¿ES POSIBLE QUE LA TORMENTA “SANDY” PROVOCARA LA MUERTE A 50
PERSONAS?
Por Aquiles Julián
“La
familia Sánchez estaba en la zona "A", una de las áreas más propensas
a las inundaciones, pero se negaron a abandonar su hogar. El agua les llegó
hasta el segundo piso.”
El Diario/La
Prensa, NY
Es
lamentable que se nos desinforme. Peor que se nos induzca a error. Y eso están
haciendo muchos periodistas. De ahí que decidí hacer un modesto aporte a que
entendamos que realmente la tormenta “Sandy” no provocó ninguna muerte y que
nominalizar y darle categoría de ente vivo a un fenómeno meteorológico,
asumiéndole una intencionalidad, es no sólo irracional, sino también nefasto
para ayudar a las personas a actuar inteligentemente.
Sandy era una tormenta tropical en categoría 1
ó 2; es decir, fuertes aguaceros acompañados de vientos. Es algo común en
nuestros trópicos y, de hecho, tenemos una época del año en que son comunes y
de ahí que se llame a esa época “temporada ciclónica”.
Por
razón de comodidad se da un nombre a las tormentas y ciclones. Esa
nominalización de un fenómeno meteorológico no le añade a ese fenómeno ninguna
característica humana. No tiene emociones, ni voluntad, ni deseos, ni
intención.
Toda
tormenta, por otro lado, provocará inundaciones, riadas, desbordes, porque cae
una cantidad de agua que la tierra no puede absorber. Y los vientos que vienen
aparejados a ella pueden tumbar árboles débiles o sin fuertes raíces, ramas,
letreros, toldos y todo lo que no haya sido convenientemente asegurado.
Eso
significa que las ciudades necesitan un drenaje pluvial adecuado, capaz de
eliminar de las calles los charcos de agua. Por igual, es preciso que se
aseguren los objetos que puedan ser arrastrados o tumbados por aguas y vientos.
Y, lo
más importante, es fundamental que las personas actúen con prudencia.
¿POR QUÉ SE INUNDAN LAS CALLES Y LAS VIVIENDAS?
La
irresponsabilidad de los gobiernos y la inconsciencia de los ciudadanos es la
causante de esos charcos y de esas inundaciones.
Un
sistema deficiente de drenaje pluvial hace, y eso lo sabemos bien aquí en Santo
Domingo, que cualquier lluviecita genere aposamiento de agua. Únase a esa
deficiencia la falta de cultura cívica y de conciencia ciudadana que nos lleva
a lanzar a las calles desperdicios que entaponan y tapan las alcantarillas y
ahí tiene usted la causa de muchos inconvenientes y molestias, cuando no daños
a la propiedad.
¿Culpa
de la tormenta? No, en modo alguno. Los que vivimos en República Dominicana
sabemos que no sólo estamos “en el mismo trayecto del sol”, como poetiza Pedro
Mir, sino también en el mismo trayecto de los huracanes. Así que tormentas
tendremos. La responsabilidad nuestra como ciudadanos es preverlas y precaver
sus consecuencias.
Hay
también personas que en su ignorancia, pobreza e incultura se van a vivir a
zonas de extremo peligro como son las riberas de los ríos y las cañadas.
Y
autoridades que lo permiten y lo autorizan, exponiendo a esas familias
infelices a los riesgos que se derivan de vivir en zonas de peligro.
En
nuestros pueblos hay familias que construyen sus chozas en lechos de ríos secos
que son un curso natural para las aguas cuando se producen aguaceros
suficientes y el golpe de agua suele derribarles las endebles chozas y pierden
sus bienes, cuando no vidas.
¿QUÉ CAUSÓ LAS MUERTES, LA TORMENTA O LA IMPRUDENCIA?
Una
tormenta, un ciclón incluso, no está supuesto a provocar muertes. Es un
fenómeno natural que tampoco llega de forma intempestiva, que permite que nos
preparemos, que aseguremos cosas, que nos resguardemos, que evacuemos lugares y
que nos alejemos de zonas de peligro.
¿Por
qué, entonces, se producen esas muertes? Por la imprudencia humana.
No es
la tormenta la que provoca las muertes, son las personas con sus actuaciones
temerarias o abiertamente estúpidas las que se provocan a sí mismas la muerte.
Luego,
cómodamente les achacamos esas muertes a la tormenta y desplazamos la
responsabilidad de los individuos a un fenómeno meteorológico carente de
intención, maldad o emoción alguna.
Al
hacer esto, en vez de adquirir conciencia y aprender algo de la infausta
experiencia, nos empecinamos en cultivar la peor de las ignorancia y la
superstición.
Veamos
un párrafo de una noticia aparecida hoy en El Diario/La Prensa, de New York: “La
mayoría de las muertes por la tormenta se debió a la caída de árboles sobre
viviendas, automóviles o personas que caminaban por la calle, pero ha habido
varios casos de personas que murieron por ir a buscar objetos en sótanos
inundados.
Así
murieron dos personas cuyos cuerpos fueron hallados en Staten Island después de
que el gobernador Andrew Cuomo cifrara en 26 los muertos en todo el estado, 24
de ellos en la ciudad de Nueva York.” (http://www.eldiariony.com/Aumentan-28-muertos-Sandy-NY#.UJHPRMVmKrc)
NOS SOMOS VÍCTIMAS DE LA TORMENTA SINO DE NUESTRA NECEDAD
La
lectura no es un hábito muy popular, de ahí que millones de personas nunca
leerán el Elogio de la Necedad o Elogio de la Locura, como también se le
conoce, de Erasmo de Rotterdam.
Y es
una pena, porque somos víctimas de nuestra necedad y de la necedad ajena.
Erasmo
nos previno, con inigualable gracia, de que nuestro signo como humanos es
incurrir en toda suerte de desatino y en conductas ilógicas, temerarias o
abiertamente riesgosas de manera gratuita, sin beneficio alguno.
El
filósofo medieval nos retrata con perspicaz ironía. Somos nuestros propios
verdugos: nuestra inconsciencia nos destruye.
Y uno
lo ve a diario en esos motoristas imprudentes que hacen piruetas sin cascos ni
protección, acostándose en el motor tras un reconocimiento o admiración de
gente a las que ellos ni sus vidas importan.
¿Qué
casas son esas a las que un árbol les cae y las aplasta? ¿De qué están hechas?
¿Qué hacen personas manejando en medio de una tormenta? ¿Qué hacen personas
caminando en la calle en medio de una tormenta? ¿Qué hacen personas bajando a
sótanos inundados?
¿Qué
tiene que ver la tormenta con esas inconductas? La tormenta es un fenómeno
meteorológico pasajero. Usted sabe incluso cuándo va a llegar. Y sabe que va a
pasar. Es simple asunto de resguardarse en un lugar seguro y esperar que
transcurra. ¿Por qué entonces, tantas muertes?
Culpar
a la tormenta es distraer la atención de la verdad, es una manera de excusar la
responsabilidad. Responsabilidad de las autoridades, de los ciudadanos, de los
familiares, de las propias víctimas.
Eso no
nos educa sino que nos deseduca, nos expone a vivir nuevos traumas.
¿POR QUÉ EN UNA TORMENTA HAY MUERTES?
Por la
imprudencia. Unas pocas pueden deberse a lamentables accidentes. La mayoría a
la conducta desenfrenada, temeraria, imprudente y abiertamente desquiciada que
muchos solemos exhibir orondos.
Atribuir
a la tormenta las consecuencias de tales desvaríos y desafueros humanos es
incurrir es un desplazamiento impropio de la responsabilidad.
Somos
dueños de nuestros actos. Hacemos continuamente elecciones y somos los
beneficiarios o los receptores del daño que nuestras elecciones producen.
Y en ocasiones
afectamos a terceros.
Una
tormenta puede, y lo hace, ocasionar daños a la propiedad. Destruir cultivos,
por ejemplo.
Pero
causar muertes es debido, en su inmensa mayoría, a la necedad humana.
No es
un terremoto, que nos sorprende y del que no hay dónde protegerse.
Es un
fenómeno que podemos incluso saber por dónde viene, cuando llega y cuál es su
intensidad.
Cuyo
curso se sigue por satélite.
Ya es
tiempo de que dejemos de proyectar en un fenómeno meteorológico cualidades
humanas. Y que dejemos de usarlo como excusa o tapadera de nuestra
irresponsabilidad o nuestros desvaríos.
El que
le pongamos un nombre, para diferenciarlo, no hace a ese fenómeno más humano.
Carece de intencionalidad, voluntad, maldad alguna.
Y si se
producen muertes hay que buscar en otro lado la responsabilidad o culpa. En la
mayoría de los casos, en las propias víctimas.
Y eso
es lo que debieran enseñarnos los periodistas. Y amplificarse en los medios. No
esa melcocha que nos alimenta el temor y nos excusa de nuestra responsabilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario