¿QUIÉNES SECUESTRARON A JESÚS DE GALÍNDEZ Y POR QUÉ?
Por Aquiles Julián
“No obstante, sugerimos que un examen completo de las declaraciones
juramentadas
en las que Galíndez enumera los recibos, y su comparación
con
las cuentas de los bancos de Nueva York, revelaría una fuenta de
ingresos
distinta de los vascos y una razón relativa a su desaparición.
Disponemos
de información fidedigna de que el propio Galíndez hacía
distinciones
en sus libros de cuentas entre rubros de recibos de menor
cuantía,
de procedencia posiblemente vasca, y las enormes sumas recu-
rrentes,
de las cuales se requiere una explicación si se quiere resolver el
Misterio
de Galíndez”.
Morris L. Ernst
Informe al gobierno de la República
Dominicana (1)
El 16 de julio de 1957, en nombre del gobierno de la República
Dominicano, su cliente, formalmente presidido por Héctor Bienvenido Trujillo
Molina, alias Negro, pero en realidad
dominado y controlado por su hermano, Rafael Leonidas Trujillo Molina, el señor
Sydney S. Baron, quien presidía la firma de relaciones públicas Sydney S. Baron
and Co., Inc., contrató los servicios del reconocido abogado Morris L. Ernst.
La firma de Baron, quien fuera director de publicidad de la maquinaria
política del Partido Demócrata en New York, conocida como Tammany Hall, y que años después aceptaría como cliente al gobierno
racista de Sudáfrica y se declararía agente registrado del mismo ante el
gobierno de los Estados Unidos, pidió al señor Ernst que encabezara a un grupo
de abogados e investigadores que “probaran”
ante la prensa norteamericana la total desvinculación del gobierno de la
República Dominicana y su hombre fuerte, Trujillo, en la desaparición del
escritor y representante diplomático del Gobierno Vasco en el Exilio ante la
ONU, Jesús María Galíndez Suárez, de quien desde el 12 de marzo de 1956 no se
tenían noticias.
¿QUIÉN
ERA MORRIS L. ERNST?
Morris L. Ernst era entonces un prestigiosísimo abogado liberal
newyorkino en nada sospechoso de simpatías con el pintoresco dictador
dominicano y su régimen. La fama de Ernst, nacido en Alabama de padre checo y
madre alemana inmigrantes, derivaba de su implicación en la fundación de la Unión Americana de Libertades Civiles,
ACLU, de la que fue consejero general desde 1929 a 1959 y de la que también fue
vicepresidente de la junta directiva en 1955.
En 1933, Ernst, como abogado de Random
House, defendió en los tribunales la
novela de James Joyce, Ulises,
imputada de obscenidad, logrando la autorización para su publicación y difusión en los Estados Unidos y también fue
quien escribió el prólogo de esa edición.
Ernst era un público partidario
del director del FBI, J. Edgar Hoover, y sostuvo una relación estrecha con los
presidentes Franklin Delano Roosevelt y Harry Truman. En 1946 el entonces
presidente Truman lo nombró miembro de la Comisión Presidencial sobre los
Derechos Civiles.
La tarea de Morris L. Ernst,
quien subcontrató como asociado y coasesor a William H. Munson, ex
magistrado que durante 21 años había
sido Fiscal del Contado de Orleans, New York, y posteriormente también se
desempeñó como magistrado de la Corte Suprema del Estado de New York, era revisar “ a la luz de la ley, los hechos que se relacionan con algunas
afirmaciones publicadas por vía de la prensa, la radio y la televisión, en las
que se implica que el gobierno de la República Dominicana o funcionarios de
dicho gobierno podrían ser responsables por la desaparición el 12 de marzo de
1956 de Jesús de Galíndez” (2)
La selección de Morris L. Ernst
no fue accidental. Poseía un claro prestigio en el sector liberal de la
política norteamericana, credibilidad frente a la prensa y la opinión pública
como un profesional no proclive a la tiranía de Trujillo y era alguien de fiar
para el excéptico y suspicaz director del FBI, Hoover.
El entonces embajador dominicano
ante el gobierno de los Estados Unidos, Manuel de Moya, informó que: “Mi gobierno ha renunciado a todo poder de
censura para la publicación de los resultados de la investigación, sean estos
resultados favorables o desfavorables para la República Dominicana”. (3)
LO QUE
TRUJILLO NUNCA SUPO
La contratación del reconocido abogado fue uno de tantos esfuerzos
realizado por el aparato de propaganda e imagen de la tiranía dominicana para
aplacar el escándalo que contra la tiranía fomentaban, sin que el mismo
Trujillo cayera en cuenta, el Departamento de Estado del gobierno
norteamericano, encabezado a la sazón por John Foster Dulles, y la Agencia
Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) dirigida por el hermano
del Secretario de Estado de entonces, Allen Welsh Dulles.
Ambos hermanos habían filtrado
convenientemente a la prensa, comenzando por la prestigiosa revista “Life”, pormenores del secuestro por
“agentes a sueldo del gobierno dominicano” del exiliado vasco y delegado del
Gobierno Vasco en el Exilio ante la Organización de las Naciones Unidas, ONU,
Jesús de Galíndez y por igual del asesinato del piloto norteamericano Gerald
Lester Murphy, empleado de la Compañía Dominicana de Aviación, CDA, a quien se
señalaba como la persona que había transportado a Galíndez, plagiado en New
York, a la República Dominicana en un vuelo clandestino.
La prensa norteamericana se
alborotó en contra del ridículo y ensorbecido dictador dominicano
y sus maneras engoladas. Armó un
escándalo porque “agentes del dictador
dominicano” no sólo habían cometido un secuestro en plena calle newyorkina
contra un diplomático con presencia ante la ONU y personalidad pública, sino
que había llegado al extremo de asesinar a un nacional norteamericano que
trabajaba para la línea aérea dominicana.
Como señala el francés Lauro Capdevila en su libro “La Dictadura de Trujillo”: “…durante
todo el año 1957, los periódicos norteamericanos, Life, el New York Times, Look y Harper´s
trazan un retrato pavoroso del régimen” (4) Muchos de estos medios, en
particular la revista Life y el New York Times, se conoce que participaron
de la Operación Mockingbird para
condicionar a la opinión pública según los intereses de la CIA (5)
La presión de la prensa, que se
sumó a la del congresista por Oregon, Charles
Porter, para que se esclareciera
el secuestro de Galíndez y la suerte corrida por Murphy era enorme sobre el
gobierno del general Dwigh Eisenhower, Ike.
Y esa presión y ese escándalo
eran alimentados por la CIA y el Departamento de Estado, quienes manejaban
tras bastidores los reflectores
filtrando información y descargando sobre el atrabiliario dictador antillano
toda la culpa, toda la responsabilidad, la autoría total de aquel secuestro y
desaparición del exiliado vasco y de la muerte del piloto norteamericano que
transportó al plagiado a la República Dominicana, Gerald L. Murphy.
LA
RAZÓN OCULTA DE LA ELIMINACIÓN DE GALÍNDEZ
¿Y por qué estaban empecinados
la CIA y el Departamento de Estado y en especial sus cabezas, los hermanos
Allan y John Foster Dulles en promover el descrédito y la acusación del
gobierno dominicano en la responsabilidad de ambos hechos? ¿Por qué filtraban
información de mucha precisión y credibilidad sobre el operativo? ¿Qué
perseguían con incriminar y poner en la picota pública a un gobierno hasta
entonces amigo y aliado de los norteamericanos?
Simple, los hermanos Dulles y las instituciones que encabezaban
promovieron y alimentaron el escándalo para disimular una monstruosa y
estremecedora verdad: que fueron los servicios de inteligencia norteamericanos,
con la autorización del Departamento de Estado y en función de los intereses
estratégicos norteamericanos, los que decidieron, planificaron y ejecutaron el
secuestro del escritor y exiliado español Jesús de Galíndez, representante
oficial del Gobierno Vasco en el Exilio ante la ONU, y lo entregaron al tirano
Rafael L. Trujillo en Montecristi para que dispusiera de su vida, y fueron
también los que por igual indujeron a Trujillo a eliminar al piloto
norteamericano Gerald L. Murphy.
El secuestro de Jesús de
Galíndez en las calles de New York y su traslado a la República Dominicana
drogado en una avioneta piloteada por
Gerald L. Murphy y la desaparición y muerte posterior del piloto en tierra
dominicana fueron acciones inducidas y favorecidas por la CIA, que ejecutó la
primera y promovió la segunda, y que contaron con la anuncia del cabeza de la
diplomacia norteamericana, John Foster Dulles.
¿Qué razón tenían para ello?
Galíndez tenía en sus manos suficientes elementos para enturbiar y echar para
atrás la laboriosa tarea comenzada en 1948 por los norteamericanos para
reestablecer relaciones con la España franquista y obtener el permiso del
dictador español, general Francisco Franco, vencedor de la sangrienta guerra
civil que enlutó a España en los años 1936 a 1939, para instalar bases
militares en España dentro de una política de “contención” del expansionismo
soviético en Europa, la llamada Doctrina Truman.
La actividad diplomática de
Galíndez, sus cabildeos exitosos entre los representantes acreditados en la ONU
por sus respectivos gobiernos para mantener el veto a España, que obstaculizaba
y afectaba las intentonas norteamericanas para eliminar el veto a la
reincorporación de España a la ONU eran una incómoda realidad que frustró en
más de una ocasión los propósitos norteamericanos. Y en su objetivo de sabotear
el naciente arreglo diplomático y los acuerdos resultantes entre Franco y
Eisenhower, Galíndez podía revelar información sensible que podían dar a traste
con todo lo que habían alcanzado los norteamericanos hasta entonces.
¿QUIÉN
ERA GALÍNDEZ?
Galíndez no era un cualquiera.
Había colaborado con los servicios de inteligencia norteamericanos
en República Dominicana cumpliendo acuerdos entre el Partido Nacionalista
Vasco, PNV, y el gobierno norteamericano, para informar sobre la infiltración
comunista en el país por exiliados republicanos afines al Partido Comunista
Español, PCE, o a la ideología estalinista. Por igual para informar sobre el
gobierno dominicano y las actividades de partidarios y agentes de las potencias
del Eje en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, pues no era un secreto las
simpatías de Trujillo por Hitler y Mussolini, así como las de varios de sus
ministros.
Cuando en 1946 abandonó la
República Dominicana para irse a residir a los Estados Unidos los vínculos con
el Buró Federal de Investigaciones, FBI, y con la naciente Central de
Inteligencia, la CIA, prosiguió con la esperanza de que los norteamericanos
facilitaran la caída de Franco y hubiese
un espacio para la independencia vasca.
La relación de Galíndez con la
CIA, aprobada por el Lekendari Aguirre, cabeza del llamado Gobierno Vasco en el
Exilio, era del total desconocimiento del otro empleador de Galíndez, el FBI y
su director, Edgar J. Hoover.
Entrevistado en París, Francia,
en donde tenía su sede el Gobierno Vasco en el Exilio, el Lekendari Aguirre le
admitió a un representante del abogado Morris L. Ernst que lo entrevistó como
parte de las indagatorias que realizó para la oficina de Barron e
indirectamente para el gobierno dominicano de entonces, que “tanto él como Galíndez habían prestado
valiosos servicios al gobierno de los Estados Unidos en muchas ocasiones” (6)
Por medio de Galíndez la CIA
proporcionó fondos que sirvieron para financiar la resistencia vasca en la
España franquista de post guerra.
Galíndez rechazaba con vehemencia el cambio de política
exterior norteamericano, posterior a 1948; su acercamiento acelerado a Franco y su olvido
de los compromisos contraídos con los vascos para el derrocamiento de la
dictadura franquista. John Foster Dulles y su hermano temían que Galíndez podía
reaccionar altamente despechado por el giro de los acontecimientos y echar
todos aquellos años de paciente esfuerzo diplomático por la borda al revelar la
complicidad de la CIA y el Departamento de Estado norteamericano en la
financiación y apoyo a las actividades de resistencia y de guerra que unidades
rebeldes vascas y activistas vascos realizaban en España enfrentando al gobierno
de Franco, como parte de lo que se
llamó el movimiento maquis de
resistencia al franquismo y que se sostuvo hasta comienzos de los años ´50.
Tras la derrota del Eje y sobre
todo en los años ´50, ni Galíndez ni los vascos eran útiles, abandonada la
línea de confrontación y derrocamiento de Franco que imperó en los años ´40 en
los Estados Unidos; pero en el caso de Galíndez el asunto era más grave: él
podía echar por tierra todos los años de laboriosas negociaciones para desmontar
suspicacia y el rechazo del lado español y construir una alianza.
Dentro de las fuerzas militares españolas que apoyaron a Franco los
norteamericanos no eran bien vistos: Franco y sus hombres habían sido un pasivos
aliados de las potencias del Eje: Alemania, Italia y Japón, y en algunos
casos, como el de la Brigada Azul española, comprometidos y
activos, y fue un beneficiario durante la guerra civil española de la ayuda de
Hitler y Mussolini, sin las que difícilmente hubiese salido victorioso. Los
norteamericanos habían sido los enemigos de sus amigos. Peor aún, los
norteamericanos habían promovido de manera pública el cerco diplomático y la
exclusión de España y su gobierno de la ONU y lo habían tratado como un perro
sarnoso.
Si ahora que las aguas iban
calmándose y Franco se mostraba abierto a conversar y negociar, Galíndez irrumpía con pruebas documentales y
testimonios que probaban la complicidad norteamericana en la financiación de la
resistencia vasca en la España de post guerra, aquello podía devolver al inicio
o, peor aún, destruir por años cualquier avenencia y acuerdo entre el gobierno
franquista, que no mostraba mayor interés en establecer un acuerdo con los
norteamericanos, y el gobierno estadounidense.
Galíndez era un peligro, y no un peligro menor. Podía echar por tierra
las pretensiones norteamericanas.
Se había convertido en una
amenaza.
Esa, y no otra, fue la razón por
la que Allan y John Foster Dulles, director de la CIA el primero y Secretario
de Estado el segundo, maquinaron el plan para salir de Galíndez
instrumentalizando al engolado y dado al crimen tirano que era el señor de
horca y cuchillo en la República Dominicana.
LA
CONSPIRACIÓN DE LA DESINFORMACIÓN
El plan tenía que no sólo
permitir la eliminación física de Galíndez sino por igual encubrir y hacer
desaparecer cualquier vinculación norteamericana a aquel caso, descargando toda
la culpa y la responsabilidad en la sanguinaria tiranía de su viejo aliado
Rafael L. Trujillo, tan dado a los crímenes políticos en el exterior.
Para ello se urdió una trama y
se la ejecutó con maestría y celo, contando con un equipo especial para tareas
sucias que actuó como subcontratista de la CIA. Ese equipo provocaría al tirano
dominicano, le ofrecería en bandeja de plata la cabeza de Galíndez, ejecutaría
el secuestro y el traslado de la víctima a territorio dominicano y luego la CIA
y el Departamento de Estado se encargarían de filtrar información que colocara
los reflectores de la prensa sobre el gobierno dominicano y su hombre fuerte,
Trujillo, culpándolo del secuestro, traslado y muerte del exiliado vasco.
Esa era la realidad que se vivía
tras el secuestro el 12 de marzo del 1956 de Jesús de Galíndez, cuando volvió a
su hogar tras impartir docencia en la Universidad de Columbia, New York.
La explicitación, hasta donde es posible lograrlo en medio del
ocultamiento sistemático del gobierno norteamericano de esta acción que mancha
su imagen y la destrucción por instrucción del entonces presidente de la
República Dominicana, Dr. Joaquín Balaguer, en 1961 del archivo dominicano
relativo al secuestro y desaparición de Jesús de Galíndez, delito del que era
cómplice por encubrimiento, de la responsabilidad de la CIA y el Departamento
de Estado norteamericano, y en particular de sus cabezas, los hermanos Allen y
John Foster Dulles en las muertes de Jesús de Galíndez, Gerald L. Murphy y las
muertes que estos crímenes desencadenaron, es el propósito de este artículo que
conmemora el 60 aniversario del secuestro y muerte de Jesús de Galíndez y del
piloto Gerald Lester Murphy, al igual que los de otros implicados o testigos
accidentales, tanto norteamericanos como dominicanos y de otras nacionalidades.
En la cita con que damos inicio
a esta artículo, y sin que tuviera idea de la certeza de su juicio, porque una
de las “razones” que se ventilaron de la desaparición de Galíndez era que este
se había fugado con US$500,000.00 dólares (y el mismo abogado Ernst lo acusa de
haber “timado” al Estado dominicano con $10,000.00 pesos dominicanos, que según
Morris L. Ernst fue la razón de que Galíndez abandonara la República Dominicana
como si alguien pudiera salir del país sin el conocimiento y permiso del
dictador), el astuto abogado newyorkino sin saber da en la diana: la “fuente de ingresos distinta de los vascos” que
se convierte en una “razón relativa de su
desaparición”.
Esa “fuente distinta de
ingresos” eran precisamente la CIA y el Departamento de Estado que
proporcionaban fondos para la resistencia vasca, dentro de los acuerdos
establecidos entre el Gobierno Vasco en el Exilio y el gobierno norteamericano.
Galíndez manejaba, como
representante y delegado del Gobierno Vasco en el Exilio esos fondos. Sabía su
procedencia. Y su destino.
Era una información explosiva.
Lo suficiente como para que urgiera eliminarlo sin dejar rastro sobre
los reales responsables por su plagio y entrega al tirano dominicano.
En ese mismo documento del abogado Morris L. Ernest este escribe, con
esa perspicacia propia de los abogados rejugados: “Esos fondos no depositados pueden tener una estrecha relación con la
pregunta que hemos formulado anteriormente: ¿recibía Galíndez dinero no
solamente de los vascos sino también, y tal vez en su mayor parte, de otras
fuentes?” (7)
Morris L. Ernst no podía
sospecharlo entonces, pero su olfato le había puesto sobre la pista del crimen:
la fuente mayor de financiamiento, la CIA y el Departamento de Estado,
implicados hasta los tuétanos en suplir fondos para la resistencia vasca al
interior de la España franquista, dentro de los acuerdos hechos con el Gobierno
Vasco en el Exilio que le permitió a la CIA contar con los grupos y agentes
vascos dentro y sobre todo fuera de España, quería eliminar una posible piedra
de escándalo en momentos en que la avenencia, reconciliación y acuerdos con
Franco y su gobierno eran del mayor interés de la política exterior
norteamericana.
Un hombre podía destruir esos
propósitos al hacer pública, con pruebas documentales, la financiación norteamericana a la
resistencia vasca dentro de la España franquista: Jesús de Galíndez. Él había
recibido los fondos y los había distribuido. Él había hecho acuerdos, en nombre
del Gobierno Vasco en el Exilio, con los
norteamericanos. Él se reunía con funcionarios del Departamento de Estado, la
CIA y el FBI. Él llevaba escrupulosos registros y en su meticulosidad podía
ofrecer datos escandalosos.
De él, que ya no era necesario sino un peligro inmanejable, había que
salir. Y había que cubrir las huellas y despistar para inculpar a otro y
colocar sobre el otro los faros alarmados de la prensa. Y eso fue lo que la CIA
y el Departamento de Estado, encabezados respectivamente por los hermanos Allan
y John Foster Dulles hicieron que sucediera.
UNA
MADEJA DE MENTIRAS, VERSIONES Y DIVERSIONES
La amplísima cantidad de
versiones (una de las técnicas de la desinformación es hacer correr distintas
versiones contradictorias sobre un mismo hecho, porque la mente tiende entonces
a reaccionar abrumada y descartarlas todas), acerca de la razón por la que
Trujillo supuestamente ordenó el secuestro y traída al país de Jesús de
Galíndez ya de por si debe movernos a sospecha.
Son todas versiones de oída, anécdotas sin soporte documental, cuentos
adobados al gusto, que insisten en la decisión impulsiva, temperamental, sin
medir consecuencias, que supuestamente Trujillo tomó incómodo porque Galíndez
escribió en su tesis lo que todo el mundo sabía de más: que Ramfis, su
primogénito varón, había sido concebido fuera de matrimonio, mientras él estaba
casado con Bienvenida Ricardo.
Y todas convenientemente diseminadas por la CIA y sus mecanismos de
divulgación, los mockingbirds y
colaboradores gratuitos, para encubrir el hecho de que fue la CIA la que
planificó, organizó y puso en ejecución un plan de provocación para inducir a
Trujillo a autorizar el secuestro y traslado a República Dominicana de
Galíndez, y como Trujillo no reaccionaba fue la CIA a través de su agente, John
Joseph Frank, quien le propuso a Trujillo secuestrar y entregarle a Galíndez,
sin que Trujillo supiera que Frank era parte de una telaraña conspirativa en
perjuicio del propio Trujillo y parte de un plan de la CIA y el Departamento de
Estado, encabezadas ambas instituciones por los hermanos Dulles, para
deshacerse de un incómodo y peligroso colaborador convertido en amenaza a los
intereses norteamericanos.
Demos un vistazo a las versiones
más socorridas.
Así, un autor como Robert D. Crassweller, en su libro “Trujillo, la Trágica Aventura del Poder
Personal” cae en la socorrida versión de que la tesis que Galíndez escribía
fue el origen de su secuestro (tesis, por cierto, que nadie conocía, salvo las
copias que Galíndez proporcionaba con fines de censura previa al FBI y a la
CIA), y hace una afirmación falsa: “Dados
su hábitos bohemios, su desaparición el 12 de marzo pasó varios días
desapercibidas” (8), pasando por alto dos hechos: 1. Que Galíndez era
hombre de vida sobria, reservada, disciplinada, nada bohemia ni disipada (se le
tenía incluso por “tacaño”), y 2. Que los varios días que se ocultó su
desaparición fue una acción de un “periodista” indudablemente vinculado a los mockingbirds de la CIA, Stanley Ross, director
del El Diario de New York, periódico para la comunidad hispana en el cual
Galíndez publicaba sus artículos, quien ocultó la desaparición el tiempo
suficiente como para que la CIA limpiara escrupulosamente el apartamento de
Galíndez e incautara importantes documentos y “sembrara” otros.
Algunos autores, como el ex oficial del Servicio de Inteligencia
Militar, SIM, Víctor Alicinio Peña Rivera, en su libro “Trujillo, Historia Oculta de un Dictador” se descanta por la
fábula de que a Ramfis Trujillo, el hijo mayor del tirano, le “llevaron” un
ejemplar de una revista Bohemia, editada en Cuba, con un artículo de Galíndez
en que este informaba de que Ramfis había sido concebido en adulterio, mientras
tanto su madre como su padre estaban casados con otras parejas y que Ramfis,
enojado, increspó a Trujillo que, enervado por el mal rato, chilló que él,
Trujillo, quería a Galíndez en el país. (9)
Y unos, como Euclides Gutiérrez Féliz, en su libro “Trujillo, Monarca sin Corona” más recurren a la delación hecha por
Minerva Bernardino de la tesis que Galíndez preparaba, quien informó a Trujillo
que Galíndez venía con una tesis crítica contra el régimen. Gutiérrez declara
que Ramfis, el hijo mayor del tirano, ordenó “conseguir una copia del libro de Galíndez antes de que éste fuera
publicado. A mediados de año o principios de agosto (de 1955, AJ), una copia
llegó a manos del hijo de Trujillo” (10)
Y no falta quien, como Fernando
Infante, comparta una supuesta imputación de Balaguer al presbítero Oscar
Robles Toledano, ambos colocados en la mira del FBI por tener que ver con el
caso Galíndez. Infante narra que recibió por vía de Rafael Vidal Martínez, el
hijo de uno de los artífices del trujillismo, Rafael, Fello, Vidal, una
anécdota que le contó su padre sobre una supuesta conversación de Balaguer,
entonces secretario de Estado de la Presidencia, en un acto del Instituto
Trujilloniano.
Sin sospechar sobre la alta
improbabilidad de que tal conversación de un tema tan sensible aconteciera en
un lugar público, rodeados ambos de otros funcionarios trujillistas de oído
atento y lengua presta a la infidencia, en medio de una cultura de delación,
servilismo y chismes que buscaban congraciarse con Trujillo y hacer caer en
desgracia a otros, para acceder al puesto.
En la conversación que Infante
divulga implícitamente los dos
funcionarios trujillistas admitían la responsabilidad del régimen en el plagio
y muerte de Galíndez, algo que públicamente el régimen de Trujillo, y Balaguer
como parte del tinglado de desinformación y encubrimiento, que afanaba en desmentir.
Infante reproduce en sus dos biografías
de Trujillo la anécdota venenosa (pues sabe de la animosidad de Balaguer contra
Robles Toledano, cercano a otro enemigo de Balaguer, Rafael, Fello, Bonnelly): “Vidal le comentó a Balaguer sobre lo de
Galíndez, lo que él (Vidal, AJ) consideraba como un absurdo, sobre todo porque
el gobierno se encontraba en uno de sus peores momentos dentro del ámbito
internacional.
Balaguer le respondió
a Vidal que tenía razón en su apreciación y que a él también le pareció algo
descabellado pero que todo lo había originado el Cónsul en Nueva York, Robles
Toledano y por tanto de éste era la culpa del escándalo por haber informado a
Trujillo que Jesús de Galíndez publicaría un libro que se inmiscuía en su vida
privada” (11)
Sólo que en 1956 no era verdad
que la dictadura trujillista atravesara por ningún “peor momento” dentro del
ámbito internacional. Por el contrario. Y la posibilidad de tal conversación en
medio del ambiente de doblez y traición propios de la tiranía, con la admisión
de la responsabilidad del secuestro por parte nada menos que del secretario de
Estado de la Presidencia de entonces, resulta fantasiosa.
UNA
VERSIÓN NADA CÁNDIDA DEL SECUESTRO
Durante 60 años la fábula
parcial de que “agentes trujillistas” habían secuestrado en las calles de New
York al exiliado vasco Jesús de Galíndez y lo habían trasladado
subrepticiamente a República Dominicana donde Trujillo lo había torturado
personalmente y luego lo había hecho desaparecer, promovida por la CIA a través
de la revista Life , el New York
Times y otros medios de prensa norteamericanos, a los que filtraron
información, fue la verdad oficial.
Y como siempre, la verdad
oficial siempre encubre la otra, la verdad real, la no conveniente, la incómoda.
Es tiempo de que esa otra
verdad, incompleta, con remiendos debido al ocultamiento de documentos, molesta
y desafiante de mitos y mentiras, empiece a emerger.
Esta es una aportación a que la
historia real desbroce el fárrago de mentiras que nos embuten y con la que nos
engañan.
Es lo mínimo que podemos hacer,
no por Galíndez, no por Murphy, sino por nosotros mismos.
Evaluemos con actitud crítica,
pero abierta, los datos, indicios e hipótesis que expongo a la consideración
del público en este 60 aniversario del secuestro y muerte de Jesús de Galíndez.
NOTAS:
1. Cándido Gerón:
“Informe y documentos del caso de Jesús de Galíndez”, Editora
Corripio, 2008. 1ra. Edición, Rep.
Dominicana, Pág. 151
2. Cándido Gerón: obra
citada, Pág. 31
3. Cándido Gerón: obra
citada, Pág. 29
4. Lauro Capdevila: “La Dictadura de Trujillo”, Sociedad
Dominicana de Bibliófilos, 2000, 1ra. Edición en español. Pág. 291
5. Carl
Bernstein: “The CIA and the Media”
Rolling Stones magazine, 20 de octubre de 1977.
6. Cándido Gerón: obra
citada, Pág. 147
7. Cándido Gerón: obra
citada, Pág. 152
8. Robert D. Crassweller: “Trujillo, la Trágica Aventura del Poder
Personal”, Pág. 323
9. Víctor A. Peña Rivera: “Trujillo, Historia Oculta de un Dictador”, Publicaciones América,
1996, 3ra. Edición, Rep. Dominicana, Págs. 163-186
10. Euclides Gutiérrez Féliz: “Trujillo, Monarca sin Corona”, cuarta
edición, 2009, República Dominicana, Pág. 431
11. Fernando Infante: “Biografía de Trujillo”, editorial Letra Gráfica, 2009, Rep.
Dominicana, Págs. 147-148 y Fernando Infante: “Trujillo: Aproximación al Hombre y su Tiempo”, Editorial Letra
Gráfica, 2002, República Dominicana, Pág. 154
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