lunes, 9 de noviembre de 2015


¿QUIÉNES SECUESTRARON A JESÚS DE GALÍNDEZ Y POR QUÉ?

Por Aquiles Julián


                        “No obstante, sugerimos que un examen completo de las declaraciones
                              juramentadas en las que Galíndez enumera los recibos, y su comparación
                              con las cuentas de los bancos de Nueva York, revelaría una fuenta de
                              ingresos distinta de los vascos y una razón relativa a su desaparición.
                              Disponemos de información fidedigna de que el propio Galíndez hacía
                              distinciones en sus libros de cuentas entre rubros de recibos de menor
                              cuantía, de procedencia posiblemente vasca, y las enormes sumas recu-
                              rrentes, de las cuales se requiere una explicación si se quiere resolver el
                              Misterio de Galíndez”.
                                                           Morris L. Ernst
                                   Informe al gobierno de la República Dominicana (1)


El 16 de julio de 1957, en nombre del gobierno de la República Dominicano, su cliente, formalmente presidido por Héctor Bienvenido Trujillo Molina, alias Negro, pero en realidad dominado y controlado por su hermano, Rafael Leonidas Trujillo Molina, el señor Sydney S. Baron, quien presidía la firma de relaciones públicas Sydney S. Baron and Co., Inc., contrató los servicios del reconocido abogado Morris L. Ernst.
La firma de Baron, quien fuera director de publicidad de la maquinaria política del Partido Demócrata en New York, conocida como Tammany Hall, y que años después aceptaría como cliente al gobierno racista de Sudáfrica y se declararía agente registrado del mismo ante el gobierno de los Estados Unidos, pidió al señor Ernst que encabezara a un grupo de abogados e investigadores que “probaran” ante la prensa norteamericana la total desvinculación del gobierno de la República Dominicana y su hombre fuerte, Trujillo, en la desaparición del escritor y representante diplomático del Gobierno Vasco en el Exilio ante la ONU, Jesús María Galíndez Suárez, de quien desde el 12 de marzo de 1956 no se tenían noticias.

¿QUIÉN ERA MORRIS L. ERNST?

Morris L. Ernst era entonces un prestigiosísimo abogado liberal newyorkino en nada sospechoso de simpatías con el pintoresco dictador dominicano y su régimen. La fama de Ernst, nacido en Alabama de padre checo y madre alemana inmigrantes, derivaba de su implicación en la fundación de la Unión Americana de Libertades Civiles, ACLU, de la que fue consejero general desde 1929 a 1959 y de la que también fue vicepresidente de la junta directiva en 1955.
En 1933, Ernst, como abogado de Random House,  defendió en los tribunales la novela de James Joyce, Ulises, imputada de obscenidad, logrando la autorización para su publicación y  difusión en los Estados Unidos y también fue quien escribió el prólogo de esa edición.
  Ernst era un público partidario del director del FBI, J. Edgar Hoover, y sostuvo una relación estrecha con los presidentes Franklin Delano Roosevelt y Harry Truman. En 1946 el entonces presidente Truman lo nombró miembro de la Comisión Presidencial sobre los Derechos Civiles.
  La tarea de Morris L. Ernst, quien subcontrató como asociado y coasesor a William H. Munson, ex magistrado  que durante 21 años había sido Fiscal del Contado de Orleans, New York, y posteriormente también se desempeñó como magistrado de la Corte Suprema del Estado de New York,  era revisar “ a la luz de la ley, los hechos que se relacionan con algunas afirmaciones publicadas por vía de la prensa, la radio y la televisión, en las que se implica que el gobierno de la República Dominicana o funcionarios de dicho gobierno podrían ser responsables por la desaparición el 12 de marzo de 1956 de Jesús de Galíndez” (2)
  La selección de Morris L. Ernst no fue accidental. Poseía un claro prestigio en el sector liberal de la política norteamericana, credibilidad frente a la prensa y la opinión pública como un profesional no proclive a la tiranía de Trujillo y era alguien de fiar para el excéptico y suspicaz director del FBI, Hoover.
  El entonces embajador dominicano ante el gobierno de los Estados Unidos, Manuel de Moya, informó que: “Mi gobierno ha renunciado a todo poder de censura para la publicación de los resultados de la investigación, sean estos resultados favorables o desfavorables para la República Dominicana”. (3)

LO QUE TRUJILLO NUNCA SUPO

La contratación del reconocido abogado fue uno de tantos esfuerzos realizado por el aparato de propaganda e imagen de la tiranía dominicana para aplacar el escándalo que contra la tiranía fomentaban, sin que el mismo Trujillo cayera en cuenta, el Departamento de Estado del gobierno norteamericano, encabezado a la sazón por John Foster Dulles, y la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) dirigida por el hermano del Secretario de Estado de entonces, Allen Welsh Dulles.
  Ambos hermanos habían filtrado convenientemente a la prensa, comenzando por la prestigiosa revista “Life”, pormenores del secuestro por “agentes a sueldo del gobierno dominicano” del exiliado vasco y delegado del Gobierno Vasco en el Exilio ante la Organización de las Naciones Unidas, ONU, Jesús de Galíndez y por igual del asesinato del piloto norteamericano Gerald Lester Murphy, empleado de la Compañía Dominicana de Aviación, CDA, a quien se señalaba como la persona que había transportado a Galíndez, plagiado en New York, a la República Dominicana en un vuelo clandestino.
  La prensa norteamericana se alborotó en  contra  del ridículo y ensorbecido dictador dominicano y sus maneras engoladas.  Armó un escándalo  porque “agentes del dictador dominicano” no sólo habían cometido un secuestro en plena calle newyorkina contra un diplomático con presencia ante la ONU y personalidad pública, sino que había llegado al extremo de asesinar a un nacional norteamericano que trabajaba para la línea aérea dominicana.
Como señala el francés Lauro Capdevila en su libro “La Dictadura de Trujillo”: “…durante todo el año 1957, los periódicos norteamericanos,  Life, el New York Times, Look y Harper´s trazan un retrato pavoroso del régimen” (4) Muchos de estos medios, en particular la revista Life y el New York Times, se conoce que participaron de la Operación Mockingbird para condicionar a la opinión pública según los intereses de la CIA (5)
  La presión de la prensa, que se sumó a la del congresista por Oregon, Charles
Porter,  para que se esclareciera el secuestro de Galíndez y la suerte corrida por Murphy era enorme sobre el gobierno del general Dwigh Eisenhower, Ike.
  Y esa presión y ese escándalo eran alimentados por la CIA y el Departamento de Estado, quienes manejaban tras  bastidores los reflectores filtrando información y descargando sobre el atrabiliario dictador antillano toda la culpa, toda la responsabilidad, la autoría total de aquel secuestro y desaparición del exiliado vasco y de la muerte del piloto norteamericano que transportó al plagiado a la República Dominicana, Gerald L. Murphy.

LA RAZÓN OCULTA DE LA ELIMINACIÓN DE GALÍNDEZ

  ¿Y por qué estaban empecinados la CIA y el Departamento de Estado y en especial sus cabezas, los hermanos Allan y John Foster Dulles en promover el descrédito y la acusación del gobierno dominicano en la responsabilidad de ambos hechos? ¿Por qué filtraban información de mucha precisión y credibilidad sobre el operativo? ¿Qué perseguían con incriminar y poner en la picota pública a un gobierno hasta entonces amigo y aliado de los norteamericanos?
Simple, los hermanos Dulles y las instituciones que encabezaban promovieron y alimentaron el escándalo para disimular una monstruosa y estremecedora verdad: que fueron los servicios de inteligencia norteamericanos, con la autorización del Departamento de Estado y en función de los intereses estratégicos norteamericanos, los que decidieron, planificaron y ejecutaron el secuestro del escritor y exiliado español Jesús de Galíndez, representante oficial del Gobierno Vasco en el Exilio ante la ONU, y lo entregaron al tirano Rafael L. Trujillo en Montecristi para que dispusiera de su vida, y fueron también los que por igual indujeron a Trujillo a eliminar al piloto norteamericano Gerald L. Murphy.
  El secuestro de Jesús de Galíndez en las calles de New York y su traslado a la República Dominicana drogado en una  avioneta piloteada por Gerald L. Murphy y la desaparición y muerte posterior del piloto en tierra dominicana fueron acciones inducidas y favorecidas por la CIA, que ejecutó la primera y promovió la segunda, y que contaron con la anuncia del cabeza de la diplomacia norteamericana, John Foster Dulles.
  ¿Qué razón tenían para ello? Galíndez tenía en sus manos suficientes elementos para enturbiar y echar para atrás la laboriosa tarea comenzada en 1948 por los norteamericanos para reestablecer relaciones con la España franquista y obtener el permiso del dictador español, general Francisco Franco, vencedor de la sangrienta guerra civil que enlutó a España en los años 1936 a 1939, para instalar bases militares en España dentro de una política de “contención” del expansionismo soviético en Europa, la llamada Doctrina Truman.
  La actividad diplomática de Galíndez, sus cabildeos exitosos entre los representantes acreditados en la ONU por sus respectivos gobiernos para mantener el veto a España, que obstaculizaba y afectaba las intentonas norteamericanas para eliminar el veto a la reincorporación de España a la ONU eran una incómoda realidad que frustró en más de una ocasión los propósitos norteamericanos. Y en su objetivo de sabotear el naciente arreglo diplomático y los acuerdos resultantes entre Franco y Eisenhower, Galíndez podía revelar información sensible que podían dar a traste con todo lo que habían alcanzado los norteamericanos hasta entonces.

¿QUIÉN ERA GALÍNDEZ?

  Galíndez no era un cualquiera.
  Había colaborado con  los servicios de inteligencia norteamericanos en República Dominicana cumpliendo acuerdos entre el Partido Nacionalista Vasco, PNV, y el gobierno norteamericano, para informar sobre la infiltración comunista en el país por exiliados republicanos afines al Partido Comunista Español, PCE, o a la ideología estalinista. Por igual para informar sobre el gobierno dominicano y las actividades de partidarios y agentes de las potencias del Eje en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, pues no era un secreto las simpatías de Trujillo por Hitler y Mussolini, así como las de varios de sus ministros.
  Cuando en 1946 abandonó la República Dominicana para irse a residir a los Estados Unidos los vínculos con el Buró Federal de Investigaciones, FBI, y con la naciente Central de Inteligencia, la CIA, prosiguió con la esperanza de que los norteamericanos facilitaran la  caída de Franco y hubiese un espacio para la independencia vasca.
  La relación de Galíndez con la CIA, aprobada por el Lekendari Aguirre, cabeza del llamado Gobierno Vasco en el Exilio, era del total desconocimiento del otro empleador de Galíndez, el FBI y su director, Edgar J. Hoover.
  Entrevistado en París, Francia, en donde tenía su sede el Gobierno Vasco en el Exilio, el Lekendari Aguirre le admitió a un representante del abogado Morris L. Ernst que lo entrevistó como parte de las indagatorias que realizó para la oficina de Barron e indirectamente para el gobierno dominicano de entonces, que “tanto él como Galíndez habían prestado valiosos servicios al gobierno de los Estados Unidos en muchas ocasiones” (6)
  Por medio de Galíndez la CIA proporcionó fondos que sirvieron para financiar la resistencia vasca en la España franquista de post guerra.
  Galíndez  rechazaba con vehemencia el cambio de política exterior norteamericano, posterior a 1948;  su acercamiento acelerado a Franco y su olvido de los compromisos contraídos con los vascos para el derrocamiento de la dictadura franquista. John Foster Dulles y su hermano temían que Galíndez podía reaccionar altamente despechado por el giro de los acontecimientos y echar todos aquellos años de paciente esfuerzo diplomático por la borda al revelar la complicidad de la CIA y el Departamento de Estado norteamericano en la financiación y apoyo a las actividades de resistencia y de guerra que unidades rebeldes vascas y activistas vascos realizaban en España enfrentando al gobierno de Franco,  como parte de lo que se llamó  el movimiento maquis de resistencia al franquismo y que se sostuvo hasta comienzos de los años ´50.
  Tras la derrota del Eje y sobre todo en los años ´50, ni Galíndez ni los vascos eran útiles, abandonada la línea de confrontación y derrocamiento de Franco que imperó en los años ´40 en los Estados Unidos; pero en el caso de Galíndez el asunto era más grave: él podía echar por tierra todos los años de laboriosas negociaciones para desmontar suspicacia y el rechazo del lado español y construir una alianza.
Dentro de las fuerzas militares españolas que apoyaron a Franco los norteamericanos no eran bien vistos:  Franco y sus hombres habían sido un pasivos aliados de las potencias del Eje: Alemania, Italia y Japón, y en algunos casos,  como el de la Brigada Azul española, comprometidos y activos, y fue un beneficiario durante la guerra civil española de la ayuda de Hitler y Mussolini, sin las que difícilmente hubiese salido victorioso. Los norteamericanos habían sido los enemigos de sus amigos. Peor aún, los norteamericanos habían promovido de manera pública el cerco diplomático y la exclusión de España y su gobierno de la ONU y lo habían tratado como un perro sarnoso.
  Si ahora que las aguas iban calmándose y Franco se mostraba abierto a conversar y negociar,  Galíndez irrumpía con pruebas documentales y testimonios que probaban la complicidad norteamericana en la financiación de la resistencia vasca en la España de post guerra, aquello podía devolver al inicio o, peor aún, destruir por años cualquier avenencia y acuerdo entre el gobierno franquista, que no mostraba mayor interés en establecer un acuerdo con los norteamericanos, y el gobierno estadounidense.
Galíndez era un peligro, y no un peligro menor. Podía echar por tierra las pretensiones norteamericanas.
  Se había convertido en una amenaza.
  Esa, y no otra, fue la razón por la que Allan y John Foster Dulles, director de la CIA el primero y Secretario de Estado el segundo, maquinaron el plan para salir de Galíndez instrumentalizando al engolado y dado al crimen tirano que era el señor de horca y cuchillo en la República Dominicana.

LA CONSPIRACIÓN DE LA DESINFORMACIÓN

  El plan tenía que no sólo permitir la eliminación física de Galíndez sino por igual encubrir y hacer desaparecer cualquier vinculación norteamericana a aquel caso, descargando toda la culpa y la responsabilidad en la sanguinaria tiranía de su viejo aliado Rafael L. Trujillo, tan dado a los crímenes políticos en el exterior.
  Para ello se urdió una trama y se la ejecutó con maestría y celo, contando con un equipo especial para tareas sucias que actuó como subcontratista de la CIA. Ese equipo provocaría al tirano dominicano, le ofrecería en bandeja de plata la cabeza de Galíndez, ejecutaría el secuestro y el traslado de la víctima a territorio dominicano y luego la CIA y el Departamento de Estado se encargarían de filtrar información que colocara los reflectores de la prensa sobre el gobierno dominicano y su hombre fuerte, Trujillo, culpándolo del secuestro, traslado y muerte del exiliado vasco.
  Esa era la realidad que se vivía tras el secuestro el 12 de marzo del 1956 de Jesús de Galíndez, cuando volvió a su hogar tras impartir docencia en la Universidad de Columbia, New York.
La explicitación, hasta donde es posible lograrlo en medio del ocultamiento sistemático del gobierno norteamericano de esta acción que mancha su imagen y la destrucción por instrucción del entonces presidente de la República Dominicana, Dr. Joaquín Balaguer, en 1961 del archivo dominicano relativo al secuestro y desaparición de Jesús de Galíndez, delito del que era cómplice por encubrimiento, de la responsabilidad de la CIA y el Departamento de Estado norteamericano, y en particular de sus cabezas, los hermanos Allen y John Foster Dulles en las muertes de Jesús de Galíndez, Gerald L. Murphy y las muertes que estos crímenes desencadenaron, es el propósito de este artículo que conmemora el 60 aniversario del secuestro y muerte de Jesús de Galíndez y del piloto Gerald Lester Murphy, al igual que los de otros implicados o testigos accidentales, tanto norteamericanos como dominicanos y de otras nacionalidades.
  En la cita con que damos inicio a esta artículo, y sin que tuviera idea de la certeza de su juicio, porque una de las “razones” que se ventilaron de la desaparición de Galíndez era que este se había fugado con US$500,000.00 dólares (y el mismo abogado Ernst lo acusa de haber “timado” al Estado dominicano con $10,000.00 pesos dominicanos, que según Morris L. Ernst fue la razón de que Galíndez abandonara la República Dominicana como si alguien pudiera salir del país sin el conocimiento y permiso del dictador), el astuto abogado newyorkino sin saber da en la diana: la “fuente de ingresos distinta de los vascos” que se convierte en una “razón relativa de su desaparición”.
  Esa “fuente distinta de ingresos” eran precisamente la CIA y el Departamento de Estado que proporcionaban fondos para la resistencia vasca, dentro de los acuerdos establecidos entre el Gobierno Vasco en el Exilio y el gobierno norteamericano.
  Galíndez manejaba, como representante y delegado del Gobierno Vasco en el Exilio esos fondos. Sabía su procedencia. Y su destino.
Era una información explosiva.
Lo suficiente como para que urgiera eliminarlo sin dejar rastro sobre los reales responsables por su plagio y entrega al tirano dominicano.
En ese mismo documento del abogado Morris L. Ernest este escribe, con esa perspicacia propia de los abogados rejugados: “Esos fondos no depositados pueden tener una estrecha relación con la pregunta que hemos formulado anteriormente: ¿recibía Galíndez dinero no solamente de los vascos sino también, y tal vez en su mayor parte, de otras fuentes?” (7)
  Morris L. Ernst no podía sospecharlo entonces, pero su olfato le había puesto sobre la pista del crimen: la fuente mayor de financiamiento, la CIA y el Departamento de Estado, implicados hasta los tuétanos en suplir fondos para la resistencia vasca al interior de la España franquista, dentro de los acuerdos hechos con el Gobierno Vasco en el Exilio que le permitió a la CIA contar con los grupos y agentes vascos dentro y sobre todo fuera de España, quería eliminar una posible piedra de escándalo en momentos en que la avenencia, reconciliación y acuerdos con Franco y su gobierno eran del mayor interés de la política exterior norteamericana.
  Un hombre podía destruir esos propósitos al hacer pública, con pruebas documentales,  la financiación norteamericana a la resistencia vasca dentro de la España franquista: Jesús de Galíndez. Él había recibido los fondos y los había distribuido. Él había hecho acuerdos, en nombre del Gobierno Vasco en el Exilio,  con los norteamericanos. Él se reunía con funcionarios del Departamento de Estado, la CIA y el FBI. Él llevaba escrupulosos registros y en su meticulosidad podía ofrecer datos escandalosos.
De él, que ya no era necesario sino un peligro inmanejable, había que salir. Y había que cubrir las huellas y despistar para inculpar a otro y colocar sobre el otro los faros alarmados de la prensa. Y eso fue lo que la CIA y el Departamento de Estado, encabezados respectivamente por los hermanos Allan y John Foster Dulles hicieron que sucediera.


UNA MADEJA DE MENTIRAS, VERSIONES Y DIVERSIONES

  La amplísima cantidad de versiones (una de las técnicas de la desinformación es hacer correr distintas versiones contradictorias sobre un mismo hecho, porque la mente tiende entonces a reaccionar abrumada y descartarlas todas), acerca de la razón por la que Trujillo supuestamente ordenó el secuestro y traída al país de Jesús de Galíndez ya de por si debe movernos a sospecha.
Son todas versiones de oída, anécdotas sin soporte documental, cuentos adobados al gusto, que insisten en la decisión impulsiva, temperamental, sin medir consecuencias, que supuestamente Trujillo tomó incómodo porque Galíndez escribió en su tesis lo que todo el mundo sabía de más: que Ramfis, su primogénito varón, había sido concebido fuera de matrimonio, mientras él estaba casado con Bienvenida Ricardo.
Y todas convenientemente diseminadas por la CIA y sus mecanismos de divulgación, los mockingbirds y colaboradores gratuitos, para encubrir el hecho de que fue la CIA la que planificó, organizó y puso en ejecución un plan de provocación para inducir a Trujillo a autorizar el secuestro y traslado a República Dominicana de Galíndez, y como Trujillo no reaccionaba fue la CIA a través de su agente, John Joseph Frank, quien le propuso a Trujillo secuestrar y entregarle a Galíndez, sin que Trujillo supiera que Frank era parte de una telaraña conspirativa en perjuicio del propio Trujillo y parte de un plan de la CIA y el Departamento de Estado, encabezadas ambas instituciones por los hermanos Dulles, para deshacerse de un incómodo y peligroso colaborador convertido en amenaza a los intereses norteamericanos.
  Demos un vistazo a las versiones más socorridas.
Así, un autor como Robert D. Crassweller, en su libro “Trujillo, la Trágica Aventura del Poder Personal” cae en la socorrida versión de que la tesis que Galíndez escribía fue el origen de su secuestro (tesis, por cierto, que nadie conocía, salvo las copias que Galíndez proporcionaba con fines de censura previa al FBI y a la CIA), y hace una afirmación falsa: “Dados su hábitos bohemios, su desaparición el 12 de marzo pasó varios días desapercibidas” (8), pasando por alto dos hechos: 1. Que Galíndez era hombre de vida sobria, reservada, disciplinada, nada bohemia ni disipada (se le tenía incluso por “tacaño”), y 2. Que los varios días que se ocultó su desaparición fue una acción de un “periodista” indudablemente vinculado a los mockingbirds de la CIA, Stanley Ross, director del El Diario de New York, periódico para la comunidad hispana en el cual Galíndez publicaba sus artículos, quien ocultó la desaparición el tiempo suficiente como para que la CIA limpiara escrupulosamente el apartamento de Galíndez e incautara importantes documentos y “sembrara” otros.
Algunos autores, como el ex oficial del Servicio de Inteligencia Militar, SIM, Víctor Alicinio Peña Rivera, en su libro “Trujillo, Historia Oculta de un Dictador” se descanta por la fábula de que a Ramfis Trujillo, el hijo mayor del tirano, le “llevaron” un ejemplar de una revista Bohemia, editada en Cuba, con un artículo de Galíndez en que este informaba de que Ramfis había sido concebido en adulterio, mientras tanto su madre como su padre estaban casados con otras parejas y que Ramfis, enojado, increspó a Trujillo que, enervado por el mal rato, chilló que él, Trujillo, quería a Galíndez en el país. (9)
Y unos, como Euclides Gutiérrez Féliz, en su libro “Trujillo, Monarca sin Corona” más recurren a la delación hecha por Minerva Bernardino de la tesis que Galíndez preparaba, quien informó a Trujillo que Galíndez venía con una tesis crítica contra el régimen. Gutiérrez declara que Ramfis, el hijo mayor del tirano, ordenó “conseguir una copia del libro de Galíndez antes de que éste fuera publicado. A mediados de año o principios de agosto (de 1955, AJ), una copia llegó a manos del hijo de Trujillo”  (10)
  Y no falta quien, como Fernando Infante, comparta una supuesta imputación de Balaguer al presbítero Oscar Robles Toledano, ambos colocados en la mira del FBI por tener que ver con el caso Galíndez. Infante narra que recibió por vía de Rafael Vidal Martínez, el hijo de uno de los artífices del trujillismo, Rafael, Fello, Vidal, una anécdota que le contó su padre sobre una supuesta conversación de Balaguer, entonces secretario de Estado de la Presidencia, en un acto del Instituto Trujilloniano.
  Sin sospechar sobre la alta improbabilidad de que tal conversación de un tema tan sensible aconteciera en un lugar público, rodeados ambos de otros funcionarios trujillistas de oído atento y lengua presta a la infidencia,  en medio de una cultura de delación, servilismo y chismes que buscaban congraciarse con Trujillo y hacer caer en desgracia a otros, para acceder al puesto.
 En la conversación que Infante divulga   implícitamente los dos funcionarios trujillistas admitían la responsabilidad del régimen en el plagio y muerte de Galíndez, algo que públicamente el régimen de Trujillo, y Balaguer como parte del tinglado de desinformación y encubrimiento,  que afanaba en desmentir.
  Infante reproduce en sus dos biografías de Trujillo la anécdota venenosa (pues sabe de la animosidad de Balaguer contra Robles Toledano, cercano a otro enemigo de Balaguer, Rafael, Fello, Bonnelly): “Vidal le comentó a Balaguer sobre lo de Galíndez, lo que él (Vidal, AJ) consideraba como un absurdo, sobre todo porque el gobierno se encontraba en uno de sus peores momentos dentro del ámbito internacional.
Balaguer le respondió a Vidal que tenía razón en su apreciación y que a él también le pareció algo descabellado pero que todo lo había originado el Cónsul en Nueva York, Robles Toledano y por tanto de éste era la culpa del escándalo por haber informado a Trujillo que Jesús de Galíndez publicaría un libro que se inmiscuía en su vida privada” (11)
  Sólo que en 1956 no era verdad que la dictadura trujillista atravesara por ningún “peor momento” dentro del ámbito internacional. Por el contrario. Y la posibilidad de tal conversación en medio del ambiente de doblez y traición propios de la tiranía, con la admisión de la responsabilidad del secuestro por parte nada menos que del secretario de Estado de la Presidencia de entonces, resulta fantasiosa.

UNA VERSIÓN NADA CÁNDIDA DEL SECUESTRO

  Durante 60 años la fábula parcial de que “agentes trujillistas” habían secuestrado en las calles de New York al exiliado vasco Jesús de Galíndez y lo habían trasladado subrepticiamente a República Dominicana donde Trujillo lo había torturado personalmente y luego lo había hecho desaparecer, promovida por la CIA a través de la revista Life , el New York Times y otros medios de prensa norteamericanos, a los que filtraron información, fue la verdad oficial.
  Y como siempre, la verdad oficial siempre encubre la otra, la verdad real, la no conveniente, la incómoda.
  Es tiempo de que esa otra verdad, incompleta, con remiendos debido al ocultamiento de documentos, molesta y desafiante de mitos y mentiras, empiece a emerger.
  Esta es una aportación a que la historia real desbroce el fárrago de mentiras que nos embuten y con la que nos engañan.
  Es lo mínimo que podemos hacer, no por Galíndez, no por Murphy, sino por nosotros mismos.
  Evaluemos con actitud crítica, pero abierta, los datos, indicios e hipótesis que expongo a la consideración del público en este 60 aniversario del secuestro y muerte de Jesús de Galíndez.




NOTAS:

1.         Cándido Gerón:  “Informe y documentos del caso de Jesús de Galíndez”, Editora Corripio, 2008. 1ra. Edición,  Rep. Dominicana, Pág. 151

2.         Cándido Gerón: obra citada, Pág. 31

3.         Cándido Gerón: obra citada, Pág. 29

4.         Lauro Capdevila: “La Dictadura de Trujillo”, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 2000, 1ra. Edición en español. Pág. 291

5.          Carl Bernstein: “The CIA and the Media” Rolling Stones magazine, 20 de octubre de 1977.


6.         Cándido Gerón: obra citada, Pág. 147

7.         Cándido Gerón: obra citada, Pág. 152

8.         Robert D. Crassweller: “Trujillo, la Trágica Aventura del Poder Personal”, Pág. 323

9.          Víctor A. Peña Rivera: “Trujillo, Historia Oculta de un Dictador”, Publicaciones América, 1996, 3ra. Edición, Rep. Dominicana, Págs. 163-186

10.         Euclides Gutiérrez Féliz: “Trujillo, Monarca sin Corona”, cuarta edición, 2009, República Dominicana, Pág. 431


11.          Fernando Infante: “Biografía de Trujillo”, editorial Letra Gráfica, 2009, Rep. Dominicana, Págs. 147-148 y Fernando Infante: “Trujillo: Aproximación al Hombre y su Tiempo”, Editorial Letra Gráfica, 2002, República Dominicana, Pág. 154

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