y desarrollar clientes, lo que
significa que un negocio se basa no en inversiones, sino en relaciones; no en
dinero, sino en personas, es inteligente aprovechar la segunda opción:
asociarse a una plataforma de negocio ya existente, que emburujarse uno en
invertir cuantiosos recursos sin contar posiblemente con la experiencia, el
conocimiento y la clientela que den sentido a esa aventura comercial.
La clave es agregar valor
Bien,
hemos concluido que, en vez de incurrir en costos fijos montando una plataforma
de servicio es más inteligente capitalizar y rentabilizar una plataforma ya
existente a la que nos asociamos, que es los que hacen quienes adquieren una
franquicia en Bienes Raíces, por ejemplo: capitalizan un nombre comercial que
les respalda y legitima frente a sus clientes potenciales, pero todavía no
hemos respondido qué es más inteligente, si basar un negocio en productos o
basarlo en programas exclusivos.
Y para
entender eso tenemos que entender lo que es agregar valor.
El
valor es todo aquello a lo que alguien da importancia suficiente como para
pagar por ello.
Eso
significa que el valor no lo determina el oferente, el vendedor, sino el demandante,
el comprador. Es él quien señala qué es importante y deseable, por qué está
dispuesto a pagar y por qué no.
En qué consiste agregar valor
Agregar
valor es, entonces, añadir prestaciones al producto o servicio que lo hagan más
elegible, más deseable, más atractivo, que incrementen preferencia de parte del
comprador potencial y lo induzcan a adquirirlo.
Para
entender qué prestaciones conviene añadir es importante partir del punto de
vista, los intereses, los valores, las expectativas y las aspiraciones del
comprador potencial.
Un
elemento, una prestación, podría ser deseable para el comprador, pero no lo
suficiente como para influir en su decisión o llevarle a pagar más por el bien
o servicio. Si está, bien, pero si no está no la extraña. No es un valor.
Otros elementos
pueden satisfacer las expectativas, gustos o requerimientos del que lo fabrica
o vende, pero ser totalmente indiferentes a los gustos, intereses y
preferencias de los compradores.
De
hecho, muchos prestadores de servicio, muchos ofertantes, añaden prestaciones
porque les agrada a ellos o les hacen sentido a ellos y se sorprenden de que
las mismas no provoquen igual reacción de sus compradores potenciales o
targets. Cometen un error de proyección, en vez de indagar qué expectativas o
reales deseos tienen las personas sobre su producto o servicio.
El error de las guerras de precio
¿Qué
pasa si alguien vende el mismo producto: tipo, marca, tamaño, fórmulas, precio, etc., que el que uno vende? En ese
caso hay que desarrollar una estrategia de valor agregado que genere
diferenciación y preferencia, incorporándole a la oferta prestaciones
exclusivas.
Si no
se da esa estrategia, se incurrirá en una “guerra
de precio”, degradando el margen comercial, al bajar el precio de venta
para lograr el pedido.
El
asunto es que eso corrompe y daña al mercado comprador. Lo habitúa a las “ofertas
de precio” que rebajan los márgenes y hacen insostenible el mercado para muchos
que tienen que salir de él. Es la típica estrategia del dumping comercial.
Erosionar
los márgenes en una guerra de precios es una estrategia pierde-pierde, pues,
como se ve en el caso de las aerolíneas, terminan por eliminar servicios
importantes en aras de mantener las “tarifas más bajas”.
Por
ejemplo, ahora hay que pagar por los equipajes, por las libras de las maletas
cuando exceden cierta cantidad y otras penalizaciones que significan gastos
imprevistos, así que la tal tarifa baja es simplemente un camelo, una falsa
ventaja: lo que nos ahorramos en un caso terminamos pagándolo, en ocasiones
excesivamente, por otro lado.
¿Cómo
escapar a la trampa de la “guerra de precios”?
Mercadear programas de valor
agregado
¿Mi
recomendación? Diseñar y mercadear programas de valor agregado que den al
cliente beneficios y prestaciones superiores, lo suficientemente atractivas
como para justificar el monto a pagar.
El
valor agregado, además, es importante que se vincule a tus dones, talentos y
capacidades, de manera que se haga bien difícil que otra persona pueda suplantarte.
Eso
garantiza que el producto sea parte de tu oferta, pero que tu oferta exceda al
producto.
Un
programa implica una serie de pasos y un proceso. Y se vincula, articula y
orienta a llenar una necesidad y una aspiración del cliente target.
Al
vender un programa vendemos un expertise, un conocimiento y un asesoría, más
que el producto en sí mismo.
Por
ejemplo, pongamos el BODY SLIM SYSTEM, el programa para bajar y controlar el
peso que mercadeamos en TRIUNFAR. Este programa, que implica un coaching de
salud en cambio de hábitos, nutrición, reducción del sedentarismo, cambio de
mentalidad, suplementación y medición periódica para verificar su efectividad,
entre otras cosas, va más allá de simplemente
“venderle” a alguien un “producto”.
El origen de la frustración del
comprador
Sin la
información adecuada, sin un programa racionalmente diseñado, sin disciplina,
sin seguimiento, sin apoyo, es muy probable que el comprador termine frustrado
y achaque la falta de resultados al “producto”.
Un
producto es parte de un programa, pero ni lo sustituye ni tampoco aporta mucho
al margen de él.
¿Qué
tan efectivo es tomar un producto para bajar de peso si tenemos hábitos de
alimentación o de sedentarismo que nos llevan a aumentar de peso? Terminaremos
por acusar al producto de inefectivo o de fraude, porque nada puede funcionar
si no se hacen los cambios de patrones de hábito que crean el problema.
Un
producto sólo opera si es parte de un programa de hábitos saludables. De otra
forma, es una pérdida de dinero y crea la falsa ilusión de que se está haciendo
algo, cuando en realidad se sigue haciendo lo mismo.
Las cualidades de un programa
Un
programa cuenta con una personalidad propia: su nombre. Sea CARDIOHEALTH o SHE,
HE o CASA SANA, TOX-FREE o CERO CÁNCER, OSTEOSALUD o BODY SLIM SYSTEM, estos
programas exclusivos, que se enfocan en necesidades puntuales de grupos
numerosos de personas, aportan soluciones viables, comprobadas y asequibles a
las personas interesadas para el logro de sus metas de salud, energía y
bienestar.
Si bien
integran productos: suplementación nutricional preventiva, en su composición,
van más allá de la simple comercialización de productos. Conllevan coaching y
mentoría de salud preventiva, educación, cambios en los patrones de hábito y
consumo, variación en el patrón de actividad corporal en algunos casos, cambio
en la forma de pensar, metas cuantificables y chequeo periódico de progresión
de resultados.
Hay,
pues, una diferencia entre un simple vendedor de productos y alguien que
comercializa y promueve un programa exclusivo que facilita el logro de
resultados.
Y creo
que, indudablemente, es mejor ofertar un programa que vender un producto.
Un
programa da exclusividad. Se apoya en valores agregados. Aporta al cliente una
serie de prestaciones que la simple venta de un producto no proporciona.
Por
igual transmite profesionalidad, expertise, capacidad, valores agregados
siempre deseables y por los cuales las personas están dispuestas a pagar. ¿No
es eso lo que hace que alguien prefiera a un especialista frente a una persona
de conocimientos generales, a alguien con experiencia frente a un novato?
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