¿CÓMO TE PERJUDICA EL NO SER UN CONSUMIDOR
INTELIGENTE, SINO COMÚN Y CORRIENTE?
Por AQUILES JULIÁN
Especialista en redes de negocio de la nueva economía / 829-766-6156
Email: triunfar.org@gmail.com
Email: triunfar.org@gmail.com
Hay empresas y personas que ganan dinero de otros
contando con tres malos hábitos de aquellos: credulidad, ignorancia, descuido/
indolencia, que se resumen en una sola palabra:
inconsciencia. Esos tres malos hábitos son sumamente dañinos para
quienes los practican, pero hay muchos negocios que lucran de ellos y por eso
los mantienen y promueven. El asunto es, ¿perjudicarte para que otro se
beneficie es algo que te emocione?
Cuando eres un consumidor tradicional no te das cuenta
de todo lo que arriesgas o pierdes al serlo, porque el aparato de publicidad,
promoción y la educación misma (que es controlada por las grandes empresas y
negocios vía el Estado) han diseñado para el 95% de las personas dos roles definidos:
1.
Ser
empleados o suplir servicios a las grandes empresas y negocios a cambio de un
salario o unos honorarios
2.
Gastarles
el dinero ganado en salarios y honorarios a esas mismas empresas y negocios al
comprarles los productos que ellas elaboran, producen y distribuyen.
Esos dos roles prefijados nos brindan sólo dos
opciones al 95% de la población: o ser empleados y depender de un empleador,
sea una empresa, sea el Estado o sea una institución; o ser autoempleados y
tener una pequeña operación alrededor de nuestras capacidades y habilidades
como técnicos o como profesionales o como comerciantes, y creernos “dueños de negocio” cuando en realidad somos
dueños de nuestro puesto de trabajo porque nuestros ingresos dependen de
nosotros y nuestro bufete, consultorio, taller, comercio, consultoría, etc.,
nos tiene como su principal fuente de ingresos.
Así vive el 95% de la población activa.
Antes de pasar a los 7 mayores perjuicios que te
propinas a ti y a tu familia al no ser un consumidor inteligente, veamos
someramente los tres malos hábitos y sus consecuencias.
LOS TRES MALOS HÁBITOS DEL CONSUMIDOR COMÚN Y CORRIENTE
Ya dijimos, al comenzar este artículo, que el
consumidor tradicional, común y corriente, incurre en tres malos hábitos y de
esos malos hábitos muchas empresas y negocios lucran y extraen beneficios.
Veámoslos uno por uno.
CREDULIDAD: La
industria de la publicidad vive abusando de la credulidad, promoviendo falsas
expectativas, induciendo conclusiones falsas, inferencias erróneas, fomentando
fantasías y estimulando el morbo. Los medios de comunicación (periódicos,
revistas, televisión, radio, cine) pagados por los anunciantes difunden y
propagan toda clase de mediaverdades y en completas mentiras. Así se refuerzan
hábitos equivocados y dañinos, vendidos como sanos, o como “in”, como “chic”,
lo que “está de moda”, etc. Y ni la escuela ni por ninguna vía nos enseñan a
practicar el escepticismo sano, el pedir datos de confirmación de las
afirmaciones, el contrastar con otras fuentes, el análisis sensato y frío, las
distintas falacias lógicas que la publicidad explota. Nos prefieren crédulos,
porque somos más manipulables.
IGNORANCIA: Aquí
se explota sobre todo nuestro desconocimiento de temas vitales para nuestra
salud y nuestra vida. No nos enseñan el impacto que tienen ciertos ingredientes
empleados en la industria alimentaria (aditivos, grasas trans, por ejemplo), o
procesos de fabricación en nuestra salud. Se minimizan los riesgos y se
exageran las gratificaciones. Se nos estimula a ser autoindulgentes y darnos
esos “pecadillos”, esos “gustitos”, animándonos a hacerlo con mayor frecuencia
hasta que devengan hábitos. Por cada obeso hay alguien que ganó dinero
facilitándole a esa persona perder su salud. La educación nutricional y de
higiene personal y medioambiental es algo que muchísimas empresas temen porque
operan sobre la base de que las personas no conozcan los riesgos a que se
exponen usando sus productos.
DESCUIDO/ INDOLENCIA : A
veces sabemos las cosas pero dejamos que la rutina nos venza y tomamos
decisiones por costumbre, pasándole por encima a lo que ya sabemos. Y así
tomamos un producto sin verificar su composición, sus ingredientes; o dejamos
que la publicidad nos condicione e influya en nuestra selección de productos
para consumo y uso personal y familiar. No observamos las medidas preventivas y
consumimos artículos que sabemos son
dañinos, dándonos “permisos” nada positivos para nuestra salud y bienestar. Y
como lo más fácil es que nuestro descuido, nuestra indolencia, hagan de esos
actos que empiezan por ser esporádicos y luego se vuelven más frecuentes,
costumbre, podemos ver cómo el acto sembró un hábito, el hábito sembró un
carácter autopermisivo y el carácter produjo un destino de enfermedad y dolor.
Lo que funciona en lo positivo también funciona en lo negativo.
Esos tres malos hábitos tienen una palabra que los
resume: inconsciencia. Somos compradores inconscientes. Consumidores
inconscientes de lo que realmente consumen. Nos dejamos embobar por etiquetas,
empaques, publicidad, promociones de venta, merchandising, imágenes fantasiosas
que nos crean falsas expectativas, y mientras andamos como zombies comprando
sin pensar, unos vivos nos despojan de nuestro dinero arduamente ganado y ponen
en riesgo nuestra salud y la de nuestros hijos, pareja y familia (incluyendo
plantas, mascotas, etc.).
LOS 7 MAYORES PERJUICIOS POR NO SER UN CONSUMIDOR INTELIGENTE
¿En qué grado nos perjudicamos por no ser un
consumidor inteligente? ¿Cómo los consumidores comunes y corrientes se
perjudican? ¿Qué daños se hacen a sí mismos y a sus familias? Veamos los 7
mayores perjuicios que se propinan a sí, a sus hijos y a sus familias.
PÉRDIDA DE DINERO: Al no
tener conciencia del costo por uso, el consumidor común y corriente es engañado
con la superstición del precio. Las empresas y comercios les venden la idea de
“ahorro por precio” vendiéndole productos de calidad mediocre, que requieren
mayor cantidad para producir el resultado buscado, con ingredientes riesgosos,
que se dañan más rápido, y que llevan a ese consumidor tradicional a visitar
con mayor frecuencia los supermercados y tiendas. Creyendo ahorrar, gastan más.
Aracelis, que trabaja con nosotros a tiempo parcial como ayuda en labores
domésticas, y usa productos de alta concentración de calidad de la nueva
economía en mi hogar, cuando le pregunté qué detergente usaba en su hogar para
lavar me contó que dos veces por semana compraba una fundita de un detergente
comercial en RD$90 pesos y que cada fundita le permitía lavar dos cargas de
ropa. Es decir, ella lavaba dos veces a la semana, usando cada vez una fundida
de detergente comercial que le costaba RD$90 pesos (más jabón de cuaba rayado,
cloro, suavizante). El costo por uso por lavada en detergente le salía a RD$45
pesos. Y como hacía 4 cargas de ropa a la semana se gastaba RD$180 pesos sólo
en detergente (sin contar el precio del jabón de cuaba rayado, el cloro y el suavizante
que añadía). Resulta que mi costo por uso en detergente sólo es de RD$7 pesos y
no necesito usar jabón de cuaba rayado, apenas un 16% de lo que mi empleada
doméstica gasta. Ella perdía un 84% de dinero cada vez que lavaba que yo, por
mi parte, ahorraba. Cuando aprendió a calcular el costo por uso ella decidió
ser una consumidora inteligente y usar productos que le permitían ahorrar de
verdad y no perder dinero.
VISITAS FRECUENTES AL SUPERMERCADO: los formatos y empaques pequeños, otro truco para “vendernos
el precio” reduciendo la cantidad, tienen un propósito: que los productos
apenas duren una semana a diez días y obligarnos a COMPRAS DE REPOSICIÓN que
nos mantengan volviendo al supermercado y a la tienda, lo que conllevará por
igual compras por impulso no planificadas que drenarán nuestros recursos y
presupuestos. Hay también un costo añadido y no cuantificado de tiempo,
combustible, etc. Si vemos que diariamente los supermercados burbujean de
personas se debe precisamente a que cuando no se acaba un producto se acaba
otro. Las familias promedios van de dos a tres veces por semana al supermercado
a hacer compras de reposición (con la coletilla de compras de impulso añadida).
A diferencia de este tipo de productos diseñado para hacernos volver al supermercado,
los productos de la nueva economía están fabricados y diseñados para durar
sobre tres meses o más de uso antes de reponerlos (dependiendo, claro, de la
intensidad de uso. Hay a los que les duran hasta 7 y 8 meses). Cris y yo
compramos nuestros vegetales y otros alimentos y condimentos en el
supermercado. Sólo vamos una vez a la semana (y a veces una vez cada dos
semanas), y hay pasillos enteros que nos lo saltamos porque no compramos ese
tipo de productos en los supermercados, sino a través de redes de consumo y
distribución de la nueva economía. Y nos ahorramos no sólo dinero, también
tiempo, gasolina, molestias, etc.
BAJA CALIDAD Y DESEMPEÑO MEDIOCRE DE LOS PRODUCTOS: Muy unido a la breve duración de los productos está
la baja calidad y el desempeño mediocre de estos. Los fabricantes cuidan más
los factores comprobables: etiquetas, empaques, logos, así como cualidades organolépticas
(que pueden ser comprobadas por los sentidos), como color, brillantez,
viscosidad, aroma, etc., que aquellos que sólo podrían constatarse mediante un
análisis químicos como ingredientes y fórmula. Por igual, se busca que se
gasten más rápido por lo que no sólo les agradan la boca de salida a los
envases, sino también hacen que se requiera una mayor cantidad para producir el
resultado que el cliente anda buscando. La planificación de la duración les
permite calcular cuando podrán hacer ventas de reposición a su cadena de
distribución. A mayor rotación inducida de productos, mayor velocidad de
recompra. Los consumidores nos habituamos a productos de calidad y desempeño
mediocres y lo vemos como normal. En el único lugar en que los productos parecen
funcionar a la perfección es en los comerciales de TV.
INGREDIENTES BARATOS O FRANCAMENTE PELIGROSOS PARA EL USUARIO: Unido a todo lo anterior esta la fuerte presión por
bajar costos que la competencia comercial les impone a los fabricantes. Eso los
obliga a descuidar la calidad comprando materia prima de calidad inferior pero
más barata para sortear la competencia de precios y la presión fiscal de los
gobiernos que quieren más dinero vía impuestos.
También se saltan los límites y se emplean ingredientes peligrosos a la
salud y al medioambiente, pero que se adquieren a más bajo costo. Ellos no
utilizan sus propias marcas muchas veces en su hogar, pues protegen a los
suyos. Pero tú y yo, como consumidores, sólo representamos una fuente de
ingresos, no seres humanos a los que hay que cuidar y proteger. Esa
deshumanización está destruyéndolo todo.
DESDE CERO GARANTÍA A UNA SUPUESTA GARANTÍA ENGAÑOSA: Al saber en lo que andan, engañando incautos
vendiéndoles productos de escasa calidad y peligrosos a su salud, los
fabricantes y comerciantes no suelen brindar mucha garantía sobre los productos
que fabrican y comercializan. La mayoría de veces no hay ninguna garantía tras
la compra. Algunos comercios aceptan la devolución del producto siempre que no
se haya abierto ni maltratado, pero para canjearlo por otros, nunca devolviendo
el dinero pagado. Y si está abierto, no hay manera. Como también se suelen
truquear las fechas de vencimiento (muchos productos que encontramos son
aquellos próximos a vencer que son retirados de las estanterías de los grandes
hipermercados y almacenes de los Estados Unidos y vendidos a precio de
liquidación, porque les saldría carísimo eliminarlos como basura, dadas las
regulaciones ambientales de aquel país), los consumidores comunes y corrientes
se exponen a distintos malos ratos y padecimientos por intoxicación alimentaria
o exposición a sustancias tóxicas con ningún tipo de protección o defensa de
sus derechos como comprador de buena fe. Recordemos sólo el caso de los
embutidos y cómo se sometió al organismo regulador a la disciplina del Poder.
Aquí el consumidor importa poco o nada.
PROVOCARSE DAÑOS POR UTILIZAR PRODUCTOS CON INGREDIENTES TÓXICOS Y
AGRESIVOS: Hay ingredientes que
requieren el uso de mascarillas, guantes y otros medios de protección por su
toxicidad, agresividad y poder corrosivo. Algunos afectan la piel. Otros pueden
ingerirse o inhalarse, como el cloro. Los fabricantes y comerciantes, enfocados
en vendérnoslos, no quieren asustarnos ni precavernos, así que no nos informan
ni educan sobre los riesgos de uso. Y las advertencias, cuando las tienen que
colocar en el empaque por ley, lo hacen en letras diminutas y sin mayor
destaque, para que pasen inadvertidas. El resultado es que muchas personas se
exponen sin necesidad alguna a fuertes riesgos de daños a sus órganos, su
salud, sus hijos, pareja, mascotas y al medio ambiente por un uso alegre y
descuidado de productos con ingredientes altamente peligrosos, incluyendo
sustancias de pH muy ácidos o muy alcalinos que habría que manipular con
cuidado por su altísimo nivel de riesgo. Las tragedias familiares por ingestión
de sustancias tóxicas y dañinas abundan.
DAÑAR EL ENTORNO, LA FLORA, LA FAUNA, LA ATMÓSFERA Y LA TIERRA: Un último perjuicio, no por último menos importante,
es el que los consumidores comunes y corrientes propinan a su entorno, a la
vida vegetal y animal, al aire y a la tierra de la que vivimos, a las fuentes
acuíferas, ríos y mares, al emplear productos que contienen químicos tóxicos y
dañinos a la ecología. Si uno conversa personalmente con estos consumidores
dirán que a ellos les preocupa el progresivo deterioro medioambiental, el
calentamiento global, la desaparición de los ríos, la desertización, sin saber
que sus hábitos de consumo inconsciente son altamente responsables de esos
daños. De ahí que sea importante hacer ver cómo el uso de detergentes con
fosfatos y otros químicos que agreden el medioambiente llegan a los ríos y
mares, vía los sistemas de drenaje de aguas residuales y provocan serios daños a
la vida marina y a la calidad del agua que luego necesitamos para tomar. Somos
parte de un sistema y nuestro consumo por igual. No podemos decir que nos
preocupa algo mientras contribuimos a que eso se dañe, deteriore y envenene.
Ahí están, sucintamente expuestas, los 7 perjuicios
que se producen a sí mismos las personas que consumen de manera común y
corriente y los tres malos hábitos en que se apoyan. La solución es una sola:
transformarse en un consumidor inteligente, consciente de sus elecciones y su
impacto en la calidad de vida. Es una opción que todos tenemos. Fue la que yo
elegí hace diez años y de la que vivo permanentemente agradecido. Puede ser la
elección tuya también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario